FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA
SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA
ESTAMOS EN LARREA,4 - 48901 BARAKALDO

BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

ATALAYA
ATALAYA

sábado, 9 de mayo de 2015

Fiesta inspectorial Santiago el Mayor 2015


•Domingo 10 de mayo, 6º de Pascua: No desviarnos del amor José Antonio Pagola


NO DESVIARNOS DEL AMOR

El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en el que se recogen, con una intensidad especial, algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos para ser fieles a su persona y a su proyecto. También en nuestros días.
«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata solo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor.
Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Solo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación, lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.
Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría.
Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto, cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús, según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas, resentimientos, lamentos y desazón.
A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.

Obispos de África y Europa interpelan a la UE, para que promueva políticas globales de migración y asilo

 


Piden que se activen “todos los recursos necesarios para los rescates humanitarios”
Se han mostrado “muy preocupados por lo que está ocurriendo en Libia”
José luis Pinilla: “Europa se ha convertido en una fortaleza casi impenetrable”
Reclaman “total respeto y defensa de la dignidad y los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a la integridad de la vida, de los migrantes”
Los obispos y responsables de migraciones de la Comisión Mixta del Mediterráneo, del sur de Europa y norte de África, reunidos esta semana en Madrid, hacen un llamamiento a los Estados y a la UE para que promuevan políticas globales de migración y asilo así como los recursos necesarios para los caminos y rescates humanitarios, ante la muerte de miles de inmigrantes en naufragios en el Mediterráneo.··· Ver noticia 

‘Iglesia, servidora de los pobres’, leída con ojos de mujer Pepa Torres Pérez, Ap. C.J

Sucedió hace unos meses en un encuentro de colectivos de mujeres en un barrio de Madrid en el que, reflexionando sobre el tiempo y el espacio propio de las mujeres, una mujer boliviana levantó la mano y contó, con toda naturalidad, que su tiempo más personal era el que sacaba cada mañana antes de irse a trabajar para hablar con su Diosito. Su aportación desconcertó a la asamblea y las animadoras no supieron muy bien cómo reconducir aquella participación “inesperada”, de modo que al final el diálogo terminó en una deriva sobre si las religiones en la historia han favorecido la liberación de las mujeres o su opresión.

