Si las cosas son como nos las han contado, insisto, y parece que sí lo fueron, como lo haré ver un poco más abajo, no solo queda mal el cardenal gallego, sino aquellos de sus pares episcopales que, por temor reverencial, o, digámoslo sin tapujos ni eufemismos, por miedo, le hicieron caso, y dejaron a la Conferencia Episcopal Española, (CEE), sin representación episcopal en tan magno acontecimiento, tan largamente esperado, y ansiosamente deseado. Y queda mal, también, la dirección de la CEE, que no fue capaz de salir al paso de su ex-presidente, y decirle, clara, fraterna, pero seria y valientemente, que si para él se trataba de una celebración política, para la mayoría no. Y que nadie tiene la obligación de pensar, y mucho menos, de actuar, según la opinión o el criterio, tanto si es pastoral, como si lo es social o político, del arzobispo emérito de Madrid, que con sus comportamientos se está ganando que lo sea, cada vez, menos (emérito).
Y que la información tiene todos los visos de credibilidad se demuestra por el resultado de la presunta intervención cardenalicia: de hecho, solo el secretario de la CEE, simple presbítero, fue enviado al evento, suponemos que para demostrar que los obispos españoles mandaban, para la entrañable ceremonia de exaltación del gran Pastor y mártir Romero, una representación de perfil bajo, como ahora se dice con algo de geométrica cursilería. Y esto en lo que se refiere a la intervención. Pero, ¿y la argumentación? Declarar política la muerte violenta de Romero supone, o nos permite así intentarlo, que la cruz de Jesús también fue política, porque lo llevaron al Calvario los que se sintieron molestos con la predicación del Maestro de Nazaret, y su predicación valiente a favor de la justicia para los pobres, los que pasaban hambre, los que lloraban, los perseguidos por causa de la lealtad a la Justicia de Dios, etc.
El cardenal Rouco, y los obispos que se dejaron convencer, o asustar por él, ¿denunciaron como políticos muchos de los viajes de Juan Pablo II, como a Chile, su apretón de manos con el sangriento Pinochet, su aparición desde el balcón presidencial con tan deleznable personaje; o la bronca autoritaria y nada fraterna al ministro de cultura de Nicaragua, Ernesto Cardenal; o los tratos de favor a su paisano Walessa, mientras repudiaba y complicaba la vida al gran cardenal Paulo Evaristo Arns, por ponerse de lado de Lula, del humilde Partido de los Trabajadores, (PT), en Brasil, pero no por eso comunista, aunque sin prestarle ayuda económica? ¿Alguien denunció como política, -¿o sería económica?-, la amistad del Papa Wojtyla con Marcial Maciel, ese modelo mundial de “educador de la juventud”? ¿O las beatificaciones de las víctimas de la guerra civil española?
¿Es política la actitud del papa Francisco por promover y aligerar la beatificación de Romero? ¿No fue mucho más “político” el maltrato papal al santo obispo salvadoreño en vida, que la preocupación, también papal, ¡y paterna!, del Papa actual al mismo Romero, ya asesinado y martirizado? ¿ Es que solo van a ser políticas las actuaciones a favor de los pobres y de los desharrapados de la tierra?