Desde hace bastante tiempo se viene condenando sin paliativos la ideología de género, diciendo que “no es compatible con la doctrina cristiana sobre la persona humana y sobre el matrimonio y la familia. Es una imposición contraria la antropología sobre el matrimonio y la familia".
No he oído, en cambio, hacer declaraciones claras y contundentes contra el machismo, en la Iglesia y en la sociedad, sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, contra el maltrato y la violencia machista, la discriminación de las mujeres, el odio contra ellas, la necesidad de una plena igualdad… que es lo que está en la base de la inequidad en las relaciones entre hombres y mujeres.
Para empezar habría que aclarar que el empleo del término “ideología” ya es un intento de desprestigiarla, pues no se utiliza con el significado de “las ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona o colectividad”, sino como una más de las formas (peores, dicen algunos) de pensar trasnochadas, que ya no tienen utilidad en nuestros días, pues ya estarían superadas en nuestra historia.
Lo que no se dice es que lo que miles de mujeres, feministas en su inmensa mayoría, aplican para superar la discriminación en la sociedad y en la Iglesia, es la perspectiva o categoría de género, que es un instrumento de análisis para denunciar desigualdades, cuestionando roles y papeles excluyentes de los derechos y la igualdad que les corresponden, hasta alcanzar la plena igualdad con los hombres.
El análisis que realiza la perspectiva de género es profundamente liberadora, porque aporta autoestima, respeto y dignidad a las mujeres, cuando son marginadas y tratadas como inferiores por una sociedad patriarcal, androcéntrica y machista. Los malos tratos, las injusticias, las diferencias salariales, el desprecio… y, en último término, el asesinato hacia ellas, es una clara y dramática demostración de ello.
Todo este entramado androcéntrico es una construcción histórica de relaciones sociales y de poder que, igual que se ha ido forjando a lo largo de miles de años, se puede derribar con un esfuerzo colectivo y con voluntad política, mediante actuaciones transversales, inclusivas, en una permanente búsqueda de equidad para recobrar la estima personal y social.
Los análisis de género que identifican, desenmascaran todas estas injusticias (sea en el ámbito que sea) y realizan propuestas transformadoras e inclusivas, no tienen ninguna incompatibilidad con el mensaje de Jesús, que es profundamente liberador de cualquier clase de opresión, discriminación o marginación. Y, en concreto contra las mujeres, a quienes unió a su grupo en un plano de igualdad, las sanó de sus dolencias y se dejó interpelar y cambiar en su relación personal con ellas. Hoy día Jesús, estoy seguro, estaría mucho más cercano a esta perspectiva y análisis de género, que a las críticas y descalificaciones que se realizan cada día con más intensidad y sin pudor.
Siguiendo el espíritu de Francisco, en lugar de desprestigiar y condenar (sin conocer en la mayoría de los casos de lo que se habla), se debería acoger, dialogar, confraternizar y comprender este instrumento de análisis feminista, tal como se está haciendo con los movimientos sociales, los homosexuales y transexuales, el diaconado femenino… Porque conocer y relacionarse, estando abiertos, intentando aprender del otro, es la base del aprecio y del posible cambio de perspectivas e ideas cerradas y excluyentes. Para dejarse interpelar y no seguir perdiendo a más mujeres de la comunidad eclesial.