FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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jueves, 19 de mayo de 2016

En medio de las tinieblas actuales, ábrete a la Luz de lo Alto Leonardo Boff




Leonardo Boff2Después de semanas de turbulencia política, donde dominaron densas tinieblas hechas de distorsiones, deseo de destruir y rabia visceral, pero afortunadamente con algunos destellos de luz, escribimos esta meditación sobre la Luz. Hasta hoy la luz es para los cosmólogos un misterio indescifrable todavía. Sólo la entendemos un poco pensándola bien como onda y como partícula.
Independientemente de esta imponderabilidad sobre la naturaleza de la luz, profesamos la creencia firme de que la Luz tiene más derecho que las tinieblas. Basta la pequeña luz de una cerilla encendida para ahuyentar la oscuridad de una habitación entera.



Fue lo que nos ha movido a publicar comedida y reverentemente esta pequeña reflexión.
Del fondo más profundo del universo viene una Luz misteriosa. Incide en nuestra cabeza, exactamente donde tenemos el cuerpo calloso, la parte que separa el lado derecho del cerebro del izquierdo. Esta separación es la fuente de nuestras dualidades, por un lado el sentimiento y por otro el pensamiento, por un lado la capacidad de análisis y por el otro nuestra capacidad de síntesis, por un lado el sentido de objetividad y por el otro la subjetividad, por un lado el mundo de los fines y por el otro el universo del sentido y de la espiritualidad.
La Luz beatísima de lo Alto suspende la separación de los cerebros y obra la unión. Pensamos amando y amamos pensando. Trabajamos haciendo poemas. Combinamos el arte con el ocio. Pero con una condición, la de abrimos totalmente a la Luz de lo Alto.


«¡Acoge la misteriosa Luz que atraviesa todo el universo y llega hasta ti! Hazla correr por todo tu cuerpo, por la cabeza, por los ojos, los pulmones, el corazón, los intestinos, los genitales. Hazla descender por las piernas, detenla en tus rodillas, y fíjala por un momento en tus pies, pues ellos son los que te sostienen.
«Y sube con ella, pasando por todo tu cuerpo, dirígela nuevamente hasta el corazón, para que de allí te vengan los buenos sentimientos de amor y compasión. Hazla subir hasta el centro de la cabeza, hasta lo que llamamos el tercer ojo. Ella te traerá pensamientos brillantes. Finalmente déjala reposar en la parte superior de tu cabeza».
«Desde ahí llenará todo tu cuerpo de luz. Y se abrirá a todo el universo, dándote la sensación de ser uno con el Todo. Se superarán las dualidades, harás la experiencia bienaventurada de la unidad original de todo lo que existe y vive. Y conocerás una paz que es la integración de las partes en el Todo y del Todo en las partes. Y de ti saldrá una luz como la del primer momento de la creación. Sabrás, siquiera por un momento, lo que es ser feliz en plenitud».


«Por último, agradece la presencia transformadora de la Luz de lo Alto. Déjala salir hacia el seno del Misterio de donde vino».
«Escucha también este consejo: Prepárate siempre para acogerla, porque ella nunca deja de venir. Y si no se ha abierto todo tu ser, pasará de largo y tú, curiosamente, te sentirás vacío, con un sentimiento de falta de sentido y significado».


«Siempre que acojas a la Luz beatísima irradiarás bondad y benevolencia. Y todos se sentirán bien a tu lado».
«Ábrete enteramente a la Luz hasta que tu mismo te vuelvas plena luz».

Leonardo Boff escribió Meditación de la Luz. El camino de la simplicidad, 2012.

Laicidad del estado, laicidad del evangelio José M, Castillo, teólogo



Castillo1Fuente: Teología sin censura
Las recientes declaraciones, que el papa Francisco ha hecho al diario francés La Croix, han dado pie a un nuevo motivo de sorpresa (y en no pocos casos, de escándalo) para muchos católicos, chapados a la antigua, que dan la impresión de estar todavía anclados en el “Antiguo Régimen”. No en el de Franco, sino en el de los monarcas absolutos, previos a la Ilustración. Y algunos hasta tienen el atrevimiento de acusar al papa Francisco de ignorante en temas de historia.


