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domingo, 22 de julio de 2012

Historia del Dios transparente

  (ATRIO)

Al leer la Historia del rey transparente de Rosa Montero (ver sinopsis y un extracto como adelanto en lapágina web de la autora) me llamó la atención el adjetivo “transparente” y se me ocurrió –quizás por deformación profesional- que es la cualidad de Dios que lo oculta a los sabios y prudentes, y lo revela a los humildes.
Desde este punto de vista podríamos escribir la Historia del Dios transparente. Para Rosa Montero la Historia del rey transparente es un pretexto para transmitir la fuerza del brote renacentista de libertad (los cátaros) y de feminismo (Corte de amor) que fue reprimido por el papismo. Para mi sería una ocasión para ver la Historia del Dios transparente en la Historia de la humanidad.
Dios es transparente, por eso no lo vemos aunque está presente en todo lo que vemos y palpamos. Ya lo dijo Jesús, el mejor trovador de esta Historia: algunos viéndolo no lo ven, y oyéndolo no lo oyen.
Nuestra Historia tendría sus semejanza y sus diferencias con la del Rey transparente. La diferencia está en que en el libro de Rosa Montero siempre le ocurre una desgracia al trovador que comienza a contar esa Historia. Eso no me asusta porque la “Historia del Dios transparente” sería un desbordamiento de plenitud y de paz; aunque no niego que falsos trovadores, al tergiversar su Historia, han provocado enormes desgracias.
La semejanza entre esas dos Historias sería que nadie llega a concluirlas. Dios resulta tan transparente que no logramos palparlo con nuestros conceptos. Nos fascina el interés de esa Historia, pero siempre se nos quedará a medias. Sólo vemos a Dios ocasionalmente cuando se materializa -cuando se encarna- en alguien que nos muestra su imagen y semejanza.
¿En quiénes visualizamos la imagen del Dios transparente? En los que tienen hambre y sed, en los inmigrantes, en los encarcelados, en los leprosos, en los crucificados. Lo que hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis.
En la Historia Medieval que sintetiza Rosa Montero, nos resulta difícil ver al Dios transparente en el fraile que aconseja a la Duquesa en su castillo; o en la Dama Blanca que se convierte en la Dama Negra por la crueldad y “la tristeza que  le viene de sus demonios interiores”. Menos aún en los frailes que predican la cruzada contra los cátaros y condenan a la hoguera a los que no abjuran de su fe.
Vemos al Dios transparente en Guy, el gigantón inocente que se suma a la Cruzada de los Niños y termina vendido a un circo como un número de feria. Lo vemos en León, el herrero “endemoniado” (epiléptico) que salva a Leola de la emboscada, a Alina de su mal de ojo, y a Filippo “el juguete, el animal salvaje, el pobre bruto” propiedad del conde de Guîmes. Lo vemos en Violante “pequeña, deforme y alegre” y en su madre que, en vez de huir, espera la llegada de los cruzados porque “prefiero morir por mi fe  y dar testimonio en el martirio”. Lo vemos  en los 225 cátaros, sacrificados en la hoguera en el castillo Montségur, como lo vemos en Jesús crucificado.
La gran Historia del Dios transparente no coincidiría con la historia del papado, ni de la Iglesia, ni de las religiones; sería mucho más amplia que todas ellas y recorrería el revés de la trama de la Historia universal. Ni siquiera comenzaría con Adán y Eva, ni con unos neanderthales enterrando un cadáver bajo sus pinturas rupestres.
Empezaría quizás con el bosón de Higgs, pasaría por la amebas, por el sol y la lluvia, por el grano de mostaza, por los lirios del campo, por las aves del cielo. Pasaría por los tótem sagrados, por la Pachamama, por Confucio, Buda, Abraham, Melquisedec; por el centurión romano, la mujer sirofenicia, el endemoniado de Gerasa; por Mahoma, por Ibn-Arabi, por Auschwitz, por Hiroshima, por Gaza, por las fabelas y  las Villas Miseria argentinas, y por los millones de sepultados en el olvido.
Nos ha costado verlo, pero Dios ha estado siempre, y está ahora, en los marginados. Si no lo vemos es porque es transparente y sólo es visible para los limpios de corazón porque, está dicho, ellos verán a Dios.