FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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domingo, 16 de septiembre de 2012

DOMINGO 16 SEPTIEMBRE 2012


         ¿Quién es Jesús?
LOPE JESÚS SÁNCHEZ  
delegado AA.AA. Barakaldo

         Esta pregunta que nos hacemos todos los años, no está mal  para poder volver a repasar si tenemos un buen concepto y conocimiento de Jesús y lo que, de verdad, significa todavía para cada uno de nosotros.
         A ver si hemos mejorado  y perfeccionado…De eso se trata.
         El Señor seguro que no pregunta por curiosidad, ni por autocomplacencia.
         De hecho “pasa” de la primera pregunta: “¿Qué piensa, mejor, qué dice  la gente de mí, sino que le interesa más : “Y vosotros ,¿ quién decís que soy yo?”
Sí, le importaba que se pronunciasen  para luego decirles algo importante, sobre todo, después de la respuesta  de Pedro tan positiva…pero tan teórica, tan teológica: “Tú eres el Hijo de Dios”. Jesús les dice:” El Hijo del hombre tiene que padecer y sufrir” y” el que quiera seguirme  que se niegue a si mismo, que tome su cruz, su lote  y me siga” No hay otra salida.
Los discípulos no lo entienden todo. Tampoco nosotros porque,  todos daríamos la misma definición que dio  Pedro, pero no todos lo entendemos igual.
Aquello de que  “Eres el Hijo de Dios vivo” quedaba bien, pero muy teórico. De lo que se trata es de dar una respuesta sencilla y, sobre todo, concreta. No buscar palabras bonitas, sino  una respuesta que salga de dentro, del corazón, sincera y abierta. No hacen falta  altas definiciones  que nadie  las entiende  y a las que nuestros jerarcas nos tienen  tan acostumbrados en sus discursos , llenos de razonamientos y vacíos de sentimientos y corazón.
La cuestión está en qué sientes sobre Jesús en tu interior, donde sólo tú puedes oírle y hablarle, y no en  el bullicio de la calle o en el boato del templo.
Ya sé que todo esto suena a místico, pero como dice Ranher el teólogo alemán  del Concilio  Vat. II :“O nos hacemos los cristianos, los creyentes de siglo XXI, místicos  o nos extinguimos, desaparecemos”
¡Qué fuerte  pero qué cierto!
Pero respondamos sin temor  a la pregunta de de Jesús. Una pregunta de ayer, de hoy y de siempre.
La respuesta de Pedro fue sentida , pero fría  y casi utópica.
¿Y qué pensaban los otros discípulos? Ya lo dijeron : “ Unos que Elías, Moisés o algún Profeta…
No se arremangaron hasta después de la Resurrección, que es cuando se dieron cuenta y tomaron conciencia…
Nosotros, como ellos, también nos  agarramos al “resucitado” más que al “crucificado”, pero no olvidemos que  son las dos caras de una misma moneda: donde se une lo humano con  lo divino  y lo divino  con lo humano. Son las dos partes de la misma Historia de Salvación  y de misma vida de la que todos participamos.
Seguir a Jesús no es “obligatorio”, pero hemos de ser consecuentes. No valen  disculpas, ni chapuzas: En esto sí, en esto no. No bastan soluciones fáciles y más en este tiempo de crisis, creada por personas inmorales, que nos está cayendo.
Seguro que habrá que renunciar a más de  algún proyecto  y no sólo por la crisis, sino por puro convencimiento y coherencia. Mientras unos tanto , otros tan poco..
Como para  levantar  ahora  un “Eurovegas” para cubrir el  ocio  y justificar  tanto despilfarro, lujo  y vicios. Dicen que para conseguir tantos miles de puestos de trabajo como  si los “fines  justificaran todos los medios”.
Si contestamos “Tú eres el Hijo de Dios Vivo” no olvidemos lo de “el que quiera seguirme  que se niegue a si mismo, que tome su cruz y que  me siga”.

La base biológica de la espiritualidad

Hemos afirmado anteriormente en estas páginas que el espíritu representa la dimensión de lo humano profundo. La espiritualidad, que de él se deriva, es un modo de ser, una actitud fundamental, vivida en la cotidianidad de la existencia: en el arreglo de la casa, en el trabajo de la fábrica, conduciendo, conversando con amigos. De repente, irrumpe como un relámpago de algo más profundo e inexplicable. Es el espíritu que se anuncia.
Las personas pueden conscientemente abrirse a lo profundo y lo espiritual. Entonces se vuelven más centradas, serenas e irradiadoras de paz. Propagan una extraña vitalidad y entusiasmo porque tienen a Dios dentro de sí. Este Dios interior es amor, el cual en las palabras de Dante al final de cada libro de la Divina Comedia “mueve los cielos y las estrellas”, y nuestros propios corazones, añadimos nosotros.
Dicen investigaciones científicas que esta profundidad espiritual tiene una base biológica. Estudios realizados al final del siglo XX y dirigidos por los neurobiólogos Michael Persinger y Ramachandran, por el neurólogo Wolf Singer y por el neurolinguista Terrence Deacon, además de por técnicos usando scanners modernos para hacer imágenes cerebrales, detectaron lo que ellos llamaron «el punto Dios en el cerebro» (God Spot o God Module). 
Personas que en sus vidas han dado un espacio significativo a lo profundo, a lo espiritual, revelan en los lóbulos frontales del cerebro una excitación detectable por encima de lo normal. Estos lóbulos están ligados al sistema límbico, el centro de las emociones y los valores. Ahí se da una concentración en aquello que tales científicos llamaron «mente mística» (mystical mind). Tal estimulación del ‘punto Dios’ no está ligada a una idea o a algún pensamiento objetivo. Es activado siempre que la persona se siente envuelta emotivamente en los contextos globales que confieren sentido a la vida o cuando, de forma autoimplicada, se refiere a lo Sagrado, a temas religiosos o directamente a Dios. Se trata de emociones y no de ideaciones, de factores ligados a experiencias de gran sentido que implican una percepción del Todo y de algo incondicional.
Estudios más recientes indican que puede haber de hecho no solamente una sino mucha regiones del cerebro estimuladas por la experiencia de totalidad y de sacralidad. Eso indica que el ‘punto Dios’ puede ser, en realidad, una ‘red de Dios’ que comprende zonas normalmente asociadas a emociones profundas y cargadas de significado. Otros investigadores como Eugene D’Aquili y Andrew Newberg llamaron a esta realidad, como hemos mencionado antes, «mente mística».
Esta mente mística pertenece al proceso más general, antropogénico-cosmogénico. Ella representa una mejora evolutiva de la especie homo. Así como externamente estamos dotados de sentidos por los cuales aprehendemos la realidad a través del oído, de la vista, del tacto y del olfato, de igual manera estaríamos internamente enriquecidos con un órgano mediante el cual captamos el Misterio del Mundo, nos hacemos sensibles a aquella Energía poderosa y amorosa que recorre de punta a punta todo el universo y que subyace a nuestra existencia. Las tradiciones religiosas la llamaron Dios.
Si ella está en nosotros, y nosotros somos parte del universo, entonces significa que esta inteligencia espiritual constituye una propiedad del propio universo. Sólo porque está en el universo puede estar en nosotros. Por esta razón la filósofa y física cuántica Danah Zohar y el psiquiatra Ian Marshall afirman que el ser humano no está solamente dotado de inteligencia intelectual y emocional, sino también de inteligencia espiritual. Ésta es un dato de la realidad con el mismo derecho de ciudadanía que la libido, la autoafirmación, la inteligencia y el amor (QS: inteligência espiritual, Record 2000).
Hoy, más que antes, se hace urgente dar relieve a la inteligencia espiritual porque vivimos en una cultura entorpecida por el materialismo y por el consumismo inducido. El efecto de este modo de ser está bien relatado por la literatura contemporánea: sentimientos de náusea (Sartre), de estar-de-sobra (Marcel), de alienación (Marx), de “desamparo-abandono” (Heidegger), de extranjeros en la propia patria (Camus). En una palabra, padecemos graves enfermedades de sentido como denunciaron los psicoanalistas Rollo May y Victor Frankl. Todo esto porque embotamos la inteligencia espiritual.
La espiritualidad nos ayuda a salir de esta cultura enferma y agonizante. La integración de la inteligencia espiritual con las otras formas de inteligencia  ̶ intelectual y emocional ̶ nos abre a una comunión amorosa con todas las cosas y a una actitud de respeto y de reverencia ante todos los seres, mucho más antiguos que nosotros. Sólo así, podremos reintegrarnos en el Todo, sentirnos parte de la comunidad de vida y acogidos como compañeros en la gran aventura cósmica y planetaria.