FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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sábado, 23 de septiembre de 2017

El ejemplo de unos obispos australianos


Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Dos obispos australianos, Vincent Long, de Parramatta, y Bill Wright, obispo de Maitland, piensan que un católico puede votar, en conciencia, por un matrimonio gay. Éste último sostiene que “”hace más para la paz y armonía comunales que las parejas gay tengan un lugar en las estructuras reconocidas que lo hace que se las excluye”. Los prelados de tierras tan alejadas de nosotros usan, como vemos el argumento del bien común, y de no alterar la paz social. Podíamos, también, invocar el respeto que la Iglesia debe al orden civil, social, jurídico y legislativo, principios reconocidos y proclamados por el Concilio Vaticano II. Pero hay argumentos más concluyentes para un creyente. Voy a indicar tres:
1º) El seguidor de Jesús es fiel a las enseñanzas, palabras y hechos, del Maestro. Por mucho que escudriñemos los Evangelios, y los escritos del Nuevo Testamento, no encontraremos una enseñanza en estos temas. Algo de ello trataron en pasajes del Antiguo Testamento, como vestigio, y testigo, de una moral antigua, y muy diversa de lo que, después, tanto Jesús, como los primeros cristianos, fieles a su Palabra, vivieron. Algunos, bastante cándidos e ingenuos, argumentan que los tiempos de Jesús eran otros, muy diferentes que los de ahora, como insinuando que estos problemas de la sexualidad, y la transexualidad, eran desconocidos. Y esto constituye un grave error: en el Imperio Romano eran vigentes el aborto, y hasta el infanticidio, -práctica de matar a los bebés recién nacidos con problemas físicos, o del tipo que fuera-, y nada de eso, que era ds sobra conocido, aparece en la enseñanza del Señor. Los apóstoles, en especial Pablo en sus cartas, conoce , y fustiga de alguna manera, sobre todo en el inicio de la carta a los Romanos, el hecho de la homosexualidad. Se trata, más bien, de denunciar lo que él consideraba una tremenda decadencia, y, sobre todo, de establecer comportamientos diferentes, entre cristianos y paganos, para que brillara más el testimonio de los creyentes.
2º) La Iglesia no tiene el monopolio de la moral, o la ética. Durante mucho tiempo ella se arrogó esa característica de su Magisterio, pero está claro, en la propia enseñanza de conjunto de la de cristina, que la libertad de conciencia, y el respeto a la misma, es un principio ineludible, primordial, esencial, e imposible de descartar, incluso a consecuencia de palabras tajantes de Jesús, como “no juzguéis, y no seréis juzgados, no condenéis, y no seréis condenados”; “¿por qué reparas en la mota del ojo de tu hermano, y no retiras la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, quita primero la viga de tu ojo, y verás después para ayudar a tu hermano a eliminar so mota”. Ya he expuesto mi opinion en este delicado, y, para muchos, tema tabú, repitiendo que ni es sostenible ni lógica una ley natural, ni nadie se puede arrogar la autoridad exclusiva, y obligatoria, en el terreno de la conciencia.
3º) Una cosa es el mundo de la moral, -y de la conciencia-, y otra, el de la Ley. El Vaticano II enseña, claramente, y con generosa valentía, la autonomía de lo civil en la vida y organización de los pueblos. Además, en la propia Historia de la Revelación hemos comprobado ciertos usos y costumbres, ciertas licencia sociales, que hoy nos parecen aberrantes, como la esclavitud, la poligamia, o la imposición de los postulados de la fe a la fuerza, vía Inquisición, por ejemplo. Y si ampliamos el visor al mundo de las religiones, nos topamos con los sacrificios de los hijos primogénitos, el sacrificio ritual de jóvenes vírgenes, y un interminable lenco de atrocidades. Todos esos desvíos se han ido corrigiendo, y la Historia, vista con verdad y sinceridad, nos demuestra que este avance no ha sido por el empuje del Magisterio Eclesiástico, sino por el consenso puramente civil de los pueblos, de sus pensadores y filósofos, y de la presión de las propias, y, a veces, sutilísimas, variaciones en las costumbre y en los usos de la gente. Yo pienso que en este proceso está, para un creyente, la mano amorosa y sabia de Dios. Por eso me hago, os hago, esta pregunta: ¿Por qué es el Vaticano, Como Estado, , uno de los tres que no ha firmado íntegramente la declaración de los derechos humanos?

