FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 20 de junio de 2018

Bodas de Diamante Sacerdotales de Don Carlos Saiz


- Por: Comunicación Salesianos Barakaldo


Gure On Carlosen Diamantezko Apaiz Ezteguak sendi giroan ospatu dugu, alaitasunez eta eskerrak emanez.


 
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Todos los años la Comunidad de Barakaldo celebra la Fiesta de la Familia en un ambiente festivo y entrañable.  Aprovechando dicha efeméride, se ha querido homenajear a Don Carlos en el sesenta aniversario de su ordenación sacerdotal. Para la ocasión sus hermanos, sobrinos y demás familiares se han trasladado desde Reus para expresarle su cariño y su aprecio. 

Presidió la Eucaristía Don Mikel Uriarte, Director de la Obra Salesiana de Barakaldo, destacando en su homilía su labor sacerdotal, su laboriosidad  su entrega responsable en todas las tareas que le han sido encomendadas en su larga trayectoria salesiana.  

Al final de la Eucaristía Don Carlos dirigió a todos los presentes unas palabras de agradecimiento a Dios, en primer lugar, a la Congregación Salesiana, a su familia, a la Comunidad y a todos los participantes en el acto.
Después de las fotografías de recuerdo, finalizaba la fiesta con un ágape fraterno en el comedor de la Comunidad.

¡Felicidades, Don Carlos! Zorionak!

