AFRICA
miércoles, 15 de junio de 2022
Miles de masáis huyen tras la brutal represión policial
Francisco: “El Concilio que más recuerdan algunos pastores es el de Trento. Y no lo digo en broma”
El coste de la guerra de Ucrania se deja sentir en África y el Sur Global
Ramzy Baroud
Bolaños: “Francisco es un hombre bueno, su Papado está acercando la Iglesia católica al pueblo”
Jesús Bastante
Instituciones cristianas exigen al Gobierno una reforma “más ambiciosa” del Reglamento de Extranjería
Super-ricos a costa del sufrimiento de la mayoría
Redes Cristianas
La amistad con Dios
José Carlos Enríquez Díaz
La acreditación de los sacerdotes mayas en Guatemala
Itzamná Ollantay
Celibato, mujer, ministerio eclesial
Estados Unidos se desangra
Amy Goodman – Denis Moynihan
¿Puede Bolsonaro dar un golpe de Estado en Brasil?
Gabriel Casoni
El Papa, la sinodalidad y la eclesiogénesis
LEONARDO BOFF
Como puede verse, es una sociedad de desiguales: por una parte el clero con el poder y con la palabra y por la otra parte los laicos, sin poder y sin palabra. Así lo dijo explícitamente el Papa Gregorio XVI (1831-1846): «Nadie puede ignorar que la Iglesia es una sociedad desigual, en la cual Dios destinó a unos para ser gobernados y a otros para gobernar. Estos son los clérigos, aquellos son los laicos». Pío X (1903-1914) fue todavía más explícito: «Solo el colegio de los pastores tiene el derecho de dirigir y gobernar. La masa no tiene otro derecho que dejarse gobernar como grey obediente que sigue a su pastor».
Se puede discutir si este modelo es conforme a los evangelios y a la práctica del Jesús histórico, pero es el dominante en estos tiempos.
El otro modelo, el de la Iglesia-comunión de todos, ha encontrado expresión en las miles de comunidades eclesiales de base (CEB), sobre todo en de Brasil, América Latina y el Caribe y en otras partes del mundo cristiano. Debido a la falta de sacerdotes, los laicos, hombre y mujeres de fe, sin asistencia de ningún tipo, han asumido la tarea de difundir el mensaje y la práctica de Jesús. Es importante observar que generalmente son los pobres y los fieles que se reúnen en forma de comunidad de 15-20 familias en torno a la escucha del Evangelio, leído y discutido entre todos. A su luz se discuten los problemas de la vida. Después, se realizan celebraciones creativas y se extraen consecuencias prácticas para la vida diaria. Son base en un doble sentido: social (clases populares) y eclesial (laicos y laicas).
El eje estructurador es la “comunión” (communio/koinonia) entre todos, que se sienten iguales, hermanos y hermanas. Participan todos sin excepción. Lógicamente, no todos hacen todas las cosas. Para eso reparten entre ellos los distintos servicios (que San Pablo llama carismas): cuidado de los enfermos, catequesis a los niños, alfabetización, preparación de las celebraciones religiosas, coordinación entre ellos para que todo salga bien y se mantenga la unidad de los servicios para el bien de todos, la coordinación con otros movimientos. Todo es circular, típico del espíritu comunitario.
Aquí aparece otra manera de ser Iglesia, similar a la Iglesia de los inicios, como testimonian las cartas de san Pablo, cuando los fieles se reunían en la casa de esta o aquella persona. Entre los propios componentes de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) se dice: es una Iglesia que nace del pueblo por obra del Espíritu de Dios. Teólogos y obispos que participan en este modo de ser Iglesia han acuñado la expresión eclesiogénesis: la génesis de la Iglesia o la recuperación de la Iglesia de Jesús y de los apóstoles por el poder del Espíritu Santo.
Entre estos dos modelos no se percibe un conflicto: las CEBs quieren obispos y sacerdotes dentro de su comunidad y muchísimos obispos y sacerdotes apoyan y se unen a este modo de vivir la fe evangélica. La única tensión, y a veces conflicto, se produce entre el grupo de obispos y sacerdotes que no han hecho opción por los pobres y su expresión eclesial en las comunidades de base y persisten en el carácter piramidal de la Iglesia-sociedad.
En todo caso, aquí emerge una Iglesia que no es una organización sino un organismo vivo, abierta siempre a nuevas maneras de comunicar y vivir el evangelio, unida a la vida y en diálogo con todos, pero sobre todo con los oprimidos en lucha por su liberación.
Tengo la clara impresión de que el papa Francisco, al proponer al Sinodo de Obispos de 2023: “Una Iglesia sinodal: comunión-participación-evangelización” tiene en mente la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base que conoce bien y que han sido muy bien expuestas en la Conferencia del CELAM de Aparecida (2007), de cuyo documento fue el redactor principal. El Papa entiende la Iglesia como “constitutivamente sinodal”, “una Iglesia en sínodo permanente”, es decir una Iglesia que va más allá de su estructura jerárquica, que se comprende, en línea con el Vaticano II, como Iglesia-pueblo de Dios. Para él es fundamental escuchar y dar voz a quienes nunca la han tenido y no han sido nunca escuchados en la Iglesia: los laicos y laicas. Se trata de “escuchar al pueblo”, “escuchar a la totalidad de bautizados”, siempre a partir de abajo, del nivel local, parroquial, diocesano hasta llegar al nivel nacional, continental, universal.
Al celebrar el 50° aniversario de la institución del Sínodo, ha sido rotundo: «La sinodalidad es una dinámica de circularidad fecunda… un dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales».
Esta no es una aspiración ni un desiderátum. Esta visión ya es vivida y desarrollada en miles de Comunidades Eclesiales de Base y seriamente fundamentada eclesiológicamente por teólogos latinoamericanos. La sinodalidad equivale a la eclesiogénesis, a la reinvención del modo de ser Iglesia a partir de la fe de las grandes mayorías de pobres y creyentes inspiradas por el Espíritu de Jesús muerto y resucitado.