Otra vez con el latín. ¡Qué pesadez!


Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Hay imágenes que valen, efectivamente, más que muchas palabras. La que publica hoy Religión Digital (RD), con los orondos cardenales Burke, Sarah y Müller, en primera fila, celebrando los diez años del nefasto decreto de Benedicto XVI que permitía, con demasiadas facilidades, las misas en latín, es, con suficiente evidencia, un intento de patada al Papa, en salva sea la parte, en su tendencia al acercamiento a la gente, y al pueblo. Al Pueblo de Dios, que es, verdaderamente, la Iglesia, en definición delo Vaticano II, en toda su plenitud; y no solo, ni preferentemente, ni principalmente, el clero, como muy bien observa José María Castillo en la misma edición de hoy de RD. Personalmente, creo que algunos cardenales se están pasando, abusando, sin piedad, ni misericordia, ni criterio alguno, de la paciencia pachorrona del papa argentino. A muchos en la Iglesia nos gustaría que Francisco diera un golpe en la mesa, justamente contra los más grandes (¿¿¡¡??) de sus colaboradores, que están demostrando ser de los más pequeños, no en sentido evangélico, como demuestra el Papa, sino en el sentido popular, picaresco, y malicioso, cuando se dice ¡qué pequeña es esta gente!
Nada que ver con los pequeños en el Reino de Dios, que serán los primeros. También me gustaría, y pienso que a muchos otros también, que los obispos españoles dijeran algo, no estuvieran callados como postes, contra estos señores. Eso no es trabajar contra la unidad y caridad en la Iglesia, porque “la verdad os hará libres”, como dice el capítulo 8º del evangelio de Juan. Pablo de Tarso, ¡estoy seguro!, ya habría puesto a caldo a estos gerifaltes prepotentes que están sembrando de minas peligrosas los pasos, la actitud evangélica, y la pastoral ejemplar del sucesor de Pedro. Opino que los que así se comportan, un día sí, y otro también, ni aman a la Iglesia, ni quieren seguir los pasos de Jesús. Mas bien, su interés consiste en que las cosas continúen como durante siglos: que en la Iglesia sean los clérigos los que manden, comanden, y hagan y deshagan a gusto.
Porque la voluntad de estos “latinistas” no es respetarla Tradición. ¿Qué Tradición, la de Jesús? entonces que impongan la celebración de la Eucaristía, y , de los Sacramentos, en general, en arameo, o en hebreo, como Él habló cuando la instituyó. O en griego, como la Iglesia primitiva, hasta que ésta se latinizó, fruto de su convivencia con el Imperio Romano. Introducir una lengua no conocida por todos, sino solamente por unos “elegidos” es un atentado contra la verdadera fraternidad de los discípulos de Jesús. Ya lo expresaba con claridad, y cierta dosis de enfado, San Pablo, cuando escribía cosas como éstas: “Por tanto, si se reúne toda la comunidad en el mismo lugar y todos hablan en lenguas (extrañas), y entran en ella personas no iniciadas o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Cor 14, 23). San Pablo escribía las anteriores palabras en un contexto de reconvención de la actitud de aquellos, que no respetando la finalidad pedagógica del culto, que es también consustancial a éste, preferían mostrar sus conocimientos eruditos más que ponerse todos a la altura de la comprensión de la mayoría. Por detrás de ese aparente respeto a la Tradición se esconde, cada vez con más claridad y falta de pudor, un afán por mantener ignorante al Pueblo de Dios, que tiene, en la celebración de la Eucaristía, y de lo sacramentos, la mayor, y más eficaz, oportunidad de escuchar, y aprender, de la Palabra de Dios. Sa actitud no es otra cosa que la pretensión de que se imponga, y perdure, en la Iglesia, un clericalismo exacerbado, que mande, controle, y se eternice en el Poder sagrado que, erróneamente, creen que debe dimanar del seno del culto y de la vida de la Comunidad eclesial.
Eso por un lado. Y por otro, no menos baladí e inocuo, pretenden poner en evidencia a un Papa que, según sus cortas, interesadas, y nada evangélicas entendederas, se aparta de la sacrosanta Tradición, desoyendo las palabra de Jesús, “Ay de vosotros, fariseos hipócritas, que os apartáis de la voluntad de Dios por cumplir con vuestras tradiciones”. Al mismo tiempo que dejan de lado, con orgullo y arrogancia, la sana y luminosa idea del Concilio Vaticano II de “desclericalizar” la Iglesia, y de poner en manos del Pueblo de Dios, sin cortapisas innecesarias, ni frenos y obstáculos, para que la Iglesia pueda vivir, de verdad, y con todas sus consecuencias, una comunidad fraterna, en la que todos, como dice la 2ª lectura de este domingo 24º del tiempo ordinario, vivamos ara Dios, que para un discípulos de Jesús, quiere decir vivir para los hermanos, y al servicio de todos. “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos”.
Exactamente, lo contrario de lo que parecen pretender, esos cardenales, tan eminentes, como impenitentes y desleales al Pontífice, al que juraron servir, defender, y obedecer.