A VECES LAS COSAS NO SALEN COMO QUIERES - Jeff Foster

HA MUERTO LA CRISTIANDAD


col velasquez

En el último tiempo la Iglesia ha sido remecida en toda su estructura jerárquica. En ello, la Iglesia chilena pareciera sintetizar todas sus bajas pasiones. Luego, es innegable que algo significativo está ocurriendo a la mirada del mundo entero.
Cuando pareciera que ya nada podría ser igual, se despliegan enormes energías humanas para viabilizar una crisis de grandes proporciones. Pero cuidado, hay que detenerse y contemplar los hechos para discernir qué hay en las profundidades de un caos impresionante, porque en la vorágine del proceso no es perceptible.
En esa perspectiva, cabe intentar búsquedas honestas, libres y desapasionadas, para encontrar respuestas ineludibles. En tal sentido, la presente reflexión es parte de una secuencia en cuatro etapas que busca ofrecer una mirada, con la pretensión ambiciosa de balbucear qué podría estar construyendo Dios en esta circunstancia histórica.
Orígenes de la cristiandad
Si bien la cristiandad refiere al conjunto de pueblos cristianos dispersos en la amplia geografía del planeta, existe una acepción que define una época en la historia, donde la fe cristiana se instala en la cultura con el apoyo del poder político, de manera que todo el ámbito social resulta cristianizado por la fuerza de la ley, incluyendo las costumbres y la educación.
Se trata de un largo ciclo de la historia, que abarca desde el s. IV d. C. hasta el año 1965, cuando concluye el Concilio Vaticano II.
Sus orígenes se remontan a la conversión al cristianismo de santa Helena Augusta - madre del emperador Constantino el Grande. Sin embargo, el hecho decisivo data del año 380 d.C., cuando el emperador Teodosio declara al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. Aquello queda consagrado en el código teodosiano, que concede a la dimensión trinitaria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la creencia imperial de los llamados “católicos cristianos”, siendo todos los demás declarados “herejes”.
Surge así un cristianismo amparado en el poder político, por coacción, y no en la convicción libre de la persona humana, con lo que la fe queda expuesta en el terreno de una contradicción fundamental.
Así, en el ocaso del Imperio Romano, el pueblo cristiano pasa de ser perseguido a perseguidor de otras creencias. Con ello se instala, desde la religión, ese germen de corrupción y violencia que tendrá variadas desviaciones a través de la historia, siendo la más compleja su configuración como un poder religioso.
Pese a ello, en ese largo ciclo de la historia de la cristiandad, ha habido también abundante virtud cristiana genuina, como una manifestación elocuente de la acción del Espíritu Santo que, en última instancia, demuestra que Dios no abandona a su pueblo.
Han debido transcurrir diecisiete siglos para superar un error histórico-teológico de gran magnitud. Sí, porque recién en el año 1965, el Concilio Vaticano II trajo a la Iglesia de vuelta a sus orígenes, superando esa auto-comprensión como societas perfecta. Con ello, la Iglesia retorna a esa dimensión servidora, que aún dista de ser realidad plena, precisamente por ese lastre histórico de la cristiandad, que ha sido su mayor tropiezo.
Debilitamiento de la cristiandad
Esta verdadera perversión del cristianismo ha resistido todos los embates de la historia, hasta las más virulentas y enconadas animadversiones. Ni la Reforma protestante, ni la Ilustración, ni la Revolución Francesa, ni los más recientes ataques del laicismo y del secularismo han podido derruir las bases de la cristiandad.
Aun así, no han faltado signos de debilidad, ni menos estertores de agonía. Tal vez, el más elocuente de ellos se dejó sentir con la muerte del Papa Juan Pablo II. En efecto, el 18 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger lo expresaba con singular nitidez, en la entrada al cónclave que lo elegiría papa. Ese día, en la homilía de la Misa Pro Eligiendo Pontífice, el cardenal Ratzinger decía:
¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta del fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.” 
Con esas palabras, Ratzinger reconocía la incapacidad de la Iglesia para guiar los destinos del mundo. Asumía, en la práctica, la ineficacia de la cristiandad para influir en la cultura y en la sociedad postmoderna; mientras esa falta de dinamismo y vitalidad la atribuía, más que a un fenómeno endógeno, a una causa externa, la “dictadura del relativismo”.
Y así, ya siendo papa, Benedicto XVI le dio a la cristiandad una renovada vitalidad, reanimando nostalgias y esperanzas, que terminaron por disiparse con su intempestiva renuncia.
Luego, con la llegada de Francisco, la cristiandad se benefició del carisma personal de Bergoglio, que le devolvió al papado esa autoridad universal que había perdido. Gestos, acciones y palabras le han dado contenido y coherencia al ícono de la cristiandad, la Iglesia de Roma; mientras las iglesias locales han acentuado ese abismo de incomprensión recíproca con la sociedad de cada pueblo a la que han sido llamadas a acompañar y servir.
Lo que no consiguió ninguna de aquellas fuerzas antagónicas a esa Iglesia desvirtuada, vino desde sus propias entrañas, nada menos que desde la misma jerarquía.
Así fue como la pederastia dañó severamente los fundamentos de la cristiandad. Pero lo que terminó por socavar su estructura, fue el encubrimiento y la complicidad que se fraguó desde la alta jerarquía, particularmente desde el episcopado. Con ello, la credibilidad y la confianza institucional quedó gravemente comprometida, privando a la Iglesia de esa condición esencial para llevar a cabo su misión evangelizadora.
Ocaso de la cristiandad
Se ha producido así un verdadero colapso institucional, que ha venido a configurar la muerte de la cristiandad.
Si bien, en cada continente y en diferentes latitudes, esa certeza es una realidad en desarrollo, es más evidente en la Iglesia chilena, donde se ha desencadenado con una nitidez impresionante. Pero no hay que confundirse, lo que en apariencia se presenta como un problema local, en la práctica tiene alcance universal.
Ya será tarea de otros identificar por qué Chile ha jugado tal protagonismo en este proceso de colapso institucional de la Iglesia jerárquica, ícono de la cristiandad. Sólo como esbozo, habría que señalar la conjunción de algunos factores muy particulares, como la rápida transformación cultural, el surgimiento de una gran masa de población ilustrada, un acelerado proceso de secularización, el apogeo de una sociedad de consumo e importantes fracturas sociales no resueltas, que han derivado en la conformación de una sociedad contestataria y renuente a cualquier manifestación de poder, donde la libertad, la transparencia y la equidad han llegado a ser paradigmáticas.
En ese contexto, la intervención de la Iglesia chilena tramada en Roma en la década de los 80, con el propósito de contrarrestar su parresía profética de los 70, imponiendo nombramientos episcopales ajenos a los intereses de la Iglesia local, fueron el sustrato que hizo de la Iglesia institucional una verdadera caldera de pasiones humanas que terminaron por estallar con la evidencia y el encubrimiento de crímenes abominables.
Entonces, es necesario caer en la cuenta que “ha muerto la cristiandad”, porque sin esta convicción nada del oscuro presente será provechoso, sino será el anecdotario de una sórdida crónica roja, el epílogo de una fatalidad largamente temida.
Se abre así un nuevo capítulo de la historia de la Iglesia, la era de la post cristiandad. En este nuevo ciclo de la historia habrá que esperar un largo proceso de transición, donde las expectativas de grandes cambios podrían ser defraudadas. Luego, con más mesura, y no menos esperanza, porque algo bueno y necesario está pasando, será necesario responder a una cuestión fundamental, cual es: ¿Cómo ser Iglesia en la post-cristiandad?