El Papa Francisco retoma un concepto de la tradición, el Sínodo (caminar juntos) y amplía su alcance más allá del episcopado a toda la Iglesia, comenzando desde abajo, desde aquellos que han sido siempre invisibles y considerados “masa de creyentes” (Pío X): laicos cristianos, hombres y mujeres, y también las religiosas.
La sinodalidad universal representa una reforma de las estructuras de la Iglesia desde dentro y desde abajo, mediante del trabajo y la gracia del discernimiento espiritual del Papa. Él se ha puesto a escuchar el curso de la historia y el anhelo universal de comunión y de participación en los destinos de nuestra historia y de la Madre Tierra, amenazada ecológicamente. En respuesta a este anhelo, la Iglesia se vuelve sínodo y comunión.
Ahora entendemos mejor por qué muchos se oponen al Papa Francisco, ya que abandona la visión que ha hecho del clero una facción dentro de la Iglesia y lo trasforma en una función (un carisma) de servicio, junto y con todo el pueblo de Dios. Los conservadores insisten y persisten en la antigua estructura de una Iglesia jerárquica y piramidal, llena de privilegios, que difícilmente se puede justificar frente a la práctica del Jesús histórico y de los evangelios.
Traducción de MªJosé Gavito Milano
Gustavo Gutiérrez, “el teólogo del Dios liberador”
Juan José Tamayo, teólogo
La mística liberadora de la Madre Tierra
Marcelo Barros
El celibato obligatorio para el ministerio rompe la “íntima fraternidad sacramental”
Rufo González
Francisco lanza un curso virtual gratuito para cien mil personas sobre la Sinodalidad
Pedro Pierre
LA JERARQUÍA CATÓLICA NO QUIERE UNA PASTORAL DE LA DIVERSIDAD SEXUAL Y DE GÉNERO EN 'SU' IGLESIA INSTITUCIONAL
RELIGIÓN DIGITAL
Algunos miembros de grupos católicos LGBTIQ+ de España, me han expresado su disconformidad y descontento con lo que digo y hago a través de mis publicaciones. No están de acuerdo en que abogue por una pastoral institucional de la diversidad sexual en la iglesia católica, porque piensan que es una realidad que ya existe en ella y, ante la cual, el papa Francisco, está comprometido. Me han manifestado que no están dispuestos a apoyar mi campaña de recogida de firmas (https://chng.it/9dG4tfcr) porque creen que no es necesaria y que, en ella, como en otros artículos y vídeos, empleo un lenguaje de confrontación poco conveniente hoy día. Me han llegado a decir, que no es real la imagen de la jerarquía eclesial que presento, en contra de las personas y colectivos LGBTIQ+, y que exagero al exponer mis ideas, cuando presento las enseñanzas doctrinales de la iglesia católica.
Por ello, y tras la publicación de la “Síntesis sobre la fase diocesana del sínodo sobre la sinodalidad de la iglesia que peregrina en España”, en la que no se dice nada significativo sobre la diversidad sexual y de género, en este artículo y en el vídeo que le acompaña, me gustaría dejar clara mi posición teológica y opinión personal al respecto. Para poder entenderla, debes saber lo siguiente.
Tengo 45 años, de los cuales, durante 17 ejercí el ministerio sacerdotal en la iglesia católica, ocupando diferentes responsabilidades. Como cualquier sacerdote, estuve preparándome para la ordenación durante el período del seminario.
Según la iglesia católica, una persona homosexual que se reconoce como tal, no debe ser ordenada sacerdote. En los últimos años, en los seminarios se ha instaurado un estricto control y vigilancia contra las personas gays, para que no culminen su proceso formativo ni accedan a la ordenación presbiteral. Si en el seminario, algún formador descubre que tu orientación sexual es diversa, pronto te bloquearán el camino de preparación y serás despedido. He sido testigo de varios casos de este tipo.
Según la iglesia católica, el sacerdote ha de ser varón y heterosexual. Esto imposibilita a cualquier hombre homosexual ejercer el ministerio sacerdotal. A no ser que haga lo que hacen más de la mitad de los obispos y sacerdotes en la actualidad: ocultar su homosexualidad, viviendo en el armario o enmascarándola con la careta de la heterosexualidad. Si te escondes, si niegas tu orientación sexual diversa, entonces no pasa nada. Continúas siendo sacerdote. Aunque tengas doble vida, aunque de vez en cuando practiques sexo, aunque no vivas el celibato, aunque todo esto esté destrozando tu vida y haciéndote infeliz. Eso a las autoridades de la iglesia católica les da igual. Lo importante es aparentar que eres heterosexual y que estás en contra de la diversidad sexual y de género.
En mi caso, continué con el proceso formativo de preparación al sacerdocio, porque me auto-convencí de que mi orientación era la de heterosexual. Me educaron para convencerme de que la homosexualidad era una tendencia desordenada que había adquirido y contra la que debía trabajar. ¿Cómo iba a dar rienda suelta a mi homosexualidad, si me educaron y convencieron de que era algo que no procedía de Dios y que tenía que curar? Todo esto fue para mí un tormento.
Durante el tiempo que he ejercido el ministerio sacerdotal al frente de distintas parroquias, durante los años que fui arcipreste y vicario episcopal, estudiante en Roma y profesor de teología trabajé con miles de personas en muy diferentes lugares y ocupaciones. Este contacto directo con tantas personas me hizo comprobar que no existe una pastoral oficial de la diversidad sexual y de género en la iglesia católica. He tenido diferentes responsabilidades en la institución eclesial, he atendido espiritualmente a infinidad de personas, he podido comprobar de primera mano cómo piensan los obispos sobre las personas y colectivos LGBTIQ+, y toda esta experiencia que he vivido dentro de la iglesia católica, y los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo de los años, me hacen seguir pensando que los obispos españoles, y los de la mayoría del mundo, no tienen ningún propósito ni interés de iniciar en sus diócesis una pastoral de la diversidad. Pensamiento que confirmo diariamente, cuando converso con infinidad de católicos LGBTIQ+ de todo el mundo, que se ponen en contacto conmigo a través de mis redes sociales para apoyar mi iniciativa. Hasta el día de hoy no ha habido ningún pronunciamiento explícito, por parte de los obispos o del papa Francisco, de iniciar una pastoral diocesana de la diversidad en la iglesia católica.
