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jueves, 10 de octubre de 2013

¡Malditos duelos! Javier de Lucas

 
Enviado a la página web de Redes Cristianas
Como muchos de los que conocen de primera mano la realidad de la inmigración irregular y del laberinto del asilo, escribo desde el hartazgo de escuchar palabras huecas en las declaraciones de tantos prominentes hombres y mujeres que nos gobiernan. Esos que ahora buscan a la prensa para exhibir su compasión y que son los mismos que han rechazado una y otra vez, con prudente realismo y en aras de criterios económicos “racionales”, nuestras críticas ante su ciega política de inmigración y asilo. Por eso, por hipócritas o, aún peor, por cínicos, malditos sean la inmensa mayoría de los duelos, lamentos y condenas que hemos podido leer en estos días, después de la enésima tragedia en las costas de Lampedusa, el pasado jueves 3 de octubre
Hay excepciones, sí. La primera, la del papa Francisco, que escogió cuidadosamente Lampedusa para su primera salida del Vaticano, en julio de este año y dejó un un duro e impecable discurso sobre lo que llamó “globalización de la indiferencia”. También la de la alcaldesa Giusi Nicolini, que harta de entierros sin nombre y de lamentaciones vanas, escribió a Bruselas para preguntar hasta dónde tenían que ampliar su cementerio sin que La UE se decidiera a actuar. Y que contestó al cínico vicepresidente Alfano conminándole a venir a enterrar a los muertos, cuando éste pretendió erigirse (¡¡habrase visto desvergüenza!!) en portavoz de la necesidad de “otra” consideración de la policía migratoria.
Por lo que se refiere a la prensa, entre mucha basura y no poca crónica de rutina, me parecen destacables tres testimonios: el artículo en La Stampa de Domenico Quirico “Sul molo de Lampedusa a contemplare la norte”, (se puede encontrar traducción italiana en El País: “De nuevo en el muelle de la muerte”; el de Juan Luis Sánchez, “Asalto o vergüenza: en qué quedamos”; y el de Sami Naïr, “Morir en Lampedusa”. Los tres ponen de manifiesto algo que me parece imprescindible. Hay relación de nexo causal entre esas tragedias y las políticas migratorias de los países de la UE, empeñados en un modelo basado en el control “hidráulico” (tantos entran como puestos de trabajo disponibles y necesarios; ni uno más. Y a los que “se cuelan” hay que echarlos de inmediato), y obsesionado con la lucha contra la inmigración ilegal, pero no tanto con las causas reales de los movimientos migratorios. Y es que resulta insoportable la contradicción de estar empeñados en difundir discursos xenófobos y racistas que predican una Europa asediada por las amenazas de las hordas del tercer mundo, discursos que inspiran la construcción de muros y la vigilancia de los mares con cañoneras (como exigía el ministro Marone, compadre del hoy compungido Alfano) y luego soltar la lágrima por los muertos.
Porque estos muertos no son los primeros. Baste pensar en qué han quedado en las aguas y orillas de Lampedusa más de 8000 cadáveres desde 1990: los cómputos más fiables hablan de más de 17000 en los últimos diez años en toda Europa: basta examinar por ejemplo el dossier “Muertos en las fronteras de Europa: un éxodo letal”, o, de la misma ONG, la lista de refugiados muertos en las fronteras europeas. Para quien esté interesado en las cifras en nuestro país, es decir, para las víctimas en el Estrecho y en el viaje desde las costas de África Occidental a Canarias, son imprescindibles los informes anuales “Los derechos humanos en la Frontera sur”, elaborados por la Asociación por Derechos Humanos/Andalucía, APDHA.