A quienes se rasgan las vestiduras por lo que ha dicho el papa en su entrevista a La Croix, les vendría bien recordar que no es lo mismo “laicidad” que “laicismo”. El “laicismo” consiste en independizarse “de toda influencia eclesiástica o religiosa”. Lo que, en la práctica, equivale a rechazar a Dios y cuanto se refiere a Dios, la Iglesia, la religión, etc. La “laicidad” no es negación o rechazo, sino independencia de la religión o de lo religioso. Un Estado laico no persigue ni margina el hecho religioso. Simplemente lo respeta. Y permite que los ciudadanos vivan y expresen en público sus creencias, con tal que las distintas confesiones respeten las normas de convivencia que emanan de la Constitución del Estado.
Pues bien, hecha esta aclaración semántica, es importante aclarar dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, no es lo mismo hablar de la “religión” que hablar de “Dios”. La religión es el medio o camino para relacionarse con Dios. De forma que la religión es el “medio”, Dios es el “término”. Teniendo en cuenta que el medio, la religión, es siempre un hecho humano, un fenómeno cultural, una realidad histórica y de este mundo. Mientras que Dios es el Trascendente. Que no es, ni puede ser, inmanente, cultural, histórico o mundano. Es verdad que los seres humanos, ya que no podemos ver a Dios, ni tenemos acceso directo a él, nos “lo representamos”, en cada momento histórico, en cada pueblo yen cada cultura, según los valores o criterios determinantes de esa cultura. Es más, se sabe con seguridad que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. Van der Leeuw, E. B. Taylor, Walter Burkert…), que, durante muchos miles de años, no pasó de ser un fenómeno consistente en una notable variedad de rituales, relacionados con la caza, el ciclo vital y la muerte (Ina Wunn, con abundante bibliografía).
Y en segundo lugar, antes que de la “laicidad del Estado”, tenemos que hablar de la “laicidad del Evangelio”. ¿Por qué? Porque, en realidad, la vida pública de Jesús fue una serie ininterrumpida de continuos conflictos con los sacerdotes, con los doctores de la Ley, con los observantes fariseos, con el templo, con las observancias, normas y rituales religiosos, de forma que todo terminó en el enfrentamiento supremo y decisivo, que llevó a Jesús al tribunal religioso, a la condena a muerte y a la ejecución violenta en la cruz. Lo que nos lleva inevitablemente a la pregunta inquietante y peligrosa: ¿el Evangelio es un libro de religión o es la historia de un conflicto mortal con la religión de los rituales, del templo y de los sacerdotes? La respuesta más razonable a esta pregunta es decir que el Evangelio, antes que un “libro de religión”, es un “proyecto de vida”. Un proyecto centrado en la honradez, la honestidad, la bondad y la misericordia sin limitación alguna.
Por esto se puede afirmar que Jesús sacó la religión del templo. Y la puso en la vida, en la existencia humana, en la tarea incansable por humanizar este mundo, esta vida, la relación de cada cual con los demás. Para así contagiar felicidad, progreso, bienestar, igualdad y dignidad para todos. Si Dios y la religión no nos sirven para ser y comportarnos lo mejor posible unos con otros, sea cual sea la cultura y las tradiciones en las que cada cual ha nacido y se ha educado, entonces ¿para qué nos sirve Dios y de qué nos sirve la religión? Es evidente que este proyecto se hace realidad más y mejor en una sociedad laica y en un Estado no confesional, que en una sociedad y un Estado que, desde una determinada confesión religiosa, actúa como un “sistema excluyente!, que inevitablemente divide, separa y confronta a la gente, constituyéndose en un factor de fanatismo y de violencia. 

Domingo 22 de Mayo, Fiesta de la Trinidad – C (Juan 16,12-15): abrirnos al misterio de Dios José Antonio Pagola

ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS

A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama «reino de Dios» e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí». Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. Él nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen «cumplir la voluntad del Padre». Esta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: «Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos». Este Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa.

Domingo 22 de mayo de 2016: Santísima Trinidad


TrinidadC
Joaquina de Vedruna, fundadora (1854), Rita de Casia, religiosa (1457)
(Comentario homilético elaborado en un ciclo anterior por Mons. Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua)
La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor, introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la antigua alianza tal como lo atestiguan los libros del Antiguo Testamento, como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal. ··· Ver noticia ···