Si hay algo parecido a una pastoral de la diversidad en la iglesia católica, es la acogida y el trabajo, más o menos puntual y localizado, que realizan personas concretas (sacerdotes, laicos, religiosas, etc.), y grupos católicos LGBTIQ+, que trabajan intensamente por su cuenta, sin el respaldo ni el reconocimiento explícito de los obispos diocesanos. Por ejemplo, el trabajo que yo realizaba en mi parroquia cuando se acercaban personas LGBTIQ+ para solicitar acompañamiento, participar en la eucaristía o por cualquier otro motivo. Nunca cerré la puerta a nadie, ni le negué la participación en los grupos y actividades a ninguna persona del colectivo. De hecho, en contra de las directrices de los obispos, he bautizado a niños con padres y padrinos LGBTIQ+ y no he negado jamás la comunión eucarística a nadie por ser gay, lesbiana, trans, etc., y convivir con su pareja.
Pero este trabajo con personas LGBTIQ+ que muchos hemos realizado, y que se sigue haciendo por parte de grupos católicos, sigue siendo una excepción si hablamos a nivel institucional. La mayoría de las personas que realizan estas acciones, lo hacen adoptando en sus vidas una postura bastante contraria a la que sostiene institucionalmente la iglesia católica, ignorando por completo las normas y directrices establecidas por la jerarquía, porque tienen muy claro que la iglesia ha de incluir a las personas LGBTIQ+ en sus comunidades cristianas. Todo esto, corriendo el riesgo de volverse objeto de represalias, amonestaciones, e incluso de verse privados de ejercer el ministerio, porque están haciendo cosas que la jerarquía de la iglesia católica no permite.
Y repito, aunque esta tarea de acogida y acompañamiento la están realizando algunas personas, parroquias y grupos, institucionalmente no existe una pastoral diocesana y parroquial de la diversidad sexual y de género, tal y como existe una pastoral de la salud, de jóvenes, de catequesis, de caritas, litúrgica, etc. En ninguna diócesis católica de España, y sospecho que en muy pocas del resto del mundo, existe una pastoral institucional de la diversidad, es decir, que cuente con la aprobación y el respaldo explícito de los obispos diocesanos, que se estructure como el resto de las pastorales a través de grupos parroquiales, coordinados arciprestalmente o por vicarías, una pastoral de la diversidad que forme parte del organigrama pastoral de cada parroquia, que cuente con un delegado o responsable diocesano, y de la que se pueda hablar, pública y abiertamente, en cualquier foro secular o ámbito eclesial. No existe una pastoral por la diversidad sexual en la iglesia católica que tenga un espacio pastoral propio y un reconocimiento oficial por parte de la autoridad local de cada diócesis. Y esto es una realidad que no podemos negar, ni enmascarar con otras realidades existentes, como la de los grupos católicos LGBTIQ+.
Al margen de mi experiencia y conocimientos, soy muy consciente de lo que ha ido sucediendo durante los últimos años entre algunos grupos de católicos LGBTIQ+ y algunas personalidades, cuyo trabajo teológico y pastoral está haciendo mucho bien en su localidad, a su manera, con su dinámica y siempre al margen de la institución. Por tanto, no de manera oficial, porque en ninguno de estos casos el obispo de la diócesis ha apoyado explícitamente con su presencia alguna de las actividades de estos grupos; como sí hace con otros grupos parroquiales o diocesanos, visitándolos, compartiendo con ellos y promoviéndolos a nivel diocesano.
Estos grupos y personas LGBTIQ+ están haciendo una labor encomiable, digna de ser reconocida y apoyada. Sin ellos, la iglesia católica no tendría a nadie trabajando en este campo pastoral, por lo que mi total reconocimiento, respaldo y apoyo a todos ellos. Sin embargo, según mi opinión, estos grupos y personas ni representan a la jerarquía institucional católica, ni trabajan en nombre de ella, ni habitualmente están respaldados explícitamente por los obispos, ni tampoco suelen encontrar facilidades a la hora de integrarse en la pastoral orgánica de una diócesis o parroquia. Más bien, suelen toparse con incomprensiones, rechazos e impedimentos.
¿Por qué digo todo esto? Porque, a mi modo de ver, con estos grupos LGBTIQ+, la jerarquía católica está reproduciendo los métodos y mecanismos de control, que la iglesia ha empleado históricamente para silenciar y acallar a las personas y grupos disidentes que siempre han existido en ella. Mecanismos de silenciamiento y represión con los que convence a muchos fieles LGBTIQ+, para que no expresen sus posturas críticas y dispares con la institución.
La jerarquía católica “tolera” la existencia de personas y grupos LGBTIQ+ en la iglesia, siempre y cuando la manera de vivir y expresar la diversidad sexual y de género de estas personas y colectivos, sea discreta y reservada, sin que se note demasiado. Esta idea la explica James Alison, en su magnífico libro, Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay. Cito textualmente a mi amigo y colega Alison: “El mensaje está claro: «te aceptaremos mientras te portes bien, o sea, mientras no armes barullo hablando francamente» o, lo que es lo mismo, «no te preocupes, nosotros te protegeremos, pero sólo mientras sigas nuestro juego. En el momento en el que saques algo a la luz, estás fuera; así que cuidado con decir algo que provoque un escándalo»”. Es decir, si quieres ser católico LGBTIQ+, y vivir tu fe dentro de la iglesia, tienes que ser discreto y pasar inadvertido. Por supuesto, ven a misa, pero no expreses tus convicciones personales en otros grupos pastorales fuera del tuyo, como la catequesis o la pastoral familiar de la parroquia, en los cuales, no tendrás cabida. Si no actúas de esta manera, serás relegado al ostracismo.
