Enviado a la página web de Redes Cristianas
(He escrito ayer y hoy esos
dos artículos, que en el fondo son uno, que os mando. Os ruego lo
publiquéis, o bien separados, o juntos, como mejor os parezca. Se trata
de una reflexión sobre la grosera tentativa de corregir al Papa
por parte del prefecto de la Congregación de la Fe, monseñor Müller, en
lo referente a las separaciones matrimoniales, los divorcios, y el
status posterior).
Manifiesta el prefecto de la “Sagrada
Congregación de la doctrina de la Fe”, monseñor Müller, “que no es
posible dar sacramentos a los divorciados vueltos a casar”. Y lo dice, y
se queda tan ancho. No podía haber sido más inoportuno, cuando en todos los oídos de los católicos suena todavía la dulce y tranquilizadora voz del Papa afirmando que “hay que
revisar todo el procedimiento de las separaciones matrimoniales, y de
los divorcios”. Pero aun estando de acuerdo con lo de la falta de
oportunidad, si es que mis lectores lo están, no me parece lo más grave
del posicionamiento del prefecto del ex Santo Oficio.
Veo dos cosas más serias, de más largo y hondo alcance, y necesarias de más y mejor atención. Lo que voy a escribir tal vez
pueda extrañar, de modo negativo, a alguno, pero me arriesgaré a
intentar explicar muy claramente mi opinión. Lo haré con orden:
A. El prefecto de la Congregación de la fe es lo que dice el título,
no menos, pero no más. No todo lo que afecta al vivir del cristiano
afecta directamente a la fe. Por ejemplo, el color de los calcetines. El
ejemplo puede parecer una banalidad, pero no lo es. La presencia de
Jesús en la eucaristía concierne a la fe. Quienes pueden, o no,
comulgar, no es asunto de fe. Es, simplemente, de praxis. Así que no
concierne, para nada, a la autoridad del prefecto de esa Congregación. Y
si concerniese, lo sería por un tema que ni sospecha monseñor Müller, y
que, paradójicamente, aunque esto no lo entiendan, o así lo parezca, y
si lo entienden no le hacen caso, es el principal motivo y fuente de la
fe: la palabra de Jesús. El Señor, en la última Cena, no permitió, o
tuvo la deferencia de invitar a unos “indignos” a su mesa, sino que los
conminó, los mandó. Y para ello usó tres imperativos inequívocos: “tomad
y comed”, “tomad y bebed”, y “haced esto en memoria mía”. Se trata,
pues, de tres órdenes, reducibles a una: haced lo que os dejo como
realidad de mi presencia, y, además, os mando hacer. Lo que mandó el
Señor no lo prohíba el prefecto de la Congregación de la fe, que no de
la praxis en la Iglesia. (¡Menos mal!).
B. La falta de sólida argumentación del prefecto de la Fe. Para el
que quiera entender mejor la incomprensible actitud de monseñor Müller,
recomiendo la lectura del artículo de Pablo Ordaz en el diario “El País”
de hoy, con el título “El guardián de la Fe enmienda al Papa por su
guiño a los divorciados”. Lo de enmienda no es exageración, a la luz de
las siguientes expresiones: “Si el matrimonio precedente de unos fieles
divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su
nueva unión puede considerarse conforme al derecho; por tanto, por
motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos”. Así que
si el Papa quiere, de verdad, y parece que sí, abrir los desencuentros
matrimoniales a la realidad actual de la altura de miras de la
comprensión de la Iglesia, no lo va a tener fácil. Pero es que el
cancerbero de la Fe, o bien, falso propietario de la misma por
apropiación indebida, ofrece una serie de impropios, pobres e
inconsistentes argumentos bíblicos, que nos permiten, a mí por lo menos
me lo permite, deducir que para ser prefecto de la sacrosanta
Congregación para la defensa de la Fe, no es necesaria, sino más bien
perjudicial, una buena, aseada y cabal preparación bíblica. Porque las
consideraciones sobre la Misericordia y la concesión de perdón del Señor
en los Evangelios, que hace monseñor Müller, son tan baladís, que esas
graves y fundamentales cuestiones quedan reducidas a una verdadera
caricatura. En verdad, no puedo creer tal falta de consistencia y de
categoría profesional en puesto tan elevado de la curia Vaticana. Además
de que no se entiende tan burdo desliz en un colaborador del Papa que
todavía no ha sido refrendado en su puesto. (¿O tal vez se trate de una
refinada estrategia para que lo manden a otro lugar más apacible y
deseado).
