FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA
SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA
ESTAMOS EN LARREA,4 - 48901 BARAKALDO

BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

ATALAYA
ATALAYA

jueves, 26 de marzo de 2020

Cardenal Osoro: “Saldremos de esta crisis muy mejorados, cambiará nuestra escala de valores”


José Manuel Vidal y Jesús Bastante

Cardenal Osoro“La Iglesia tiene que colaborar con las autoridades sanitarias y no olvidar a los más pobres”
“Mi vida estos días está dedicada a tener muchas más horas de oración”
“Celebrar y fomentar Misas con fieles es un acto de irresponsabilidad dado lo que nos están indicando las autoridades competentes sanitarias”
“En la diócesis de Madrid es muy grave el grado de contagios de Coronavirus. Hay un grupo de sacerdotes contagiados, no todos en el mismo grado” ··· Ver noticia ··

¿Dónde está la religión en estos tiempos de pandemia?


Victorino Pérez


Victorino Prieto¿Dónde está la religión? Se preguntaba Suso de Toro, amigo y colega en las páginas de opinión del diario gallego Nós. “¿Dónde está la religión?… en un momento en que estamos obligados a encarar con ansiedad la enfermedad y la muerte”. Y el conocido escritor gallego hablaba de un “vacío importante”.··· Ver noticia ···

Domingo 29 de marzo, 5 Cuaresma – A (Juan 11,1-45)

 JOSÉ ANTONIO PAGOLA

UNA PUERTA ABIERTA

Estamos demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos que el desarrollo técnico pone en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en la que nos movemos.
¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No es mejor gastar todas nuestras fuerzas en organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en vivir esta vida de ahora y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?
Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Cualquiera que sea nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?
Peter Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte». Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea, que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla y eludir al máximo su trágico desafío.
Más honrada parece la postura de personas como Eduardo Chillida, que en alguna ocasión se expresó en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que difícilmente puede ser entendida «desde fuera» y que solo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Crees esto?

Domingo 29 de Marzo, 5º de Cuaresma


5 de CuaresmaAJonás y Barquicio (s. III)
Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.··· Ver noticia ···