Entre los mecanismos más habituales que la jerarquía católica emplea para “sobrellevar” en la iglesia la existencia de personas homosexuales, se encuentran el disfraz, el silenciamiento, la discreción, la intimidación moral o espiritual, el meter miedo asegurándote de que tu vida y conducta escandaliza a otros, crear cargos de conciencia o escrúpulos, etc. Esto conduce a muchas personas LGBTIQ+ a que, en ocasiones, desistan en realizar actividades de manera visible y abierta, o que prefieran no participar activamente en la vida parroquial por miedo a ser piedra de tropiezo para otros, o ser discriminados.
Vuelvo a repetir que estos grupos hacen un trabajo magnífico de acogida, acompañamiento, formación, fraternidad espiritual con personas y familiares LGBTIQ+ que se sienten desamparadas por la institución católica, ni encuentran ese mismo apoyo en sus parroquias, con sus sacerdotes y en sus diócesis. Afortunadamente existen estos grupos. Pero es que estos grupos pastorales que cumplen unas funciones extraordinarias, no son la solución a un problema de base que sigue existiendo en la iglesia católica: su doctrina sobre la diversidad sexual y de género. No sólo es necesario acoger y trabajar con personas LGBTIQ+. Además de esto, es necesario trabajar para modificar la doctrina, la moral y el derecho. La iglesia tiene que dar a los laicos, mujeres y personas LGBTIQ+ el lugar que por derecho bautismal les pertenece en las instituciones católicas. Pero también tiene que trabajar para que discurso institucional de la iglesia católica deje de ser homófobo, patriarcal, machista, misógino y excluyente.
¿Algún obispo se ha pronunciado, de manera explícita y favorable, en favor de una pastoral de la diversidad en su diócesis? ¿Ha escrito alguna carta pastoral respaldando y apoyando las iniciativas de los grupos católicos LGBTIQ+? ¿Cuándo ha habido un pronunciamiento del papa en el que haya dicho que los números 2357-59 del Catecismo de la Iglesia Católica no están en vigencia, o van a ser revisados y modificados? ¿Cuándo ha dicho públicamente algún obispo de la iglesia católica que no está de acuerdo con lo que se afirma en la Declaración Persona Humana, que cita el Catecismo y que rechaza a las personas homosexuales? ¿Cuándo?
¿Por qué digo todo esto? Porque quiero dejar claro que si yo, Jesús Donaire, sacerdote católico gay fuera del armario, que no ejerce el ministerio en la iglesia, no estoy acudiendo a los grupos de católicos LGBTIQ+ que ya existen en muchas diócesis y congregaciones religiosas, ni me estoy uniendo a ellos de manera asociativa, es porque soy un individuo con un sentido crítico propio. Me considero un teólogo libre e independiente, no vinculado a ninguno de estos grupos, con una visión muy personal de la realidad eclesial que manifiesto abiertamente, y que es consecuencia de mi propia trayectoria y experiencia en la iglesia, y de los conocimientos y formación teológica que he adquirido con el tiempo.
Ahora bien, no estoy despreciando el trabajo de estas personas y grupos católicos LGBTIQ+. Al contrario, lo aplaudo, lo apruebo y lo comparto. Yo mismo he participado en sus actividades, eucaristías, encuentros, conferencias, etc. Y he experimentado el cariño de algunos de sus miembros que me han escuchado, acogido, acompañado y animado. Respeto profundamente la manera de trabajar de estos grupos y personas. Pero no busco su apoyo explícito en las cosas que hago.
No busco el apoyo de los grupos católicos LGBTIQ+ que no quieran apoyarme, pero tampoco busco su rechazo, ya que no voy en contra de lo que son y hacen. Tampoco pretendo dinamitar la iglesia católica. Yo amo la iglesia de Cristo y en ella he trabajado intensamente durante muchos años. Y me duele muy profundamente haber sido separado de forma tan visceral e irracional. Pero esta experiencia de iglesia que tengo, no me va a privar de expresar mi propia opinión personal y de hacer un ejercicio crítico, de lo que para mí es un problema de base muy importante en la iglesia católica: su doctrina sobre la diversidad. Estoy convencido de que, mientras esta no se modifique, pocos cambios habrá en la iglesia respecto a las personas LGBTIQ+.
Por eso me pareció necesario emprender este ministerio de reflexión teológica LGBTIQ+ y acompañamiento personal y grupal. Y, por el mismo motivo, también me pareció interesante comenzar una campaña de recogida de firmas para presentar al papa Francisco y pedirle una pastoral de la diversidad en la iglesia católica.
Por una pastoral de la diversidad en la iglesia católica: súmate a la campaña de Jesús Donaire en Change.org
Ahora bien, cuando comencé esta iniciativa de recogida de firmas, en ningún momento busqué desesperadamente el apoyo explícito de estos grupos católicos LGBTIQ+. Me puse en contacto con ellos, como lo hice con los periodistas, reporteros, presentadores, corresponsales, comentaristas, etc. He hecho pública esta campaña a través de mis propias redes y de las de aquellas personas que han querido darle difusión. Pero nadie está obligado a ello. Por eso quiero dejar claro esto, y recordar a todos mis hermanos y hermanas que forman parte de los diferentes grupos católicos y comunidades LGBTIQ+, que les quiero, les respeto y les apoyo como a cualquier grupo que conforma el cuerpo de la iglesia. Y que en ningún momento, he tenido la pretensión de representarles, ni me siento abanderado de ellos. Yo solo estoy presentando a la luz pública mi criterio personal y mi opinión propia. Nada más. No represento a nadie. Eso sí, es un criterio personal que está basado en una larga experiencia eclesial y en una formación teológica importante.
