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miércoles, 28 de junio de 2023

Mirar más allá

Antonio Zugasti

Redes Cristianas

Cuando pretendemos avanzar hacia un mundo mejor hay que distinguir claramente entre el paso que podemos dar en este momento y el horizonte al que queremos dirigirnos. Creo que el gobierno de Pedro Sánchez ha dado los pasos positivos que en la actualidad podían darse.

Ha subido claramente el salario mínimo, actualizado adecuadamente las pensiones y promovido una reforma laboral positiva para los trabajadores; sin embargo, a pesar de todo esto, ha perdido las últimas elecciones municipales y autonómicas.

Si levantamos la vista y miramos un poco más allá, podemos encontrar algunas razones para explicar esta aparente anomalía. Por encima del gobierno hay un poder, el poder económico,el capitalismo, que influye en la sociedad tanto o más de lo que pueda hacerlo cualquier gobierno.

Esta influencia del insaciable capital se traduce en que, a pesar de las medidas del gobierno, en muchos aspectos se produce un empeoramiento de la vida de las clases
populares: los precios suben, para muchas familias es inasequible una vivienda decente, el trabajo de los jóvenes es cada vez más precario…

Pero una nube de medios de comunicación
al servicio del capital se encargan de que la responsabilidad de este sea mucho menos perceptible, se esconde tras el alabado y ensalzado libre mercado, y que las culpas se las lleve el gobierno.

Esto nos hace ver que el horizonte al que forzosamente tenemos que dirigirnos es a la superación del sistema capitalista. Ese horizonte parece que hoy no está a nuestro alcance,pero sí podemos y debemos caminar hacia él.

El conocido sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein describió los intentos realizados para superar el capitalismo como la «estrategia en dos pasos»: primero se trataría de conquistar el poder y luego transformar el mundo. Esa ha sido la estrategia de la mayoría de los partidos que desde el siglo XIX hasta hoy han pretendido cambios profundos en la
sociedad. Podemos ver fácilmente que esa estrategia no ha dado resultado.

El ejemplo más patente es el de la Unión Soviética. En 1917 una revolución entregó todo el poder al partido comunista ruso, el partido ejerció el poder de una manera absoluta, y en poco más de setenta años el sistema colapso totalmente. No fue mucho mejor en China, donde el partido comunista conserva el poder, pero apenas quedan rastros de un estado socialista.

¿Cómo hacerlo? Tendríamos que aprender del enemigo. Zygmunt Bauman afirma -creo que con mucha razón- que la derecha está ganando la batalla política porque ha ganado la batalla cultural e ideológica, y ha conseguido que el imaginario colectivo de nuestras sociedades sea el imaginario burgués. Y esa victoria en la batalla cultural e ideológica contribuye también a explicar el éxito electoral de la derecha, cuando objetivamente no había ningún motivo para que triunfará.

Podemos y debemos mostrar, frente al abrumador discurso dominante, que hoy día el capitalismo es una aberración humana y ambiental, pero tenemos que ser capaces de imaginar una sociedad libre, igualitaria y fraterna, una utopía capaz de movilizar lo mejor de los seres humanos. 

DIOS ES AMOR Y SI NO, MERECE QUE LO MATEMOS. ¿QUÉ DIOS HA MUERTO? SÓLO EL AMOR PODRÁ SALVARNOS. (I)


col pino

 

“Dios ha muerto” o la “muerte de Dios” es quizá una de las frases más emblemáticas y polémicas que han pasado al Olimpo de la filosofía moderna. Su laureado filósofo, Friedrich Nietzsche (1), quien proclamaba que Dios había muerto y lo habíamos matado entre todos (2), por lo que la humanidad vagaba hacia una especie de vacío infinito (Nietzsche, 2014). Su precursor, G.W.F. Hegel, que en el capítulo acerca de la religión revelada de la Fenomenología del espíritu, nos habla de la pérdida de saber, cuyo dolor se expresa en las duras palabras que afirma que Dios ha muerto (Hegel, 1993). Su director de escena, Fiódor Dostoievski, que en los personajes de Los hermanos Karamazov pudo dramatizar, moralizar y, en cierto modo, espiritualizar dicha expresión. Su actualizador, Martin Heidegger, quien interpretando la perversión metafísica en la que el pensamiento había quedado tras la crítica nietzscheana la tradujo como idolatría conceptual de la modernidad (Heidegger, 2003). Y su hermeneuta postmoderno, Gianni Vattimo. El esquema heideggeriano influyó de tal manera en Vattimo que le ofreció la posibilidad de articular una alternativa postmoderna a la hasta ahora imparable apisonadora moderno-capitalista: el debilitamiento de las estructuras fuertes en todos los estratos de poder, conocido como “pensamiento débil”

En este sentido me atrevo a decir que Vattimo resucita en la postmodernidad a Dios de su propia tumba metafísica, conceptual, dialéctica, atrapada por varios siglos. Existe una evolución en la trayectoria del pensamiento vattimiano. Teresa Oñate (3) y algunos de sus alumnos (yo entre ellos) señalamos como punto de inflexión sus últimas obras de final de siglo XX y principio del XXI destinadas a estas temáticas: Creer que se creeDespués de la cristiandad El futuro de la religión, esta última escrita con Richard Rorty. Especialmente significativa es la primera, ya que esta obra va a marcar un importante giro en la evolución de su pensamiento, que no es más que una vuelta hacia un Jesús de Nazaret latente, adormecido, que nuestro autor observaba apartado, arrinconado bajo el peso aplastante de la tradición y el moralismo doctrinal, un exceso de equipaje al que la Institución le había sometido ahogando, en cierto modo, su anuncio liberador.

Precisamente el Papa Francisco lo ha rescatado de los escombros: “Este Papa me quita la vergüenza de declararme católico”, reconoció Gianni Vattimo en una entrevista en Vatican insider, la sección del periódico digital La Stampa que privilegia toda la información relevante del Vaticano y que se publicó el 9 de julio de 2018 (4). Pero para que hoy podamos con total normalidad aceptar dicha situación, nuestro autor ha tenido necesariamente que pasar por unos años de transición no siempre fáciles en el muy exigente terreno de la fe. También la Iglesia, soy testigo, está pasando con Francisco por una etapa abierta y lúcida que pudiéramos calificar de “primavera eclesial”, como muy bien examina Cristianisme i Justícia en los múltiples artículos publicados al respecto (Cristianisme i Justícia, 2015). No uno sin lo otro, sino uno y otro. Para que hoy podamos hablar con plenas garantías de un Vattimo cristiano, católico y pro Francisco (últimamente bastante mejor aceptado este aspecto por sus estudiosos) ha hecho falta que algunos de sus seguidores (la verdad que muy pocos) nos arriesgásemos hace años adelantándonos a ello convergiendo distintos ángulos: teológicos, políticos, filosóficos e incluso bíblicos (5). Nada de ello habría sucedido si previamente nuestro autor, discípulo de Pareyson e influido por Gadamer, Nietzsche y Heidegger, no hubiera reseteado su disco duro como activo militante de Acción Católica, si no hubiera resituado la postmodernidad filosófica, no sólo desde un nivel social, económico, y político sino también religioso.

A esto se añade el también giro que la Iglesia católica está dando con Bergoglio (6). A pesar de las dificultades internas y el freno que está teniendo para llevar a cabo sus reformas (Religión Confidencial, 2016), Francisco está recibiendo la simpatía de los no católicos (y no creyentes) y, lo que es más interesante, consiguiendo la vuelta y aproximación de algunos intelectuales y teólogos distanciados con la Institución o incluso silenciados por ella (Codina, 2016). En nuestro polémico autor italiano este retorno religioso se fue abonando especialmente en los últimos años del pasado siglo. En medio de los distintos procesos y avatares socio-políticos en los que nuestro catocomunista se encuentra inmerso y a través de una conversación aparentemente trivial alguien le hace la pregunta clave: si todavía cree en Dios. Su posterior reflexión da lugar a uno de sus más importantes escritos: Credere di credere, traducida en su edición castellana por “creer que se cree”.