NOSTALGIAS CATÓLICAS ACTUALES


col delgado delrio

Desde hace siglos -otra cosa es que algunos no han querido enterarse-, era un hecho constatado la manifiesta decadencia y retroceso progresivo del papel que desempeñaban de hecho los sistemas religiosos, las Iglesias oficiales y, en definitiva, la religión.
Las diferentes Iglesias y tendencias cristianas que tan intensamente habían intervenido en la visión occidental de la identidad humana y de su función en el mundo, fueron, de modo gradual, "perdiendo el control sobre la sensibilidad y la existencia cotidiana" (Steiner). En el fondo, "el núcleo religioso del individuo y la comunidad degeneró en convención social (...). Para la gran mayoría de hombres y mujeres pensantes -incluso allí donde la asistencia a la Iglesia continuaba-, las fuentes vitales de la teología, de una convicción doctrinal sistemática y transcendental, se habían agotado" (Ibidem).
Al menos esto era así en una visión generalizada de la sociedad occidental. En esa dirección, marcharon durante mucho tiempo las preocupaciones e inquietudes humanas. Con diferente intensidad -es cierto- en lugares distintos, pero indudable. Se produciría un gran vacío como consecuencia de la erosión de la teología, que pretendió sustituirse con nuevas energías y visiones de la realidad.
En ese marco general de cierta descomposición de la doctrina cristiana, surgió lo inevitable: la reforma luterana. El Primado romano no supo aceptar la verdad de muchos de los certeros ataques de que fue objeto y reaccionó con una enemistad (anatema excluyente) sin parangón. Toda la Iglesia entró en shock ultradefensivo y estéril. Se consolidó la división religiosa. Se bloqueó todo intento de reforma sensata y se inutilizó para una presencia efectiva en el mundo moderno y, por tanto, en los grandes cambios y transformaciones, que iban a producirse hasta nuestros días.
Es más, también se ha de reconocer que el intento de llenar el vacío existente mediante nuevas energías sustitutorias ('mitologías') fracasó igualmente y no han sido otra cosa que ilusiones. Así lo ha interpretado Steiner: "La promesa marxista ha fracasado cruelmente. El programa de liberación freudiana se ha cumplido sólo muy parcialmente. El pronóstico de Lévi-Strauss es de irónico castigo". Tales mitologías religiosas se han mostrado y llegado a nosotros -utilizando el veredicto de Steiner para el marxismo- como "una de esas grandes iglesias vacías". Sin embargo, el problema de fondo subsistió: el hambre de lo absoluto del ser humano.
Hubo, sin embargo, una muy limitada oportunidad con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. Pero, se malogró. Siguieron muy activas ciertas fuerzas internas, empeñadas en neutralizar sus efectos reformadores (airear las estancias) a fin de 'relativizar' y 'aguar' el impulso conciliar. A fuer de objetivo, he de reconocer que tuvieron pleno éxito. La política restauracionista de los últimos papas legó al Cardenal bonaerense una Iglesia muy gravemente enferma. Precisamente, en base a este diagnóstico, se explica el encargo que se le hizo: aplicarle una 'terapia causal', como había recetado Hans Küng. Esto es, ir a las verdaderas causas de la enfermedad, combatir los procesos patógenos y, en caso necesario, extirpar ciertos abscesos. Había que cambiar el rumbo. No se podía seguir en la misma dinámica.
Diagnosis de ciertos rumbos
Ahora bien, no conviene engañarse. La realidad es muy tozuda. Ciertas cosas ya no volverán. La descristianización de la sociedad es realidad palpable en todo Occidente. Las Iglesias están vacías. Los católicos no rigen su vida temporal de acuerdo con su fe y apenas están presentes en las decisiones sociales y políticas.
Tal descristianización también se aprecia en otros países en la medida en que acceden a un cierto desarrollo económico. Estamos ya en un contexto post secular en el que prima el pluralismo en todos los ámbitos y una civilizada laicidad. No hay que darle vueltas ni hacerse la ilusión de 'volver atrás'. Los tiempos pasados que tanto añoran algunos no volverán. Tales "nostalgias" son, como ha subrayado el cardenal Angelo Scola, meros "sueños abstractos".
¡Sabía reflexión! Ya no tienen sentido muchos anhelos y aspiraciones de tantos fundamentalismos e integrismos. Son pasado. ¿Por qué no se acepta esta realidad con todas las consecuencias que conlleva?
Tampoco la Iglesia, en mi opinión, podrá imponer a la sociedad su visión sobre el hombre, el mundo y las relaciones humanas. En todo caso, no en el modo en que parece percibirse cuando uno escucha voces y propuestas de cierta Jerarquía y/o de creadores de opinión pública, supuestamente en sintonía con Francisco. El estado actual democrático y de derecho -no se debe de olvidar- es muy plural y, por tanto, es laico. En esta línea, se puede aspirar (difícil empeño) a concertar con el poder político una cierta recomposición y redimensión de las actuales relaciones mutuas. Esto es, se puede buscar el activar (dentro del marco legal) un mayor compromiso político del católico, una efectiva cooperación en orden a proponer (oferta) junto con otras fuerzas concurrentes ideas y acciones concretas al servicio de la dignidad del hombre, Pero -no nos equivoquemos- el Estado no es teocrático: no se rige por el Evangelio. Con el noble afán de influir en la sociedad del momento, tan descristianizada, se corre el riesgo de hacerlo -en nombre de Francisco- en los mismos términos que ciertos integrismos.
En la vigente situación de postsecularismo, en efecto, me parece que la respuesta de la Iglesia (al anhelo de absoluto del hombre) debería orientarse prioritariamente a "dar testimonio" del mensaje cristiano (Cardenal Scola)., esto es, a sembrar. Francisco ha insistido proféticamente en ello desde el primer momento de su pontificado. El Cardenal Tobin lo ha expresado de modo inequívoco: "El reto más grande al que la Iglesia se enfrenta hoy es el abismo entre la fe y la vida". También en la misma dirección se puede aludir al reciente libro (Sólo el Evangelio es revolucionario) del Cardenal Maradiaga y a las reflexiones (RD) de José Antonio Pagola: "su tarea es sembrar, no cosechar" o "Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días".
Entiendo que abrazar este último rumbo (el del testimonio) es complicado. Obliga a mucho en el modo de vivir la vida. Es más fácil decir a los demás (sermonear) qué han de hacer o qué se ha de reformar. Se suelta y punto. Lo difícil es cambiar la vida personal (conversión) en coherencia con la fe que decimos profesar. Esta es la verdadera reforma pendiente.
Sólo cuando los cristianos seamos capaces de volver a lo esencial (testimonio de vida), seremos creíbles y fiables (respetados) en el mundo. A partir de aquí, gozaremos de autoridad para concurrir en la sociedad con nuestra visión del hombre, del mundo y de las relaciones humanas en todos sus ámbitos. Eso sí, siempre en forma de propuesta y oferta.