Cuando hablo de un tema, lo hago de manera documentada. No hablo sin conocimiento de causa. Lo que digo no me lo invento y quien quiera puede probarlo. Ahí están los documentos de la iglesia, su historia, su reflexión, doctrinas y enseñanzas. Y, quieran o no aceptarlo algunos católicos LGBTIQ+, les guste o no reconocerlo, el discurso de la iglesia católica respecto a la diversidad sexual y de género, sigue siendo el mismo que hace 46 años. Año en el que se publicó la Declaración Persona Humana, que cita y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, y en la que se dice en el número 8, (cito textualmente) la homosexualidad es una “tendencia que proviene de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábitos contraídos, de malos ejemplos y de otras causas análogas. Y que hay un tipo de homosexualidad que procede de una especie de constitución patológica que se tiene por incurable”. Para seguir diciendo más adelante que la homosexualidad es una “anomalía” y que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son una “depravación grave”. Esto es lo que dice la iglesia católica en este documento que continúa vigente, y este es el verdadero problema doctrinal que, hasta el día de hoy, ni los obispos ni el papa Francisco han mostrado intención de modificar.
Unas enseñanzas doctrinales que los obispos de las diócesis de Castilla la Mancha, ratificaron en un comunicado emitido el pasado 26 de mayo, tras la aprobación de la ley de la diversidad sexual y derechos LGBTI, por las cortes de Castilla La Mancha. Enseñanzas doctrinales que los obispos de las diócesis de Andalucía han vuelto a recordar, a través de un comunicado de prensa publicado el día 1 de junio del presente, con motivo de las próximas elecciones al parlamento de Andalucía. Comunicado del que se hizo eco el obispo de Huelva, en la homilía de la misa de romeros celebrada en la aldea del Rocío, con motivo de la festividad de Pentecostés y romería de la Virgen, y en la que pidió el voto de los católicos para los partidos políticos en cuyos programas electorales “se reconozca, promueva y ayude a la familia, como unión estable entre un hombre y una mujer, abierta a la vida”.
Providencialmente, mientras termino de escribir este artículo, mi tocayo Jesús Bastante, ha publicado en Religión Digital la “Síntesis sobre la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia que peregrina en España”. Tras un par de años de reflexión y trabajo, los obispos españoles piensan que la única cosa importante que se ha de decir sobre las personas y colectivos LGBTIQ+, es la siguiente: “la necesidad de que la acogida esté más cuidada en el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus circunstancias personales por razón de su situación familiar –se muestra con fuerza la preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su orientación sexual. Sentimos que, como Iglesia, lejos de quedarnos en colectivos identitarios que difuminan los rostros, hemos de mirar, acoger y acompañar a cada persona en su situación concreta”. ¿No hay nada más que decir sobre los católicos LGBTIQ+ de España? ¿Estas palabras expresan la realidad de los creyentes diversos en nuestro país? ¿En ellas se apoya, respalda y favorece una pastoral de la diversidad?
Como puedes comprobar, por estas recientes declaraciones y su aportación al Sínodo, los obispos españoles no tienen ningún interés en comenzar en sus iglesias particulares una pastoral de la diversidad. Más bien, defienden explícitamente que en sus diócesis no tienen cabida otros modelos de familia y de unión matrimonial, que no sea el heterosexual. Estos son ejemplos muy claros y actuales, de que la doctrina que el Catecismo presenta sobre la homosexualidad, sigue aún vigente y poniéndose en práctica en la iglesia católica, sin ningún deseo de ser revisada y modificada.
Creo que con este vídeo y artículo ha quedado claro mi posicionamiento teológico y mi opinión personal respecto a este tema. Una opinión que, vuelvo a repetir, no tienen por qué compartir aquellos miembros de los grupos católicos LGBTIQ+, que no quieran hacerlo. De la misma manera que yo, ejerciendo mi propio sentido crítico, manifiesto pública y abiertamente mi opinión, poniendo en evidencia que no comparto algunos de sus planteamientos. Lo cual es posible porque, a diferencia de lo que ocurre en la iglesia católica, donde la opinión de los fieles laicos no es tenida en cuenta, vivo en un país libre y democrático, en el que la opinión de cada individuo y su libertad de expresión están protegidas por la ley. Una sociedad que promueve y protege los derechos y libertades de las personas LGBTIQ+. Algo que la iglesia católica no está dispuesta a hacer. ¡Dios quiera que surjan muchos laicos, religiosas, sacerdotes, etc., que yendo por libre, manifiesten pública y abiertamente su opinión crítica y diferente, a la que tienen quienes, también libremente, prefieren seguir las directrices de los jerarcas católicos! Ante todo, la libertad de los hijos de Dios.
CELIBATO, MUJER, MINISTERIO ECLESIAL
Dos frases de K. Rahner escritas hace ¡50 años!: “si la Iglesia no puede encontrar un número suficiente de dirigentes de la comunidad sin renunciar al celibato, entonces es evidente que ha de renunciar a esa obligación de celibato”. Y sobre la ordenación de la mujer: “fundamentalmente no veo ningún motivo para contestar negativamente a esa pregunta
¿No puede eso crearle una dificultad sobreañadida a las reformas de Francisco y convertirse en un factor que refuerce la inaudita oposición y el solapado trabajo contra él, de toda la derecha eclesial y norteamericana?
José I. González Faus
Religión Digital
Pues sí: de repente se ha convertido en noticia en todos los medios: lo reclaman en Alemania, lo piden en Cataluña, lo exigen en San Sebastián y en no sé cuánto sínodos: acabar con el celibato ministerial y ordenar mujeres. Hasta el diario La Vanguardia, que nunca toca temas eclesiásticos en su breve editorial de primera página, le dedica unas reflexiones del director que buscan ser serenas y razonables.
Quizá pues valga la pena reflexionar un poco, distinguiendo el qué y el cuándo.
1.- LOS CONTENIDOS
Quiero comenzar proclamando que siento un gran respeto hacia el celibato por el Reino. Pero reconociendo que no se identifica sin más con el celibato por el ministerio eclesial. En este otro campo creo que el verdadero problema reside en el derecho de las comunidades a la eucaristía. Un derecho que no puede quedar supeditado al deseo de la autoridad eclesiástica por imponer determinadas normas al ministerio. Todo otro tipo de argumentación de que el celibato rompe la fraternidad o ataca la libertad, me pregunto si no debería pasar antes por la consulta del señor Freud.
