Pedro Castilla Madriñán
La apisonadora de los poderosos sedienta de réditos y ambiciosa de bienes, avanza ciega y codiciosamente arrasando vida y Naturaleza, matando sueños e ilusiones y exilando del Edén a miles de millones de ninguneados y a toda una generación que, como nunca, se viene preparando para hacer las cosas mejor.
Podría decirse que la historia del mundo ha ido a mejor, hasta que los poderosos tomaron los medios de comunicación e inventaron las multinacionales y el poder financiero. Ante esta dictadura económica y mediática, la democracia se esconde humillada, y ni siquiera pestañea, cuando estos, trastocan los más elementales valores naturales.
Aumentan las victimas y se multiplican las quejas de los humildes del mundo. Los medios, manejados por la apisonadora, ocultan las verdaderas causas de sus luchas y sólo exponen el folclore de sus manifestaciones, ridiculizando sus atuendos, para así encubrir su humana conciencia, la que hace tiempo perdieron los poderhabientes. Como si el bien se escondiera exclusivamente tras una corbata y nunca en la sencillez de una vestimenta.
Brota la esperanza por las plazas universales de la dignidad, donde muchos indignados dan el paso a rebelarse pacíficamente en favor de esa asignatura pendiente que es la libertad, la igualdad y la solidaridad y, en contra del omnímodo poder financiero, del cruel desempleo y del hambre:”No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, “Si no nos dejan soñar no les dejaremos dormir”, “Le llaman democracia y no lo es”… Sus voces solo son atendidas por otras voces no escuchadas. La marea aumenta, pero sus justas peticiones no tienen eco en los órganos de decisión porque sus frías murallas hablan otro lenguaje diferente. No pueden comprender una revolución basada en el amor, cuyas armas son la razón de la verdad, cuando ellos sólo conocen la razón de las armas y del dinero.
La abandonada juventud actual, portadora de lucidez y saber, y cansada de tanta perversidad y engaño, ha dado el primer paso de una larga caminata hacia el arcoíris de la felicidad mundial, que no es otro que el de la mesa compartida.
“Bendita juventud, que es capaz de ver lo que no existe” .