Movimiento Social Afrocolombiano
ÁFRICA FUNDACIÓN SUR
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Redes Cristianas
Reclama “la purificación de nuestra Iglesia para recuperar su credibilidad”. En el caso italiano, exigen una comisión nacional de investigación, independiente de las autoridades religiosas, “con amplios poderes, tiempo y recursos adecuados”; la denuncia previa a las autoridades civiles; promocionar momentos de arrepentimiento colectivo; atención a las víctimas, “de todas las maneras posibles, incluso con recursos económicos”
“Hay responsabilidades por que en las curias se ha vivido en una cultura del secretismo”, recalca Somos Iglesia, que denuncia los “hábitos que se dan por supuestos” y la defensa del “prestigio” de la institución frente a las víctimas. “El problema del ‘sistema’ está en el centro de la renuncia de Marx”, subraya la nota del colectivo.
Niño crucificado por los abusos
Redes Cristianas
Sobre la carencia de sacerdotes, queremos decir algo: Efectivamente llevamos dos mil años de cristianismo. Hubo etapas, como en la Alta Edad Media, donde era realmente grande la abundancia de sacerdotes. Pero en los últimos 10-15 años, su número disminuyó un 45 %, y más de la mitad de las parroquias del mundo ya no tienen una Eucaristía a la semana, y muchas Comunidades Indígenas solo una o dos al año.
Con las teologías, los rituales, y las leyes y exigencias que ha impuesto la Iglesia Oficial, no es posible cumplir lo que Jesús nos mandó: “haced esto en memoria mía”, porque el sacerdote:
-tiene que hacer estudios eclesiásticos.
-tiene que ser soltero.
-tiene que ser hombre, nunca mujer.
-tiene que estar aprobado y nombrado por el obispo, nunca por el pueblo.
-el obispo tiene que estar aprobado y nombrado por Roma, nunca por el pueblo.
Todas esas condiciones y exigencias no constan como establecidas por Jesucristo.
A pesar de ser uno solo el Evangelio y Jesús haber pedido que todos sean uno, hay interpretaciones, posiciones y comportamientos, a veces muy antagónicos, entre unos papas y otros, unos obispos y otros, unos sacerdotes y otros.
Todo ha estado , y así sigue, en manos de la jerarquía oficial: a los laicos, llamados “fieles”, durante muchos siglos, solo les tocó oír, ver, callar, sacar la cartera y no entender nada porque hasta el Concilio Vaticano II todo era en latín.
Todo eso hizo que la Iglesia se identificase con curas, obispos y papas, y no con el pueblo, que debía y debe ser su razón de ser.
Esa forma de ser y actuar, hoy ya no es de recibo. El mensaje de Jesús sigue siendo válido, pero tal cual es, sin manipularlo, sesgarlo, marginarlo en función de intereses particulares, ni fragmentarlo, que de esto hubo y hay mucho todavía, todo lo cual nos lleva a una pregunta muy seria: ¿QUÉ CLASE DE MENSAJE HEMOS TRANSMITIDO Y SEGUIMOS TRANSMITIENDO, Y COMO LO TRANSMITIMOS?
La consecuencia de todo ello es que no tenemos COMUNIDADES CRISTIANAS ADULTAS Y MADURAS, que sigan a Jesucristo y su mensaje aplicado y comprometido con la realidad concreta de nuestro tiempo, que generen ilusión, deseo de compromiso y personas preparadas para ejercer los servicios que necesite la Comunidad, como la celebración de la Eucaristía, la educación permanente en la fe de todos sus miembros, personas concretas que asuman voluntariados al servicio de la Sociedad en general y sobre todo hacia los más empobrecidos y especialmente los del Tercer Mundo que más lo necesitan, apoyados por la propia Comunidad en todos los aspectos.
Por tanto, ¿necesitamos más sacerdotes de Seminario o personas que surjan de las propias Comunidades Cristianas, adultas y maduras en la fe, hombres o mujeres indistintamente, casados o solteros, padres o madres de familia, refrendados por ellas mismas, con pleno discernimiento de la Comunidad, impregnada siempre de una mística de compromiso liberador integral como Jesucristo, y no de por vida sino por el tiempo que la Comunidad decida, pues como decían los latinos “assueta vilescunt”, lo que se repite reiteradamente se envilece? Comunidades que ayuden a todos sus miembros a “llegar al pleno conocimiento del Hijo de Dios, al estado de personas perfectas, a la madurad de la plenitud de Cristo, para que no seamos niños llevados a la deriva, zarandeados por cualquier viento de doctrina” (Efesios 4,9-14).
Lo que era el mensaje de liberación de Jesús, lo hemos reducido a una religión de ritos, con cuantiosísimos gastos en dinero y vidas, construyendo iglesias lujosas, catedrales, basílicas, conventos, monasterios…, mientras miles y miles de personas morían como esclavos en tiempos de Roma, como siervos de la gleba en la Edad Media o como proletarios explotados y extenuados en jornadas laborales de hasta 48 horas en la era industrial, incluidos niños arrastrando vagonetas de carbón en las bocaminas de Inglaterra, atados a ellas con cuerdas o cadenas, como recogen grabados aun de mediados del siglo XIX. ¿Jesucristo quiere esas construcciones o quiere que el verdadero templo sean las personas donde El habita?