Por lo que toca al ministerio de la mujer escribí otra vez que, desde mis limitados conocimientos bíblicos, no veo objeción. La Iglesia debe preguntarse qué es lo que Jesús haría hoy y no solo qué es lo que hizo entonces. Y a la entrada del Vaticano, en vez del texto ese de “tú eres Pedro…” quedaría mucho mejor otro texto, también de san Mateo: “ay de vosotros que quebrantáis la voluntad de Dios, por acogeros a venerables tradiciones de vuestros mayores”. Esas palabras las necesitamos hoy mucho más.
Pero añado que no se trata de mujeres sacerdotisas, como dicen algunas. Sacerdotes en la Iglesia no lo son ni ellos ni ellas, sino solo Jesucristo y el “pueblo sacerdotal”: ese es el lenguaje del Nuevo Testamento. Ese falso título sacerdotal está en la raíz de la plaga clerical tan denostada por Francisco.
Se trata pues del acceso de la mujer no al sacerdocio sino al ministerio eclesial (llámese presbiterado, cura de almas u otro nombre mejor). Incluso es probable que la supresión del término “sacerdote” (sustituido por el de “pastor” que tampoco sé si hoy es el más apto) fue algo que pudo facilitar el acceso de la mujer al ministerio en las iglesias de la Reforma. En el escaso contacto tenido con dos o tres pastoras protestantes alemanas, he creído percibir hasta qué punto la mujer (cuando está de buenas) es capaz de crear comunión[1]. Y, en fin de cuentas, de eso se trata tanto en la presidencia de la eucaristía como en la presidencia de la comunidad: de crear comunión.
Me parece además que la actitud de algunas feministas norteamericanas de no ir a comulgar mientras diga la misa un varón, daña la misma causa que quieren defender porque pone el interés propio (por legítimo que sea) por delante de algo tan serio como la eucaristía. Se parece a la actitud que he visto por aquí de algunas pocas gentes que, si no les dan la comunión en la boca, se marchan sin comulgar…
Dicho lo cual, debo añadir también que no entiendo de ningún modo cómo Juan Pablo II y Benedicto XVI podían estar tan seguros de que el acceso de la mujer al ministerio es “contrario a la voluntad de Dios”. La voluntad de Dios es algo intrínsecamente comunitario (o a buscar comunitariamente). Y ambos papas debieron recordar cómo Pío IX proclamaba que era “contrario a la voluntad de Dios” que él renunciase a los estados pontificios[2]; que era contrario a la voluntad de Dios que el papa se reconciliase con el mundo moderno[3] (con lo que Juan XXIII y el Vaticano II quebrantaron gravemente la voluntad de Dios); cómo Gregorio XVI proclamó en 1832 que era contrario a la voluntad de Dios que Polonia resistiese a la invasión rusa (una resistencia en la que participaban clero y obispos)… Y cómo en la Iglesia primitiva hubo quien proclamó que era contrario a la voluntad de Dios y que rompía la comunión eclesial la supresión de la circuncisión. Hoy todas aquellas demandas nos parecen elementales y no nos crean problema. Pero entonces sus detractores las vivían como algo tan serio e inaudito como viven hoy el ministerio femenino sus detractores.
¡Por favor pues! La voluntad de Dios y la comunión eclesial son algo demasiado serio como para que las identifiquemos sin más con mi posición personal. Son algo que hay que buscar entre todos.
Y acabo con dos frases de K. Rahner escritas hace ¡50 años!: “si la Iglesia no puede encontrar un número suficiente de dirigentes de la comunidad sin renunciar al celibato, entonces es evidente que ha de renunciar a esa obligación de celibato”. Y sobre la ordenación de la mujer: “fundamentalmente no veo ningún motivo para contestar negativamente a esa pregunta[4].
2.- EL MOMENTO
Si lo anterior afecta al contenido de esas demandas, permítase también una palabra sobre su oportunidad. ¿Es este el momento de reivindicarlas y reclamarlas con urgencia, cuando llevan tiempo esperando? ¿No puede eso crearle una dificultad sobreañadida a las reformas de Francisco y convertirse en un factor que refuerce la inaudita oposición y el solapado trabajo contra él, de toda la derecha eclesial y norteamericana?
Me sugiere esta pregunta la dolorosa experiencia vivida de joven con el Chile de Allende. El “pinochetazo” fue obra de EEUU; pero se vio facilitado por la impaciencia y la inmadurez de aquel MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), empeñados en pedir la luna cuando era de día y el sol cuando era de noche; y que le creó a Allende más problemas de los que ya tenía. Hay también un fundamentalismo de izquierdas que se niega a aprender estas lecciones.
“Acabar con el hambre también es cosa de la sinodalidad” decía alguien estos días por las ventanas de Religión Digital. En La Cañada Real llevan un año sin luz. Contribuir a que eso se arregle es también tarea de la Iglesia (aunque más indirecta) y es más urgente que el que una mujer presida la eucaristía. Jesús parece que distinguía muy bien entre cosas que no pueden esperar, ni aunque sea sábado (como la salud de aquella mujer en Lc 13) y otras que podían esperar aunque a los Apóstoles les impacientasen más.
¿Significa eso que hay que aparcar aquellas otras demandas? ¡Ni mucho menos! Significa solo que no hay que exigirlas para hoy, pero que se puede seguir trabajando en su estudio, su explicación y su difusión, para que se conviertan en auténtico “sensus fidelium”: de todos los fieles y no solo de la porción más consciente de ellos. ¿Cuántos de esos obispos que creen saber tan bien dónde está la comunión eclesial, conocen las frases de K. Rahner antes citadas? Quiero decir que estamos en la hora de la pedagogía más que en la hora de la confrontación. Leer en la prensa que se le va a decir al papa que la mujer necesita más poder en la Iglesia (prescindiendo de la palabra poder que no me gusta nada), habría estado muy bien en tiempos de Wojtila o de Ratzinger. Pero precisamente hoy, cuando este papa va dando pasos en esa dirección, parece más propio de esas izquierdas burguesas que solo hablan cuando no corren ningún peligro.
