FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA
SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA
ESTAMOS EN LARREA,4 - 48901 BARAKALDO

BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

ATALAYA
ATALAYA

miércoles, 19 de octubre de 2016

ALEPO OLVIDADA

col koldo

Siempre hay que temer de los mandatarios que quieren hacer "grandes" a sus naciones. Trump así lo quiere, Putin ya lo está haciendo… “Make great America again” es su lema fundamental de campaña. Con él desea encandilar a los americanos que aún no han digerido Vietnam y que desean sumar nuevas “victorias” imperiales. El problema de los populismos nacionalistas, hoy lamentablemente tan en alza a uno y otro lado del Atlántico, es que quieren hacer "grandes" a sus naciones a toda costa, aún a costa de un terrible sufrimiento ajeno, aún a costa de ciudades destrozadas y población civil masacrada… Esa es la “grandeza” de Putin. Hay un pueblo mayoritario que gusta de esa exhibición de músculo belicista, no importa a quién aplaste la maquinaria, no importa para qué se utilice el poderío. Rusia no se entera o ha perdido el alma. Rusia ha perdido la memoria o ha perdido la dignidad, la memoria de cuando eran ellos los que estaban bajo las bombas, de cuando eran sus madres las que sollozaban...
En EEUU aún prevalece, esperemos que por tiempo la cordura. Se debaten entre el amenazante y peligrosísimo populismo del multimillonario que llevaría a engrasar de nuevo una maquinaria imperialista y el espíritu de paz y de diálogo que, aún con todos los comprensibles recelos que pueda suscitar, encarna H. Clinton; se debaten entre la fuerza de la fuerza y la fuerza de la razón. Diciembre y su grato Papa Noel nos traigan buenas nuevas… Por eso sorprende esa amilanada, amnésica e incongruente equidistancia entre Rusia y Estados Unidos que mantiene la izquierda europea ante lo que está ocurriendo en Siria. Digo la izquierda por mentar a la ciudadanía que ha asido la pancarta con más fuerza, la que más kilómetros ha recorrido a lo largo de la historia en favor de justas causas internacionales.
Muchos amigos sostienen esa equidistancia, esa neutralidad generalizada que a la postre está justificando la impunidad de la masacre en el país árabe. Sorprende ese empeño en apuntalar por ejemplo a un Maduro de días contados, en vez de hacer prevalecer los derechos humanos ya en la propia y castigada hermana Venezuela, ya bajo los cielos insufribles de Alepo. Los buenos amigos se apalancaron en los setenta cuando los EEUU ayudaron a tumbar aquel noble hombre por nombre Salvador Allende, cuando respaldaron a todas las dictaduras sudamericanas, o cuando se metieron a sangre y napal en la selva vietnamita…
Si la ciudadanía consciente y responsable no se alza ante la barbarie, ¿quién lo hará? En realidad la izquierda ya ha muerto, porque estamos en un mundo que está superando esa dicotomía anacrónica, esa confrontación partidista. Ha muerto a falta de ideales puros, también víctima de su desnortamiento y falta de lógica, incongruencia por ejemplo de un eterno y trasnochado antiamericanismo a toda costa, que lleva a perdonar los bárbaros crímenes de la segunda potencia mundial por el mero hecho de ser adversaria de Washington.
En el país en guerra desde hace cinco años, Rusia está apoyando a un dictador sanguinario que desea perpetuarse en el poder y que le es afín. Rusia así es más "grande", aunque tenga que bombardear de forma inmisericorde a la población civil ubicada en el territorio del bando contrario. Está por llegar el tiempo en que las naciones vuelvan a ser grandes de verdad, grandes por su solidaridad y generosidad, grandes por sus artistas y hacedores de cultura, grandes por sus puertas abiertas y por su firme e incuestionable voluntad de paz, grandes en definitiva porque elevaron civilización y no la denigraron con el sufrimiento causado a los más débiles e indefensos.
El sufrimiento no sabe de colores, tampoco de geopolítica, sí sabe de solidaridad de otros humanos que se reconocen hermanos de quienes lo padecen. Siria necesita paz. Ese sufrimiento que está padeciendo la población civil de Alepo no se puede entender en el presente. Sólo en los últimos días han muerto en la ciudad mártir más de cuatrocientos civiles a causa de los bombardeos. La segunda ciudad siria urge solidaridad, urge se detengan los crueles ataques desde el aire. Por un instante olvidemos si somos pro o contra americanos y afirmemos nuestra identidad humana, nuestra condición innatamente solidaria. La barbarie ha de ser detenida y, en buena medida, eso está también en nuestras manos. Si olvidamos a Alepo, a sus mujeres, niños, ancianos... atrapados bajo las bombas, estaremos olvidando algo esencial de nosotros mismos, nuestro ineludible compromiso para con los últimos, para con quienes más sufren en la Tierra y hoy la ciudad polvo y esqueleto es seguramente el epicentro del más terco y despiadado horror.