EL PECADO DE LA INDIFERENCIA. FRATERNIDAD EN TIEMPOS DE VIRUS

Máximo García Ruiz, Actualidad Evangélica
MARTES, 24 DE MARZO DE 2020
Una de las afirmaciones de mayor contundencia que han formulado sociólogos contemporáneos para describir nuestro mundo actual es que el mayor pecado de nuestro tiempo no es la maldad, sino la indiferencia.
A la maldad se la ve venir y se pueden crear anticuerpos para combatirla; la indiferencia convierte “al otro” en un ser invisible del que no sólo se ignora todo, sino que se rehúye cualquier conocimiento que pudiera conducir a adquirir algún tipo de compromiso.
Al tiempo que las nuevas generaciones han ido olvidando las consecuencias de las guerras que ni conocieron  ni sufrieron, se ha ido gestando un tipo de egoísmo demoledor que comienza parcelando el espacio geográfico, bien sea por razones étnicas, económicas, culturales, idiomáticas o de cualquier otra índole...
Los efectos de tres guerras devastadoras, dos de alcance mundial y una fraterna en España, en la primera mitad del siglo XX, fueron un acicate para que los líderes occidentales se plantearan crear otro tipo de sociedad mejor que la anterior bajo el paraguas de dos conceptos fundamentales: democracia y derechos humanos. Ambos conceptos impulsaron la creación de una sociedad más solidaria, más inclusiva, fomentando lo que se ha conocido como el Estado de bienestar.  La modernidad dio paso a la posmodernidad y ésta configuró la falacia de la posverdad para disfrazar sus grandes mentiras y, al tiempo que las nuevas generaciones han ido olvidando las consecuencias de las guerras que ni conocieron  ni sufrieron, se ha ido gestando un tipo de egoísmo demoledor que comienza parcelando el espacio geográfico, bien sea por razones étnicas, económicas, culturales, idiomáticas o de cualquier otra índole, para terminar levantando barreras no sólo ideológicas sino físicas, que le aísle “del otro”, que ha dejado de ser hermano para convertirse en enemigo; en el mejor de los casos, se trata de hacer al otro invisible. En cualquier caso, se trata de no permitir que, “el otro”, nos invada con sus problemas.
La configuración de esta sociedad posmoderna tendrá que conjugar conceptos nuevos sin dejar de lado los antiguos que, aunque estén en desuso en buena medida, siguen siendo válidos, como son democracia, solidaridad y derechos humanos, a la par que se despoja de ese virus conocido como individualismo que ha infectado la sociedad contemporánea. Un nuevo concepto, aunque no nuevo, sino en desuso, es espiritualidad, que no es equivalente a religiosidad, aunque en ocasiones puedan ir de la mano. Un nuevo y profundo sentido de espiritualidad que contenga una nueva dosis de misticismo, capaz de crear un nuevo paradigma que transforme la indiferencia hacia el otro en visibilidad y ayude a derribar las barreras que impiden reconocerle como hermano.
Lo nuevo no es bueno por el hecho de ser algo diferente, sino por absorber la verdad recibida y añadirle la esencia de lo nuevo que sea capaz de enriquecerla. La meditación nos ayudará a descubrir las viejas verdades.
En nuestro mundo occidental, especialmente en el entorno protestante, resulta complicado identificar el concepto espiritualidad, mucho más si lo hermanamos con misticismo. Gandhi vinculaba la espiritualidad al silencio. “Nuestra vida, decía Gandhi, es una prolongada y ardua búsqueda de la verdad; y para alcanzar la cima más elevada, el alma requiere reposo interior”. Y en un mundo con tanto ruido, no resulta sencillo optar por el silencio.
Un silencio para poder escucharnos a nosotros mismos, para tomar conciencia del otro y para llegar a escuchar a Dios. Un silencio creativo que nos pone en comunicación con la naturaleza, que ayuda a meditar lo que se dice y lo que se calla, que hace que no se pronuncie nunca una palabra de más. El propio Gandhi decía: “La fe no existe para ser predicada, sino para ser vivida”. Sobra tanto ruido que acompaña a las religiones animadas por el propósito de hacerse oír.
Con frecuencia ciframos nuestro interés en buscar novedades con las que saciar nuestra curiosidad, atender nuestras apetencias u ofrecer nuestra verdad a los demás, sea el que fuere. El profeta invitaba a interesarse por los caminos y las verdades antiguas, aparte de que, frecuentemente, lo que llamamos novedad no es otra cosa que verdades olvidadas. Lo nuevo no es bueno por el hecho de ser algo diferente, sino por absorber la verdad recibida y añadirle la esencia de lo nuevo que sea capaz de enriquecerla. La meditación nos ayudará a descubrir las viejas verdades. Por el contrario, con frecuencia, propuestas novedosas insustanciales ocultan viejos paradigmas con valor inmutable.
El antídoto de la indiferencia es la fraternidad. Algo nada novedoso. Un paradigma antiguo que arranca del inicio de los tiempos. La posmodernidad religiosa rechaza los mitos como algo antiguo y busca otras fórmulas para aproximase y expresar la verdad. De nuevo cabe reformular la pregunta ¿qué cosa es verdad? ¿La que nosotros percibimos de forma individual o la colectiva que ha ido reconfigurándose a lo largo del tiempo? Lo antiguo queda integrado y superado en lo nuevo, no desechado. Lo cierto es que las verdades más profundas únicamente alcanzamos a explicarlas mediante mitos que es la forma de explicar lo inexplicable. Así es que seguimos necesitando los mitos para poder referirnos a ciertas verdades.
La primera de esas verdades es aceptar que no somos sujetos únicos. Olvidar esa verdad, ignorar que los sentimientos y sensaciones del otro son equiparables a los nuestros, conduce a perder la genuina perspectiva de nuestra existencia. Necesitamos superar el sentimiento de que somos sujetos únicos, porque ese sentimiento es el que nos incita a hacer nuestra la propuesta edénica de que podemos ser semejantes a Dios. Ese es el pecado original, creernos únicos. El antídoto, comprender que o nos salvamos todos o no se salva nadie.
Todos los males tienen su inicio en la ruptura de la fraternidad entre Caín y Abel que desemboca en la ruptura de la humanidad tratando de construir una torre que les introduzca en un ámbito prohibido. El camino de regreso está en recomponer las relaciones fraternas, admitiendo y promoviendo la existencia y los derechos del otro a nuestro propio nivel.
Nos toca vivir una experiencia única a nivel mundial con motivo del coronavirus Covid-19. La humanidad entera está implicada. Los hay que no lo entienden o no lo quieren entender y parecen rechazar que forman parte de un todo. Son aquellos que a nivel personal o, incluso, a nivel colectivo, han creído que podrían zafarse de esta situación, pero la realidad es pertinaz y nos ha colocado a unos en situaciones críticas de infección y a otros confinados en sus viviendas o recluidos en recintos especiales, esperando poder librarse de esta pandemia. El mensaje es claro: o ponemos los medios para intentar librarnos todos o nos alcanza a todos. O nos amamos en tiempos de esta cólera especial, recuperando la fraternidad humana, o perecemos todos. O salimos de nuestros pequeños refugios religiosos y montamos una Gran Fraternidad Universal y tratamos de salvarnos todos, o no hay salvación para nadie.
Y una vez salvados, preguntar por las sendas antiguas de la espiritualidad transreligiosa, aquella que supera incluso los límites escasos de las religiosidades pacatas, propiciando una fraternidad universal que abrace a toda la humanidad. Cada uno en su casa, pero todos en una casa común.