Y es importante conocer los tiempos. Por razones éticas y por razones tácticas. Como en el tenis: a veces para conseguir el punto es necesario alargar más el juego: porque si das precipitadamente el golpe ganador, lo más probable es que pierdas el punto.
Por eso quiero terminar con una anécdota del gran liturgista J. A. Jungman, padre en buena parte de la Constitución del Vaticano II sobre la liturgia. Nos daba una charla en Innsbruck hacia 1964. Constataba que la Constitución no iba a aplicarse al ritmo que él esperaba. Y añadió cuatro palabritas que se me quedaron grabadas: “das Tempo der Kirche…”: el ritmo de la Iglesia no es el nuestro. Y esto hay que saber aceptarlo para ser universales.
[1] Cuando está de malas, mejor dejarlo ahora…
[2] En 1860, en la encíclica Nullis certe verbis, donde aprovecha para tratar de “sacrílegos” a todos los opuestos al poder temporal de Roma.
[3] Última proposición del Syllabus, de 1864.
[4] pp. 156-57 y 161 de Cambio estructural en la Iglesia. Se trata de unas charlas tenidas ante el Sínodo de la iglesia alemana.
HAY QUE ABRIR LA IGLESIA AL SACERDOCIO DE LA MUJER
FE ADULTA
A. M. entrevista a Jesús Riaza Cabezudo
Arcipreste de Segovia, párroco del Cristo del Mercado, coordinó la asamblea presbiteral de la Diócesis, a la que asistieron la mayoría de los 139 sacerdotes de la provincia.
El responsable del arciprestazgo de Segovia y párroco del Cristo del Mercado, Jesús Riaza Cabezudo, que coordinó la asamblea presbiterial de la Diócesis de Segovia, que se celebró en Ávila, en noviembre, afirma en esta entrevista que «hay que abrir la Iglesia al sacerdocio de la mujer y al celibato opcional, hay mucha parte de la Iglesia que comparte la idea, es verdad que a nivel de jerarquía no», mientras vaticina que, dado el envejecimiento de los sacerdotes y la falta de vocaciones «van a ser los feligreses quienes lleven las parroquias». Partidiario de que los laicos ocupen lugares más relevantes, lamenta que «no solo hemos perdido a los jóvenes, sino que nos hemos desenganchado de ellos».
¿Qué objetivo tuvo la asamblea presbiteral que celebraron los sacerdotes segovianos en Ávila?
Estaba programa desde hacía tres años, antes de que se convocara el sínodo, tuvimos un año de trabajo previo y, cuando íbamos a celebrarla, llegó la pandemia. A nivel de diócesis se está comenzando a trabajar en las conclusiones, como es la de crear una comisión que acoja a los sacerdotes extranjeros, porque se han dado casos de que aterrizan en Barajas, les traen a Segovia y les trasladan a los pueblos que se les han designado, pero no conocen a nadie, aunque sea latinos y hablen el idioma. Necesitan un periodo de adaptación.
Luego se encuentran también la figura de que alguien se preocupe del clero, ¿cómo vive? De por sí somos un poco abandonados, estás solo, entonces que haya alguien que te visite o vea cómo te alimentas… Por eso se refuerzan los arciprestazgos, a los que definimos como taller, porque tiene que ser un lugar de trabajo en conjunto; escuela, porque nos formamos y estudiamos juntos, y hogar, para sentirnos familia y acompañarnos.
El segundo acontecimiento que viene, ya con carácter universal, es el sínodo que ha convocado el Papa, para 2023, en el que se nos ha pedido reflexionar en parroquias sobre la Iglesia, para remitir a Roma una serie de conclusiones…
¿Después de este encuentro, qué visión tiene de la Iglesia en Segovia, cuáles son sus problemas?
Como coordinador se trataba de recoger la sensibilidad que había en la diócesis. Junto con el equipo, elaboramos un documento sobre el que trabajamos en Ávila. En el aspecto de la sinodalidad, como arcipreste, he resumido las conclusiones de la ciudad. Tratamos de ver cómo estamos ahora, con un tercio del clero que ha llegado de fuera, tenemos situaciones de no abarcar todos los pueblos, somos cada vez menos y más mayores… Se ha nombrado una comisión para ver cómo hacer la reestructuración de la diócesis, para abordar también los problemas cotidianos de evangelización.
¿Aparte de adaptarse, qué «nuevos interrogantes», como han dicho ustedes, plantea la incorporación de sacerdotes de otros países?
Vienen de culturas muy distintas, de América Latina y de África, y traen planteamientos diferentes. La primera es una Iglesia muy pujante con mucha gente joven y quien viene se encuentra aquí con poblaciones envejecidas, hay un choque muy profundo que nos interroga, ¿qué podemos hacer?, ¿cómo ayudarles a estar en medio del pueblo siendo extraños a la cultura española? A los africanos les pasa lo mismo…
¿Les preocupa el envejecimiento de los sacerdotes?
Naturalmente, sobre todo porque nos encontramos sin relevo. Yo tengo 65 años y a mi edad creo que debería ser otro párroco el que realizase las principales tareas y limitarme a ayudar, pero los sacerdotes ya no se jubilan. Nuestra edad de jubilación es a los 75 años, pero mi compañero de la parroquia tiene 83 y sigue ahí cumpliendo una función muy importante. Eso pasa en muchos pueblos donde nadie les da el relevo, tienen muy pocos habitantes y, en invierno no se va a muchos de ellos porque no hay feligreses.
¿Hacia dónde va a llegar a la Iglesia Católica en este sínodo de 2023, pasará por su modernización?
Lo que el Papa Francisco quiere es que entendamos la Iglesia desde esa sinodalidad, es decir desde una Iglesia asamblea, que se encuentra, que comparte, que la jerarquización vaya haciendo camino hacia donde todos compartamos la experiencia de fe y donde los fieles, los laicos especialmente, asuman responsabilidades y se tengan en cuenta sus opiniones dentro de la comunidad.