La pregunta podía haberse respondido con un monosílabo, pero como suele ocurrir con las cosas complejas, como las cuestiones que nos suelen hacer los niños, dicha interrogación resuena en él de un modo novedoso, incisivo, incluso podríamos decir “hermenéutico”, ya que lo primero que tiene que hacer es interpretar su propia historia personal replanteándose con la máxima honestidad posible si realmente cree o no en Dios y el sentido que pueda tener dicha pregunta hoy, sus consecuencias teológico-políticas. Pero cuando piensa en Dios, nuestro autor mira a Jesús, el dios (7) cristiano; ello matiza el condicional y la respuesta, “si realmente cree”, ya que el dios cristiano no es absolutista, prepotente ni arrasador, sino más bien abierto, humilde, acogedor.

Algunas segundas partes fueron mejores que las primeras y aquí, con mucho, Jesús reconduce y canaliza amablemente la fuerza de la historia de salvación y fe del pueblo de Israel. Y si lo pongo en minúscula es para dejar constancia que al turinés no lo representa el Todopoderoso y alejado Dios de los ejércitos (como el que la historia nos ha dado muestras en muchas de las etapas del judeocristianismo) ni el Dios de los filósofos de las garantías absolutas y razón objetivista, sino uno mucho más humanizado, encarnado y debilitado: Jesús. Como afirmo en El amor es el límite. Reflexiones sobre el cristianismo hermenéutico de G. Vattimo y sus consecuencias teológico-políticas (8), si Dios existe, es amor; y si no, merece que lo matemos (9), que lo olvidemos, que lo saquemos de nuestras vidas e Historia. Porque díganme ustedes: ¿qué sentido tiene un Dios que no sea capaz de amar y unir, ofrecer, integrar, ayudar e igualar? Mejor entonces dar la razón a los agoreros y profetas de calamidades y abandonar el presente en manos de los nuevos ídolos de masas: Trump, Le Pen o Matteo Salvini… (10) Utilicemos entonces la modernidad, la tradición y la tecnología para borrar del mapa de una vez por todas a los incómodos, a los nadies, los distintos. Todos ellos hambrean la esperanza que nuestro mundo hoy parece no está dispuesto a regalar.

Vattimo sabe leer aquella parte del evangelio de san Juan que dice que “A Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1,18) y que el único que nos ha contado algo sobre él es Jesús, con sus palabras y obras. Eso sabe Vattimo que sabe. Eso y poco más. En eso cree que cree: un hombre histórico, que fue hombre pero, ¿por qué no?, pudo haber nacido mujer, una persona valiente, de buen corazón, que predicó sobre el amor y la no violencia y habló con su vida del riesgo latente que acarrea ser libre, la inseguridad como clave para no acabar acomodados y amarrados a nuestras pequeñas esclavitudes; un hombre que ofrecía transformar la realidad con el ejemplo y la escucha, con la acogida: la mejor educación contra las tradiciones angostas y moralinas excluyentes.

Contra las luchas desalmadas presenta la sencillez y el debilitamiento de las estructuras de poder, la cooperación. Somos únicamente administradores de unos bienes en común. Para no caer en manos del engaño del pensamiento único, la pluralidad y la diferencia, la necesaria apertura para querer y aceptar y procurar sentirse querido y aceptado. Ni dirigir ni obedecer ciegamente, acompañar y ser acompañados, la sabia terapia de perdonar y sentirse perdonado, conocer otras tierras y personas y dejarse conocer por ellas. Nada de ídolos de masa ni de personas llamadas a cambiar la historia a base de golpes y espada. Una felicidad que se pone en el diálogo, en lo pequeño, en el momento, en el aquí, en los de más acá y los de más allá, presente, paciente, aunque sea fugaz. Porque, aunque nunca fue uno de sus nombres “Triunfo”, seguimos empeñados en encontrar un Dios a la medida de nuestras necesidades: Todopoderoso, Omnipotente, que dirija a buen término y cubra nuestros insaciables deseos de eternidades y victorias, precisamente todo aquello que nos aleja de nosotros mismos, aquello que ni somos ni podemos (Buber, 2003). Desde las tradiciones rabínicas del siglo I hemos aclamado un Dios mayúsculo que nos facilitara la entrada a una dimensión ultraterrena, un Dios justiciero e implacable que pusiera las cosas y las personas en su sitio abriendo las puertas del cielo, no sólo a Dios y a los ángeles, sino también a las “almas justas”. Pues bien, ese Dios falso, meta-físico no existe. La propia vida se encarga de esconderlo. Se esfuma tan pronto como comenzamos a solicitarle cosas que no puede concedernos: esa larga lista de peticiones incumplidas que nos sitúa ante el misterio del acontecer, del sufrimiento del hombre y el devenir de la historia. ¿Por qué no arrasa, entonces, Dios a los “malos” y deja solamente a los “buenos”? Puede que eso sea lo que todavía estamos esperando de nuestro deseado y venerado Dios. Ante nuestra falta de aceptación de la realidad preferimos el mito, apostar a la lotería antes que afrontar nuestras miserias perdiendo la oportunidad que exige en nosotros un profundo calado existencial y una mayor creatividad al borde del vértigo de nuestros límites. Ya decía Vattimo que “La modernidad es la época de la legitimación metafísico-historicista. La posmodernidad es la puesta en cuestión de este modo de legitimación” (Vattimo, 1991: 20).

Preferimos seguir pensando en un ser con superpoderes, algo o alguien que nos evite la dificultad y supla nuestras limitaciones humanas, todo ello para dirigirnos a un espacio-tiempo en el que desearíamos perdernos. ¡Cómo si la asunción de nuestros límites estuviese dotada de un único y exclusivo polo negativo! Quizá por ello, aunque avanzan inexorablemente en su portentosa e imparable carrera, las tecnologías no logran borrar de nuestros rostros la tristeza de la infelicidad ni nos evita el sufrimiento, por más que uno de sus aspectos (su otro polo) consiga, eso sí, desembarazarnos de algunos tortuosos esfuerzos. La hermenéutica, como filosofía de la diferencia, es la única que puede desembarazarnos de la violencia metafísica onto-teológica (11).

Este Dios de las tradiciones rabínicas no podía estar colgado en la cruz. Este Dios en el que creían todos aquellos que rodeaban a Jesús tenía que bajar de la cruz (12), debía bajar de la cruz y destruir a los “malos”, a los que pensaban diferente. Pero allí murió sin descolgarse del madero, como un fracasado más. El Dios de Jesús es perdón y cariño, justicia no justiciera a la vez que transparencia sincera. Este es el verdadero evangelio (13), su “buena noticia”: tenemos alternativas para luchar de forma no violenta contra el mal de la violencia. Gandhi lo vio claro: el precio de la injusta situación que la India sufría no podía cobrarse una factura cuyo IVA (14) implicara usar el mismo método represivo contra los represores. No hay camino para la paz, decía este. La paz es el camino. Un precio muy alto, sí, pero el único gasto admisible si no queremos prostituir ni traicionar nuestro aceptable sueño utópico de jóvenes apasionados, levantándonos a la mañana siguiente como viejos refunfuñones que vienen de vuelta, que no creen en nada ni en nadie, ni siquiera en ellos mismos.

Se trataría, pues, de encontrar el sano y santo equilibrio entre juventud y madurez, justicia y caridad, cielo y suelo, sueño y realidad. Este concepto, muy relacionado con el sentido debilitado de las estructuras sagradas, lo acuño y designo como “utopía débil”. Jesús, “el dios débil” que Vattimo aprecia, sólo quiere la recuperación, no la destrucción de los hombres. Pero es tan débil que no puede lo que uno no desea. Ese es su límite-fracaso a la vez que su virtud-posibilidad. Lo curioso es que somos nosotros libremente quienes lo habilitamos o deshabilitamos. Por ello, como advertíamos con anterioridad, puede decir Nietzsche en la sección 125 de la Gaya ciencia que somos nosotros quienes lo hemos matado. Pero, ¿y Dios? ¿Puede negarse a sí mismo?¿Es su debilidad de tal calibre que según nuestra relación con él se inclina hacia un lado u otro de la balanza?¿Acaso quien se siente hermano de todos y “hace salir el sol sobre buenos y malos, llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 43) puede desfondarse de sí buscando atajos al amor respetuoso? No, precisamente es esta su grandeza y su debilidad: que independientemente de nuestro rechazo o aceptación permanece fiel a su principio y fundamento. Por ello es tan débil que no puede obligar, y tan grande que no deja de amar. Es este, en cierto modo, el concepto vattimiano de cáritas y su kénosis (2 Cor 12, 10., Fp.2, 6-8; 1 Cor 13, 1-13).

Esta cuestión, hemos de reconocer, conlleva unas consecuencias interesantísimas en el ámbito teológico-político que aquí obviamos por razones de extensión pero que tenemos la obligación como filósofos de ir dando respuesta. Asuntos tales como si se justifica teológico-políticamente suprimir las libertades para instaurar un "mejor estado” que nos otorgue un orden ideal, más justo o si existe la posibilidad de que ello no acarree necesariamente vencedores y vencidos. Solemos pensar que lo que verdaderamente necesita nuestro mundo es un golpe de efecto contundente, una revolución que dé la vuelta a la tortilla para que los que están arriba acaben justamente abajo y los de abajo gobiernen, controlen y devuelvan la felicidad ¿a todos? Cuando los que gobiernan, desoyendo el clamor de los pisoteados, no realizan una lógica y necesaria evolución político-social, el pueblo, soberano legítimo, se levanta y coge lo que es suyo haciendo su justa revolución.

Hasta aquí bien, si se dan las posibilidades y se han quemado los cartuchos y pertinentes canales de protesta reivindicativas (siempre interpretables). Pero ante ello podemos preguntarnos, como en los finales de los cuentos infantiles, qué ocurre a partir de ahora que la bella protagonista consigue casarse con el príncipe, ahora que el pueblo consigue cambiar el poder. ¿Quién/-es ostenta/-n el poder y cómo se gestiona legítimamente? ¿Quién es “el pueblo”? ¿Es el disenso sólo un mero “garbanzo” en el zapato de los mandatarios? ¿Cómo hacemos para que las minorías que no se sienten representadas ejerzan su derecho político sin discriminación?

Por lo que ahora nos concierne y tenemos entre manos diremos que no es Jesús un revolucionario cualquiera que para forzar sus fines recurre a medios como la violencia, el poder o el engaño justificándolos. Si algo loable tiene Jesús es la coherencia de no desligar medios y fines. Es entonces cuando tenemos la tentación de pensar que Jesús es una persona con horchata en las venas, uno de esos tristes predicadores que ponen a salvo la paz interior, su calma y equilibrio mental por encima de las urgentes llamadas a la acción que la realidad precisa y, a la vez, acusa sacándonos los colores. Pero, ¿no hubiese sido una especie de engaño-trampa destruir a los culpables sin mostrarles el camino para que pudieran recuperarse? Entre otros, el pasaje del centurión (Lc 23, 47-48) es un claro ejemplo al respecto, al igual que el encuentro con Mateo (Mt 9, 9-13), Zaqueo (Lc 19, 1-10) y otros muchos... Pero si hay momentos llenos de significación, estos serían cada uno de aquellos episodios que el de Nazaret comparte especialmente con los estigmatizados de su época (pobres, mujeres, enfermos, viudas, pecadores, extranjeros…). Dichos pasajes son fuente inagotable de cómo interpretar el respeto y lucha por la dignidad humana, un tesoro hermenéutico más allá de nuestra capacidad y oído ante los temas religiosos.

A partir de los gestos, palabras y la sensibilidad de Jesús podemos afirmar que nunca la razón de la acción de un cristiano en el ámbito político-social (llámese de izquierdas o de derechas, más progresista o conservador) puede ser el castigo o la represión, ni tampoco aceptar los probables daños colaterales que genera la sociedad del bienestar o la propia democracia siempre imperfecta, sino la legítima recuperación y regeneración de la persona. El fracaso palpable de nuestra historia más reciente se ha dado cuando hemos justificado nuestros actos, a veces atroces, con nuestras ideologías y no hemos levantado el pie del acelerador, incluso viendo que no eran fruto del amor a las personas. Hemos aplastado en nombre de Dios, del nacionalsocialismo, del fascismo, del comunismo, del capitalismo... justificando nuestros medios y métodos en aras a un “justo destino” o por “Razón de Estado”.

Nos hemos convertido, en definitiva, en “Dios” para los demás, cuando nuestra tarea era como mucho, si somos creyentes, ser hermanos y si no, al menos justamente convivir respetándonos en la pluralidad (15). No hay ideología que pueda poner a salvo al hombre, por más que su lucha en el pasado, en cierto modo, la avale. Tan solo si logramos acompañarnos, conseguiremos interpretar, «dejar hablar lo no dicho del pasado, el bien que no está dado, el que tiene que poder venir si encuentra algún lugar adecuado donde poder acontecer». Si es así, podremos disfrutar, aún con límites, de un genial tapiz. Todas las piezas del puzle están sobre el terreno. La tierra prometida es esta…aquí y ahora, y es una tierra solidaria con entrañas de misericordia. La política, la religión y la razón siguen vivas, pero tienen un límite ¡Sólo el amor podrá salvarnos! (Lozano, 2015: contraportada).

►NOTAS (parte I):

1 Nietzsche ya conocía las Obras morales y de costumbres de Plutarco y su idea de la desaparición de los oráculos como podemos entrever en El nacimiento de la tragedia. De 1869 a 1876 enseñó filología clásica en Basilea y conocía, además de los clásicos, la obra de Bachofen, quedando registrado en la biblioteca de Basilea que el filósofo tomó prestado en junio de 1871 el Ensayo sobre el simbolismo de los antiguos.

2 Curiosamente, Nietzsche no habló de inexistencia sino de muerte de Dios. Se recomienda visitar la publicación en el blog de Cristianismo y Justicia del 1 de agosto de 2018, donde el Profesor J.I. González Faus señala que la ausencia de Dios es una opción propia del hombre y no un dato previo a nuestro existir, hablándose más bien de “exilio obligado” para que el hombre pueda crecer libremente (Marx o Sartre), liberarse de ilusiones infantiles (Freud) o para explicar el escándalo del mal.

3 Las publicaciones de Teresa Oñate están plagadas de alusiones a la cuestión griega y al retorno de lo divino en la postmodernidad, vinculándolo con el pensamiento de su maestro G. Vattimo. Por citar algunas obras recomendables: El retorno griego de lo divino en la postmodernidadEl nacimiento de la filosofía en GreciaViaje al inicio de Occidente (publicadas en Dykinson)entre otras. Recuerdo con mucho cariño y agradecimiento el día que Teresa me preguntó si quería estudiar con ella este retorno religioso del “segundo Vattimo”.

4 Bergoglio, a través de un amigo en común (Luis Liberman, argentino, fundador y director general de la Cátedra del Diálogo y la Cultura del Encuentro) recibió copia de su último libro: Essere e Dintorni (Ser y sus alrededores). Este le devolvió la atención con una llamada telefónica, afirma en este mismo medio. Allí mantuvieron una conversación amena sobre Iglesia y filosofía, especialmente sobre la necesidad de zambullirse en el pensamiento heideggeriano. Gianni no sólo no se sintió juzgado sino comprendido en la necesaria regeneración de la teología católica para llegar a dar una seria respuesta al mundo actual.

5 Fue para mí conmovedor, al hilo de las interrogantes que los miembros de mi tribunal de tesis suscitaban, ver cómo el propio Vattimo salía en la defensa de mis ideas, a pesar de que en el 2014 estas cuestiones eran aún algo arriesgadas. La verdad es que su presencia en mi defensa doctoral fue uno de los mayores regalos que he tenido.

6 El Papa Francisco no hace más que poner frescura y sabor al núcleo del mensaje cristiano: la misericordia, la inclusión y el anuncio liberador, cuestiones estas que ya estaban en la base del pasado Concilio pero que quedaron en algunos aspectos prácticamente en una declaración de intenciones.

7 El lector podrá observar que empleo la mayúscula para identificar al Dios impostor que ha muerto, (Todopoderoso, conceptual y metafísico) y la minúscula cuando trato del dios-Jesús, que tiene al amor como límite.

8 Publicado en 2015 en Dykinson.

9 He ahí el sentido kenótico-caritativo del cristianismo hermenéutico de Vattimo y su actual proyección teológico-política.

10 Obsérvese que señalo a estos gobernantes emergentes como “ídolos de masa”, en cierto modo diosecillos (en este caso, ultraderechistas y ultranacionalistas) sin moral que usurpan el espacio democrático confiriendo al dinero y a la ideología el lugar antes reservado (teóricamente) al Derecho y la justicia social.

11 Estas temáticas salpican bastante el pensamiento de Gianni Vattimo. La profundización de dichas cuestiones supondría ampliar en demasía este artículo, por lo que simplemente señalo al lector algunas obras significativas donde nuestro autor se sumerge en su crítica a la modernidad: Las aventuras de la diferencia. Pensar después de Nietzsche y HeideggerNihilismo y emancipación, La sociedad transparente, entre otras. Referencio estas obras al final del artículo.

12 1 Cor 1, 20-25.

13 Del griego “εὐαγγέλιον” (euangelion): «buena noticia», propiamente de las palabras εὐ, “bien”, y -αγγέλιον, “mensaje”.

14 Impuesto del Valor Añadido que grava los distintos productos (cuyas siglas en España es IVA)

15 Es por ello que no entiendo, por ejemplo, cómo puede ocurrir lo que está pasando en Nicaragua, cómo pueden aquellos que se consideran protectores del pueblo (y creo de corazón que así lo sienten) perder el norte de a quiénes sirven traspasando ciertos límites, a pesar de las presiones externas, esas que todos conocemos que siempre están ahí pero que nunca pueden llevarnos a justificar lo injustificable.

֍ Este artículo fue publicado en el 2018 en un número especial de la revista digital de Pensamiento al margen, revista sobre las ideas políticas de la Univ. de Murcia, cuya bibliografía general del artículo-capítulo es la siguiente:

Bibliografía (parte I y II)

Beltrano, A. (2018, 9 julio). El Papa llama a Vattimo, el filósofo del pensamiento débil [artículo       periódico                    digital].           Recuperado                         10       julio,       2018,       de http://www.lastampa.it/2018/07/09/vaticaninsider/el-papa-llama-a-vattimo-el- filsofo-del-pensamiento-dbil-TKJ05aHCcdxL33BbccQikJ/pagina.html

Buber, M. (2003). Eclipse de Dios (Estudio sobre las relaciones entre religión y filosofía). Salamanca: Sígueme.

Caputo, J. D. & Vattimo, G. (2010). Después de la muerte de Dios. Madrid: Espasa Libros.

Codina, V. (2016, 26 mayo). Los teólogos 'malditos' y el Papa Francisco. Religión Confidencial. Recuperado de: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2016/05/26/los-teologos-malditos-y-el- papa-francisco-religion-iglesia-libertad-teologia-boff-kung-castillo-forcano- gutierrez.shtml

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Hölderlin, F. (1976). Hiperión o el eremita de Grecia. Madrid: Ediciones Hiperión.

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Lozano, J. (2015). El amor es el límite. Reflexiones sobre el cristianismo hermenéutico de G. Vattimo y sus consecuencias teológico-políticas. Madrid: Dykinson.

Medrano Ezquerro, J. M. (2012). Tres acercamientos cristianos al pensamiento de Nietzsche: Welte, Vattimo y González de Cardenal. Brocar. Cuadernos de investigación histórica, 36, 313-339. Recuperado de:

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Vattimo, G. (2004). Nihilismo y emancipación: Ética, Política, Derecho. Barcelona: Paidós Ibérica.

Zabala, S. (2009). Debilitando la filosofía. Ensayos en honor a Gianni Vattimo. México: Anthropos.

LA FUERZA DE LOS PEQUEÑOS


col boff

 

“Dios no existe”, estimaba el físico y astrónomo Stephen Hawking, que murió en marzo de 2018. Responderé con un filósofo y teólogo medieval, de los más perspicaces, hasta el punto de ser llamado “doctor sutil”, el franciscano escocés Duns Scoto (1266-1308): “Si Dios existe como existen las cosas, entonces Dios no existe”.

Ambos, Hawking y Scoto, tienen razón. El famoso físico e identificador de los “agujeros negros” se mueve dentro de la burbuja de la física, de aquello que puede ser medido, calculado y hecho objeto de experimentación empírica. Buscar a Dios dentro de este paradigma significa no poder encontrar a Dios porque Dios no es una cosa, con las características de las cosas, por minúsculas que sean (un topquark, el bosón de Higgs) o por mayores que se presenten como el conglomerado de galaxias, de tamaño incalculable. Lo máximo que la razón podría decir es que Dios es el “Ser que hace ser todas las cosas”, no siendo una cosa.

Así pues, desde la física, es válida la afirmación de que “Dios, de hecho, no existe”. Él no cabe dentro de la física porque no es una realidad física. Solo que la física no es la única ventana de acceso a lo real.

Hay otras realidades que, por no ser físicas, no dejan de ser realidades. Así una lombriz jamás entenderá una música de Vila Lobos, ni el coronavirus sabrá apreciar un cuadro de Tarcila. Son realidades de naturaleza diferente.

Duns Scoto tiene también razón porque al referirnos a Dios, sostiene él, estamos pensando en una Realidad Última que trasciende todos los límites de la física, del espacio y del tiempo o de cualquier otra forma de conocimiento. Es el Innombrable, y el Inefable, Aquel que no cabe en ningún lenguaje, ni en ningún diccionario. Dios no es un hecho de la realidad palpable que puede ser captada y dicha. Por su naturaleza, Él está más allá de los hechos. Él es Aquel ante el cual debemos, reverentemente, callar, expresando el Noble Silencio. Esa es la verdadera posición del pensamiento radical que se expresa por la filosofía y por la teología, tan bien elaborado en los escritos de Duns Scoto. Remarcando: Él es el Misterio que trasciende cualquier realidad dada, medible o captable por el ser humano.

Quien vio claro eso fue el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (1889-1951) en su famoso Tractatus Logico-philosophicus (1921) al decir: “La ciencia estudia cómo es el mundo; el místico se admira de que el mundo seaSeguramente existe lo Inefable. Eso se muestra, es lo místico… Sobre aquello que no podemos hablar, debemos callar” (aforismo 6.522).

Aquí resuena la frase famosa de Gottfried Leibniz (1646-1716): “¿por qué existe el ser y no la nada?”. A esta pregunta no cabe respuesta: es el Misterio del ser frente a la nada. Ante el Misterio del ser se debe callar antes que hablar, porque todo lo que digamos queda más acá del Misterio que es Inefable e Inexpresable y ya supone que estamos en el ser.

En el horizonte del sentido

Pero no estando en el horizonte de las cosas, Dios sin embargo está en el horizonte del sentido. Por eso afirma Wittgenstein: “Creer en un Dios significa comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en un Dios significa percibir que no todo está decidido con los hechos del mundo. Creer en Dios significa percibir que la vida tiene un  sentido” (Id.ibd).

Pero volvamos a Hawking: todos los grandes científicos empezando por Newton, que introdujo el matematismo en la naturaleza, pasando por Einstein y otros, llegando al genial inglés, buscaban una fórmula que explicase toda la realidad. El intento era una “Teoría del Todo” (TOE en inglés: Theory of Everything) llamada también “Teoría de la Gran Unificación” (TGU).

Hay dos libros clásicos que resumen los  encuentros y desencuentros de esta magna cuestión: John B.Barrow, Teorías del Todo: la búsqueda de la explicación final (Zahar 1994) y el de Abdus Salam, Werner Heisenberg, Paul Dirac, La unificación de las fuerzas fundamentales: el gran desafío de la física contemporánea (Zahar 1994). Todos acaban reconociendo el fracaso de ese intento. En la expresión de John Barrow: “Toda la vida cotidiana, lo que mueve a los seres humanos en su búsqueda de felicidad y en su tragedia, no caben en la concepción del 'Todo'”.

Si encontrásemos una respuesta a esta pregunta, sería el triunfo último de la razón humana porque entonces conoceríamos la mente de Dios.

El último a reasumir esta cuestión fue justamente Stephen Hawking en su famoso libro Breve historia del tiempo (Ediouro 2005). Lo intentó de todas las formas. Al final reconoció la imposibilidad afirmando: “Si realmente descubrimos una teoría completa, sus principios generales deberán a su debido tiempo ser comprensibles por todos, y no sólo por unos pocos científicos. Entonces, todos nosotros, filósofos, científicos y simples personas comunes, seremos capaces de participar en la discusión de por qué nosotros y el universo existimos. Si encontrásemos una respuesta a esta pregunta, sería el triunfo último de la razón humana porque entonces conoceríamos la mente de Dios” (Uma breve história do tempo, p. 145). Se refiere a Dios y a su mente oculta. Ese Dios-Misterio se encuentra en la raíz de todas las existencias, sustentándolas y haciéndolas continuamente subsistir, pero siempre oculto a la vista humana. Por eso las Escrituras judeocristianas afirman: “Dios habita en una luz inaccesible que ningún ser humano vio ni puede ver” (1Tim 6,16; Sal 104,2; Ex 33,20; Jn,1,18;  1Jn 4,12).

Entonces cabe, realmente, concluir: si Dios existe como existen las cosas, entonces Él no existe”. Más allá de las cosas, Él existe, con una naturaleza distinta a la de las cosas, como Aquel que sacó todo de la nada y continuamente subyace a todo lo que existe y podrá existir.

 

Leonardo Boff

*Leonardo Boff es filósofo, teólogo y ha escrito: Experimentar a Dios hoy: la transparencia de todas las cosas, Sal Terrae 2003; Tiempo de transcendencia, Sal Terrae 2007.

Traducción de María José Gavito Milano

¿SÍNODO O EVANGELIO?


col haya

 fe adulta

El mundo occidental se está descristianizando. El Papa Francisco está haciendo un gran esfuerzo por transformar la Iglesia mediante el Sínodo de la sinodalidad; es decir, escuchando a todos los cristianos, que deben expresar su percepción de la acción del Espíritu en ellos; pero el Espíritu ha hablado más frecuentemente por medio de los profetas, que han arriesgado sus vidas al proponer reformas radicales contrarias al sentir popular.

La lectura de un resumen del Instrumentum laboris (el programa a seguir en la primera reunión sinodal global) me ha causado una desilusión. Supone ciertamente un avance al tratar temas anteriormente intocables, pero no creo que sean las reformas de fondo que necesita la Iglesia, ni que haya recogido las verdaderas inquietudes de muchas comunidades eclesiales.

Flexibiliza la práctica pastoral, pero no se atreve a plantearse la doctrina tradicional. Más bien parece una selección de algunas reformas necesarias que levantan menos ampollas.

Que en el siglo XXI el Sínodo se dedique a discutir el diaconado femenino resulta tan ridículo como “el parto de los montes”. No sé si los Padres y Madres sinodales rechazarán este primer esquema, como hicieron con el esquema inicial sobre la Iglesia en el Vaticano II.

En realidad no me preocupa tanto la vuelta al cristianismo como la vuelta al Evangelio, la vuelta al mensaje de Jesús; porque el cristianismo es una organización humana para para socializar, el mensaje de Jesús. Y esta organización ya no es levadura ni sal de este mundo; es masa que se conserva gracias a la sal que ha retenido, pero no es sal de este mundo.

¿Qué evangelio?

Algunos me dirán ¿Qué mensaje? ¿Qué evangelio? Hay cuatro evangelios aceptados por las primeras comunidades cristianas, además de otros, incluso de mayor antigüedad, no admitidos por todos. Más aún, en los cuatro evangelios canónicos se recogen diversas tradiciones orales y escritas que difícilmente pueden integrarse en una doctrina coherente.

El mensaje del Evangelio no es un código civil o penal que necesite una interpretación clara para ser exigido; eso era el fariseísmo que Jesús superó (y al que nosotros hemos vuelto). El mensaje de Jesús es una exhortación, un impulso, a practicar un amor gratuito e incondicional como hijos del mismo Padre.

Nadie logra vivir este mensaje al 100/100, aunque todos (cristianos o no cristianos) procuramos vivirlo en mayor o menor proporción; porque este no es un mensaje exclusivo de Jesús, es el mensaje del Espíritu inscrito en la conciencia de Jesús y de todo ser humano. Como aquel maestro de la Ley, los que intentamos practicarlo “no estamos lejos del Reino” (Mc 12,34)

Volver al Evangelio

Los dos grandes obstáculos para vivir el mensaje del Evangelio son el poder y el dinero, y de este veneno estamos todos más o menos contagiados en el mundo occidental; que se ha desarrollado explotando otras regiones menos desarrolladas industrialmente. De esto podría tratar el Sínodo.

Aunque no sea por seguir el mensaje de Jesús, o del Espíritu, la supervivencia del planeta tierra nos está exigiendo un decrecimiento de nuestro nivel de vida, que no acabamos de aceptar.

Aceptar el decrecimiento individualmente es un sacrificio ejemplar pero prácticamente inútil; es necesario aceptar el decrecimiento colectivamente practicando una “austeridad compartida” con nuestros hermanos que sufren la escasez. Y aquí veo yo la importancia del cristianismo y de otras religiones, la de facilitar una decisión muy costosa individual y familiarmente, pero que se compensaría al vivirla socialmente en comunidad. Esta “austeridad compartida” sería la verdadera renovación cristiana comenzando por el Vaticano y continuando por las Iglesias y comunidades locales,

El Evangelio de Jesús es una buena Noticia para los pobres, para los que no están condicionados por el poder y el dinero. El cristianismo crecerá allí donde dé ejemplo y socialice esta actitud, y se irá extinguiendo en la medida en que acepte la ambición de poder y riqueza a costa de los menos desarrollados. Toda su organización será inútil o contraproducente en la medida en que justifique o contemporice con esta injusta falta de fraternidad.

 

Gonzalo Haya

gonzalohaya@telefonica.net

LA IGLESIA ARDE. CRISIS DEL CRISTIANISMO HOY


col tamayo

 

Tomando como referencia el incendio de la catedral de Notre Dame de París la noche del 15 al 16 de abril de 2019, símbolo del catolicismo europeo, el historiador italiano y fundador de la Comunidad de Sant` Egidio, Andrea Riccardi, ha publicado el libro La Iglesia arde. La crisis del cristianismo hoy: entre la agonía y el resurgimiento (Arpa, Barcelona, 2022)[i], donde se pregunta por la crisis de la Iglesia católica, más aún, por el peligro de su desaparición no solo en Francia, “la hija mayor de la Iglesia”, sino en Europa y en el mundo entero. Se trata de un problema que afecta o debe afectar a las personas católicas, pero que preocupa también a personas e instituciones laicas interesadas por el patrimonio humano y cultural del cristianismo y cuya posible desaparición interpretan como una pérdida de humanidad para todos, independientemente de sus creencias o increencias religiosas.

Notre Dame en llamas evoca la actual crisis profunda del cristianismo, pero, mirándolo bien, cree Riccardi, evoca también una crisis de la sociedad entera. Aprecia influencias mutuas entre el declive de la Iglesia y el de Europa, entre la fragilidad política de Europa y la fragilidad religiosa de la Iglesia. Es un fenómeno que contrasta con la recuperación de Santa Sofía para el culto islámico por decisión del presidente Tayyipp Erdogan en un proceso de reislamización de Turquía que ciertamente no es un fenómeno a imitar en el cristianismo.

Riccardi constata en Francia un avance del tradicionalismo católico frente al retroceso del catolicismo institucional y del cristianismo de base. En 2018 dos terceras partes de las diócesis francesas no tenían seminaristas, mientras que en la Iglesia tradicionalista de Marcel Lefebvre hubo un crecimiento hasta representar el 20% de las vocaciones sacerdotales. A esto cabe añadir que el progresismo católico, muy activo en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, ha perdido protagonismo eclesial en las décadas posteriores y ha tenido un bajo índice de transmisión a la generación posterior, hasta sufrir una pérdida casi total entre la juventud. Se habla con razón del ateísmo juvenil.

El teólogo alemán Jürgen Moltmann ya había advertido en la década de los 70 del siglo pasado sobre la crisis de relevancia del cristianismo que explicaba por la ceguera de este ante el mundo real, ceguera que tornaba a la iglesia cristiana y a la teología “cada vez más anticuadas” (p. 239), sin hacer pie en la historia, ni tener incidencia en ella y, por ello, fuera de la vida de las personas. También el teólogo y filósofo de la religión Paul Tillich se refirió por las mismas fechas a la irrelevancia del mensaje cristiano para la humanidad de hoy.

¿Significa esta crisis el final del catolicismo? No lo cree así Riccardi, que ve la realidad con perspectiva histórica crítica, pero con esperanza, ciertamente no ingenua y crédula, sino fundada. La crisis, asevera, es un estado normal para la Iglesia, cuyo destino no es triunfar, y menos aún controlar la sociedad (p. 249). Es una constante en la historia del cristianismo, desde sus orígenes. A este respecto el historiador italiano deconstruye las construcciones míticas de la “edad de oro” de la cristiandad, que suelen situarse en el pasado. La crisis constituye, más bien, una oportunidad para un renacimiento, para abrirse a un futuro creativo, alternativo a la cómoda instalación en el presente y a la estéril añoranza del pasado. 

Para salir de la “cultura del declive” en que se encuentra el cristianismo, cree necesario “deshelar” las instituciones de la Iglesia, “dejar del lado la visión cupular y optar por una dimensión comunitaria”, plasmada en “un nuevo protagonismo de la mujer, no porque sea útil, sino porque construye con su ingenio, junto con los hombres, una realidad más amplia y acogedora” reconociendo “el acontecimiento espiritual” de la revolución feminista, renunciar a una Iglesia autorreferencial, fomentar la extroversión de la comunidad, salir a las periferias existenciales, hacer fermentar las iniciativas comunitarias y pasar de un cristianismo de masas a comunidades evangélicas, auténticas y extrovertidas, y entender la Iglesia como una minoría creativa, no selectiva, como la levadura en la masa de la afirmación evangélica.

Ante la disminución constante de la participación social y civil, que caracteriza hoy a la ciudadanía, y en el desierto de soledad en que se han convertido muchas periferias sin lazos de empatía, la Iglesia, con todos sus límites, puede favorecer la libertad creativa dentro del pluriverso actual, fomentar nuevos ministerios que practiquen la com-pasión con los pueblos, los colectivos humanos y las clases sociales más vulnerables, y  la hospitalidad con personas migrantes, refugiadas y desplazadas. Son precisamente estas personas quienes enriquecen las comunidades cristianas, al tornarlas más plurales cultural, social y religiosamente. Es a estos colectivos y personas a quienes hay que incorporar a nuestras comunidades cristianas

Para superar el declive, Riccardi toma como referencia al papa Francisco, cuya base es el Evangelio leído en clave franciscana y cuyo centro son las personas y los colectivos empobrecidos hasta conformar la Iglesia de los pobres, provocando así una verdadera revolución en el discurso y la práctica cristianos: los pobres como lugar teológico y existencial. En el nuevo paradigma de la Iglesia de los pobres deben entrar los colectivos históricamente excluidos y asumir el protagonismo que les corresponde, entre ellos, las mujeres y los LGTBI, conformando una comunidad plural que acoge la diversidad sexual y de género.

Coincide asimismo con Francisco en que un cristianismo evangélico no pierde su identidad fomentando la cultura del diálogo como estilo de vida y método para la resolución pacífica de los conflictos y estableciendo alianzas entre mundos, tradiciones culturales, espiritualidades, religiones y sujetos diferentes, sino que la enriquece. Como afirma Raimon Panikkar, “sin diálogo el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan”.

 

Juan José Tamayo

 

[i] La Iglesia arde. La crisis del cristianismo hoy: entre la agonía y el resurgimiento,

Traducción de David Salas Mezquita, Arpa, Barcelona, 2022. 280 páginas

DIOS ES VACÍO


col franco uribe

 

Dios es vacío, vacío porque así es el amor, se vacía. El Padre se vacía para dar su ser al Hijo, el Hijo se vacía para recibir el ser del Padre, y el Espíritu Santo es amor que vacía; y es de este vaciarse de Dios, de este quitarse, de olvidarse del yo para decir tú, es que sale el universo. Dios es un vacío, no ocupa ni espacio ni tiempo, no existe y da origen a todo lo que existe; no vive aparte de nada y es la vida de todo; no está en sí, está en lo otro; no es más allá de lo que vemos y sí más allá de lo que pensamos. Es un vacío que posibilita lo que hay, que le da acogida, que lo contiene, que lo sostiene; Dios es allí donde están las creaturas, su trascendencia respira en la inmanencia; es altísimo en lo bajísimo; el cielo está hundido en lo que miramos y tocamos, en las cosas, en la gente. 

Y su vida es nuestra vida, la vida de todas las creaturas, nos amamos y por eso nos vaciamos para dar y para recibir, tan divino en nosotros es dar como recibir. Así, hacemos un vacío para que sea lo otro, el otro, para que no esté a la intemperie, para que tenga espacio y tiempo; lo que nos hace parecidos a Dios, a su imagen y semejanza, es dejarnos vaciar, vaciarnos, extender los brazos y dejar que el otro quepa en el pecho, dar la mano para apretar otra, abrir una puerta, desnudarnos y dejar que el otro habite nuestra piel, poner otro puesto en la mesa, ofrecer un trabajo, dar lo que nos hace falta, dar minutos y hasta años, exponer la vida, expirar para que el otro aspire, gestar y dar a luz, esperar en la playa al que se arriesga en el mar, dar oportunidad al que se reinserta, callar para no perderse los detalles de las historias que otros cuentan, decir una palabra, perdonar al enemigo; para hacer todo esto hay que vaciarnos y esta es la vida de Dios en nosotros, la tierra como en cielo.

Evangelizar, hablar de Dios, es vaciarse y acoger; no creo en una misión llena de cosas que se imponen a la vista, de gritos que aturden, de poder que coacciona; creo en una misión que se vacía y da bienvenida a todo y a todos; porque si no hacemos vacío, si no somos vacío, no se podrá conocer a Dios que es vacío porque amor, se llegará si mucho a un ídolo que nos invade y limita, a la pompa que nos deja por fuera y se apodera; la misión vale cuando no ocupa el espacio ni el tiempo del otro y de lo otro; cuando la palabra y la obra sale del silencio.

Y llega la muerte, está siempre llegando, nos vacía de todo y nos hace como Dios. El consejo de la serpiente, comerse el árbol de la vida para ser como Dios, era equivocado, es comer el árbol de la muerte, dar la vida, lo que nos hace como Dios; no era llenarse, era vaciarse.

 

Jairo Alberto Franco Uribe

Religión Digital

CON EL DEBIDO RESPETO, SEÑOR ARZOBISPO


col zapatero

 

Señor arzobispo, me congratulo de verdad y le felicito por su nombramiento como nuevo responsable máximo de la iglesia de Madrid. No voy a desearle los mayores éxitos, porque sería ofensivo para usted, dado que en las cosas de Dios y de la Iglesia "solo a Él se le debe todo honor y toda gloria".

A mi entender, creo que ha sido un acierto por parte del Papa Francisco nombrarle como pastor de la Iglesia matritense. Su trayectoria pastoral hasta el momento, según escriben de usted quienes lo conocen de verdad, es la mejor garantía de ello. He venido leyendo y escuchando todo lo que se ha venido escribiendo y diciendo hasta ahora de usted, a través de los diferentes medios de comunicación, desde el primer momento de su nombramiento, que ha sido mucho, es verdad, y, todo hay que decir, no es para menos. Desde todo ello me ha parecido intuir que su nombramiento ha sido muy bien acogido en general y ha generado muchísimas esperanzas en sus diocesanos. También en mí, a pesar de no serlo.

Dicho esto, le pido disculpas de antemano, si con ello le puedo llegar a molestar, quisiera manifestar mi disconformidad con una de las afirmaciones que usted hizo en la entrevista de la cadena SER dirigida por el periodista Aimar Bretos el día 15 de junio.

Cito textualmente: "¿Usted casaría a los gay?" (Aimar Bretos). "No" (señor arzobispo). Es verdad que después usted intentó dar una explicación a su "no", pero debo decirle que, no solo no fue capaz de aclararlo, sino que lo puso más oscuro. Al menos para mí, no puedo hablar por nadie más. Es verdad que, a lo mejor, el problema lo tengo yo, por mí falta de fe o mi fe demasiado escuálida.

Y no digamos ya sobre el símil que usted hizo, cuando el propio periodista le preguntó "¿Celebraría una eucaristía para celebrar ante Dios el amor de esos dos gay católicos?". "No", respondió usted de manera rotunda. Para añadir a continuación: "Es como si usted me preguntara: ¿celebraría una misa con Coca-Cola?". Perdóneme, pero debo decirle que huelgan comentarios a su respuesta que considero, como mínimo, un tanto desafortunada.

Me puede contestar usted que, en la negativa a celebrar un sacramento de matrimonio de gays, no hace otra cosa que seguir la doctrina de la Iglesia y del propio Papa Francisco. Me parece bien y creo, además, que ha de ser así. Permítame, sin embargo, que, a mí que soy un perfecto analfabeto en Derecho Canónico, le diga que dicha aquiescencia con el mencionado código me chirríe, en contraposición a la paz y el gozo que me trasmiten palabras como las del apóstol Juan cuando me recuerda que “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1Ju 4,16b). Sea como fuere, quiero decirle que esto se lo digo a usted de la misma manera que se lo diría también al Papa Francisco, si tuviera ocasión de hacerlo.

Quiero decirle que, en el momento en que el periodista le hizo la pregunta sobre el matrimonio de los gay y dio usted su respuesta,  me vinieron de inmediato a la mente dos realidades concretas. Por un lado, el pasaje de la unción de David como rey (1Sam, 16, 7): "Cuando llegaron, Samuel se fijó en Eliab y pensó: ¡Seguramente este es el ungido del Señor! Pero el Señor le dijo a Samuel: No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón".

No sé, señor arzobispo: a lo mejor estoy extrapolando el texto bíblico. Pero ¿qué quiere que le diga?: a mí este texto me ha cuestionado muchas veces y continúa cuestionándome ahora.  

Por el otro, el hecho de no pensar en los gays de manera genérica, sino de manera concreta y cercana. Me han venido a la mente parejas cristianas, amigas mías,  que se quieren con locura, que se aman con el amor que Dios infundió un día en sus corazones y que procuran colaborar cuanto pueden con los grupos cristianos o comunidades con quienes y en donde celebran su fe. Parejas que, deseando ardientemente celebrar su amor a través del sacramento del matrimonio, no entienden las razones que les aduce la Iglesia para negárselo, lo cual no es óbice para que acaten obedientemente la disciplina de esta en dicha materia, a pesar del profundo dolor que les llega a producir.

¿Quiere que le diga lo que me vino a la memoria, cuando usted dijo que el sacramento del matrimonio cristiano es para celebrar la ratificación del amor entre un hombre y una mujer? Pues la afirmación teológica que de manera insistente nos repetía el profesor de sacramentos, cuando un servidor estudiaba teología: "Sacramenta propter homines". Sabe usted, mejor que yo, lo que esto significa. Supongo que dicho axioma se refiere a todos los sacramentos, también al del matrimonio, supongo.

Quiero acabar este breve escrito para usted, aún a sabiendas de que lo más probable es que no le llegue nunca a sus manos, con la promesa de rezar por usted. Aunque, y no es falsa humildad por mi parte, pues creo conocerme muy bien, mi oración es demasiado pobre y, a lo mejor también, poco confiada.

Rece usted también por mí. Pero rece sobre todo por todos los hombres y mujeres,  para que nos esforcemos por erradicar de nuestras mentes, y sobre todo de nuestros corazones, tantos prejuicios que no hacen más que enfrentarnos e impedirnos vivir como hermanos.

Que el buen Dios, padre-madre, le ayude y le asista con su Espíritu en todo momento. Que santa María de la Almudena, la buena madre, le cobije siempre bajo su manto.

(A don Antonio Cobo Cano, nuevo arzobispo de Madrid).

FELIZ PASCUA!

 

JUAN ZAPATERO BALLESTEROS

Zapatero_j@yahoo.es

CON LOS INDÍGENAS APRENDÍ A REÍR Y COMPARTIR CON LOS DEMÁS


col alegrete

El padre italiano José Zanardini lamenta que las cosmovisiones de los indígenas de América Latina son prácticamente desconocidas en la cultura occidental, basada en la filosofía griega, el derecho romano y la historia europea, que las ha negado e invisibilizado.

"Hay más de 500 pueblos indígenas diferentes en América Latina, 500 culturas, lenguajes, cosmovisiones, formas de amar, de morir, de casarse, de trabajar, de pensar, de trascender, de ver el mundo de los espíritus...", explica en una entrevista.

El desconocimiento general sobre todo ello, incide, comenzó a cambiar en 1992, cuando las comunidades indígenas se organizaron para rechazar las celebraciones del quinto centenario de la llegada de los españoles a América.

"Desde entonces, ha surgido, con cada vez más fuerza y significado, el valor de estos pueblos, su forma de pensar frente a un planeta que está en decadencia en aspectos sociales, políticos y económicos", precisa el sacerdote salesiano.

"Los pueblos indígenas son maestros"

Comenta cómo el tiempo que ha vivido en aldeas indígenas le ha enseñado "mucho más" que sus años de estudio de antropología social en la Universidad Europea de Inglaterra: "Descubrí cómo los pueblos indígenas, con su sistema, son maestros".

Zanardini llegó a Paraguay en 1978, donde se dedicó a tareas educativas, culturales y sociales, así como en los países limítrofes. Recientemente participó en el debate "Voces de la selva", en la Casa América de Madrid, organizado por la embajada paraguaya en España; en 2001 recibió el Premio Internacional de la Paz otorgado por el Gobierno de la Región de Lombardía (Italia), entre muchas otras distinciones.

El valor de lo sencillo

El padre Zanardini se ha dedicado en los últimos años a promover los valores de los pueblos indígenas, pues siente que las sociedades contemporáneas los han olvidado. Uno de ellos es "la esencialidad", ya que en Europa se usan miles de cosas que no son necesarias.

"Estuve viviendo en una choza durante años sin energía eléctrica, agua corriente, ventanas o baños; simplemente iba al río a buscar agua y a lavar mi ropa. Yo vivía feliz y ellos también", señala.

Cuenta que aprendió el valor de "compartir", tanto los alimentos que cazaban ese mismo día porque no tenían refrigerador, como el tiempo de las reuniones sociales nocturnas, donde no había tecnología.

"Allí aprendí a reír; venía de estudiar en Inglaterra, donde nadie se ríe. Aprendí a estar contento escuchando historias y compartiendo con los demás", recuerda.

A esto se une la capacidad de estos pueblos para "hacer política", donde siempre se busca el interés general del grupo, la "resiliencia" para adaptarse fácilmente a situaciones como sequías o inundaciones, y el valor de la naturaleza.

Para él, todo esto también se puede lograr viviendo en las grandes ciudades, a pesar de los altos niveles de estrés y el consumismo. Sólo debemos mirar hacia nuestro interior, insta.

"Estos valores se pueden vivir también en esta sociedad, a pesar de todos los desafíos a los que nos enfrentamos, si cada uno -apostilla- los hace suyos".

 

Lucía Alegrete / EFE

Religión Digital

MIS HIJOS Y MI MUJER ESTÁN MUY ORGULLOSOS DE QUE YO SEA SACERDOTE


col bastante

 

"Históricamente, sabemos que el celibato nunca ha sido un éxito y tenemos que reconocerlo. Hemos de tener la humildad de reconocer que nos equivocamos y de que no podemos vivir en la hipocresía". Sebastián Cózar, presidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, ha lanzado una campaña para pedir al Sínodo que permita participar a una delegación de curas casados.

El celibato opcional, una de las cuestiones que se debatirán en la Asamblea, es uno de los puntos de mayor fricción (tal vez porque, por primera vez, parece posible) entre algunos sectores.

-Estamos con Sebastián Cózar. Bienvenido. ¿Español residente en Chile, o chileno nacido en España?

-Ya llevo 47 años en Chile. Soy español, nacido en provincia de Málaga y tengo 78 años. Estoy casado, tengo tres hijos, tres nietos, y vivo en San Carlos de Chile.

-En San Carlos de Chile y es padre, abuelo… y sacerdote. Porque es presidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados.

-Efectivamente.

-¿Qué es la Federación de Sacerdotes Casados y qué relevancia tiene en América Latina este fenómeno?

-La Federación de Sacerdotes Casados fue fundada hace como 30 años con monseñor Jerónimo Podestá, un obispo argentino también secularizado, y la finalidad era aunarnos, compartir juntos y tratar de buscar soluciones a nuestra situación como sacerdotes casados dentro de la Iglesia. Y también, solicitar, conversar sobre la posibilidad en la Iglesia del celibato opcional.

-Una posibilidad que siempre ha estado cerrada, al menos en la Iglesia de rito latino, pero que ahora, con Francisco, parece que cualquier tema está abierto o puede ser posible. ¿Cómo observáis este hecho?

-Que es un tema muy complejo dentro de la Iglesia, pero no para toda la Iglesia. El pueblo de Dios, en general, acepta que el sacerdote viva en familia. Estoy hablando desde la perspectiva de América Latina. Lo que pasa es que el pueblo de Dios, que también son los obispos y cardenales, etcétera, tiene todavía un rechazo a abrir la posibilidad de que el celibato sea opcional.

Por una parte, vemos que si bien la mayoría del pueblo de Dios, los cristianos, las comunidades donde vivimos nos aceptan y nos acogen, la jerarquía, en general, muestra una falta de coraje y de valentía para enfrentar esta realidad. Porque sabe que es duro, que es dolor, y a veces da la imagen de que quiere estar en esa situación cómoda de no enfrentamiento y de dejar las cosas pasar. 

-Pero ¿por qué se toma esa postura? Porque no es que seáis precisamente unos exaltados. Ni que haya, por otro lado y aunque sea por utilidad, un exceso de sacerdotes en la Iglesia.

-Yo creo que tienen miedo a los cambios; a lo que tienen que enfrentarse. Porque apenas hay jerarquía que no quiere cambios, pero sí hay una gran mayoría, (hablo de Latinoamérica) que acepta que la Iglesia se tiene que renovar, y eso significa que tiene que aceptar a los sacerdotes casados. Como me decía el secretario general del Celam, es necesario que participen más obispos, que haya más fuerza para que haya un cambio.

-El pueblo de Dios es mayoría, pero las decisiones se siguen tomando en la jerarquía. ¿Qué pedís a Iglesia?

-Lo que pedimos, en estos momentos, es que se tenga en consideración la función de los sacerdotes casados dentro de la Iglesia. Nosotros, los sacerdotes casados, hemos sido llamados por el Señor. Como dijo Él: "Vosotros no me elegisteis, yo os elegí a vosotros". Y más aún; como dice San Pablo, está la misión de evangelizar, de participar en la evangelización de la Iglesia.

Lo que pedimos, realmente, es que la Iglesia nos acepte para servir 'dentro' de la Iglesia en la evangelización. Y, también, que el celibato sea opcional; un enriquecimiento, no cabe duda, para la Iglesia.

Históricamente, sabemos que el celibato nunca ha sido un éxito y tenemos que reconocerlo. Hemos de tener la humildad de reconocer que nos equivocamos y de que no podemos vivir en la hipocresía.

-El celibato, históricamente también, ha sido más un instrumento de poder que un instrumento del propio Jesús. De hecho, yo creo que bastantes, si no todos los discípulos de Jesús, estaban casados. Al menos, de Pedro sabemos que tenía una suegra. Además, la unión con el Imperio Romano fomentó que la institución quisiera que sus responsables no estuvieran casados y no tuvieran hijos para no tener que repartir las herencias.

-Pero yo creo que hoy, todos sabemos que la celebración de misas, y toda esa cuestión, se creó como un medio para que el sacerdote tuviera unos recursos económicos. Creo que los sacerdotes, como dice San Pablo, tenemos que trabajar y ganarnos la vida como cualquier vecino y que cualquiera puede ser elegido, dentro de la comunidad, como sacerdote. Que puede ser agricultor, carpintero, ingeniero…, lo que sea.

Pero lo que sí es cierto es que no tenemos que dudar de que el sacerdote casado es algo positivo y enriquecedor para la Iglesia. Nosotros estamos llamados a servir a la comunidad. El evangelio es lo que nos preocupa.

Me decía un obispo, allá en Chile: "no vayáis a pedir que queréis celebrar misa". Y yo le dije: "mire, eso es lo que menos nos importa. Porque lo que nos interesa, lo que queremos, es evangelizar.

-En octubre arranca la fase mundial del Sínodo. Este sínodo que está dando tantas esperanzas y también tantos miedos. Ustedes han planteado al CELAM que quieren participar en esta fase como Federación de Curas Casados. ¿Qué respuestas hay, qué perspectivas?

-Lo importante es que ya, por lo menos en América del Sur, tuvimos una participación en el Sínodo Continental. Hace poco que estuve allá como sacerdote casado. Me recibieron y me acogió la Conferencia Episcopal Latinoamericana. La presencialidad, como decían algunos, ya es importante. Que hayan recibido a un sacerdote casado que es abuelo. Esa acogida es un comienzo; muy poco, pero se va abriendo el abanico y puedo decir que al final de los encuentro se habló mucho la necesidad de los sacerdotes casados en la Iglesia. También de las mujeres, que se planteó muy bien y es lo que queremos.

El hecho de participar en el Sínodo Continental de Brasilia es importante. Había como 200 personas y fui muy bien acogido y escuchado. Hablamos de los sacerdotes casados, su problemática y su situación. Y viendo la experiencia del Sínodo Continental de Brasilia, también nos gustaría participar del Sínodo de octubre que vamos a tener en Roma, si Dios quiere. De hecho, escribí al cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo. Me contestaron que eso lo deciden las conferencias episcopales de cada país, y ahí vimos que era complicado. Monseñor Lozano, que es el secretario general del Celam, decía que es una decisión bastante compleja porque de Latinoamérica solamente pueden ir 20 representantes, que hay mucho deseo de participar, y todo eso… Entonces, estamos ahí.

-Supongo que el Papa puede elegir, también, a un número determinado de asistentes.

-Sí. De hecho, le hemos escrito como una opción, porque vemos difícil que nos acepten. Porque nosotros también somos muchos.

El celibato y la Iglesia

-¿Cuántos son?

-En América Latina, más de 30.000

-Un número nada despreciable.

-Sí. Fíjate que solo Brasil tiene como 6.000 sacerdotes casados. Nosotros somos una realidad silenciosa dentro de la Iglesia. Una realidad que debe de solucionarse, y necesitamos que nos escuchen porque es un camino muy bueno para la Iglesia que seamos evangelizadores. Y eso requiere que nos escuchen, que haya un diálogo con caridad, con fraternidad, con generosidad y con ternura, diría yo. Sin tapar nada.

La historia nos ha mostrado que hemos cometido muchos errores y eso lo tenemos que superar. Y para superarlo tenemos que hablar y buscar caminos de solución. Caminos que son posibles, pero falta voluntad. Y lo que queremos es voluntad de cambios; porque en un sínodo se pueden decir muchas cosas, se pueden escribir…, pero si no las ponemos en la práctica, no nos sirve para nada. Tenemos que ir hacia lo que realmente necesita la Iglesia para este momento, y el papel de los sacerdotes casados es fundamental.

-Pues por mucha suerte en ese desafío, Sebastián. Tengo una última pregunta, además, de índole personal. Usted tiene una mujer, tres hijos y tres nietos. ¿Qué piensan ellos de todo esto? Los nietos, probablemente nada, pero ¿qué piensan sus hijos?

-Mis hijos están muy orgullosos; contentos de que yo haya sido sacerdote. Nos queremos muchísimo. Nos llamamos permanentemente. Es como como una vez, en un encuentro en Brasil, donde recuerdo que se hablaba de qué pensaban los hijos, de lo que tú dices. Y una niña dijo: "mi papá, como es sacerdote siempre nos comprende más" (ríe) Y eso es verdad. En el mundo en el que yo trabajaba, del comercio, los vendedores,  mucha gente, siempre me han respetado y hasta me han pedido consejo, porque todo el mundo sabe cuál es mi vida. Yo comprendo que como religiosos somos queridos, somos respetados; nos consideran muy bien.

Sebastián Cózar, presidente de la Federación de Curas Casados de Latinoamérica

-¿Y a su mujer le hace gracia?

-Sí, muy bien. Con mucha paciencia, porque ella dice que no estamos preparados para vivir la realidad. Que el nuestro es otro mundo, y es verdad. Cuando somos sacerdotes, vivimos otro mundo, otra realidad. Y cuando tenemos que compartir la vida con otra persona, tenemos que adaptarnos porque no estamos formados para eso. Yo doy gracias a mi mujer porque ha tenido ese cariño, esa paciencia de ayudarnos a compartir la realidad de la vida.

-Sebastián Cózar, presidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, muchas gracias, mucha suerte, y esperamos que puedas ir y que nos lo cuentes. ¿Vale?

-Si es así, seguro que estaré por aquí.

-Y si no, también nos lo contarás. Muchísimas gracias

 

Jesús Bastante

Religión Digital