Partiendo de que, quién más, quién menos, todos renegamos de las duras condiciones de la vida que nos toca vivir y aspiramos a mejorarla de alguna manera, solo como botón de muestra ofrezco hoy a los seguidores de este blog unas pinceladas con textos de fray Eladio Chávarri, O.P. para mostrarles la densidad y la frescura de un pensamiento, tan original e iluminador como seguro, para progresar en tan noble empeño. Es algo así como invitarlos a un exquisito menú de degustación para que saboreen de antemano lo que realmente encontrarían de asimilar ese fecundo pensamiento. De entrada, les ruego presten atención a la espléndida proclama que él mismo escribió, hace ya muchos años, en Perfiles de nueva humanidad sobre los esfuerzos reales, fácilmente constatables, que se realizan en nuestro tiempo en esa dirección.
“Ninguna forma de vida, ni siquiera la del HPC (hombre productor consumidor), absorbe como una gigantesca esponja todas las potencialidades y energías de la persona. Hay varones y mujeres, sin duda bastantes más de los que conocemos, que no viven de la experiencia básica de la explotación. Aunque aprecian en su justa medida los bienes biopsíquicos y económicos, sin embargo, fraguan fundamentalmente su existencia sobre otros valores. Prende sencillamente en ellos una nueva humanidad. La gran mayoría la van desplegando a nivel personal; tal vez en el seno familiar o en comunidades privilegiadas. Sintonizan fácilmente con los que demandan más humanidad. Creo que la experiencia básica de discernimiento y de reconocimiento palpita también con timidez a nivel social. En todas las formas de vida hay fermentos sociales, y quienes aspiran a un hombre nuevo han de estar muy atentos a su evolución. ¿No resuena acaso la experiencia del reconocimiento en las reivindicaciones ecologistas? ¿No hay finos discernimientos en la defensa de la identidad y de la dignidad relativas a edades, pueblos, culturas, sexos, lenguas y religiones? ¡Es magnífica la lucha por el pleno reconocimiento de la mujer! Tal vez resulten de ahí formas de vida menos bestiales”.
Espíritu de conversión
La fuerza que agita los comportamientos del nuevo hombre en gestación, como ya hemos dicho y repetido, es el espíritu de conversión: “la conversión entraña, sin más, mutaciones profundas. El apóstol Juan tachó de conversión el cambio del agua en vino en las bodas de Caná. Jesús protestó, blandiendo el látigo, contra los que trataban de convertir la Casa de su Padre en una cueva de ladrones. Nuestro punto de referencia no es el agua o el templo, sino la humanidad que habita en el HPC. ¿Qué mutación profunda ha de operarse en este viejo hombre para transformarse en nuevo?”.
“El nuevo espíritu fermenta todos los valores; da un inmenso salto cualitativo axiológico respecto del espíritu de lucro. El espíritu de conversión no abandona los valores biopsíquicos y económicos. Le interesa hondamente la calidad de la comida o de la salud, de las lavadoras y de las cazadoras. No se preocupa menos, sin embargo, de la pureza del saber, de la crítica, de la arquitectura, de la justicia, de la fraternidad, de las leyes, de la solidaridad y de las funciones públicas del poder político. Al agitar todo el ámbito de lo humano e inhumano, no es fácil que favorezca el desorden universal agresivo, un fenómeno inherente al espíritu de lucro”.
“El espacio interior posee la fuerza dinámica del principio de trascendencia, que lo he identificado sin más con el espíritu. Este principio, el espíritu, cobra las más variadas modalidades... En el HPC aparece como espíritu de lucro; en el hombre nuevo, bajo la figura de conversión, de la que he insinuado el salto cualitativo axiológico, sus cauces, su expresión profética y el impacto que produce en la vida. Todo ello implica que el espíritu de conversión es condición fundamental del hombre nuevo. La liberación de las potencialidades de esta nueva forma de vida depende de la conversión. Solo ella puede afectar de raíz a las perturbaciones producidas en las cuatro grandes trascendencias por el espíritu del HPC” (el espíritu de lucro).
Discernir y reconocer
Las experiencias básicas del hombre nuevo se rigen, frente a la experiencia de la explotación del HPC, por el discernimiento y el reconocimiento. “Ordinariamente, pensamos en atributos absolutos, como opuestos a relaciones, que observamos en los entes. Esto comporta fácilmente la idea de individualidad aislada y de personalidad intocable, sobre todo cuando se le une el concepto de respeto. Pero, tal vez, las diferencias más interesantes son las específicas relaciones que un ser mantiene con los demás. La experiencia básica del discernimiento hace hincapié en ambas diferencias... El discernimiento pone sobre el tapete el abanico de las diferencias; el reconocimiento penetra en ellas. Ya no se trata simplemente de percibir con finura las características absolutas y relacionales de cada ser, sino que se experimenta la situación de cada uno en el concierto de todos. El reconocimiento a nadie margina… Si el discernimiento elimina la cosificación del ser, el reconocimiento invita a superar la posesión, el dominio y el desorden universal agresivo, generados por la experiencia básica de la explotación. Si para ello es necesario reprimir las diferencias agresivas, se afrontará la tarea con toda energía. No tolerará que ningún ente, ni siquiera bajo la figura de dioses, de héroes o de santos, avasalle a los demás, distorsionando la sinfonía del ser. El reconocimiento no acata la emancipación que fomenta linchamientos en cadena. En Europa se han experimentado demasiadas emancipaciones de este género”.