En el desastre del día 3 en Lampedusa hablamos quizá de más de trescientos muertos, puesto que sólo se ha rescatado con vida a 155 de los aproximadamente 500 pasajeros. 500 hombres, niños y mujeres (algunas de ellas embarazadas) que, en su mayoría (salvo los procedentes de Siria) han recorrido más de 4.000 km en su huida de la guerra en Somalia y del caos en Eritrea, de la miseria aquí y allá. Más de 300 muertos. Un listón paradójica y tristemente demasiado alto como para que los próximos naufragios –que llegarán- alcancen atención mediática. Pero no pasa nada. Las lamentaciones se producen como si se tratase de muertes naturales o de crueles designios del destino. No podemos, no debemos aceptarlo. El hartazgo y la rabia que nos llena a muchos de nosotros no es el de la impotencia ante desastres “naturales”, tan lamentables como inevitables. Lo diré: esas muertes son homicidios, si no algo peor. Y hay responsables. Hablemos de ellos. Y no sólo para decir que malditos sean.
Malditas, sí, las autoridades nacionales –las italianas en este caso-, que hacen leyes que convierten a inmigrantes irregulares y necesitados de asilo en presuntos delincuentes. Hagamos algunas preguntas: ¿Alguien ha reparado en el hecho de que forman parte del actual Gobierno italiano (ese que, al decir de algunos prudentes opinadores, sería una esperanza para la izquierda por haber vencido a Berlusconi) un vicepresidente –Alfano- y varios ministros del partido que respaldó la ley Fini-Bossi que significó en 2002 el establecimiento de la inmigración irregular como delito y la penalización de la ayuda a los inmigrantes irregulares? ¿Alguien ha tenido en cuenta que esa ley, que el mismo “renovador” Gobierno Letta no ha derogado –ni entraba en sus planes; veremos ahora, ante la conmoción de la opinión pública- es muy probablemente la razón de que los tres pesqueros que no auxiliaron al buque en llamas podían haber sido multados (incluso con penas de prisión) en caso de haberlo hecho? No es esa ley una violación flagrante de las viejas leyes del mar, como muestra Terra ferma, la película de Emmanuele Crealese de 2011? ¿Qué grado de cinismo permite a ese Gobierno declarar que dará la nacionalidad póstuma a los muertos para enterrarlos como ciudadanos italianos –europeos- y así “cumplir al menos de esta manera su sueño”, sin vomitar por ese gesto de asqueroso paternalismo? Hay toneladas de dignidad mayor en las miles de tumbas sin nombre, que no en estos entierros “oficiales” para “buenos muertos europeos”.
Maldito sea el Senatur Bossi y su Legha Nord, que han atizado el fuego xenófobo y a los que no les parece suficiente la ley antimigratoria que él mismo impulsó junto con su entonces aliado Fini. Y malditos los políticos del Polo de la libertad de Berlusconi que hicieron también campaña con estos lemas y defendieron esa ley aberrante. Maldito Bossi, quien tiene el cinismo de echar la culpa de la tragedia a la ministra de integración del Gobierno Letta, Cecile Kyenge, que por el mero hecho de ser africana constituye de suyo un poderoso “efecto llamada”, origen del viaje irresponsable que emprenden los “inmigrantes africanos”. Un efecto como aquel que tanto preocupó a los Gobiernos de Aznar en España y, de otra manera, también a algunos ministros del PSOE, como los señores Corbacho y Camacho. Por eso, malditos los gobiernos que permiten que continúe la tragedia en torno a Canarias y en el Estrecho, cementerios marinos, territorios de naufragio que ha sabido documentar con mirada propia el extraordinario fotoperiodista Marcos Moreno, a quien dedicó su página especial la revista Periodistas en su número 39.