Tengo las conclusiones que se han sacado de la diócesis, el resumen que se va a enviar a Madrid y a Roma, lo que se pretende es que seamos conscientes de que tenemos que dar un paso más en repartir responsabilidades y que los laicos ocupen lugares más relevantes, se insiste mucho en la creación de consejos, ya los hay, todas las iglesias tienen un consejo de pastoral y otro económicos, formado por laicos y sacerdotes. Esto tiene que ser una realidad, cada vez más, donde a los laicos se les tenga en cuenta y se les pregunte sobre cuestiones importantes, que no sean meras comparsas. Un interrogante que se suscita dentro de esta síntesis es ¿por qué causamos recelo? Nos parece que hacemos el bien pero algo tenemos que mirar hacia el interior.
¿Siendo autocríticos qué es lo que podían estar haciendo mal y que les distancia de la sociedad?, ¿la edad de los sacerdotes impide cierto avance modernizador?
Me parece que tenemos una iglesia muy clericalizada, muy basada en la presencia del sacerdote, que gobierna todo, creo que este proceso de una mayor asamblea nos va a ayudar a que la mirada de la gente sea distinta.
Si desde la jerarquía se escucha la voz de la gente al final recoge el ambiente en el que se mueven, los fieles cristianos no son extraños a esta sociedad. Es verdad que cumplimos una función social muy importante de atención a la gente necesitada, a los enfermos, tenemos a Cáritas o Manos Unidas, pero a veces nos sentimos como ajenos a los problemas reales de la gente. No entramos en problemas como el trabajo, la vivienda, la explotación laboral, los jóvenes… Eso nos presenta como lejanos.
¿También se padece un envejecimiento de la población, esto provoca una pérdida de fieles?
Otra de las preguntas que se plantean es ¿cómo son nuestras celebraciones, las misas o los sacramentos? La gente coincide en que parecen poco atractivas, un tanto rutinarias y encorsetadas, demasiado ceñidas a la letra y poco al espíritu. No solo hemos perdido a los jóvenes, sino que nos parecen lejanos, nos hemos desenganchado de ellos. A pesar de todo, hay mucha gente en misa los domingos, más de lo que nos pensamos, ha habido un bajón tremendo con la pandemia, es verdad que es gente mayor y es verdad que no hay jóvenes. Nos preguntamos cómo podemos llegar a ellos.
¿Los casos de pedofilia han hecho daño a la Iglesia, en general?
A nivel de Iglesia en general sí, indudablemente, pero no tanto en las parroquias porque la gente aprecia al cura, nos sienten cercanos, hablan con nosotros con sencillez y naturalidad. Es verdad que el tema de la pederastia ocupa un lugar importante en los medios de comunicación pero no tanto en la preocupación de la gente habitual que se relaciona con las parroquias.
¿Que desearía que surgiera de este sínodo?
Me gustaría que la Iglesia se abriera a horizontes nuevos, el papel de la mujer, indudablemente, por ejemplo... Ahí tenemos un reto, aunque es una causa cerrada aparentemente, pero creo que hay que abrirla [Iglesia] al sacerdocio de la mujer, al celibato opcional, yo lo veo así… El problema de las vocaciones tiene mucho que ver con nuestra forma de entender el ministerio, ¿qué somos los sacerdotes hoy?, ¿qué papel desarrollamos?, ¿por qué vetar el acceso a una parte importantísima de la población?…
Es una opinión personal, creo que hay mucha parte de la Iglesia que la comparte, es verdad que a nivel de jerarquía no pero a nivel de pueblo creo sí, me parece que una Iglesia abierta en esa dirección descubre otros horizontes, convirtiéndose en más participativa donde los laicos ocupen un lugar importante. Va a haber momentos en los que sean los feligreses quienes lleven la parroquia, habrá que pensar en nombrar párrocos aunque no sean sacerdotes, como pasa en muchas partes de África y de América Latina, responsables de la comunidad, que la llevan adelante.
En el sínodo de la Amazonía sí que se planteó la ordenación de hombres casados o varones probados, para dirigir las comunidades alejadas, al final no se aprobó pero no deja de ser algo que ya se ha planteado. La Iglesia es lenta, lo cual tampoco está mal en estos tiempos de cambios fulgurantes, necesita reposo, meditación, oración e invocar al espíritu.
Estos días leemos los textos de los hechos de los apóstoles donde se aprecian los interrogantes que se plantea la Iglesia en el primer momento, ¿tenemos que abrirnos a los sentidos o no?, ¿hay que circuncidar o basta nacer en Jesucristo?, ¿cómo tiene que funcionar la Iglesia?, eso se lo planteaban ya en el siglo I y se van dando pasos, poco a poco.
¿Cómo encontró de ánimo a los sacerdotes de la provincia que se reunieron en la asamblea?
Me parece que ha sido una experiencia extraordinaria, convivimos durante tres días, creo que todos terminamos muy satisfechos, compartimos mucho, fue muy importante que nos fuésemos de Segovia –asistimos el 80 por ciento del clero–, se suspendieron misas, compartimos mesa, reuniones y opiniones con gente con la que no habíamos hablado nunca, luego el nivel asambleario de debate abierto donde todo el mundo se podía expresar, fue un momento de gozo y de espíritu, muy bonito, para todos ha sido muy buena experiencia, incluido creo que el obispo don César disfrutó también mucho.
¿Ve aires de cambio en las jerarquías, el sínodo será un punto de inflexión?
No al nivel del Vaticano II, hay que tener en cuenta que un concilio tiene carácter decisorio, el Papa acepta las votaciones como definitivas, pero un sínodo es consultivo, un sondeo de opinión, creo que las reformas que prevé el Papa Francisco están ya en marcha. Lo que está haciendo en la curia vaticana son reformas que no aparecen en la prensa pero que va delimitando campos, poco a poco, y abriendo otros. La presencia de mujeres en el órganos vaticanos, hace años impensable, ahora ya es habitual. La reforma está en marcha lo que hará el sínodo será ayudarnos a entender cómo el mundo entiende a la Iglesia y, a partir de ahí, poder avanzar.