El clamor del Tercer Mundo
“La experiencia básica del hombre nuevo, por otro lado, dinamiza los movimientos pacifistas. Otro tanto ocurre con esos humildes gérmenes de producción alternativa, tendentes a cambiar la gran tecnología de la explotación. A las dimensiones individual y social de los que viven en el mismo interior del HPC, hay que añadir el clamor desesperado del Tercer Mundo. Hasta ahora, ha despertado en muchos la mala conciencia de estar inmersos en el HPC, conciencia que procuran acallar con crecientes dádivas. Pero, ante ningún Dios sensible al mal que subyuga al hombre se han podido borrar los pecados solo a base de ofrendas y sacrificios, al margen del compromiso y de la acción”.
Reflejo de una Iglesia ostentosa
Nuestras iglesias
El Evangelio es claramente el legado de Jesús de Nazaret, la figura primigenia de un cristianismo que, de suyo, tiene entablada una lucha a muerte en pro de la humanidad del hombre y en contra de su inhumanidad. El cristianismo está obligado a mirarse siempre en ese espejo. De ahí que Chávarri se pregunte: ¿Qué decir al respecto de las iglesias cristianas? ¿No se creen todas ellas engendradas e injertadas en la experiencia primigenia de Jesús de Nazaret? ¿Palpita efervescente en sus comunidades la llama viva del discernimiento y del reconocimiento? Estas iglesias se extienden por todo el mundo. Un juicio global sobre ellas resultará siempre erróneo e injusto, sobre todo con los que han caído en la lucha por la nueva humanidad. Pero, ¿no se dicen cristianos la mayoría de los gestores del HPC en la Europa rica y en los Estados Unidos? ¿Acaso piensan que la experiencia básica del discernimiento y del reconocimiento nada tiene que ver con el Gran Profeta? ¿Opinan otro tanto los cristianos adscritos a las infinitas comunidades parroquiales? ¿Con qué tipo de hombre están comprometidos? ¿Se ha colmado la esperanza cristiana intrahistórica en el HPC? Obviamente, la respuesta honesta a estos interrogantes nos lleva a descubrir con pesar que muchas veces esas iglesias no solo no se han esforzado por mejorar la humanidad inserta en el hombre productor consumidor de nuestro tiempo, sino también han fomentado los ramalazos de su tremenda inhumanidad.
Preparándose para trabajar como voluntarios
Comunidad, democracia y gratuidad
En los capítulos 3 y 4 de Perfiles de nueva humanidad, Chávarri hace una exposición magistral, muy rica en contenidos, sobre cómo el hombre nuevo de nuestro afán se va insertando lentamente en la historia y en la naturaleza, cosa que va consiguiendo a base de contrarrestar los efectos nocivos de los muchos contravalores del HPC, de mejorar sus incuestionables valores y de recuperar el equilibrio esencial en el desarrollo de todas las vitalidades humanas. Recordemos que uno de los cometidos es respetar la necesaria autonomía de las ocho dimensiones humanas, liberando los valores de cada una del yugo a que los tienen sometidos los valores biosíquicos y económicos que dominan y vician nuestra vida actual.
A este respecto, son muy jugosas y reveladoras las exposiciones de Chávarri sobre la comunidad, la libertad (democracia), la autenticidad y la gratuidad (poder, justicia, fraternidad). Naturalmente, lo hace confrontando los comportamientos del HPC y con los que serían los propios de nuestro deseado hombre nuevo. En el primero predomina la experiencia de explotación y en el segundo debe imponerse la de discernimiento y reconocimiento; al primero lo domina el espíritus de lucro y al segundo debe removerlo el espíritu de conversión; la sensibilidad del primero es acuñada (cerrada y atrincherada) y la del segundo ha de ser abierta; la sabiduría del primero se ciñe al estado de bienestar y la del segundo es axiológica, y, finalmente, la razón soberana del primero es desarrollista y la del segundo debe regir el comportamiento del hombre nuevo, un hombre muy diferente del actual pero que, cuando cuaje en la historia, desencadenará afortunadamente a su vez nuevos procesos de mejora.
Oasis
Quedémonos hoy con la satisfacción de descubrir un manantial de aguas frescas para aliviar la sed del atolondrado hombre de nuestro tiempo, empecinado en caminar descalzo por las ardientes arenas del desierto artificial fabricado por el afán de lucro del hombre productor consumidor. El hombre nuevo en ciernes nos dirige, con una paciencia en la que no caben espejismo, hacia un hermoso oasis donde aliviar tantas penurias como padecemos. No necesito subrayar que, en lo referente a nuestra vertiente vital epistémica, el sistema de pensamiento de Chávarri es realmente un oasis en medio del barullo y del desconcierto del pensamiento actual, un camino de esperanza para cuantos están cansados y hastiados de los desmanes de todo orden producidos por el tipo de vida que llevamos.