Gobernados por la medicocridad


Jaime Richart, Antropólogo y jurista

Fijaos si son necios, además de prepotentes y ladrones, los que nos gobiernan y los jueces cómplices, que antes de declarar la indepedencia y sin haberse celebrado siquiera la consulta popular, el referéndum, han tomado una serie de medidas ultrajantes contra los dirigentes de la Comuni­dad Catalana. Es decir, que están reaccionando frente a una supuesta contravención de la Constitución, que ellos se han pasado constantemente por el forro a lo largo de las legislatu­ras durante las que (es un decir) han gobernado; una imaginaria ilegalidad además en grado de tentativa. Concepto éste, el de tentativa, que significa muchísimo en el estudio de la ley penal…
Da vergüenza, indignación y náusea vivir bajo la tutela (otro decir) de gentes de medio pelo que están poniendo a España (aunque ya no hacen más que culminar un proceso de desprecio general) a la altura de los países de la mente y de la mentalidad más pequeñas que quepa imaginar. Y todo, porque aquella Constitución que ha llegado hasta hoy fue precocinada con engaños y presiones cuarteleras en la sombra, justo para que los sempiternos dominadores de este país tuvieran las mejores condiciones para seguir sién­dolo…
Quienes, todo hay que decirlo, como siempre, se frotan las manos son los medios de comunicación y los periodis­tas que les sirven de las cuatro cadenas principales y los pe­riódi­cos oficiales que van a la deriva. Medios y periodis­tas que no sólo no apaciguan la tensión existente sino que la ati­zan con su mediocridad, su impaciencia y su voracidad para obtener récords de beneficios esos dueños de ellas cana­llas y oportunistas que contemplan el espectá­culo bo­chornoso desde paraísos fiscales o playas ca­ribeñas…
19 Setiembre 2017

37 Congreso de Teología: disponible


congresodeteologia
37 Congreso Teología¡Ya está disponible la documentación del Congreso!. Pincha en el siguiente enlace para escuchar las ponencias o para descargarte los archivos a tu equipo: http://congresodeteologia.info/37-congreso-de-teologia-documentacion/··· Ver noticia ··