Leyendo la Instrucción Pastoral Iglesia, servidora de los pobres he vuelto a recordar este debate y me pregunto cuál sería el comentario de estos colectivos al leerla. Yo misma me siento confusa. Mi primer sentimiento ante su lectura ha sido el de alegría y esperanza, pues la sensación global que me habita al leerla es algo parecido a lo que debió sentir el autor del Libro del Sirácida al escribir: El grito de los excluidos y excluidas atraviesa las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa, no ceja hasta que se haga justicia (cf. Eclo 35,12-14.16-18). Este grito se hace un clamor insostenible en nuestro mundo, que nos recuerdan cada día quienes desafían las fronteras arriesgando sus vidas en el intento de cruzarlas y otros hechos cotidianos, ante los que como cristianas y cristianos, no queremos acostumbrarnos: gentes que trabajan a destajo en la recogida de la mandarina cobrando 0,70€ la caja; trabajadoras internas, eternas “sin papeles” por 500€; doce mujeres asesinadas, en lo que va de año, a manos de sus ex-parejas; el retorno forzoso a los hogares de muchas otras como consecuencia de los recortes sociales (entre ellos la Ley de dependencia); más de 17.000 familias desahuciadas, desde que se inició la crisis; y un largo etcétera.
El grito de los pobres, y entre ellos el de los inmigrantes como los más pobres entre los pobres (n. 7) alcanza también al corazón de los obispos españoles y por eso la Instrucción urge a la comunidad cristiana y a los poderes públicos (nn. 44-45) entre otras cosas a trabajar por la justicia (nn. 19, 20, 22, 42, 53), denunciando la corrupción (nn. 10-12) y las políticas que están generando desigualdad y exclusión (n. 48) y buscando alternativas (nn. 32,49,52,53). Sin embargo, mi consolación no es completa, pues me deja todavía un tanto seca y descontenta al sentir de nuevo, como en tantas ocasiones a lo largo de la historia de la Iglesia, que “lo femenino queda disuelto en lo social”.
Es cierto que por primera vez en un documento episcopal, el corazón de los obispos se descubre conmovido como el de Jesús por la pobreza y la violencia contra las mujeres: “nos aflige el incremento del número de mujeres afectadas por la penuria económica pues, no sin razón, se habla de ‘feminización de la pobreza’. Algunas de ellas incluso son víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual, particularmente las extranjeras, engañadas en su país de origen con falsas ofertas de trabajo y explotadas aquí en condiciones similares a la esclavitud. Igualmente nos duele sobremanera la violencia doméstica que tiene a las mujeres como sus principales víctimas. Resulta necesario incrementar medidas de prevención y de protección legal, pero sobre todo fomentar una mejor educación y cultura de la vida que lleve a reconocer y respetar la igual dignidad de la mujer (n. 7). Pero, a la vez, me cuesta reconocerme en el genérico masculino al que gran parte de la instrucción va dirigida. Visibilizarnos en el lenguaje hubiera sido ya un buen punto de partida, máxime cuando seguimos siendo las sustentadoras de la Iglesia y, en la acción social, sus principales protagonistas.
La Instrucción recoge también la preocupación de los obispos por las desigualdades que sufrimos las mujeres en el ámbito familiar, laboral y social (n. 51), pero omite, sin embargo, una desigualdad que pone en sospecha el resto de sus afirmaciones: la desigualdad que vivimos las mujeres al interior de la Iglesia, la división sexual y la subalternidad con que se nos contempla, invisibiliza, o sigue relegando a tareas auxiliares, excluyéndonos de los espacios de toma de decisiones o de representación y el acceso a los ministerios.
El Pontificado del papa Francisco está siendo una buena noticia de frescura y libertad para una Iglesia que quiere descentrarse y desplazarse para servir al mundo en las periferias. Ojalá que este abrir puertas lo sea también para nosotras las mujeres al interior mismo de la Iglesia. Mientras tanto el espíritu de María Magdalena y aquellas otras que seguían y servían a Jesús con su bienes por los caminos de Galilea (cf. Lc 8, 1-3) seguirá alentándonos a forzar la comunidad de iguales y el primado de la mutualidad y la reciprocidad en la relación entre mujeres y hombres en la Iglesia, frente al primado de la subalternidad y su forma políticamente correcta: la complementariedad. Quizás eso mismo es lo que quieren decir los obispos cuando reconocen que: Es preciso aceptar las legítimas reivindicaciones de sus derechos, convencidos de que varón y mujer tienen la misma dignidad. Debemos reconocer que la aportación específica de la mujer, con su sensibilidad, su intuición y capacidades propias, resulta indispensable y nos enriquece a todos (n. 51).
En la próxima reunión de colectivos de mujeres del barrio, seguro que algunas mujeres me preguntan por esto… ¿Y vosotras en la Iglesia, con el nuevo Papa, cómo vais? 

¿Qué nos dirán nuestros hijos y nietos? Leonardo Boff, teólogo y escritor


Leonardo Boff3Todos los países, especialmente los que están pasando por crisis financieras, como es el caso de Brasil en 2015, tienen una obsesión persistente: tenemos que crecer, tenemos que asegurar el crecimiento del PIB que resulta de la suma de todas las riquezas producidas por el país. Es un crecimiento fundamentalmente económico en la producción de bienes materiales. Cobra una alta tasa de iniquidad social (desempleo y reducción de los salarios) y una perversa devastación ambiental (agotamiento de los ecosistemas).