Cuánto nos falta todavía por ser coherentes con el Evangelio y como consecuencia por mejorar en este mundo para que se cumpla el proyecto de Jesús de Nazaret: “yo he venido para que todos tengan vida y vida en abundancia”. Se trata de la vida en este mundo, y no de parcelas en la otra como nos decía el comunicado inicial, porque seremos dignos del Cielo en la medida que hayamos contribuido a la construcción de la Tierra. Es hora de abrir los ojos.
Fuentes de información: Teología del Laicado, de Yves Congar; El Evangelio Marginado de J.M. Castillo; Sueños de un Viejo Teólogo de Víctor Codina; Otro Mundo es posible y Necesario, ¿Cómo lograrlo? de Jorge Martinez; Manual de Historia Universal, tomo IV, de Vicente Palacio Atard.
Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino
En los encuentros para la elaboración de la Carta de la Tierra oímos de boca de Mijaíl Gorbachov, justamente de él considerado ateo por ser comunista y jefe de Estado: o desarrollamos una espiritualidad con nuevos valores, centrados en la vida y en la cooperación o no habrá solución para la vida en la Tierra.
Esta pandemia es un llamamiento a esa espiritualidad salvadora. Como dice la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio en la mente y en el corazón; requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… solo así se llega a un modo sostenible de vida” (Conclusión).
Estamos viviendo una emergencia ecológica planetaria. Acertadamente nos alertó la Laudato Sì del Papa Francisco (2015): “Las previsiones catastróficas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes” (n.161).
Esta advertencias refuerzan la urgencia de una espiritualidad de la Tierra. Ella demanda un nuevo paradigma, presentado por el Papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti (2020): debemos dejar de imaginar que somos los dueños (dominus) de la naturaleza para poder ser de hecho hermanos y hermanas (frater, soror). Si no hacemos esta transformación habra que tener presente esta advertencia: “nadie se salva solo, únicamente es posible salvarse juntos” (n. 32).
En función de esa misión común se ha establecido una colaboración y una articulación entre dos familias religiosas, con sus tradiciones espirituales, amigables con la creación y la vida de los más destituidos: los franciscanos con el Servicio Interfranciscano de Justicia, Paz y Ecología de la Conferencia de la Familia Franciscana de Brasil y los jesuitas con el Observatorio Luciano Mendes de Almeida, la Red de Justicia socioambiental de los Jesuitas y el Movimiento Católico Global por el Clima, sumándoseles como compañeros el centro juvenil MAGIS, y la Facultad Jesuita de Filosofía y Teología (FAJE).
Las espiritualidades y los valores de cada una de estas dos tradiciones nos podrán inspirar nuevas formas de cuidar la herencia sagrada que la evolución y Dios nos han entregado, la Tierra, la Magna Mater de los antiguos, la Pachamama de los andinos y la Gaia de los modernos.
En su encíclica de ecología integral Laudato Si, el Papa Francisco presenta a San Francisco “como el ejemplo por excelencia de todo lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos” (n.10). Y dice todavía más: “Corazón universal, para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su lugar en el huerto” de cada convento de los frailes (n.11.12).
Para San Ignacio de Loyola, gran devoto de San Francisco, ser pobre significaba más que un ejercicio ascético, un despojamiento de todo para estar más próximo a los otros y construir con ellos fraternidad. Ser pobre para ser más hermano y hermana.
Para los primeros compañeros de San Ignacio la vida en pobreza, individual y comunitaria, siempre acompañó el cuidado de los pobres, parte esencial del carisma jesuítico. Y San Francisco vivía estas tres pasiones: a Cristo crucificado, a los pobres más pobres y a la naturaleza. Llamaba a todas las criaturas, hasta al feroz lobo de Gubbio, con el dulce nombre de hermanos y hermanas.
Ambos vislumbraban a Dios en todas las cosas. Como lo expresó bellamente San Ignacio: “Encontrar a Dios en todas las cosas y ver que todas las cosas vienen de lo alto”. Y decía más, muy en la línea del espíritu de San Francisco: “No es el mucho saber lo que sacia el alma, sino el sentir y saborear internamente las cosas”. Sólo puede saborear internamente todas las cosas si las ama verdaderamente y se siente unido a ellas. En San Francisco abundan afirmaciones semejantes.
Tales modos de vida y de relacionarse son fundamentales si queremos reinventar una forma amigable, reverente y cuidadosa de la Tierra y la naturaleza. De ahí nacerá una civilización biocentrada. Como afirma la Fratelli tutti, fundada en una “política de la ternura y de la gentileza”, “en el amor universal y en la fraternidad sin fronteras”, en la interdependencia entre todos, en la solidaridad, la cooperación y el cuidado de todo lo que existe y vive, especialmente de los más desprotegidos.
La Covid-19 es una señal que la Madre Tierra nos envía para que asumamos la misión que nuestro Creador y el universo nos han confiado de “proteger y cuidar el Jardín del Éden”, es decir, de la Madre Tierra (Gn 2,15). Si juntos, estas dos Órdenes de los franciscanos y los jesuitas, asociados a otros, se proponen realizar este sagrado propósito, darán una señal de que no se ha perdido todo del Paraíso terrenal. Él empieza a crecer dentro de nosotros y se expande hacia fuera de nosotros, haciendo, de verdad, de la Madre Tierra, la verdadera y única Casa Común en la cual podremos vivir juntos en fraternidad, amorosidad, justicia y paz y alegre celebración de la vida. ¿Son sueños? Sí, son los Grandes Sueños, necesarios, que anticipan la realidad futura.
Traducción de Mª José Gavito Milano