ÁFRICA HA VENIDO A MÍ…

FE ADULTA
KOLDO ALDAI

Una furgoneta familiar anuncia pan caliente por las calles de una aldea tranquila; una primavera silenciosa se da a conocer alrededor de nuestro caserío con bocina mucho más discreta. El pájaro no necesita claxon para compartirnos que construye feliz nueva morada. Las nubes no dejan de bailar al son de un viento ya templado. La vida no se ha detenido, sólo un breve paréntesis para permitirnos a nosotros y nosotras sumar los mejores materiales para el ancho nido planetario, construir nueva y más solidaria Tierra, encarnar olvidada esperanza y poderosa primavera. 
Los mutuos y elogiosos aplausos no se detengan. El miramiento por el otro se perpetúe. “En su día no reuní valor suficiente para marchar a África y ahora África ha venido a mí…”, nos comparte, igual de feliz que el pájaro, una valiente y entregada enfermera amiga. En realidad, África nos ha llegado a todos y, como decía el lehendakari, éste es el momento en que podemos dar lo mejor de nosotros mismos. Éste es el momento de la entrega grande y sincera que siempre habíamos aguardado y que ahora de repente, con estos pelos cargados de canas, con este apego de mullida butaca, se nos brinda...
Ahora que marcha ese amago de invierno, el mayor problema sería que el corazón unido se enfriara, que ya no hiciéramos sabroso bizcocho para toda la escalera, que dejáramos de cantar poderosas "arias" en los balcones de unas ciudades sin "Covi 19". El único error sería que el vecino volviera a ser extraño, que todo de nuevo como en el pasado, antes que ese coronavirus omnipresente irrumpiera en nuestras vidas y vocabulario.
Ojalá toda esta crisis represente un parteaguas. Se impone el "antes y después", la fractura con todo lo caduco o lo que es lo mismo lo antiguo, lo separado, lo insolidario. El gran fallo sería que el desafío del virus no revirtiera en positivo. El mayúsculo error sería no aprovechar esta preciosa crisis para dar un gran salto en nuestra conciencia colectiva. El final fatal sería que a la postre nada hubiera cambiado; que una vez el virus controlado (nos cuesta utilizar la palabra vencido para un ser vivo), las distancias no cayeran; que después de haber vivido la lúgubre separación, los más sólidos tabiques no se desplomaran; que las fronteras de todo orden no desaparecieran. El virus ha hecho que aflorara la inconsciencia de haber permanecido tanto tiempo separados, ha evidenciado cuánto nos necesitamos los unos a los otros.
El precio pagado no sea en balde. “Volveremos a juntarnos...”, “Romperemos ese metro de distancia entre tú y yo...” “Ya no habrá una distancia…”, no sean sólo frases bonitas que saltan raudas de móvil en móvil. Podamos hacer todo ello realidad. Que no sean sólo canciones que casi automáticamente nos aprestamos a compartir con nuestros contactos y grupos de whasap. Podamos encarnar lo que a toda velocidad tecleamos.