Malditas las autoridades europeas responsables de las políticas migratorias y de asilo de la UE. Es cierto que la competencia en estos temas corresponde a los estados nacionales, pero ¿podemos olvidar el efecto criminalizador y de negación de derechos, por ejemplo, de la malhadada Directiva europea de retorno, adoptada en 2008? ¿Podemos olvidar la progresiva degradación del derecho de asilo a la que contribuyen no sólo los Estados nacionales que modifican a la baja su marco legal sobre asilo y refugio (como lo han hecho el Gobierno español, el del Reino Unido, el italiano, el danés o el holandés, por poner algunos ejemplos), sino la propia UE? En efecto, la UE se muestra terne en su empeño de una lista restrictiva de “países seguros” y voraz en exigencias de blindaje de fronteras para impermeabilizarlas contra una presión de refugiados ignorando que éstos se dirigen sobre todo a países limítrofes y apenas pueden llegar a Europa. ¿Qué decir de esos acuerdos bilaterales para permitir expulsiones rápidas (y aun colectivas) de recién llegados de quienes apenas alguna vez se averigua si pudieran ser refugiados a los que hacen cada vez más difícil plantear las demandas de asilo? Por eso, no es aceptable el horror de la comisaria Malström que se espanta de lo sucedido y dice que hay que luchar más eficazmente contra los traficantes de personas. No se han enterado de nada. No quieren enterarse de la verdad. Veremos si la reunión de los Ministros de Interior de la UE en Luxemburgo, el martes 8 de octubre, da muestras de haber aprendido algo…
Malditos, insisto, quienes propician que se lesione sin remedio ese derecho elemental, el derecho de asilo, última esperanza para centenares de miles de refugiados. Porque se comete un gravísimo un error, a mi juicio, cuando se habla de tragedia de inmigrantes irregulares o indocumentados o clandestinos. Sería muy grave si se tratase de eso. Pero es aún peor. Quienes llegaban ahora a esa isla eran, en gran medida, como sucedió en 2011, refugiados que huyen en busca de asilo. Huyen de Estados fallidos como Somalia o Eritrea. Huían de la guerra, del hambre y de la persecución de bandas paramilitares y parapoliciales, cuando no de la propia policía y de los ejércitos que devastan a la población civil. Y nuestros Estados (Italia, España, Francia…la UE también) no tienen frente a ellos un deber de caridad, de solidaridad o humanitario, sino una obligación jurídica de primer orden. La que nace de ser partes, de haber incorporado en nuestro Derecho las Convenciones e instrumentos jurídicos del Derecho internacional de refugiados.
Por eso, maldito será también el Alto Comisario de los Refugiados de la ONU (ACNUR), el portugués Gutierres si, además de lamentar la tragedia y enfatizar su gravedad de modo ritual, como en ocasiones anteriores, no recuerda con toda exigencia y vigor que se están violando obligaciones jurídicas internacionales, y que hay responsabilidades exigibles. Y hace todo lo posible para que se establezcan esas responsabilidades, en lugar de mirar para otro lado tras el comunicado con crespón.
Malditas las autoridades nacionales y europeas cuando, en casos contrastados aunque afortunadamente excepcionales respecto a lo que es su línea de actuación habitual (por la que merecen reconocimiento), han hecho la vista gorda sobre naufragios en los que hay fuertes indicios de responsabilidad por parte de quienes tienen el primer deber de proteger. Pongo como ejemplo el caso detallada y empecinadamente denunciado por el periodista Nicolás Castellano y sobre el que ocho meses después (no como en el accidente del Alvia en Santiago) seguimos sin haber esclarecido los hechos.
Ya sé que siempre habrá una voz realista que recuerde que la responsabilidad frente a las desgracias que ocurren en el mundo no es de Europa, ni de Occidente, sino en primer lugar de los propios regímenes y aún de los países en que la población vive en la miseria, con hambre, sin derechos, sin expectativas de vida. Pero no puedo aceptar que nuestra respuesta a los eritreos, somalíes y sirios, a ese nuevo pueblo que vive una Anábasis inédita como escribía Quirico, el pueblo de la inmigración, el de los refugiados, sea: “busquen en otra ventanilla. Nosotros ya cumplimos y más que nadie con los programas de cooperación y desarrollo”. Vergüenza para todos nosotros, quienes presumimos de los valores de la UE, de la defensa y garantía de los derechos humanos y de la democracia y los olvidamos en cuanto son de otros y llegan hasta nosotros. ¿Cómo podrán entender esta barbarie nuestros nietos, si no exigimos que se haga justicia, que se adopten medidas que primen esa garantía de los derechos humanos universales como condición sine qua non, en lugar de hacer cada vez más difícil la esperanza de asilo para los desamparados y negar el derecho elemental a la salud a los pobres inmigrantes irregulares como hemos aprobado aquí con el Decreto 16/2012 del Gobierno Rajoy?