En realidad deberíamos hablar primero de desarrollo que comporta elementos materiales imprescindibles, pero principalmente dimensiones subjetivas y humanísticas como la expansión de la libertad, de la creatividad y de la formas de moldear la propia vida. Desgraciadamente somos todos rehenes de ese súcubo que es el crecimiento.
Hace bastante tiempo que el equilibrio entre crecimiento y preservación de la naturaleza se rompió a favor del crecimiento. El consumo ya supera en un 40% la capacidad de reposición de los bienes y servicios del planeta. Y está perdiendo su sostenibilidad.
Hoy sabemos que la Tierra es un sistema vivo autorregulador en el cual se entrelazan todos los factores (teoría de Gaia) para mantener su integridad. Pero está fallando en su autorregulación. De ahí el cambio climático, los eventos extremos (vendavales, tornados, desregulación de los climas) y el calentamiento global que nos puede sorprender con graves catástrofes.
La Tierra está intentando buscar un equilibrio nuevo subiendo su temperatura entre 1,4 y 5,8 grados centígrados. Comenzaría entonces la era de las grandes devastaciones (el antropoceno) con la subida del nivel de los océanos, afectando a más de la mitad de la humanidad que vive en sus costas. Millares de organismos vivos no tendrían tiempo suficiente para adaptarse o mitigar los efectos perjudiciales y desaparecerían. Gran parte de la propia humanidad, hasta el 80% según algunos, podría no poder subsistir más sobre un planeta profundamente alterado en su base físico-química.
Con acierto afirma el ambientalista Washington Novaes: «ahora no se trata ya de cuidar el medio ambiente sino de no sobrepasar los límites que podrán poner en peligro la vida». Hay científicos que sostienen que nos estamos acercando al punto de no retorno. Es posible disminuir la velocidad de la crisis pero no detenerla.
Esta cuestión es preocupante. En sus discursos oficiales, los jefes de estado, los empresarios y, lo que es peor, los principales economistas, casi nunca abordan los límites del planeta y los problemas que eso puede traer a nuestra civilización. No queremos que nuestros hijos y nietos mirando hacia atrás nos maldigan a nosotros y a toda nuestra generación porque sabíamos de las amenazas y poco o nada hicimos para escapar de la tragedia.
El error de todos habrá sido seguir al pie de la letra el extraño consejo de Lord Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta:
«Durante por lo menos cien años debemos simular delante de nosotros mismos y ante cada uno que lo bello es sucio y lo sucio es bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura, la desconfianza deben ser nuestros dioses porque ellos son los que nos podrán guiar hacia la salida del túnel de la necesidad económica rumbo a la claridad del día… Después vendrá el retorno a algunos de los principios más seguros y ciertos de la religión y de la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que la usura es un crimen y que el amor al dinero es detestable» (Economic Possibilities of our Grand-Children). Así piensan los principales responsables de la crisis de 2008 que nunca fueron castigados.
Es urgente redefinir nuevos fines y los medios adecuados a ellos que ya no pueden ser simplemente producir devastando la naturaleza y consumir ilimitadamente.
Nadie tiene la salida a esta crisis de civilización. Pero sospechamos que ella debe orientarse por la sabiduría de la naturaleza misma: respetar sus ritmos, su capacidad de soporte, dar centralidad no al crecimiento sino a la sustentación. Si nuestros modos de producción respetasen los ciclos naturales seguramente tendríamos lo suficiente para todos y preservaríamos la naturaleza de la cual somos parte.
Cubrimos las heridas de la Tierra con esparadrapos. Remiendos no son remedios. Prácticamente nos restringimos a esos remiendos con la ilusión de que estamos dando una respuesta a las urgencias que significan vida o muerte.
Leonardo Boff ha escrito Hacia dónde va la Tierra y la humanidad: señales de esperanza, que será publicado en 2015 por la editorial Vozes.
Traducción de MJ Gavito Milano

Cómo acabamos por reproducir la cultura del capital Leonardo Boff



Leonardo Boff2Adital
En el artículo anterior – La cultura capitalista es anti-vida y anti-felicidad – intentamos, teóricamente, mostrar que la fuerza de su perpetuación y reproducción reside en la exacerbación de un aspecto de nuestra naturaleza, que consiste en el afán de autoafirmarse, de fortificar el propio yo para no desaparecer o ser engullido por los otros. Pero difumina e incluso niega el otro aspecto, igualmente natural, el de la integración del yo y del individuo en un todo, en la especie, de la cual es un representante.


Sin embargo no es suficiente detenernos en este tipo de reflexión es insuficiente. Junto a ese dato originario existe otra fuerza que garantiza la perpetuación de la cultura capitalista. Es el hecho de que nosotros, la mayoría de la sociedad, internalizamos los “valores” y el propósito básico del capitalismo, que es la expansión constante del lucro, que permite un consumo ilimitado de bienes materiales. Quien no tiene, quiere tener, quien tiene quiere tener más, y quien tiene más dice: nunca es suficiente. Y para la gran mayoría, la competición y no la solidaridad y la supremacía del más fuerte prevalecen sobre cualquier otro valor en las relaciones sociales, especialmente en los negocios.