Nada nos ha unido como este bichito que en realidad no era “chino”. Le hemos mirado a los ojos y no los tiene rasgados, como proclama Trump. Se ha hecho presente por doquier, porque no había otra forma de relegar esa otra pandemia mucho más peligrosa y letal de la separatividad.

ESPERANZA SIEMPRE

FE ADULTA
GABRIEL Mª OTALORA

En el siglo V se produjo un derrumbe generalizado en Europa a consecuencia de la decadencia del Imperio romano. San Agustín, gravemente enfermo, vio como toda la seguridad de su tiempo, basada en sólidos pilares religiosos y de todo tipo, se resquebrajaba. Falleció sitiado en Hipona por los bárbaros (extranjeros) germánicos, que fue conquistada poco después. A aquellos contemporáneos suyos les resultaba casi imposible de digerir el derrumbamiento del orden mundial de entonces. Algo similar ocurrió en Jerusalén cuando el Templo, signo esencial en la historia religiosa del pueblo judío, fue arrasado por Tito pocas decenas de años después de la muerte de Jesús.
Qué no decir de los milenarismos tenebrosos que auguraban el fin del mundo. Más cerca de nosotros la generación anterior a la mía fue coetánea de la Segunda Guerra Mundial, de Mao, Stalin y del Holocausto judío... Afortunadamente, la situación mundial causada por el coronavirus no es una situación equiparable, aunque haya puesto en jaque a buena parte del Planeta. Recordar la historia es importante porque nos muestra la realidad como algo complejo y desconcertante, incluso para bien, porque los humanos somos capaces de reinventarnos aun sintiendo la vida sin asideros sólidos donde agarrarse ante el miedo y la angustia que produce el sufrimiento añadido de lo que no podemos controlar o es desconocido.
Si recordamos el significado del término griego crisis, no es otro que “decisión” en el sentido de oportunidad que nos emplaza a valorar posibles nuevos cambios de rumbo. Así ha ocurrido siempre; hasta de la desesperación han salido acicates para que renazca la esperanza, y con ella, nuevos sistemas de ideas y actualizaciones de creencias. Es una suerte que la vida permite renacer con esperanza después de tocar fondo, y vivir el presente con madurez para construir el futuro.
La nube diaria de titulares negativos no deja ver los muchos signos y evidencias que destilan esperanza por los cuatro costados: miles de voluntarios afanados en aportar esperanza a los infectados por el coronavirus. Millones de pruebas de amistad, de compañerismo, de solidaridad... tanta gente que nos rodea tratando de hacer el día a día del confinamiento humanizado y alegre. El personal sanitario... solo nos acordamos de ellos cuando el dolor, como ahora, aprieta. La esperanza también viaja con ellos.
Los que quieren destruir son más ruidosos, pero son menos. Para un cristiano, vivir la esperanza es mucho más que un estado de optimismo: es interpretar el futuro posible y deseable con los ojos de una vivencia anticipada que da sentido al momento presente mientras ponemos las bases para crear lo que todavía es una meta.
La esperanza es la cualidad teologal que nunca defrauda. La esperanza verdadera construye, no espera; se vive más que se anhela. Es una disposición interior; es la que hace posible su gran objetivo: dar un sentido al presente construyendo sobre la realidad actual. No estéis tristes, exhorta el Evangelio, porque el plan de Dios insufla toneladas de esperanza para despertar el corazón hasta convertirlo en signos y hechos de esperanza para otros.
En este contexto, me parece muy oportuna la reflexión del cardenal Omella, ahora al frente de la Conferencia Episcopal, recordando que las tecnologías de comunicación en este tiempo de reclusión no deben absorber y robar todo el tiempo. Nos pide que dediquemos espacios para repasar nuestra vida, para pensar con esperanza hacia dónde y cómo queremos orientar el resto de nuestras vidas en este mundo, a la espera del encuentro definitivo con Dios. Ahora tenemos más tiempo para todo, incluso para nuestra oración y para acordarnos del sufrimiento en torno a este dichoso virus, con graves y angustiosas consecuencias económicas para muchas personas.