LOS JUSTIFICADOS Y LOS QUE SE JUSTIFICAN

col Dolores L Guzman

Lc 18, 9-14
Nadie quiere identificarse con el fariseo. Queda mal reconocer que uno ha pensado más de una vez que es mejor que los demás, que el orgullo le ha hecho esbozar una sonrisa de satisfacción al sentirse superior al resto, o aún peor, que ha dado gracias por ello en lo más recóndito de su corazón. “Yo habría discernido mejor la situación”, “no sé cómo han elegido a esta persona que lo hace tan mal”, “si me dejaran a mí ya verían cómo reorganizaba esto enseguida”, “porque no me han dado esa responsabilidad que si no…”, “fíjate ése qué mal camino lleva”… Innumerables razonamientos con los que excusamos nuestra envidia y falta de misericordia hacia otros con tal de salir reforzados nosotros. “Qué majo soy, qué solidario, qué buena gente”. Nos gusta salir ganando en las comparaciones y que la victoria se vea. Rebajar los dones de los demás, para dar más espacio a los nuestros.
Pensamos ingenuamente que la oración del publicano no es tan difícil. Que basta con sentarse en los bancos de atrás y mirar al suelo para desembarazarnos de ese “lado oscuro” de nuestra personalidad que nos hace caminar un palmo por encima del suelo. ¡Qué poco nos cuesta engañarnos!
Una de las prácticas más comunes y universales del ser humano es la justificación. Argumentar lo que sea con tal de no reconocer nuestra parte más miserable y nuestra enorme fragilidad. Discursos y más discursos para auto-convencernos y convencer de lo estupendos que somos. Tanto esfuerzo para nada. Imposible tapar la verdad tan sencilla como evidente de lo que uno es: un pobre pecador.
No. La oración del publicano no es nada fácil.
Con dos personajes –un fariseo y un publicano– y una elocuente imagen en la que se ve la actitud de cada uno en la oración, Jesús consigue ponernos ante el espejo de nuestra alma; y nos anima a meditar sobre la estupidez de la prepotencia y el buen juicio de la humildad:
- Que no se trata de negar los dones que tenemos, sino de reconocer que no son de nuestra propiedad. A ver, ¿qué te hace ser tan importante? ¿qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). El error del fariseo está en no reconocerse como tal; en presentarse ante Dios como dueño y señor de sus logros.
- Que la verdadera humildad nos anima a reconocer con sencillez, simplicidad y transparencia lo que somos. El acierto del publicano es reconocer que creía que merecía algo cuando en realidad no merece nada; presentarse ante Dios como un pecador que solo puede agradecer lo que otros le dan.
Cada uno de los personajes se retrata a sí mismo en su modo de orar. Porque ante Dios se ve con mayor claridad lo absurdo de creerse alguien, y la humanidad de la humildad.

LA JUSTICIA PARCIAL DE DIOS

col sicre
 FE ADULTA

El Catecismo que estudié de pequeño decía que Dios “premia a los buenos y castiga a los malos”. Pero no concretaba quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Y como nuestra forma de pensar es con frecuencia muy distinta de la de Dios, es probable que los que Dios considera buenos y malos no coincidan con los que nosotros juzgamos como tales.
Dios, un juez parcial a favor del pobre
Esta la imagen que ofrece la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico. Lo más curioso de este texto es que no lo escribe un profeta, amante de las denuncias sociales y de las críticas a los ricos y poderosos, sino un judío culto, perteneciente a la clase acomodada del siglo II a.C.: Jesús ben Sira. Y la imagen que ofrece de Dios dista mucho de la que tenían bastantes israelitas. No es un Dios imparcial, que juzga a las personas por sus obras; es un Dios parcial, que juzga a las personas por su situación social. Por eso se pone de parte de los pobres, los oprimidos, los huérfanos y las viudas; los seres más débiles de la sociedad. Comienza el autor diciendo: El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial. Pero añade de inmediato, con un toque de ironía: no es parcial contra el pobre. Porque la experiencia de Israel, como la de todos los pueblos, enseña que lo más habitual es que la gente se ponga a favor de los poderosos y en contra de los débiles.
Dios, un juez parcial a favor del humilde
El evangelio de Lucas ofrece el mismo contraste mediante un ejemplo distinto, sin relación con el ámbito económico. La parábola es fácil de entender, pero conviene profundizar en la actitud del fariseo.
La confesión de inocencia
Un niño pequeño, cuando hace una trastada, es frecuente que se excuse diciendo: “Mamá, yo no he sido”. Esta tendencia innata a declararse inocente influyó en la redacción del capítulo 150 del Libro de los muertos, una de las obras más populares del Antiguo Egipto. Es lo que se conoce como la “confesión negativa”, porque el difunto iba recitando una serie de malas acciones que no había cometido. Algo parecido encontramos también en algunos Salmos. Por ejemplo, en Sal 7,4-6:
Señor, Dios mío, si he cometido eso, si hay crímenes en mis manos,
si he perjudicado a mi amigo o despojado al que me ataca sin razón,
que el enemigo me persiga y me alcance,
me pisotee vivo por tierra, aplastando mi vientre contra el polvo.

O en el Salmo 26(25),4-5:
No me siento con gente falsa,
con los clandestinos no voy;
detesto la banda de malhechores,
con los malvados no me siento.

La profesión de bondad
Existe también la versión positiva, donde la persona enumera las cosas buenas que ha hecho. Encontramos un espléndido ejemplo en el libro de Job, cuando el protagonista proclama (Job 29,12-17):
Yo libraba al pobre que pedía socorro y al huérfano indefenso,
recibía la bendición del vagabundo y alegraba el corazón de la viuda;
de justicia me vestía y revestía,
el derecho era mi manto y mi turbante.
Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo,
yo era el padre de los pobres
y examinaba la causa del desconocido.
Le rompía las mandíbulas al inicuo
para arrancarle la presa de los dientes.

El orgullo del fariseo
Volvamos a la confesión del fariseo: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.» Si el fariseo hubiera sido como Job, se habría limitado a las palabras finales: Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Pero al fariseo lo come el odio y el desprecio a los demás, a los que considera globalmente pecadores: ladrones, injustos, adúlteros. Sólo él es bueno, y considera que Dios está por completo de su parte.
La humildad del publicano
En el extremo opuesto se encuentra la actitud del publicano. A diferencia de Job, no recuerda sus buenas acciones, que algunas habría hecho en su vida. A diferencia del Libro de los muertos y algunos Salmos, no enumera malas acciones que no ha cometido. Al contrario, prescindiendo de los hechos concretos se fija en su actitud profunda y reconoce humildemente, mientras se golpea el pecho: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.  
En el AT hay dos casos famosos de confesión de la propia culpa: David y Ajab. David reconoce su pecado después del adulterio con Betsabé y de ordenar la muerte de su esposo, Urías. Ajab reconoce su pecado después del asesinato de Nabot. Pero en ambos casos se trata de pecados muy concretos, y también en ambos casos es preciso que intervenga un profeta (Natán o Elías) para que el rey advierta la maldad de sus acciones. El publicano de la parábola muestra una humildad mucho mayor. No dice: “he hecho algo malo”, no necesita que un profeta le abra los ojos; él mismo se reconoce pecador y necesitado de la misericordia divina.
Dios, un juez parcial e injusto
Al final de la parábola, Dios emite una sentencia desconcertante: el piadoso fariseo es condenado, mientras que el pecador es declarado inocente: Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. ¿Debemos decir, en contra del Catecismo, que “Dios premia a los malos y castiga a los buenos”? ¿O, más bien, debemos cambiar nuestros conceptos de buenos y malos, y nuestra imagen de Dios? 

Los curas villeros, convencidos de que “al padre Viroche lo mató la mafia que él denunció”


Jesús Bastante


Leonardo Boff: “Murió como consecuencia de su coherencia en defensa de los pobres y de su dignidad”.
Los restos del sacerdote, enterrados en una calle interna, en mitad del camino, y sin lápida
“A medida que pasan los días crecemos en la certeza de que al padre Viroche lo mató la mafia que él denunció y por la cual fue amenazado”. Los “curas villeros” de Buenos Aires lo tienen claro: Juan Viroche no se suicidó, sino que su muerte fue, cuando menos, inducida, por los mismos cuya “corrupción” denunciaba el religioso. ··· Ver noticia ···

¿Cambiar todo? ¡Ójala!

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


En un simposio sobre el Papa Pablo VI, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, (CEE), cardenal Blázquez, afirmó: “Francisco, como Pablo VI, sueña con una Iglesia misionera capaz de cambiar todo”. He oído con frecuencia estos días deseos parecidos, y presentar planes de pastoral tendientes a ello, a modificar de raíz el modo y estilo de vida de una ciudad o de una diócesis. Y no cabe la más mínima duda de que ese deseo, que parece a veces una pura ilusión, se entronca de lleno con la más auténtica tradición bíblica. Como la que conecta con la expresión, puesta en la boca de Dios, “Hago nuevas todas las cosas”. Pero en esta voluntad y proyecto de renovación, da cambio, de Reforma, veo yo un serio problema, y un óbice que, tal vez, de al traste con tanta buena voluntad y tan positivos deseos. Y ese obstáculo no se encuentra fuera, sino bien dentro de la Iglesia. Y si puedo ser, y quiero serlo, y lo voy a ser, sincero, en el propio departamento de dirección de la Iglesia: en su Jerarquía.