(Pero como el asunto es complejo y largo, prometo seguir con él mañana, o un día de éstos).
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
¡Estos colaboradores del Papa! (II)
Hay, todavía, otra cosa importantísima que decir. Yo lo repito mucho,
pero es que durante siglos los fieles han ido percibiendo exactamente
lo contrario de lo que voy a decir. Así que no me canso de repetirlo. El
enunciado es simple, pero su desarrollo bastante complejo. Diría así:
“El evangelio no es una moral particular de un grupo”. Así que, en mi
opinión, expresiones como “moral cristiana”, o todavía peor “moral
católica”, exigencias morales de la Iglesia, “ética cristiana”, etc.,
están fuera de lugar.
Pienso que se dicen, y se dejan correr, por una sencilla confusión:
todo lo que hace referencia al comportamiento, o en el se encarna,
llevaría el marchamo bastante evidente, y explícito, para los que
padecen ¡esa confusión de la moral. Pero existe un buen número de
asuntos que intervienen en el desarrollo del comportamiento humano y que
no pertenecen, técnicamente hablando, al mundo de la moral o de la
ética, sino de la sociología, de la psicología, de la religión de la
Revelación. Con esto quiero afirmar, insistiendo en ello, que la Moral, o
la Ética, es, o son, disciplinas del horizonte filosófico, por tanto
que competen a todos los seres pensantes, a todos los humanos. Por eso
me gustaría precisar cono mi reiterativo método escolástico:
1) La moral, en su etimología romana, que parece la más
práctica y fácil, viene de la palabra-concepto “mores”, en plural, que
significa costumbres. Eso quiere decir que no se nace con esa colección
de normas y modelos de comportamientos, sino que se aprenden. Ya decía
el viejo y sabio Aristóteles que la razón es, al nacer, “tanquam tabula
rasa” (como una tabla lisa, vacía, pero él lo decía en griego, que
supongo era más exacto todavía). Así que como todos los pueblos tienen
costumbres, y éstas son diferentes en cada uno de ellos, y en diferentes
tiempos, de esta constatación se deriva el segundo punto a precisar en
nuestra reflexión.
2) Por lo que acabamos de afirmar, la moral es,
necesariamente, relativa, porque depende de la cultura de cada pueblo, y
de su desarrollo temporal. Siendo como es patrimonio de todo ser
humano, tiene mecanismos que son comunes a todos ellos, independientes
de las circunstancias de lugar y tiempo, pero cuyos contenidos son
diferentes. Pongamos un sencillo ejemplo: para un yanomani andar desnudo
no atenta contra la moral, porque ese comportamiento lo contempla el
desarrollo ético de su pueblo hasta un cierto momento. Pero ese
comportamiento en otro pueblo, lugar o tiempo, no es que sea inmoral,
sino que puede ser, perfectamente, delictivo.
3) Nos vamos acercando al centro de nuestra reflexión: esto
que estoy proponiendo sirve para todos los aspectos del comportamiento
humano, también para el matrimonio, las separaciones matrimoniales, el
status posterior a las mismas, etc. No pertenecen al acervo preceptivo
de un grupo, católico, por ejemplo, sino que se diferenciarán por el
relativismo que hemos concedido a la moral: dependerá del lugar, del
pueblo y su cultura, de la época, etc.
4) Entonces, ¿por qué el prefecto de la Congregación de la
Fe se atreve a afirmar apodícticamente que los divorciados, y vueltos a
casar, pecan porque cometen adulterio, y, por lo tanto, no pueden
comulgar? Pues porque equipara la invitación de Jesús a enfrentar el
amor y el compromiso matrimonial de otro modo, voluntariamente en total
libertad, y que se acepta o no como una Revelación del Señor, lo
equipara, digo, a una normativa moral, cosa que, de ningún modo es. La
moral se impone a la conciencia, con más o menos fuerza, (con toda la
fuerza teutona para Kant), pero las palabras de la Escritura se aceptan
libremente, y al modelo de Matrimonio aceptado y vivido en la Iglesia
primitiva, se adhieren las personas que creen en el Señor Resucitado. Es
así de sencillo y definitivo: todos los hombres estamos, o debemos
estar, atentos a la moral manifestada en nuestra conciencia. Solo los
creyentes en Cristo siguen, libremente, la Palabra de Jesús, no la moral
del Maestro de Nazaret, que, como hemos visto, no tiene ningún sistema
moral propio. No llamemos moral a las consecuencias de la aceptación de
una Revelación concreta.