A todos aquellos a quienes maldigo, les deseo como redención que sean capaces de emprender, al menos metafóricamente, al menos mediante la lectura, el viaje al revés, el de Salvatore Piraci, el protagonista de la novela de Laurent Gaudé, Eldorado. Piraci, comandante del guardacostas Zeffiro, con base en Catania, vigila la llegada de inmigrantes a Lampedusa. Este “centinela del la ciudadela Europa” conoce a una mujer inmigrante que ha perdido a su bebé en la travesía hacia Lampedusa y sólo vive para vengarse de los traficantes que la explotaron en ese viaje. Piraci acabará por emprender el viaje a la inversa y comprender así la Anábasis de los desplazados, la travesía vital de miles de seres humanos que llegan hasta Libia, hasta Ceuta o Melilla, en pos de un sueño que los europeos sólo queremos para nosotros. 

¿Un Jesús perfecto? Joxe Arregi, teólogo

En mi reciente artículo “Neuroteología” escribí: “Es más que probable que en la Tierra, dentro de muchos millones de años, vivan seres no humanos mucho más inteligentes o “espirituales” que nosotros (y que Buda o Jesús de Nazaret…)”. Bastantes personas me han expresado su extrañeza o incluso su disgusto por la referencia a Jesús en este paréntesis. Podría ser que a algunos budistas les haya pasado a la inversa, si es que han leído el texto, pero no me consta. Quiero, pues, explicarme sobre este paréntesis para mis hermanos cristianos.
La pregunta es: ¿No puede un cristiano pensar que, dentro de miles o de millones de años, puedan existir en la Tierra –o que existan ya en otros planetas– seres más espirituales que Jesús de Nazaret?
Empezaré con una reflexión previa. La fe no se juega en lo que pensamos o creemos, sino en lo que vivimos. Lo que pensamos o creemos puede sostener y suscitar la vivencia profunda de la fe. Eso en primer lugar. En segundo lugar: las creencias, en cuanto pensamientos, han de ser “razonables” o al menos no ser irracionales. Solo podemos “creer” lo que nos parece razonable o “plausible”. Por eso cambian las creencias según la cultura, la visión del mundo, las ciencias. Una creencia que no fuera razonable o que fuera irracional sería un obstáculo para la vivencia de la fe. En realidad, nadie cree nada si por alguna razón no le parece razonable creerlo. A mí no me parece razonable creer que Jesús fuese hijo de madre virgen, y no lo creo, ni ahí se juega mi fe cristiana (¡solo faltaría!); pero si alguien lo cree, es porque por alguna razón –por ejemplo, porque piensa que es una “verdad revelada por Dios”– le parece razonable creerlo así. Los motivos de razonabilidad o plausibilidad son muy diversos, pero nadie puede creer algo que no le parezca razonable creer. Es así de sencillo.
Igual de sencillo es, y por la misma razón, lo que decía en el paréntesis del artículo: si la evolución de la vida sigue –y es innegable que sigue–, el hombre Jesús no puede ser pensado como la forma acabada de la evolución de la vida en general, ni siquiera de la evolución humana en particular. Según eso, no sería razonable pensar en Jesús como un ser perfecto y acabado, ni siquiera espiritualmente. Pensar a Jesús como un hombre perfecto estaría en contradicción con el dato de la evolución y, en última instancia, con la creencia de la encarnación. Vayamos por partes.
Supongo que nadie imagina a Jesús como un hombre físicamente perfecto. Un cuerpo perfecto no existe. Un Jesús físicamente perfecto no sería humano. Supongo que nadie piensa tampoco que Jesús fue intelectualmente insuperable, ni aun en el caso improbable de que hubiera sido más inteligente que Einstein. La inteligencia depende de la educación y del ejercicio personal, pero en primer lugar de la capacidad neuronal. Si un día, dentro de miles o de millones de años –por mutación natural o por tecnología genética o neuronal– aparece alguna especie (tal vez exista ya en el universo) con una capacidad cerebral superior al Homo Sapiens actual, esa especie podrá ser más inteligente que Jesús, Homo Sapiens judío de hace dos mil años.
¿Y por qué ese futuro e hipotético ser no podría poseer una psicología más dotada, lograda o equilibrada que Jesús? No conocemos mucho sobre la psicología de Jesús, aunque por lo que sabemos ya nos gustaría tener su emotividad y equilibrio, su fuerza y ternura; ya nos gustaría ser tan buenos y felices como él. Con todo, ¿sería razonable pensar que su psicología fue perfectamente equilibrada, que jamás sintió angustia ni sentimiento negativo alguno para consigo o los demás, como nos pasa a todos? Si padeces en tu ser, que seguro que padeces, esas angustias y sentimientos negativos, no te preocupes: seguro que Jesús también las padeció. Pero procuró seguir sobreponiéndose cada día y confiando a pesar de todo.
Ahí está la grandeza; ése es el camino. Yo espero, sin embargo, que alguna vez aparecerá o haremos que aparezca un cerebro más logrado que el de esta especie que somos (y que fue Jesús), esta especie que sigue funcionando todavía en buena parte según los mecanismos “primitivos” del cerebro reptil, y que sigue sintiendo todavía los miedos, las rabias y las tristezas propias del viejo cerebro mamífero. Espero que algún día pueblen nuestro querido planeta unos seres más libres de miedos, que se sientan más indemnes y salvados, que sean más felices cuidándose unos a otros más que nosotros. Jesús también lo esperaba –en primer lugar para sí–, aunque él lo llamaba “reino de Dios” y aunque él no entendía el mundo según un paradigma evolutivo como lo entendemos nosotros.
Si pensamos la realidad en un paradigma evolutivo, es lógico pensar la propia espiritualidad –la nuestra y la de Jesús– en ese mismo paradigma. La realización espiritual es una dimensión más compleja y profunda que la salud física o que incluso el equilibrio psicológico. Es la paz y la armonía con el Sí mismo, con el Mundo, con el Otro y con el Todo. Y esa espiritualidad, como todo cuanto es, depende de todo, emerge de todo. Depende y emerge también, y no en pequeña medida, de los genes y de las neuronas. Por eso digo: ya quisiera yo llegar a la paz y la armonía a las que llegó Jesús, incluso en Getsemaní, incluso en la cruz, pero no tengo por qué pensar que en su ser individual e histórico llegase a la realización plena de la paz, del descanso, del shalom, de la espiritualidad, aunque sí creo –y me parece razonable o al menos no me parece irracional “creer”– que en su muerte llegó a la Vida plena o a Dios. Espero que alguna vez haya seres en esta Tierra que puedan alcanzar una armonía mayor de la vida particular con la Vida universal, sin tanto esfuerzo ni tanto Getsemaní. También Jesús lo esperó, en primer lugar para sí, aunque quizás alguna vez también desesperó.
Jesús fue un individuo admirable de esta nuestra pobre y maravillosa especie humana, especie maravillosa pero aún incipiente, en evolución hacia una forma todavía desconocida. Jesús fue y sigue siendo profeta, sacramento, símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora. Pero en su vida y en su historia particular, en su experiencia y en su conciencia individual, no pudo llegar sino hasta donde su constitución biológica (su ADN y su 1.400 cm3 de cerebro) y toda su cultura le permitieron llegar.

Por eso lo quiero más, y lo confieso testigo y sacramento, admirable en su finitud y particularidad, del Espíritu que goza y gime en la creación entera hasta que Dios sea todo en todas las cosas.