A pesar de la limitación, el mal y la muerte, algo hay en nuestro interior que nos impulsa a “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18) frente a las ganas de abandonarnos y dejar de luchar. Es un consuelo saber que cualquier cambio gigantesco, empieza siempre por algo inapreciable al ojo humano. Lo importante de verdad es recordar que Dios acude a nuestra llamada, cumple sus promesas y nos renueva la fe. Siempre. ¡Él es nuestra esperanza!

YA TENGO LA VERDADERA VIDA AQUÍ Y AHORA


col fraymarcos
Jn 11,1-45
Lázaro es un personaje simbólico que nos representa en nuestra condición de criaturas limitadas, invitadas a superar los límites. Con la misma palabra “vida”, se hace referencia a conceptos tan diferentes que es difícil interpretarlos bien. De hecho, se puede dar la muerte en una vida fisiológica sana y se puede dar la Vida con una salud deteriorada. No podemos tergiversar el texto hasta hacerle decir lo contrario de lo que quiere decir. Es indispensable que tratemos de dilucidar de qué Vida y de qué muerte estamos hablando.
En el relato de hoy, todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Cuando dice Jesús: “esta enfermedad no acabará en la muerte sino para revelar la gloria de Dios”; y al decir: “Lázaro está dormido: voy a despertarlo”, nos está indicando el verdadero sentido de todo el relato.
Si seguimos preguntando si Lázaro resucitó o no, físicamente, es que seguimos muertos. La alternativa no es, esta vida, solamente aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no soluciona nada. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es realmente sorprendente, que ni los demás evangelistas, ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido.
Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios que él mismo posee. Esa Vida anula los efectos catastróficos de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue, aparece como renovación de la vida que termina. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro y lejano. No hay que esperar a la muerte para conseguir Vida.
Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere la adhesión a Jesús. A esa adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, que nos sitúa más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva” (5,24). Esto quiere decir que todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús en su vida, participa de esa Vida. Esa Vida es la misma que vive Jesús.
Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Jn, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él. Hoy seguimos con la fe para el más allá de Marta, que Jesús declara insuficiente.
¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos y los vivos, muertos.
Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin  muerte no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte sólo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere...” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni el mismo Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes a todo lo que creemos ser.
Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora está seguro de que sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. La Vida es compatible con la muerte.
Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera divina. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que haya pedido nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en gestos y palabras, pero en Jesús manifiesta una actitud permanente.
Al gritar: ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro, donde le habían colocado, no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro, porque aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús quiere mostrar a Lázaro vivo. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Ellos tienen que convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente, sería absurdo gritar para que el muerto oyera.
Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal ser humano. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Parecía un cadáver, pero estaba vivo.
Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. La comunidad entera tiene que tomar conciencia de su nueva situación, que escapa a toda comprensión racional. Por eso se utiliza la gran metáfora “Desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte que paraliza. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida con plena libertad como Jesús.

Meditación
El relato nos invita a pasar de la muerte a la Vida.
Se trata de la Vida que no termina, la definitiva.
Es la misma Vida de Dios, comunicada al hombre.
Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo.
No es algo que Dios nos da o deja de darnos.
Es Dios comunicándonos su mismo ser.
Su ser es el fundamento de nuestro verdadero ser.
Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad.