Ayer leí, y transcribí en mi blog de 21rs, uno de los artículos que más me ha impresionado y hecho pensar en los últimos diez o quince años. Su título ya era significativo e insinuante: “¿Tiene la Jerarquía misericordia del Pueblo de Dios?” (I) Después, a partir de las oraciones de la misa, va desgranando una lista de contradicciones entre lo que nos enseña Jesús en el Evangelio, y lo que nos hacen decir, pedir, y dirigirnos a Dios como a alguien de quien no supiéramos nada, un Dios “sordo, desatento, airado, cabreado, y reacio a considerar al ser humano como digno de tener en cuenta”. con fórmulas, como “escucha señor nuestras súplicas, ten en cuenta nuestra debilidad, no tengas en cuenta con ira nuestro pecado”, o, una de las cosas que más le irrita, y reconozco que hace tiempo yo estaba dando vueltas a esa consideración, ese afán de usar a los santos como intercesores, como que con su ayuda, intercesión, o influencia, adquiriremos más complacencia del Dios Todopoderoso. Y no podemos menos de afirmar que, en todas esas cosas, que otro día detallaré mejor, Jairo tiene toda la razón, y que eon tanto santo, tanta intercesión, y tanto gritar a Dios para que nos escuche, estamos dando la espalda al Dios padre de Jesús, que Éste describió, y enseñó a amar y a mirar con confianza, y a llamar Papá. Y hasta se pregunta en un arranque literario, ¿Habrán leído nuestros obispos esas página del Evangelio, o las habrán olvidado?, con esas u otras palabras parecidas.
Los cristianos, con la fuerza del Espíritu, podemos cambiar, realmente, el mundo. Es lo que hicieron los primeros cristianos con la tremenda y poderosa máquina socio-jurídico-económico-militar que constituía el Imperio Romano. Pero la situación actual es totalmente diferente, y terriblemente más difícil. En los primeros tiempos de la Iglesia sus miembros, con su vida y su Palabra, cambiaron a los de fuera. Hoy es fundamental conseguir un cambio de los de dentro, comenzando, justamente, por la Jerarquía. Es la tarea que se propuso el Concilio, que intenta seriamente relanzar el papa Francisco, y que tendremos que intentar hacer los cristianos si queremos provocar ese cambio que vemos tan necesario.
Y, según pensamos muchos, y de acuerdo con una atenta lectura, porque no hace falta más que eso, del Nuevo Testamento, (NT), a la Jerarquía actual de la Iglesia le cabrían dos tareas urgentes y decisivas: 1ª), si debería de existir; y 2ª), si continuase, de qué modo y con qué estilo.
1ª) La pregunta de si debería existir la Jerarquía no es ni frívola, ni necia, ni descabellada. De la lectura del NT no se deduce, de modo no evidente, que no, sino suficientemente claro, que la Jerarquía de la Iglesia fuese algo querido, recomendado, o, mucho menos, ordenado por Jesús, sino más bien todo lo contrario. No es de mucha lógica que el mismo que tanto denunció y acusó a los jefes religiosos de su tiempo, Sumos Sacerdotes, jefes de los fariseos, escribas, levitas, y todo el cuerpo de “importantes” del entorno religioso de su tiempo, y que previno a sus seguidores de la “levadura, es decir, de la hipocresía de los altos jerarcas religiosos”, hubiese insinuado, u organizado el grupo de sus seguidores, con una jerarquía disciplinada y férrea.
2ª), y de existir ese grupo dirigente en su visión delo Reino de Dios que preconizaba, no podría ser, con toda seguridad, un cuerpo de poder como el que conocemos. Fue el mismo Maestro el que afirmó: “los jefes de las naciones las tiranizan, y oprimen a sus pueblos. Con vosotros, no sea así, sino el que quiera ser el primero sea el último y el servidor de todos”. Ni siquiera san Pablo, que parece haber sido el que organizó las primeras comunidades, pudo nunca imaginar, o soñar en sus peores pesadillas, una Jerarquía como la que conocemos, con sus privilegios, su ascendencia y lejanía de la comunidad de hermanos, con sus vestimentas y protocolos principescos, y la estructura de autodefensa y seguridad con la que se ha rodeado en la normativa eclesiástica, formulada y expresada de muchos modos en la organización de la Iglesia, sobre todo en el cuerpo del Derecho Canónico, y la normativa que cada obispo organiza en su diócesis. Mientras este estado de cosas, tan visibles y escandalosas, por antievangélicas, no muden drásticamente en la Iglesia, es una quimera hablar de energía y posibilidad de cambio y de transformación del mundo desde la predicación evangélica y el testimonio vivo de la comunidad eclesial.

Que se vayan preparando los pensionistas


Juan Carlos Escudier

Mientras se mantiene artificialmente el suspense sobre la investidura de Rajoy, que se consumará a finales de este mes como está mandado, los espectadores de la opera bufa han olvidado que la representación tendrá un segundo acto dramático. Así, una vez que abandonen la escena los figurantes del PSOE que tan buenos momentos han hecho pasar al respetable, y caiga el telón sobre esa actriz andaluza que ha sido la encarnación misma de una de las hilanderas de Velázquez, de lo bien que ha cosido la criatura, llegará Mariano el de las rebajas con sus tijeras y se acabarán las risas. ··· Ver noticia ···

Cansancio vital


Pedro Serrano



Resultaría extraño que alguien, abrumado de días y fatigas y que haya perdido a sus seres más queridos y amigos y la mayor parte de su salud, deseara seguir viviendo a toda costa. Más sensato sería que, después de terminar el ciclo vital que la naturaleza ha establecido como razonable, prefiriera la paz a la lucha, la muerte a la vida o la nada al ser doliente y sufriente.
¿Quién querría para sí una vida longeva si esta estuviera sumida en el dolor, el tedio, la soledad, el agotamiento, la indiferencia o el hastío? Solo un necio preferiría prolongar esa agonía sin fin. Solo un loco desearía hacer eterno su cansancio vital. Por ello, aplaudo la iniciativa del Gobierno holandés de llevar al Parlamento la propuesta de regular la ayuda a morir de las personas mayores que consideren que ya han vivido lo suficiente.
Ninguna ley, divina o humana, debería atreverse a condenar a vivir o a morir a un ser humano. Solo las personas, en plenas facultades mentales y en un acto de suprema libertad individual, deberían tener derecho a decidir sobre el limite de su dolor y de su propia vida.