MI ENCUENTRO CON GUSTAVO GUTIÉRREZ (1)


guti tamayo

14 de Junio de 2018
Durante mi reciente viaje a Lima tuve el privilegio de reunirme con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación, en la Casa Residencia de San José, del barrio Pueblo Libre, donde me encontraba hospedado. Allí mantuvimos un prolongado y amical diálogo en el que compartimos ideas y experiencias comunes de nuestro largo itinerario teológico y pude comprobar su gran lucidez y extrema cordialidad. Le felicité por sus 90 años que iba a cumplir el 6 de junio y le mostré mi pesar por no poder acompañarle en efemérides tan memorable, ya que tenía que viajar a otros países. 
Le conté que mi itinerario teológico comenzó a principios de la década de los setenta del siglo pasado con la lectura de su libro Teología de la liberación. Perspectivas (Sígueme, Salamanca, 1972), que me ayudó a pasar del paradigma de la teología moderna, en el que estaba instalado, al paradigma de la teología de la liberación, que vengo cultivando desde entonces. 
El libro de Gustavo ejerció una influencia decisiva en la orientación liberadora de mi tesis doctoral sobre “Historia, teología y pedagogía de la  JOC española”, defendida el 6 de junio de 1976 en el Instituto Superior de Pastoral, de la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue dirigida por nuestro amigo común y mi maestro el teólogo y pastoralista Casiano Floristán (1926-2006), de quien Gustavo me hizo un elogioso reconocimiento personal e intelectual. 
Casiano y Gustavo eran amigos entrañables desde la época del Concilio Vaticano II y  compartieron numerosos encuentros teológico-pastorales, amén de las reuniones anuales en la Revista Internacional de Teología Concilium durante las dos décadas en las que formaron parte del Consejo de Dirección, junto con otros colegas como Hans Küng, Johan Baptist Metz, Jürgen Moltmann, Karl Rahner, Aloysius Pieris, Edward Schillebeeckx, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Mary Mananzan, Leonardo Boff, Marie-Dominique Chenu, Christian Duquoc… Varios fueron también los encuentros que yo compartí con ellos en la casa de Casiano en Madrid.
Hablamos extensamente sobre la II Conferencia General del Episcopado Latino-Americano celebrada en Medellín (Colombia) en 1968, que supuso un cambio de paradigma en América Latina: de la Iglesia con restos coloniales al cristianismo liberador. Gustavo fue uno de los teólogos asistentes a dicha Conferencia con una participación muy activa en la elaboración de algunos documentos como el de la POBREZA. Me habló del clima de libertad que se vivió en Medellín, como había sucedido unos años antes durante el Concilio Vaticano II (1962-1965). El Vaticano dio enseguida el visto bueno a los documentos, que al día siguiente de su aprobación se publicaron íntegros en un medio de comunicación colombiano.  
Este año se conmemora el cincuenta aniversario de tan significativa efemérides y se celebrarán numerosos eventos en los que recordaremos el cambio de era eclesial que supuso con repercusiones políticas, culturales, económicas, sociales y religiosas beneficiosas de largo alcance. Haremos memoria de algunos de sus principales aportes: la entrada del cristianismo latinoamericano en la mayoría de edad, un nuevo magisterio no dogmático, sino pastoral y social, la opción por los pobres, la crítica del colonialismo en su doble modalidad: el neocolonialismo y el colonialismo interno, etc. 
Destacaremos el cambio en la estructura eclesial que supuso la apuesta por las comunidades eclesiales de base consideradas “célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización” y “factor primordial de promoción humana y desarrollo”. “La vivencia de la comunión a la que ha sido llamado debe encontrarla el cristiano en su ‘comunidad de base’, es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros” (Pastoral de Conjunto, n. 10). 
La acción pastoral propuesta por Medellín se orientaba al fomento de dichas comunidades: “El esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en ‘familia de Dios’, comenzando por hacerse presentes en ella como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad” (Pastoral de Conjunto, n. 10).
Medellín intentó responder a los desafíos que se le planteaban en ese momento al cristianismo latinoamericano. Y lo hizo con acierto y valentía, tras un riguroso análisis de la realidad en la ponencia “Los signos de los tiempos en América Latina”, expuesta por el obispo panameño Marcos G. McGrath.  
Hoy no podemos volver la vista atrás con añoranza ni quedarnos en la foto fija de hace cincuenta años. Tenemos que analizar los nuevos desafíos a los que debe responder el cristianismo liberador en América Latina y en el mundo global y mirar al futuro. Ese será el principal objetivo de los encuentros en torno a Medellín: tomar impulso de aquella creativa Conferencia para seguir adelante en los nuevos escenarios sociopolíticos, culturales y religiosos.
[En el próximo artículo continuaré el relato de mi encuentro con Gustavo Gutiérrez] 
Foto: Gutiérrez y Tamayo, dos generaciones de la teología de la liberación. 
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus libros más recientes son: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017) y ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, Madrid, 2018).

JUAN BAUTISTA: ENTRE LA ENTOMOFAGIA Y LA DANZA


col aleixandre art
Qué ajeno estaba Juan Bautista cuando vivía en el desierto de Judea y bautizaba junto al Jordán después, de que con su dieta de langostas y miel silvestre (¿saltamontes aromatizados a la jalea real?), se estaba adelantando a la creciente moda de entomofagia (comer insectos), eso que ha sido por mucho tiempo algo “típico de otras culturas” y que algunos miraban con curiosidad y otros con cierto asco.
Pero no es la sobriedad alimenticia de Juan lo que hace atrayente su figura sino sus brincos de alegría en el vientre de su madre, dato de su etapa fetal que dice tanto de su personalidad como el de su actividad de bautizador.
Hay una frase del Maestro Eckart con la que presiento hubiera estado muy de acuerdo Juan de haberla conocido: "Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor y ese amor da origen a las personas de la Trinidad de las cuales una es el Espíritu Santo". Asociamos con total naturalidad al comportamiento eclesial lo serio, lo grave, lo solemne y lo circunspecto y se nos llena la boca (bueno, a quien se le llene) con los términos "sacrosanto", "sagrado", "digno" y "venerable" como si se diera por descontado que todo eso le es más agradable a Dios que la alegría, la jovialidad, la frescura, la risa y el humor. Y sin embargo, de alguien tan respetable en la tradición cristiana como Juan, lo primero que sabemos es que hacía algo tan gozoso, libre y espontáneo como bailar en el poco espacio que tenía disponible en aquel momento.
¿No podríamos deducir que era "Precursor" de Jesús también en esto? ¿No estaba abriendo el espacio para que irrumpiera por los caminos de Galilea la ráfaga de su libertad, su alegría de vivir en la presencia de su Padre, su capacidad de demostrar ternura, de hacerse amigos, de disfrutar comiendo y bebiendo en compañía?
Su llegada divide en dos la historia de la humanidad y, dentro de ella, la de Israel. Juan Bautista pertenece a la primera etapa, simbolizada en el tiempo anterior a la entrada en la tierra prometida. Ahora, la presencia de Jesús y el anuncio de su Reino se han convertido en la verdadera tierra prometida y todo aquel que lo acoja, es más grande que el Bautista porque se le ha concedido (se nos ha concedido...) vivir ya el tiempo del cumplimiento de las promesas.
La vida de Juan solo tuvo un sentido: ir delante de él preparándole el camino. ¿No somos también nosotros un pequeño “Juan Bautista”, encargado de allanar caminos para que otros puedan conocer a Jesús?