Monseñor Romero: símbolo de un cristianismo liberador


Juan José Tamayo

Tamayo3Diario EL PAÍS, 19 de marzo de 2005
El 24 de marzo se cumplió el 25 aniversario del asesinato de monseñor Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador), mientras celebraba la misa en la capilla de un hospital salvadoreño. Desde el primer momento todos los indicios apuntaron al Mayor Roberto D’ Abuisson, creador de de los escuadrones de la muerte, como responsable del asesinato. ¿Por qué mataron a un arzobispo en un país tan católico como El Salvador? Es la pregunta que muchas personas nos hicimos al enterarnos de tal vil e inmisericorde asesinato.
Durante muchos años de trabajo pastoral Monseñor Romero había sido un sacerdote y un obispo conservador, espiritualista, obediente a Roma y apenas sensible a las situaciones de injusticia de ese pequeño país centroamericano controlado por 14 familias. Precisamente por su sumisión al Vaticano fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977. Pero muy pronto, al entrar en contacto con la realidad, se fue produciendo en él un cambio profundo, radical, lo que en lenguaje cristiano se llama “conversión”, como ha sucedido en el caso de otros muchos sacerdotes y obispos latinoamericanos.
El desencadenante de su transformación fue el asesinato de Rutilio Grande, jesuita comprometido en la defensa y la concientización de los pobres en la aldea campesina de Aguilares. “Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”, fue su comentario ante el cadáver del jesuita asesinado. A partir de ese momento decidió no participar en ningún acto del gobierno mientras no se investigase el crimen y no dejó de levantar su voz profética en clave de denuncia contra el gobierno y contra la clase dominante, que quiso comprarlo sin conseguirlo.
Después vinieron los asesinatos de otros sacerdotes, la represión generalizada contra la Iglesia católica, la sistemática transgresión de los derechos humanos y las masacres contra poblaciones civiles indefensas. Denunció los abusos del gobierno, que legitimaba la violencia y se había convertido en la encarnación del mal. Violencia institucional, estructural, sistemática, represiva, injustificada. Condenó la violencia del Ejército contra los líderes políticos, religiosos y sindicales defensores de los derechos humanos y críticos del sistema represivo. Denunció las estructuras injustas del país. Defendió el cambio de estructuras, y no sólo la reforma. Y todo ello sin violencia, ni de pensamiento, ni de palabra ni de obra, sólo a través de la palabra en sus homilías pronunciadas cada domingo en la catedral y de la radio de la diócesis, que, según avanzaba la represión, se hacían cada vez más críticas y proféticas e iluminaban la mente de muchos compatriotas.
Papel fundamental jugaron en el cambio de monseñor Romero los teólogos de la liberación Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) asesinado en 1989, y Jon Sobrino, actualmente director del Centro Teológico Monseñor Romero. Ellacuría le facilitaba los datos sociológicos para un mejor conocimiento de la realidad sociopolítica y el ulterior análisis. “Con monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, acostumbraba a decir Ellacuría. Sobrino le proporcionaba las claves para una interpretación teológica de la realidad y para una praxis liberadora en el infierno de la muerte en que se había convertido el país.
Los primeros alarmados ante el cambio de actitud de Romero fueron el propio Nuncio del Vaticano y la clase pudiente, quienes coincidieron en el diagnóstico: nos hemos equivocado nombrándolo arzobispo; se ha convertido a los pobres, y no le habíamos nombrado para eso, sino para que mantuviera la Iglesia de El Salvador fiel a Roma
A medida que iba comprometiéndose en la defensa de los derechos humanos y en la denuncia del gobierno y del ejército, el Vaticano se distanciaba más y más de él, le daba la espalda e incluso tendía a deslegitimar, o al menos a cuestionar, su actuación profética. En sólo 18 meses tuvo que recibir a tres visitadores apostólicos que, con actitud detectivesca, buscaban testimonios contrarios a monseñor Romero para justificar su destitución como arzobispo. En los informes de los visitadores pesaban los informes negativos que los testimonios favorables a monseñor.
Tras ser elegido papa Juan Pablo II, solicitó una “audiencia” en Roma para informar de la dramática situación de El Salvador y de su trabajo por la reconciliación. La burocracia vaticana le hizo esperar varias semanas hasta ser recibido por el papa. El encuentro no pudo ser más decepcionante, según el teólogo alemán Martin Maier -gran conocedor de El Salvador, donde hizo su tesis doctoral en teología con Jon Sobrino- en su libro Oscar Romero. Mística y lucha por la justicia (Herder, Barcelona, 2005).
Juan Pablo II, que había recibido previamente informes muy negativos sobre Romero, le despidió con un mensaje descorazonador y muy poco acorde con el evangelio: “Trate de estar de acuerdo con el gobierno”. Lo que el papa le estaba pidiendo era la renuncia a la denuncia profética, la alianza con el político represor del pueblo. Nada que ver con la actitud crítica de Jesús contra las autoridades religiosas y políticas de su tiempo.
El arzobispo de San Salvador salió llorando de la audiencia y comentó: “El papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”. Era verdad, Juan Pablo II nunca entendió a Romero, a diferencia de Pablo VI, que le alentó en su trabajo de evangelización liberadora y pacificadora. Como tampoco entendió a las comunidades eclesiales de base ni a los teólogos y teólogas de la liberación.
En enero de 1980, poco antes de su asesinato, tuvo lugar un nuevo encuentro entre Romero y el Papa, que bien puede calificarse de agridulce. Le invitó a seguir defendiendo la justicia social y a optar de manera preferencial por los pobres, pero alertándole sobre los peligros de que se infiltrara el marxismo en la Iglesia y socavara la fe del pueblo cristiano. A lo que Romero respondió que también había un anticomunismo, el de derechas, que defendía el capitalismo y perseguía a la Iglesia, y muy especialmente a los sacerdotes.
Sin el apoyo del Vaticano, en el punto de mira del gobierno salvadoreño y bajo la amenaza permanente del Ejército, lo que vino después no fue otra cosa que la crónica de una muerte anunciada. La gota que colmó el vaso fue la homilía pronunciada en la catedral el domingo 23 de marzo de 1980. Tras la lectura de una larga lista de los nombres de las víctimas de la violencia de la semana anterior, se dirigió al gobierno, al ejército y a los soldados en términos verdaderamente angustiosos y de súplica pidiéndoles que dejaran de matar a sus conciudadanos: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”. Y terminó con esta llamada entre dramática y desesperada: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
Los jefes militares interpretaron estas palabras como una llamada a los soldados a la insumisión, a la desobediencia. Al día siguiente un oficial calificó de delito la homilía del arzobispo. Ese mismo día, en el momento de acercarse al alta para el ofrecimiento del pan y del vino, los asistentes a la ceremonia religiosa vieron cómo se desplomaba detrás del altar tras recibir un disparo. Mientras esto sucedía, los Estados Unidos del cristiano Reagan apoyaba con ingentes sumas de dólares al gobierno salvadoreño para atentar contra la ciudadanía indefensa y legitimaba con asesores militares la orden del Ejército de asesinar a sacerdotes.
La muerte de Romero no fue la de un héroe, sino la de un testigo, la de un profeta, la de un creyente en la resurrección: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”, le declaraba a un periodista unos días antes de ser asesinado. Desde aquel 24 de marzo en que las balas terminaron con su vida, no cesaron de ponerse trabas a su beatificación y canonización, tanto por parte de un sector de la jerarquía salvadoreña como del Vaticano y de los políticos de entonces. Lo que no dejaba de sorprender a la vista de otras “turbo-canonizaciones”, como la de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Pero el pueblo salvadoreño, América Latina, los teólogos y las teólogas de la liberación, las comunidades eclesiales de base, las comunidades campesinas…. lo reconocieron como profeta y mártir y lo declararon san Romero de América. Un reconocimiento que fue ratificado por el papa Francisco con la beatificación en mayo de 2015.
37 años después de su asesinato, la figura de monseñor Romero no ha hecho más que crecer en el Salvador, en América Latina y en todo el mundo hasta convertirse, junto con Rutilio Grande, los jesuitas de la UCA, Elba y Celia, sacerdotes, religiosas y religiosos asesinados, en el símbolo de un cristianismo liberador y crítico del Imperio estadounidense que apoyó militar y económicamente al Gobierno y al Ejército en una guerra que costó cerca de cien mil muertos. Pedro Casaldáliga, otro obispo profeta y al borde del martirio muchas veces, inmortalizado la figura de Romero con este impactante poema: “Como Jesús, por orden del Imperio. ¡Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…! Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo… San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía”.
Juan José Tamayo-Acosta es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” y director y coautor de San Romero de América, mártir de la justicia (Tirant lo Blanch, València, 2015)

