
jueves, 21 de mayo de 2020
UNA NUEVA COMUNIDAD

EL EVANGELIO ES, ANTE TODO, UNA FORMA DE VIVIR
JOSÉ MARÍA CASTILLO
RELIGIÓN DIGITAL
Una de las cosas más extrañas y elocuentes, que estoy viviendo con motivo de la pandemia, es que, cuando se habla de este asunto (en la tele, en la prensa, en las tertulias, donde sea…), salen a relucir, como es lógico, la medicina, la economía, la política, la ciencia, las leyes, las costumbres… O sea, se habla de todo. Menos de una cosa: la religión. A veces (raras veces) se hace mención de la generosidad del Papa, de algún obispo que ha hecho algo llamativo o quizá de algunas monjas que hacen lo que pueden en barrios o países pobres. Pero, de la religión como factor que puede ser importante en la solución de este enorme problema, a nadie se le ocurre ni mencionar tal cosa, por lo menos como posible ayuda para la solución de esta enorme amenaza que tanto nos preocupa y hasta nos abruma.
¿Qué le ha pasado a la religión? Me lo pregunto porque estoy seguro de que hay personas, quizá bastantes personas, que le rezan a Dios para que nos ayude a superar esta enorme desgracia. Pero de estos sentimientos religiosos, la mayoría de la gente ni se atreve a mencionar en público si reza o deja de rezar. Por eso, yo insisto en mi pregunta: ¿qué le está pasando a la religión?
El problema, que se nos plantea con esta pregunta, es –me parece a mí– algo más complicado de lo que algunos se imaginan. Porque es un hecho que, en las sociedades más industrializadas y más ricas, a medida que la tecnología y la economía se desarrollan, ocurre que las normas culturales y religiosas tradicionales se deterioran y hasta se debilitan, llegando a perder en gran medida la presencia púbica que tuvieron en tiempos pasados y cualquiera sabe si volverán (cf. Ronald Inglehart).
Por lo general, el hecho que acabo de apuntar se suele interpretar como un progreso. Por supuesto, un progreso que tiene un precio: a más ciencia, más tecnología y una economía más poderosa, la moral y las costumbres tradicionales se deterioran; y con semejante deterioro, la religión se va quedando también marginada. Esto, por lo menos a primera vista, parece un hecho incuestionable.
Sin embargo, tenemos que insistir en una pregunta elemental: ¿es todo esto realmente así? Quiero decir: ¿podemos asegurar tranquilamente que, a más ciencia y más tecnología, con el consiguiente deterioro de la religión, por eso mismo la sociedad se va desarrollando, la humanidad se está perfeccionando y las futuras generaciones alcanzarán metas y logros que no imaginamos?
Sinceramente, yo creo que ya tenemos argumentos abundantes, por lo menos, para sospechar (con fundamento) que los entusiastas defensores de los indiscutibles logros de la ciencia y del progreso, de las técnicas y de la economía, en realidad son unos desorientados, que no se han dado cuenta de la espantosa hecatombe en la que nos hemos metido, con nuestros prodigiosos avances en la más refinada tecnología y nuestra religión confinada en el desván de los recuerdos.
¿Por qué digo esto? Porque, si todo este problema se piensa a fondo, pronto se da uno cuenta de que ni todo, en la ciencia y la tecnología, es tan positivo como muchos se imaginan; ni todo, en la religión, está que hace agua. Baste pensar que la ciencia y la tecnología dependen de la economía. Y no de cualquier economía. Porque dependen del sistema económico establecido, que es el sistema que rige y manda en el mundo. Un sistema que, “de facto”, y sea cual sea la teoría que cada uno tenga, el hecho es que se trata de un sistema que produce el insaciable incremento del beneficio económico de unos pocos a costa de la dependencia y el empobrecimiento de todos los demás.
Por supuesto, yo no soy economista. Pero tampoco me chupo el dedo. Y de sobra sabemos que la economía mundial funciona de tal manera, que, a una velocidad creciente y alarmante, el capital mundial se va concentrado más y más, cada año, en menos y menos personas, que son las que rigen nuestras vidas, por más que ni se nos pase por la cabeza semejante atrocidad. Sobre todo, sabiendo, como bien sabemos, que más de la mitad de la población mundial no puede disponer de la atención médica indispensable, ni se puede alimentar para seguir viviendo.
Pero hay algo más, que nunca habíamos imaginado. Nuestro incontenible y flamante desarrollo científico y tecnológico produce tal y tanta contaminación atmosférica, que, como a nuestro flamante desarrollo no lo contengamos o le demos otra orientación, a nuestros nietos les dejaremos seguramente la espantosa herencia de tener que asistir a la destrucción total del planeta tierra.