EL MAYOR DE LOS NACIDOS DE MUJER

FE ADULTA
col fraymarcos
Lc 1, 57-80
Simplemente la fecha escogida para celebrar el nacimiento de Juan Bautista es toda una manifestación de grandeza. Para Jesús se eligió el solsticio de invierno el 25 de Diciembre, (“conviene que él crezca...”) Para Juan el solsticio de verano el 24 de Junio (“...Y que yo disminuya”). Son las dos fechas más significativas del año astronómico. Con ello se garantiza la importancia de ambas figuras. En ambos casos, se pretendió sustituir fiestas paganas por cristianas. En las iglesias de toda España podremos comprobar que la figura de Juan es la más repetida, después de la de Jesús y María.
No es fácil hacerse una idea de lo que pudo significar la figura de Juan para Jesús, y tampoco tenemos elementos suficientes para valorar lo que significó para las primeras comunidades cristianas. Todo es confuso en lo referente a este personaje, porque a la vez que se hacen elogios increíbles, se pone mucho cuidado en no ponerlo por delante de Jesús. Naturalmente no podemos considerar históricos los relatos del nacimiento que nos proponen los evangelios. De todas formas, son muy interesantes las diferencias con los relatos sobre Jesús. Ahí podemos descubrir que se trata de relatos teológicos.
Hacía por lo menos trescientos años que no aparecía un profeta en Israel, por eso todos los evangelistas resaltan su importancia. Para los primeros cristianos no tuvo que ser fácil aceptar la influencia de Juan en la trayectoria de Jesús, sobre todo desde que se aceptó el carácter divino de su mesianismo. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado manifiesta que Jesús se sintió atraído e impresionado por su figura y su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. Relatos extrabíblicos lo confirman. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso.
La importancia de Juan no disminuye por el hecho de que el mensaje de Jesús se aparta en gran medida del suyo. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio: su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir", pero, con toda seguridad, se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.
Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor, lo que tiene que llevarnos hacia Él. Muchas veces me he preguntado, y me sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la  predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a la gente sometida?
Hay un aspecto de sus doctrinas en la que sí coinciden. Ambos critican duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán sin compromiso personal alguno. Es curioso que los cristianos hayamos mantenido esa manera de pensar, después de las críticas de Juan y de Jesús. Tanto Juan como Jesús dejan muy claro que el comporta­miento personal es el único medio para alcanzar la verdadera salvación. Por eso coinciden también los dos en la crítica del ritualismo cultual.
Juan era hijo de sacerdote, pero no se presentó como tal ante el pueblo. Por el contrario se alejó del ámbito del templo y bautizaba lejos de la influencia de las instituciones religiosas de su tiempo. Arremetió contra todo lo que oliera a privilegios de castas o poderes establecidos y predicó y vivió la libertad de ser él mismo. Jesús pudo aprender de él que lo que se cocía en el templo no podía estar de acuerdo con la voluntad de Dios, por más que se cumpliera la Ley meticulosamente.
La figura del profeta fue clave en el AT. De hecho a los escritos bíblicos se les llamó “la Ley y los profetas”. Claro que el concepto de profeta del AT, nada tiene que ver con lo que entendemos hoy por profeta, aunque se está recuperando su verdadera imagen. Su primera tarea era de denuncia. Y no de falta de piedad o religiosidad, sino de falta de justicia. Esto es muy importante porque sin esta perspectiva la figura del profeta queda descafeinada. Pero resulta que la injusticia, la opresión, el sometimiento del otro, vienen siempre de parte de los poderosos, que tienen también capacidad para tomar represalias contra el que les incomoda.
Para mí, la principal característica de la figura del profeta, de antes y de ahora, es que no actúa en nombre propio. Tiene la conciencia clara de ser un enviado, que tiene la obligación de ser fiel a quien le envía. Es el caso de Juan, enviado y precursor al mismo tiempo. Esto le coloca en un plano inmejorable para hablar con humildad pero también con total libertad ante cualquier clase de coacción. En última instancia, esa valentía a la hora de denunciar la injusticia le costó la vida, como a todos los verdaderos profetas.
Hoy más que nunca, necesitamos profetas que sean capaces de criticar los abusos de los poderosos de todo pelaje, y nos aclaren el camino por el que tenemos que transitar para alcanzar plenitud humana. Al ser humano se le ofrecen hoy infinidad de caminos por los que puede desarrollar su existencia. ¿Cuál será el que le lleve a la verdadera salvación? Precisamente porque las ofertas engañosas son más variadas y mucho más atrayentes que nunca, es más difícil acertar con el camino adecuado. La orientación de una persona libre e independiente de intereses bastados es más necesaria que nunca. Todos tenemos la obligación de ser un poco profetas, sobre todo viviendo.
Ni hoy ni nunca, puede el ser humano planificar, de una vez por todas, su salvación trazando un camino claro y directo que le lleve a su plenitud. Su capacidad de conocer es limitada, por eso solo tanteando puede descubrir lo que es bueno para él. También en el orden espiritual tenemos que aumentar el conocimiento. La idea de que la revelación está ya terminada, va en contra de la misma naturaleza del ser humano. Jesús dijo: “hay muchas cosas que no podéis cargar con ellas por ahora, el Espíritu os irá llevando hasta la plenitud de la verdad”. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando.

Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada afirmar teóricamente una determinada escala de valores y después desplegar en nuestra vida la opuesta. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Hace ya algún tiempo, un ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de África, decía muy serio: Es que para los musulmanes, la religión es una forma de vida. Qué pena que se dé por supuesto que para los cristianos no es así.

CREER ES CONFIAR EN UNO MISMO PORQUE DIOS ESTÁ EN MÍ

FE ADULTA
col fraymarcos
Mc 4, 35-40
Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Mc varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros llamados de naturaleza son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Son todo simbolismo.
La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que manejamos hoy es muy reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.
Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso les llevó a la tierra prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito Judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.
La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.
Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía... Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación post-pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en él.
¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen nos indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además, en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica, equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles, nunca son malos.  
¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia palpable. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que, en la Biblia, la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar, ni en Dios ni en él.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Mc ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubri­miento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús.
A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias.
Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job todo lo que le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no le veamos actuar. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado por nosotros.
No son las acciones espectaculares de Dios, las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me  sentiré seguro.

Meditación

¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo
si en tu vida no reflejas la suya.
Lo importante no es encontrar respuestas
sino vivir la Vida verdadera.
Lo que es Jesús es lo que tú también eres.
Jesús ha desplegado todas sus posibilidades.
Tú tienes esa tarea aún por hacer.