FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 7 de septiembre de 2012

EL JUICIO FINAL


Teología sin censura

José M. Castillo,teólogo

Estamos viviendo y soportando dos hechos que están a la vista de todo el mundo: la crisis económica y la corrupción ética. Por otra parte, ya nadie duda que estos dos hechos están profundamente relacionados el uno con el otro. La crisis económica, que estamos sufriendo, ha sido causada por la codicia desmedida y la desvergüenza de los grandes gestores de la economía y de la política, con la colaboración activa o la permisividad de quienes hemos vivido y disfrutado de un nivel de vida que nos ha sido posible sobre la base de hundir a millones de seres humanos en la miseria y la muerte.

Esta situación caótica da mucho que pensar. Entre otras cosas, yo no puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza al hecho patente de que una notable cantidad de los responsables (de una manera o de otra) de la crisis decimos que somos creyentes, cristianos, personas, por tanto, que profesamos nuestra fe (la que sea) en Jesús y su Evangelio. Y esto es lo que más me da que pensar. ¿Por qué?

Porque el Evangelio afirma, con toda claridad, que nadie se va a escapar del juicio definitivo y último de Dios (Mt 25, 31-46). Por supuesto, cada cual es libre para creer o no creer en este asunto. Yo no pretendo aquí convencer a nadie. Ni atemorizar. Y menos aún amenazar. ¿Quién soy yo para eso? No quiero ser, ni parecer, un predicador a la antigua usanza.

Todo lo contrario. Lo que quiero dejar bien claro es que el juicio final, tal como lo presenta Jesús, es lo más liberador y lo más desconcertante que seguramente imaginamos. Porque la sentencia definitiva y última, que Dios va a dictar, sobre las naciones y sobre las personas, no va a estar motivada por la fe que cada cual tuvo o no tuvo, ni por las prácticas religiosas que observó o dejó de observar, ni siquiera se va a tener en cuenta la relación con Dios que cada cual aceptó o rechazó. Por lo visto, según el Evangelio, nada de eso le interesa (en última instancia) al Dios de Jesús.
¿Qué es, entonces, lo único que va a quedar en pie? Muy sencillo: la relación que cada cual tuvo o dejó de tener con los demás. A esto se refiere aquello de “tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). Y Jesús explica por qué semejante juicio sobre semejante conducta: “lo que hicisteis a cualquiera de estos… a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Dios no es como nosotros nos lo imaginamos. Ni como lo explican muchos curas. Dios no está en el cielo. Dios está aquí, en los enfermos, los sin papeles, los parados, los que se quedan sin vivienda, los que no llegan a fin de mes, los que se ven privados de sus derechos, los presos, los desesperados….

Y que nadie me venga diciendo que es hijo fiel de la Iglesia o cosas así. Todo eso, a la hora de la verdad, servirá en la medida – y sólo en la medida – en que nos haya hecho más humanos y más sensibles al dolor de los que sufren. Ésta es mi religión. Y ésta es mi política. Por eso yo me pregunto si ya no tenemos ni religión ni política. Y lo único que ha quedado en pie es la desvergüenza.


•El catedrático y presidente de Justicia y Paz abre el Congreso de la Juan XXIII. Arcadi Oliveres: “La Iglesia jerárquica es responsable, por acción y omisión, de esta crisis”


 

JESÚS BASTANTE
Religión Digital


“Los defraudadores y Rajoy son los mismos

“La jerarquía está más preocupada por el aborto o los matrimonios gay que por responder a la crisis”. Arcadi Oliveres, catedrático de economía y presidente de Justicia y Paz, fue el encargado de abrir el 32 Congreso de la Asociación de Teólogos y Teólogas “Juan XXIII” con una conferencia sobre “la dictadura de los mercados y su alternativa”. Antes, repasa con RD causas, responsables y posibles soluciones de esta crisis.

¿Hasta qué punto los mercados son responsables de los que está pasando?
Del todo. Lo que sucede es que la economía que debía estar al servicio de los ciudadanos, parece que se ha puesto en manos de los mercados financieros. La economía se ha hecho especulativa, y esto ha hecho que muchas construcciones no se hayan podido vender, y las instituciones públicas han ido al rescate aportando dinero público. Al final, el ciudadano es el que paga.
¿Existen soluciones?
Siempre las hay. A nivel teórico, frente a la explotación se habla de la tasa Tobin (contra los especuladores). También, denunciar las amnistías fiscales del Estado, que propicia el fraude fiscal. En julio, hubo manifestaciones contra los recortes sociales. Dicen que van a recortar 65.000 millones de la sanidad, y sin embargo el fraude fiscal en España es de 91.000 millones al año, y llevamos sin recaudar tres años. Los defraudadores y Rajoy son los mismos.
Además hay otras medidas frente al desempleo, como el recorte de la jornada, algo que ya están haciendo Merkel y Hollande en Alemania y Francia. Pero no hay voluntad política.
En el congreso, se hablará de los movimientos sociales. En España, esto se traduce en las acciones del 15-M. ¿Ha servido para algo esta movilización o quedará en un sueño?
A la larga, saldrán algunas propuestas concretas. Tras esas propuesta, siempre surgen ideas de acción (desahucios, proyecto de cambio de ley electoral…) De este movimiento de indignados está surgiendo una nueva pedagogía política, que si funciona cambiará la mentalidad de los electores. La acción va a cuajar.
Que la gente no vote por ignorancia, como ha sucedido en las pasadas elecciones. Los que estuvimos 40 años sin poder votar apreciamos lo que significa este derecho. En Francia, además, no es lo mismo que gobierno Hollande que Sarkozy. Para algo debe servir ese cambio de gobierno.
¿Cuál es el papel de la Iglesia? ¿Está entre los responsables o entre las víctimas de la crisis?
Hay que diferenciar la militancia cristiana. Por un lado, los militantes de base, curas de parroquias, que hacen una gran labor, junto a la de organizaciones como Cáritas. Eso sí, dejando claro que la primera obligación es del Estado.
Otra cosa es la labor de la Iglesia jerárquica, que tiene muy poco que ver con el mensaje evangélico del Sermón de la Montaña. La jerarquía está más preocupada por el aborto o los matrimonios gay que por responder a la crisis. Van de la bragueta a la cartera, se alejan del corazón.
¿La jeraraquía es, entonces, responsable?
La Iglesia jerárquica es responsable, por acción y omisión, de esta crisis. Si no, recuerden temas como el de Cajasur. La protección eclesial ante determinadas actuaciones es corrosiva. La Iglesia debería criticar más, y eso sin entrar en las finanzas vaticanas. Habría que saber dónde pone la Iglesia sus dineros. Y en ocasiones lo hace en instituciones escandalosas desde el punto de vista financiero. Si a eso le sumas el IBI y otros privilegios, pues podemos argumentar esa responsabilidad.
¿Qué podemos hacer los cristianos?
En primer lugar, intentar saber lo que sucede. Buscar fuentes de información, crear grupos de católicos que den forma a un pensamiento.
En segundo término, adquirir responsabilidades públicas y privadas, en el orden de generar la igualdad, y militar entre los indignados.
Finalmente, y ya como acciones de carácter privado, reflexionar si en el trabajo actuamos dignamente; cómo es nuestro consumo; qué condiciones están vinculadas a donde ponemos nuestro dinero. En este sentido, es importante el impulso a la banca ética.
Fomentar la Justicia y la Paz, con acciones civiles, como por ejemplo la objeción fiscal al gasto militar.


JOSE ANTONIO PAGOLA DOMINGO 9 SEPTIEMBRE 2012

CONTRA LA SORDERA


La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Sólo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se concentra en esa enfermedad que le impide vivir de manera sana. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada. Jesús lo hace todo bien, como el Creador: «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje, serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura sicológica o de la formación recibida. Pero cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de vida o muerte.
Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero, entonces, no sabremos anunciar ninguna noticia buena. Deformaremos el mensaje de Jesús. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». Es urgente que todos escuchemos a Jesús: «Ábrete».

COMUNICARSE

Hay muchas clases de soledad. Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean «independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse, cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas solo se hablan superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehúye todo encuentro verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer. La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No conoce el gozo del encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido. Intenta «hacer su vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta la soledad, la persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va incapacitando interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no acierta a comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo interior, no busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse confiadamente al amor de Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas irreales.
La fe es siempre llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la actividad sanadora de Jesús que hacía «oír a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación, la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar algunas personas para reanimar su vida y despertar su fe es abrirse con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al sordomudo: «Effeta», es decir, «Ábrete».