Repensar Europa


Martin Maier

[Europeinfos] En el principio fue la idea: la unificación de Europa. En 1923, Richard Coudenhove-Kalergi escribió su libro programático Paneuropa, en el que presentó su propuesta de una federación europea de naciones-estado que abrazara desde Polonia hasta Portugal. En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, Jacques Maritain expuso su visión de una Europa federalista edificada sobre la base de los principios cristianos.
En un artículo titulado «Europe and the Federal Idea» («Europa y la idea federal», abril de 1940) profetizó que «una Europa federalista solo puede vivir mediante el espíritu de la cristiandad. Es obvio que todos los grandes ideales pueden ser traicionados; sin embargo, queda igualmente claro que la esperanza de este ideal es la única que nos queda. Y existen suficientes signos como para poder afirmar con razón que tal esperanza se está haciendo realidad, a pesar de los fracasos y miserias inevitables en las cuestiones humanas y, quizás también, a pesar de haber tenido que volver a empezar una y otra vez··· Ver noticia ··

Estancados. Tratados de comercio UE-África


Henry Longbottom

[Europeinfos] Las negociaciones políticas en marcha para alcanzar acuerdos comerciales entre la UE y los países africanos parecen incapaces de aprovechar los vientos de cola que soplan hacia el ecuador desde el hemisferio norte. Estas corrientes de aire han sido una bendición para incontables barcos mercantes en la historia del comercio europeo. En contraste, la visión general de la UE de un entramado de autodenominados Acuerdos de Asociación Económica (AAE) con países en desarrollo del Sur Global parece estancada.··· Ver noticia