Para profundizar
Todo discurso sobre Dios es analógico
Entendido literalmente, te llevará al absurdo (piensa en el credo)
“VIDA”, la gran metáfora para tocar al Dios incognoscible
La vida biológica es pálido reflejo de la que a Dios atañe
Confundirlas es arruinar el gigantesco esfuerzo           
Con todo, sigue siendo metáfora de aquella Realidad que no abarcamos
La VIDA no es un ser, es movimiento, manifestado en borbotones múltiples
Sin que podamos adivinar su esencia, esa VIDA  nos lanza al infinito
La VIDA (Dios) es total, sin fronteras y puede dar sentido a mi efímera vida
Ni la vida biológica de Jesús ni la de Lázaro merecerían atención alguna
Si no estuviera en juego la otra VIDA
Se trata de la misma VIDA de Dios que es absoluta
A la que ni la muerte puede afectar en nada
El texto quiere decir que estará siempre en el vivo y el muerto
El relato habla de mí, que vivo en la materia,
Para que me esfuerce por descubrir la VIDA,
Creer en Jesús es hacer mía esa VIDA
Y asegurar la eternidad desde este instante.
La palabra “resurrección” nos traicionó en seguida.
Era una metáfora radical y profunda
Y la tomamos en sentido literal biológico.
Así nos alejamos del mensaje pascual
Y nos enfrascamos en la visión carnal del acontecimiento.
Lázaro muerto vive en la auténtica VIDA
Jesús crucificado vive en la VIDA de Dios
Que siempre desplego en su vida caduca.