La llave para sustentar la cultura del capital es la cultura del consumo, de la permanente adquisición de productos nuevos: un teléfono móvil nuevo con más aplicaciones, un modelo más sofisticado de ordenador, un estilo de zapatos o de vestido diferentes, facilidades de crédito bancario para posibilitar la compra-consumo, aceptación acrítica de las propagandas de productos etc.
Se ha creado una mentalidad donde todas estas cosas se dan por naturales. En las fiestas entre amigos o familiares y en los restaurantes se consume hasta hartarse, mientras al mismo tiempo las noticias hablan de millones de personas que pasan hambre. No son muchos los que se dan cuenta de esta contradicción, pues la cultura del capital educa para verse primero a sí mismo y no preocuparse de los demás y del bien común. Este, ya lo hemos dicho varias veces, vive en el limbo desde hace mucho tiempo.

Pero no basta atacar la cultura del consumo. Si el problema es sistémico, tenemos que oponerle otro sistema, anticapitalista, antiproductivista, anticrecimiento lineal e ilimitado. Al TINA capitalista (There Is No Alternative): «No hay otra alternativa» tenemos que contraponer otra TINA humanista (There Is a New Alternative): «hay una nueva alternativa».

Por todas partes surgen brotes alternativos de los cuales cito solo tres como ejemplo. El primero es el “bien vivir” de los pueblos andinos, que consiste en la armonía y el equilibrio de todos los factores en la familia, en la sociedad (democracia comunitaria), con la naturaleza (las aguas, los suelos, los paisajes) y con la Pachamama, la Madre Tierra. La economía no se guía por la acumulación sino por la producción de lo suficiente y decente para todos.
Segundo ejemplo: se está fortaleciendo cada vez más el ecosocialismo, que no tiene nada que ver con el socialismo una vez existente (que era en verdad un capitalismo de Estado), sino con los ideales del socialismo clásico de igualdad, solidaridad, subordinación del valor de cambio al valor de uso, con los ideales de la moderna ecología, como ha sido excelentemente presentado entre nosotros por Michael Löwy en Qué es el ecosocialismo (Cortez 2015) y por otros en varios países, como las contribuciones significativas de James O’Connor y de Jovel Kovel. Ahí se postula la economía en función de las necesidades sociales y de las exigencias de la protección del sistema-vida y del planeta como un todo. Un socialismo democrático, según O’Connor, tendría como objetivo una sociedad racional fundada en el control democrático, en la igualdad social y en el predominio del valor de uso.

Löwy añade aún «que tal sociedad supone la propiedad colectiva de los medios de producción, un planeamiento democrático que permita a la sociedad definir los objetivos de la producción y las inversiones, y una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas» (op.cit. p.45-46). El socialismo y la ecología comparten los valores cualitativos, irreductibles al mercado, como la cooperación, la reducción del tiempo de trabajo para vivir el reino de la libertad de convivir, de crear, de dedicarse a la cultura y a la espiritualidad y a recuperar la naturaleza devastada. Este ideal está en el ámbito de las posibilidades históricas y orienta prácticas que lo anticipan.
Un tercer modelo de cultura yo la llamaría la “vía franciscana”. Francisco de Asís, actualizado por Francisco de Roma es más que un nombre o un ideal religioso; es un proyecto de vida, un espíritu y un modo de ser. Entiende la pobreza no como un no tener sino como capacidad de desprenderse siempre de sí mismo para dar y dar, la sencillez de vida, el consumo como sobriedad compartida, el cuidado de los desvalidos, la confraternización universal con todos los seres de la naturaleza, respetados como hermanos y hermanas, la alegría de vivir, de danzar y de cantar hasta cantilenae amatoriae provenzales, cantares de amor. En términos políticos sería un socialismo de la suficiencia y de la decencia y no de la abundancia, por lo tanto, un proyecto radicalmente anti-capitalista y anti-acumulador.
¿Utopías? Sí, pero necesarias para no hundirnos en la crasa materialidad, utopías que pueden volverse una referencia inspiradora después de la gran crisis sistémica ecológico-social que vendrá inevitablemente como reacción de la propia Tierra que ya no aguanta tanta devastación. Tales valores culturales sustentarán un nuevo ensayo civilizatorio, finalmente más justo, espiritual y humano.

Leonardo Boff escribió Francis of Assisi: a Model for Human Liberation, Orbis, N.York 2001.
Traducción de MJ Gavito Milano
Leonardo Boff
Teólogo, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño. A partir de los años 80 comenzó a profundizar sobre el la cuestión ecológica. Participó en la redacción de la Carta de la Tierra con M. Gorbachev, S. Rockefller y otros. Autor de varios libros y galardonado con varios premios.
Twitter @LeonardoBoff