Pero nos queda la segunda parte: la marginación y el deterioro de la religión. Me refiero, puesto que soy cristiano, a la religión que vivo, desde mi infancia. La religión que ha dado y da sentido a mi vida. Además, he dedicado mi trabajo, mis estudios y mi profesión al estudio y la enseñanza de esta religión, que intento vivir y transmitirla a los demás.
Dicho esto, lo primero que, a mi manera de ver, se debe tener en cuenta es que el cristianismo (como les ocurre a otras religiones), por una presunta fidelidad a sus orígenes, se ha quedado muy atrasado con respecto a la cultura y a los acontecimientos que estamos viviendo. Baste pensar, por poner un ejemplo, en lo que ocurre con la liturgia y en la celebración de los sacramentos. Mucha gente no sabe que esas ceremonias, tal como han llegado hasta nosotros, en su lenguaje, sus vestimentas, sus rituales y la justificación ideológica de su contenido, en muchos de los aspectos que los fieles perciben, son costumbres y tradiciones medievales. Por no hablar de los templos, catedrales, palacios y otras solemnidades, que le hicieron decir a san Bernardo, en un escrito dirigido al papa Eugenio III (s. XII), que, revestido de seda y oro, en su caballo blanco, parecía más el sucesor de Constantino que el de san Pedro. Y sabemos que la religión, que hoy tenemos, es el residuo anacrónico de aquellas vanidades.
Y lo peor del caso es la mentalidad – o sea, la teología – que justifica esas cosas. Una teología que, en no pocos tratados y cuestiones, ni afronta, ni responde, a los grandes temas que ahora interesan a la mayor parte de la sociedad. Por eso insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos.
Por supuesto la Iglesia afirma y defiende que el Evangelio es eje y centro de la Iglesia. Pero nunca deberíamos olvidar lo que tantas veces ha dicho el papa Francisco: el Evangelio es, ante todo, una forma de vivir. Una vida en la que se destacan dos grandes problemas, que son las dos grandes preocupaciones que tuvo Jesús: la salud y la economía. Justamente, los dos grandes problemas que hoy tenemos que afrontar los humanos, sean cuales sean nuestras creencias y dada la mundialización de la pandemia que sufrimos.
Por esto se comprende la insistencia de los evangelios en los relatos de las curaciones de enfermos. Hasta 67 relatos sobre este asunto, que dejan patente hasta qué extremo a Jesús le interesaba y la preocupaba el tema de la salud y la vida. Y junto a la salud, la economía. Que es el tema de fondo, que plantea el Evangelio cuando Jesús llamaba a los discípulos y a la gente a “seguirle”. En efecto, según los evangelios, cuando Jesús llamaba a que alguien le “siguiera”, no ponía nada más que una condición: “dejarlo todo”. Llama la atención que esto justamente es el tema capital en el que los evangelios insisten hasta tales extremos, que no siempre es fácil explicar lo que Jesús pedía (incluso abandonar el entierro del propio padre: Mt 8, 18-22 par).
Sin duda alguna, da pena pensar cómo la teología cristiana ha desplazado el tema del “seguimiento de Jesús”. De forma que el tema-clave de la “cristología” (Joahn B. Metz) lo ha deformado interpretándolo como un tema de “espiritualidad”. Los discípulos de Jesús conocieron al Maestro, “siguiéndole”, viviendo con él y como él.
Si cuando hablamos de la pandemia del corona-virus, la religión no interesa, es evidente que a los hombres de la religión les resulta más cómodo y lucrativo celebrar ceremonias, ritos y liturgias, que enfrentarse a una política y una economía que se interesa más por el poder que por la salud para todos por igual y una economía que no tiene como proyecto el beneficio, sino la salud y el bienestar para todos.
Es evidente que, si planteamos la religión como la planteó y la vivió Jesús (según el Evangelio), no cabe duda que cuando hablemos de la pandemia del virus, si es que tratamos el tema en serio y hasta el fondo, antes o después, tendremos que hablar también de religión.
ANTES DE ORGANIZAR ACTOS OFICIALES CIVILES O RELIGIOSOS HAY QUE SENTIRSE CONMOVIDOS POR LO SUCEDIDO
JESÚS SASTRE
RELIGIÓN DIGITAL
En estos días se oye que pronto se decretará luto oficial, se harán homenajes y funerales a tantos miles de víctimas del Covid-19. La mitad de estas víctimas, personas fallecidas en residencias de mayores en circunstancias penosas, horribles en algunos casos, sin ayuda médica y de profesionales sanitarios, en la más absoluta soledad y sin la compañía y el abrazo de sus seres queridos. Antes de actos oficiales civiles o religiosos hay que sentirse conmovidos por lo sucedido, pedir perdón a los muertos por múltiples motivos y empeñarse en transformar la realidad de las residencias de mayores.
PERDÓN, porque habéis tenido una infancia y juventud nada fácil en los duros años de la postguerra, porque con mucho esfuerzo y trabajo sacasteis vuestras familias adelante, porque habéis levantado este país e hicisteis la “transición” de manera ejemplar y generosa. Por todo esto no merecíais el final duro, lleno de sufrimiento y olvido que habéis tenido.
PERDÓN, porque los familiares os hemos llevado, sin saberlo, a residencias con carencias graves, mala gestión y negligencia que os han costado la vida en unos casos y, en otros, una muerte con muy poca atención y dignidad. Cargamos con la culpa de haberos llevado al peor sitio que se pueda imaginar.
PERDÓN, porque las Administraciones Públicas no os han prestado las ayudas médicas y de profesionales para superar la enfermedad o, al menos, para haber muerto sin tanto sufrimiento cuando os faltaba el aliento y nada ni nadie os prestaba cuidados paliativos. "En esta crisis las personas mayores han sido discriminadas en su capacidad de acceso real a servicios sanitarios especializados" (Informe de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, Informe del 2 de mayo de 2020).
"Sin la privatización salvaje de los servicios sociosanitarios quizás hubierais tenido más posibilidades de sobrevivir"
PERDÓN, porque ante la escasez de las camas de UCI que ibais a ocupar, por vuestra edad y otras patologías, han sido dadas a personas más jóvenes y con más posibilidades de sobrevivir. Estas os deben un recuerdo y agradecimiento merecidos.
PERDÓN, porque los médicos geriatras e intensivistas han tenido que tomar decisiones muy difíciles y dolorosas. Sin los recortes en sanidad de los años anteriores, y sin la privatización salvaje de los servicios sociosanitarios quizás hubierais tenido más posibilidades de sobrevivir. Lo que hemos vivido no sucede al azar ni por mala suerte; siempre hay causas subyacentes que influyen para bien o para mal en el desarrollo de los acontecimientos. Las carencias vienen de lejos y ahora hemos padecido sus nefastas consecuencias.
PERDÓN, porque con los días de luto oficial, funerales y homenajes podemos perder la memoria de todo lo que ha pasado y que vosotros habéis padecido. Que vuestro silencio sea un grito que haga la “soledad sonora” y la “música callada”. Sólo si se “conmueven las entrañas” podemos hacer examen de conciencia y vislumbrar un futuro nuevo y mejor.
PERDÓN, porque estamos tentados de diluir responsabilidades diciendo que los estragos de la pandemia han afectado a las residencias de mayores de todos los países, que la pandemia nos ha sorprendido, que no había medios, etc., etc. Hay un número de residencias donde no ha entrado el virus o donde ha sido controlado pronto y eficazmente. Dentro de esta situación general hay responsabilidades personales en las Administraciones Públicas, en los presidentes de patronatos de fundaciones, y en los directores y gerentes de las residencias. No se puede diluir la responsabilidad. La pandemia ha sido la ocasión para que las deficiencias acumuladas durante años en la gestión de las Residencias estallaran entre las manos a los responsables de las mismas.
"Dentro de esta situación general hay responsabilidades personales en las Administraciones Públicas, en los presidentes de patronatos de fundaciones, y en los directores y gerentes de las residencias"
PERDÓN, porque nos hemos creído las grandes palabras de los idearios de las residencias, cuando la realidad cotidiana poco tenía que ver con los valores proclamados a modo de identidad o de reclamo. ¡Cuánto nos cuesta ver lo grande en lo pequeño y cómo nos conformamos con bonitos deseos! La ejemplaridad, la ética de la excelencia no nos ha acompañado. Quizás han faltado más controles de inspección de la Administración, sanciones más fuertes por faltas graves y cierre de residencias con reincidencia en faltas graves.
PERDÓN, porque las residencias con más número de muertos, algunas dependientes de entidades religiosas católicas, se resisten a hacer ellas mismas revisión de lo ocurrido. La Fiscalía y alguna Plataforma de defensa de la dignidad de los mayores en residencias son las que están promoviendo las investigaciones para aclarar lo sucedido y dirimir responsabilidades.
Que el recuerdo de los que se han ido en soledad, acompañado de culpa y dolor, nos estimule a replantear la sanidad pública y los servicios sociales en residencias de mayores para que no se repita lo que vosotros habéis padecido y que desde hace dos meses hemos oído y visto entre la impotencia y la indignación. Por eso queremos mirar al futuro con verdad, realismo y empeño transformador.
Propuestas de acción
En estos meses, desde el día 8 de marzo, los residentes están sin recibir visitas de sus familiares. Apenas se han visto alguna vez por alguna videollamada. Según los síntomas y los resultados de los test, que se han hecho muy tarde, los residentes han sido clasificados en grupos específicos, y trasladados por tres semanas de pabellón con lo puesto y poco más, mezclados residentes con distinta funcionalidad, sin posibilidad de utilizar los armarios de la nueva habitación, los contagiados y los que están en observación, que son bastantes, sin poder salir de la habitación, sin televisión en muchos casos y sin ninguna actividad de apoyo psicológico.
Esta situación no se puede prolongar más. Es necesario poner medios materiales y humanos para hacer que este durísimo confinamiento a las personas más vulnerables sea un poco más humano, llevadero y con mayor atención personal ya que los familiares no lo podemos hacer.
Las Administraciones Públicas deben ejercitar sus competencias y no delegar fácilmente en grandes grupos, cuya finalidad es el mayor beneficio, la dirección o prestación de servicios en residencias públicas o concertadas. Y en las privadas deben hacer mayor control de calidad y con más frecuencia. Cuando se defiende la iniciativa privada en estos campos hay que tener muy presente qué tipos de grupos son los que están ahora llevando la gestión de las Residencias y qué resultados ofrecen en el manejo de la pandemia.
Las plantillas están sobrecargadas de trabajo, mal pagadas y con escasa formación. Para que haya un servicio de calidad a nuestros mayores la “ratio” de personal que atiende a los residentes tiene que ser la adecuada. Los profesionales apenas tienen tiempo para hacer un acompañamiento personal de los residentes; todo está muy burocratizado y en función de servicios, no de relaciones personalizadas que tanto influyen en el bienestar de los residentes.
En todas las residencias, incluidas las privadas, tendría que haber una Asociación o Plataforma de Familiares de Residentes con participación real en la residencia y para vigilar el cumplimiento de los servicios acordados en el contrato de ingreso y por los que se paga.
La información facilitada por la Dirección de la Residencia tendría que ser más abundante y la gestión más transparente. Al ser centros donde los residentes están internos las 24 horas el conocimiento de lo que allí sucede es muy importante para las familias. En consecuencia, habrá que habilitar cauces eficaces de información y de participación, tanto de los residentes como de los familiares. Llama la atención que en las Residencias privadas no hay obligación de articular ningún cauce participativo de los familiares de residentes.
Es urgente una "redefinición" del modelo de residencias. La meta es el "modelo hogar" plasmado en los países nórdicos. Todos los residentes desean vivir “como en casa”. Siendo importante, no es suficiente con asegurar una buena atención médica en las residencias, pues la propuesta de renovación pasa por diseñar un nuevo modelo residencial más familiar y centrado en el cuidado a la persona concreta, el reconocimiento y valoración del trabajo de las auxiliares, incrementar las ratios de personal y mejorar su formación y retribuciones, que actualmente son inferiores a mil euros. El modelo institucional actual no tiene futuro.
En este debate de examen de conciencia y propuestas de futuro son los grupos de izquierda los que están más activos. Se echa en falta la aportación de algunos grupos e instituciones que, por su propia identidad, deberían ser pioneras en lo referente a la atención a los más vulnerables y necesitados. Aunque en sus idearios ponen que sus valores son: “hospitalidad, calidad, responsabilidad, honestidad, espiritualidad y respeto”, da la impresión de que estas instituciones están ausentes y esperando a que pase el temporal. Desearía que la Iglesia estuviera abriendo caminos de renovación y los pusiera en práctica ejemplarmente en las residencias que ella, de una u otra manera, gestiona. A la espera de datos oficiales que permitan comparar los diferentes tipos de residencias, los resultados de la gestión de la pandemia en las Residencias de la Iglesia parecen arrojar datos preocupantes que contradicen los principios inspiradores, los valores evangélicos y su Doctrina Social.
YO ESTOY CON VOSOTROS Y VOSOTRAS HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS
FE ADULTA

Domingo 24 de Mayo Ascensión del Señor Ntra. Sra. María Auxiliadora
HACER DISCÍPULOS DE JESÚS Ascensión del Señor – A (Mateo 28,16-20)
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión.
El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los ha de llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es esto precisamente lo que han de seguir transmitiendo.
Entre los discípulos que rodean a Jesús resucitado hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús, pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El Resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina», no es solo «anunciar al Resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del Resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»… pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean solo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del Resucitado la sostiene con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y desde Jesús. Él sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo… salvando.