LA FE EN LA VIDA EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS


col sicre

Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A
Decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme». Palabras que estaría dispuesta a firmar la inmensa mayoría de la gente, sobre todo en esta época de pandemia. Y también el cuarto evangelio, aunque a su autor no le obsesiona la muerte sino la vida.
En el prólogo ha presentado a Jesús, Palabra de Dios, como poseedor de la vida. En un discurso programático afirma Jesús, anticipando la resurrección de Lázaro: «Os aseguro que llega la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5,25). Y el evangelio termina: «Estas cosas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Juan 20,31). Esta obsesión por la vida halla su punto culminante en la resurrección de Lázaro, que se encuentra en la mitad del evangelio (cap. 11 de 21).
De nuestro corresponsal en Jerusalén
Gran conmoción ha despertado la orden promulgada por las autoridades de que quien sepa el paradero de Jesús lo denuncie de inmediato para poder apresarlo. La causa no es la pretendida curación de un ciego de nacimiento realizada en sábado, sino un nuevo milagro que se le atribuye, esta vez más sorprendente: la resurrección de un hombre llamado Lázaro, natural de Betania, a quince estadios de la capital. Según dicen, llevaba ya cuatro días muerto cuando Jesús lo hizo salir del sepulcro y le devolvió la vida. Algo más grande que lo realizado por los profetas Elías y Eliseo. Aunque las opiniones sobre este hecho difieren, los fariseos consideran muy peligroso que se extienda la fama de este individuo, sobre todo estando próxima la fiesta de la Pascua, con el riesgo de manifestaciones contra Roma. Hasta el momento nadie ha denunciado su paradero y muchos creen que se ha ido de Jerusalén.
Cinco facetas de Jesús
El relato de la resurrección de Lázaro es otro ejemplo magnífico de narración, con un final tan seco como inesperado, y distintas facetas de la persona de Jesús.
¿Un mal amigo?
El relato comienza hablando de Lázaro de Betania y de sus dos hermanas. No es un simple conocido de Jesús. Es alguien a quien Jesús «ama», como le recuerdan las hermanas. Sin embargo, su reacción ante la noticia no tiene la empatía de un amigo, sino la reacción, aparentemente fría, de un teólogo: «Esta enfermedad no provocará la muerte, sino la gloria de Dios, la gloria del hijo de Dios». La misma reacción que antes de curar al ciego de nacimiento: «Este no ha nacido ciego por culpa suya o de sus padres, sino para que se manifieste la obra de Dios en él». El evangelista añade de inmediato que no se trata de frialdad. «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Pero no acude de inmediato a curarlo. Permanece donde está.
Un amigo decidido y arriesgado.
Al cabo de cuatro días decide subir a Jerusalén. Una decisión arriesgada, porque poco antes han intentado apedrearlo. La objeción de los discípulos no le hace cambiar: debe ir despertar a Lázaro. Expresión desconcertante, que le obliga a decir claramente: Lázaro ha muerto. Jesús piensa en resucitarlo, pero Tomás está convencido de lo contrario: no va a resucitar a nadie, sino que va a morir. Pero habla en nombre de todos: «Vamos también nosotros y muramos con él».
Jesús y Marta: el teólogo
Cuando llegan a Betania, Jesús no se dirige directamente a la casa, permanece en las afueras del pueblo. ¿Una más de sus rareza? No. Será allí, lejos de la multitud que ha acudido a dar el pésame, donde podrá entrevistarse a solas con Marta y transmitirle el mensaje fundamental para todos nosotros, y la reacción que debemos tener ante sus palabras. Marta debe de ser la hermana mayor, porque es a ella a quien dan la noticia de la llegada de Jesús.
Marta comienza con un suave reproche («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»), pero añade de inmediato la certeza de que cualquier cosa que pida a Dios, Dios se la concederá. ¿En qué piensa Marta? ¿Qué pedirá Jesús a Dios y este le concederá? ¿Qué su hermano vuelva a la vida, como el hijo de la viuda de Sarepta que resucitó Elías, o como el niño de la sunamita que revivió Eliseo? 
La respuesta de Jesús («Tu hermano resucitará») no parece satisfacerla. Aunque la idea de la resurrección no estaba muy extendida entre los judíos, Marta forma parte del grupo que cree en la resurrección al final de la historia, como profetizó Daniel. Pero eso no le sirve de consuelo en este momento. Ella no quiere oír hablar de resurrección futura sino de vida presente.
Y eso es lo que le comunica Jesús en el momento clave del relato: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Jesús es resurrección futura y vida presente para los que creen en él. Los que hayan muerto, vivirán. Los que viven, no morirán para siempre. Algo rebuscado, muy típico del cuarto evangelio, pero que deja claro una cosa: quien ha creído o cree en Jesús tiene la vida futura y la presente aseguradas. Todo depende de la fe. Por eso, termina preguntando a Marta: «¿Crees eso?».
Su respuesta nos sorprende, porque no tiene nada que ver con la pregunta: «Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo». Esta falta de conexión entre pregunta y respuesta puede esconder un importante mensaje para nosotros. La idea de la resurrección y de la inmortalidad puede provocar dudas incluso en un buen cristiano. Quizá no se atreva a afirmarla con certeza plena. Pero puede confesar, como Marta: «Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo».
Jesús y María: el amigo profundamente humano
Esta escena representa un fuerte contraste con la anterior. El encuentro de Jesús y María no será a solas. Ella acudirá acompañada de todos los que han ido a darle el pésame, y serán testigos de la reacción de Jesús. María dirige a Jesús el mismo suave reproche de Marta («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»). Pero no añade ninguna petición, ni Jesús le enseña nada. El evangelista se centra en sus sentimientos. Dice que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, «se estremeció» (evnebrimh,sato), «se conmovió» (evta,raxen) y «lloró» (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido.
Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.
Jesús y Lázaro: la gloria del enviado de Dios
Cuando llegan al sepulcro, Marta demuestra que, a pesar de lo que ha dicho, no cree que su hermano vaya a resucitar. Han pasado ya cuatro días, más vale no abrir la tumba. Jesús le insiste: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?».
Cuando se compara este relato con las resurrecciones de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Naín se advierte una interesante diferencia. En esos dos casos, Jesús no reza; no necesita dirigirse al Padre para impetrar su ayuda, como hicieron Elías y Eliseo. En cambio, el cuarto evangelio introduce de forma solemne una oración de Jesús: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas. Pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Esta oración no pretende disminuir el poder de Jesús. Se inserta en la línea del cuarto evangelio, que subraya la estrecha relación de Jesús con el Padre y la idea de que ha sido enviado por él. De hecho, el milagro se produce con una orden tajante suya («¡Lázaro, sal fuera!»).
El relato termina de forma sorprendente. No se cuenta la reacción de las hermanas, el asombro de la gente, la admiración de los discípulos. No vemos a Lázaro liberado de sus vendas, agradeciendo a Jesús su vuelta a la vida. Como si todo fuera un sueño y, al final, solo nos quedara la certeza de que Lázaro resucitó, de que todos resucitaremos un día, aunque ahora no tengamos la alegría de ver y abrazar a los seres queridos.
Nota sobre la fe en la resurrección
La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.
Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»
Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere solo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).
Primera lectura
Ha sido elegida por la estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel.