FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 17 de enero de 2024

La ya descarada rebeldía contra el papa en España

 ATRIO

Juan Cejudo, 13-enero-2024

COMUNICADO:

Desde el Grupo Cristiano de Reflexión- Acción de la Bahía de Cádiz queremos expresar nuestro público apoyo a la iniciativa del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, con el visto bueno del papa Francisco, a la “Fiducia supplicans” que permite bendecir a parejas del mismo sexo o en situación irregular.

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Sáhara Occidental. Human Rights Watch expone la brutal represión en Marruecos

 


Resumen Latinoamericano

La organización de Derechos Humanos describe en su último Informe Mundial la situación en Marruecos, donde dice continuó durante 2023 la represión de la libertad de expresión y asociación.
Marruecos, elegido para presidir este año el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, ocupa desde finales de 1975 el Sáhara Occidental, territorio no autónomo pendiente de descolonización. Ver noticia 

Vergüenza secular en Gaza -- Lola López Mondéjar

 Redes Cristianas

El País
En abril de 1933, el partido nacionalsocialista alemán impone las primeras medidas antisemitas y decreta limitaciones para los ciudadanos judíos, quienes son perseguidos y asesinados por sus conciudadanos alemanes, instigados por las autoridades nazis y
enfermos de antisemitismo.

Los cristales de los escaparates de los comercios judíos se llenan de insultos, y el odio hacia ellos crece. Cuando en el colegio de su hija de nueve años, fruto de su matrimonio con la intelectual judía Lola Landau, comienzan a discriminar a la niña, su padre, el escritor alemán Armin T. Wegner, decide escribirle una carta abierta a Adolf Hitler.

Wegner, convencido pacifista, que había fotografiado los crímenes cometidos por los turcos contra los armenios en Anatolia y en el desierto de Mesopotamia, decide escribir una carta que, sin embargo, ningún periódico se atrevió a publicar, por lo que decidió enviarla directamente a la Braunes Haus, la sede del partido en Múnich. La carta llegó a manos de Martin Bormann, el jefe de la Cancillería, y la Gestapo detuvo al escritor pacifista en agosto de 1933.

Tras un largo periplo por distintos campos de concentración, Wegner pudo exiliarse en Italia y en 1968 fue reconocido como Justo entre las Naciones por la Yad Vashem, la institución que otorga el título de Justo a quienes defendieron, sin ser judíos, al pueblo hebreo: “Quien salva una vida salva al Mundo entero”, reza la Mishná, 4:5.

En su misiva a Hitler, Wegner subraya el hecho de que Alemania se había construido con el trabajo y el talento de los judíos, y que la participación de estos en la I Guerra Mundial, como él mismo lo hizo, no fue sino en su condición de ciudadanos alemanes.

Pero lo más interesante de la argumentación que el pacifista le dirige a Hitler es lo que se refiere a un concepto que andaba también en boca de otros intelectuales europeos como Günther Anders, y que hoy está en grave peligro de desaparición, el concepto de vergüenza. La vergüenza podríamos definirla como un sentimiento de aversión, una visión odiosa de nosotros mismos, observados a través de los ojos de nuestro ideal, del que nos alejamos en algún aspecto.

Pues bien, Wegner opinaba que si el Führer no detenía el antisemitismo creciente en Alemania se cubriría de vergüenza, de una vergüenza secular. “¿Sobre quién caerá el mismo golpe que hoy se pretende asestar a los judíos sino sobre nosotros mismos?”, se pregunta, y apela a otro concepto que hoy también está en franco desuso, el de dignidad. “¡Defienda la dignidad del pueblo alemán!”, le pide ingenuamente al futuro Führer.

Una vergüenza secular debería caer sobre la humanidad toda porque la dignidad humana está en peligro 90 años después, de la mano de aquellos que representan a los que quiso defender Wegner. Y lo está porque el diente por diente, ojo por ojo, multiplicado por mil, que el ejército de Israel está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania vuelve a ser una limpieza étnica, un genocidio como el que los verdugos de hoy sufrieron en la Alemania nazi.

Un trauma intergeneracional se ha transmitido entre las víctimas de entonces hasta asumir tácticas similares a las de su agresor alemán. Apelando a una legítima defensa tras los terribles asesinatos y secuestros de Hamás, el Gobierno ultraconservador de Israel ha convertido a la totalidad del pueblo palestino en cosas, animales-humanos les llaman los dirigentes de Netanyahu, y se emplean en su exterminio matando indiscriminadamente a civiles, en su mayoría niños, como si pretendieran acabar con la próxima generación.

Es como si el estatuto de víctimas que entonces legítimamente consiguieron les diera derecho a una violencia desproporcionada (”mentalidad expiatoria”, la llamó Sánchez Ferlosio), y el odio del que fueron depositarios se hubiera vuelto contra los palestinos, deshumanizados hoy como lo fueron entonces ellos.

Es importante aquí que diferenciemos entre el Estado de Israel, su población y los judíos del mundo, aunque el 57% de la mayoría judía israelí ve insuficiente la fuerza empleada contra la población civil de Gaza y Cisjordania, alineándose con su Gobierno.

De los episodios de exterminio que hemos vivido a lo largo de los siglos XX y XXI (tutsis, armenios, rohinyás, kurdos), este es uno de los que más mueve las conciencias de los ciudadanos del mundo, incluidos, lo que nos llena de esperanza, los judíos ortodoxos y laicos que reclaman la paz dentro y fuera de Israel. Multitudinarias manifestaciones se repiten en la mayoría de los países y, sin embargo, nadie consigue parar la matanza.

Se dice que existirá un antes y un después de esta catástrofe humana que nos hace constatar la ineficacia para reclamar la paz tanto de la ciudadanía como de instituciones internacionales como la UNRWA o la OMS, y de ONG como Médicos sin Fronteras o Amnistía Internacional. El veto de EE UU al llamamiento a un alto el fuego de la ONU no hace sino confirmar el apoyo de su Gobierno al belicismo y la impotencia de su ciudadanía, junto a la tibieza cómplice de Europa.

La desafección política aparece aquí como una reacción comprensible cuando la indefensión aprendida, el profundo sentimiento de que nada de lo que hagamos cambiará la situación, se convierte en el síntoma de nuestra época. ¿Para qué comprometerse? Refugiarse en el individualismo desertando de la vida política, ser idiotas, es un mecanismo de defensa contra el sufrimiento psíquico que la contemplación del dolor ajeno que nos interpela y nos llama, que nos invita a conmovernos con él y a actuar, nos produce cuando no podemos evitar ni gestionar ese dolor.

Sin embargo, no habrá vergüenza secular que nos redima porque hemos borrado la distancia entre lo que somos y nuestros ideales, y porque estos, de haberlos, han hecho descender gravemente el umbral de lo humano.

¿Qué hacer frente al descenso progresivo del valor de la vida y de la dignidad que este conflicto pone en evidencia?

El miedo a la vergüenza individual y colectiva, en palabras de Hannah Arendt, es lo que movía las conciencias de los gobernantes, vertebrando a algunos hombres y mujeres justos. Pero hoy carecemos de ese antídoto. La dignidad y la moral, y la vergüenza que nos ruboriza es un efecto de ambas, constituían a veces un freno y un acicate para luchar contra una violencia que se volvería contra los perpetradores y sus descendientes como un bumerán, pero hoy ya no sabemos en qué consisten ni dónde ir a buscarlas.

Quizás sea por esto que apelar a la dignidad se ha impuesto en los movimientos sociales de los últimos años, porque los atentados contra ella se multiplican, empujándonos a convertirnos en una sociedad indigna.

Hemos visto la desnudez de Noé, la inutilidad de nuestras instituciones globales para detener el genocidio del pueblo palestino, o su incapacidad para tomar medidas urgentes y suficientes contra el cambio climático, pero no sentimos esa vergüenza secular a la que aludía Wegner, sino un dolor sordo, sin nombre, cuyos efectos ya percibimos en nuestros jóvenes adoloridos, desesperanzados, despojados de futuro y de dignidad, cuyas ideaciones suicidas crecen hasta alcanzar a un tercio de la población universitaria.

La denuncia que ha emprendido Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas (TIJ) de La Haya, acusando al Estado de Israel de genocidio, puede aportar un rayo de luz en el que depositar nuestra maltrecha esperanza.

Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora. Su último libro es Invulnerables e invertebrados. Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo (Anagrama).

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Consuelo Vélez

Fe y Vida

«Es obvio que este pontificado está mirando para el lado correcto de la historia»
Muchos podrían decir que podría haber sido más prudente y debería haber cuidado su lenguaje y sus actos para que nadie se sintiera ofendido o se sintiera atacado. Pero Jesús no hizo mucho caso. Entonces ¿fue una persona terca y le falto más tacto, más prudencia, más diplomacia? Ver noticia 

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 Salvatore Cernuzio

Religión Digital

¿Renuncia? «Por el momento no está en el centro de mis pensamientos y de mis ansiedades, de mis sentimientos»

El «miedo» a una escalada bélica y la capacidad de «autodestrucción» de la humanidad; la confirmación de que no tiene intención de dimitir y el anuncio de dos viajes: a la Polinesia, en agosto, y a su Argentina natal, a finales de año, fueron algunos de los temas tratados por el Papa Francisco en la entrevista concedida al periodista Fabio Fazio para el programa italiano “Che tempo che fa”  Ver noticia 

¿QUÉ ME HAN ECHADO LOS REYES?


col zapatero

 FE ADULTA

Pues nada y muchísimo. Vamos por partes. Me suena un poco a falsificación el siguiente hecho: partiendo de lo que dice el evangelio hablando de “unos magos”, lo hemos cambiado por reyes. No sé si conocemos que el día de “los reyes” viene de la manifestación de Jesús de Nazaret niño a los magos. En ninguna parte de ese Evangelio se habla de reyes.

Hemos montado una fiesta enorme, con carrozas, desfiles, fiesta con 2.500 artistas para recibir a los Magos y sus regalos. Los niños lo viven con un entusiasmo enorme. Y creo que, si no se exageran las cosas, y si es un regalo sencillo, estupendo. Pero me he preguntado hoy ¿por qué se celebra esta fiesta? Me ha chocado que en la celebración de esta fiesta que arranca de la manifestación de Jesús a los Magos, solamente había en misa una familia con los cinco hijos. La inmensa mayoría de los niños y de los adultos no sabemos el por qué y la razón de estas fiestas.

Los nombres actuales de los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por primera vez en el conocido mosaico de San Apolinar el Nuevo (Rávena) que data del siglo VI d. C., en el que se distingue a los tres magos ataviados al modo persa con sus nombres escritos encima y representando distintas edades. Aún tendrían que pasar varios siglos, hasta finales del siglo xv d. C., para que el rey Baltasar aparezca con la tez negra y los tres reyes, además de representar las edades, representen las tres razas conocidas hasta la Edad Media. Melchor encarnará a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltasar a los africanos.

A partir del siglo XIX se inició en España la tradición de dar regalos a los niños en la noche de Reyes (noche anterior a la Epifanía). En el año 1866 se celebró la primera cabalgata de Reyes Magos en Alcoy, cuya tradición se extendió al resto del país, siendo adoptada esta tradición en otros países de cultura hispana.

Empezaba diciendo que no me habían traído nada los reyes. Corrijo. Los Magos me han echado un Jesús que se nos muestra como Salvador, que da sentido a nuestras vidas. Ha sido el mejor regalo de mi vida.

EL SILENCIO Y LO SAGRADO, ENTRE OTROS SILENCIOS (2/3)


col martell

 

2ª Parte: “El silencio y lo sagrado”

Breve clarificación de unos conceptos

Hay que clarificar, de entrada, algunos conceptos de uso común. Hay que distinguir entre sagrado /profano, trascendente/ inmanente (o mundano) y religioso/secular. Los conceptos sagrado, trascendente y religioso no son sinónimos. El concepto de sagrado apunta a un fenómeno antropológico universal que resulta de la experiencia humana de fenómenos extra – cotidianos. El concepto de trascendente designa las representaciones de una separación entre la esfera de lo divino y la de la realidad terrestre: estas representaciones no constituyen en absoluto un fenómeno antropológico universal. En cuanto al concepto de religioso tiene sentido plenamente desde la aparición de la opción secular.

La sociedad del ruido

Arnoldo Liberman en su reflexión, ya mentada, “El otro silencio”, nos recuerda cómo George Steiner en El Castillo de Barba Azul hace una crítica demoledora de lo que él llama “la sociedad del ruido”. En nuestra sociedad la música estrepitosa, el estrépito en sí mismo, el aturdimiento feroz, han pasado a ser primordiales en nuestra vida cotidiana. Lo que antes era recogimiento, pausa reflexiva, comunicación serena y valiosa y que se realizaba en entornos silenciosos y en espacios íntimos, ahora estamos dominados por alborotadas y rotundas vocinglerías que no tienen límite y que invaden cualquier campo habitable. Vivimos en un mundo (y en una cultura) donde el silencio es un lujo prohibido, una antigualla recordada pero estéril, un deseo o un anhelo oculto pero difícil de hallar. El ruido ha creado cultura (si así puede decirse) pero esta cultura es intolerante, totalitaria, inexpresiva, ensordecedora, “anda en ruidosa motocicleta” (como dice un amigo).

Cuando el silencio es necesario

En la compañía de Arnoldo Liberman, parafraseándole, quiero recordar la necesaria presencia del silencio en actos sustanciales del ser humano: leer, hacer el amor, asistir a un concierto, caminar por un parque, etc. Pero esos actos, aparentemente sólidos, así como la instrumentalización de los clásicos ritos iniciáticos del sentido de la vida, resultan un actual sinsentido en la sociedad del ruido, y que exigen un esfuerzo y un valor. El silencio es un enemigo del ciudadano y del habitante de la metrópolis, es un enemigo al que parece temerse porque nos llevaría a nuestros propios interrogantes y a nuestras verdades más íntimas. Lluís Duch, el monje intelectual heterodoxo del Monasterio de Montserrat, doctor en Teología y profesor de filosofía moral, pensador profundamente cristiano y humanista, autor de un pensamiento que ha calado escribe que “lo mejor de la religión es que crea herejes”. Es autor de una búsqueda que llamó “Dios después de Auschwitz” y ha insistido en que “sin ética no hay mística” y que “nadie debe sentirse extranjero” en el mundo. Señala que: “el hombre no puede prescindir de construir absolutos”, o si se quiere decir de otra manera, la idolatría es una presencia casi constante en la vida de los seres humanos. Es decir, el intento de dominar lo indomable, de expresar colectivamente lo inexpresable, de reducir lo indefinido a definido, son todas, formas que tenemos en el fondo para ejercer o controlar el poder o el miedo. Los seres humanos siempre queremos una referencia a algo que consideramos intangible, la necesitamos: es decir, siempre construimos lo sagrado, lo intocable, lo impalpable y esto es a causa de nuestra finitud. Las apetencias de infinito eran evidentes en la antigua URSS, en el nacionalsocialismo o, actualmente, en el American way of life, en todas partes, países de ruidos. Para muchos seres humanos la noche se ha tornado tan ruidosa como el día y una habitación silenciosa un infierno y una tortura”.

El silencio religioso de un creyente

Hay que aprender a callar, no temer el silencio, regresar a la palabra válida y al diálogo constructivo, redefinir el concepto mismo de la cultura: se trata de un mandato imperativo. Cabe decirlo enfáticamente: la palabra debe dejar que elsilencio hable. Aprendeque el silencio no es mudo, que – como lo decía nuestro querido e idolatrado Anton Bruckner- Dios estaba más cerca cuando callabaAsí en su impresionante Motete, “Locus iste”.

Locus iste a Deo factus est, inaestimabile sacramentum, irreprehensibilis est. (Este lugar fue hecho por Dios, un sacramento de valor incalculable, libre de todo defecto).

El texto se centra en el concepto del lugar sagrado, basado en la historia bíblica de la Escalera de Jacob, el dicho de Jacob “Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía” (Génesis 28:16), y la historia de la zarza ardiente donde a Moisés se le dice “quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa” (Éxodo 3: 5). (Traducción de Enrique Yuste)

En el Oratorio Elías de Felix Mendelssohn, podemos escuchar levitando un fragmento que dice así:

ELÍAS: Señor, la noche cae a mi alrededor, ¡no estés lejos de mí! ¡No me escondas tu rostro! Mi alma está sedienta de ti, como la tierra árida. 
UN ÁNGEL: Sal ahí fuera, y ponte en el monte ante Yavé y su gloria resplandecerá sobre ti. Cubre tu rostro, pues Yavé está cerca.
CORO: (Elías) vio pasar a Yavé, y un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las piedras pasó delante de él, pero Yavé no estaba en el viento. Vio pasar a Yavé, y la tierra tembló y el mar rugió, pero Yavé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero Yavé no estaba en el fuego. Y tras el fuego vino un ligero y suave susurro. Y en el susurro vino Yavé. [1]

¿Y si Dios se manifestara, no con truenos y relámpagos, terremotos y fuegos, esto es, no al modo de grandes tratados ni en fórmulas perentorias e impositivas, sino en la insinuación (“a Dios nadie le ha visto, jamás” dirá el teólogo y filósofo Bellet, recordando los textos de Juan el Evangelista), al modo de susurro, “brisa tenue”, como traduce Schökel el texto de arriba? Lo que exige un silencio

Como dice Roberto Calasso, “lo divino es aquello que Homo saecularis ha borrado con cuidado e insistencia. Lo ha suprimido del léxico de lo que existe. Pero lo divino no es como una roca que todos ven inevitablemente. Lo divino debe ser reconocido” [2].

Aquí nos topamos con lo que no pocos cristianos del mundo de hoy entienden y viven su fe en el Dios, como la que se manifiesta en Jesús de Nazaret, quien llama a su Padre con el término, cercano y respetuoso al mismo tiempo, de Abbà (termino arameo, el lenguaje de Jesús, que significa “mi padre”, “papa”, “aitatxo” en euskera). Es una oración en la que no se privilegia la oración de alabanza, ni la oración de agradecimiento, menos aún la oración de petición, sino la oración de escucha, de confianza y abandono. Es una oración de silencio.

El silencio “religioso” de un ateo

No hace mucho tiempo mantuve una larga conversación con un amigo, al que conozco bien, y con quien disfruto y aprendo conversando. Mi amigo, Dr. en Física y que trabaja en un centro de investigación de rango internacional, hace años que me confesó que era ateo. Ateo de convicción. Desde muy joven. Hablando de estas cosas, tras manifestarme su fascinación por la montaña, me confesó esto: “a menudo cuando estoy solo en la montaña, solo en el bosque nevado, tengo la certeza de que no estoy solo. En realidad, percibo, siento, que hay un espíritu, “el espíritu del bosque” que está ahí, que me protege, que me acompaña en la soledad y en el silencio de bosque”. Me recordó el libro de otro amigo que tituló “Sobre el Dios que está ahí” y no pude no decirle que no otra cosa era la experiencia religiosa. La experiencia religiosa no es otra cosa que lo que experimentamos en ciertas experiencias humanas, que no nacen en nosotros, que son externas a nosotros, con lo que, de entrada, derrumbamos las tesis de Feuerbach, a lo que denominamos, unos, experiencia religiosa, otros, experiencia secular o laica. Estamos ante lo sagrado en la terminología de Emile Durkheim.

Hans Joas, Habermas y Fraijó, ante el silencio de lo religioso en la sociedad de hoy

En la actualidad el individualismo es omnipresente. Incluso un individualismo, no necesariamente utilitarista ni egocéntrico, pues mira a la universalidad ética del comportamiento, por ejemplo, en la defensa y promoción de los Derechos Humanos, en la custodia de la Tierra etc. Al mismo tiempo, en la cosmovisión judeo-cristiana, se habla expresamente de tradición bíblica, que incluye la tradición judía, así como la tradición cristiana. En la tradición bíblica el descentramiento moral es esencial. En esta concepción los seres humanos están obligados a tomar en consideración no solamente los otros seres humanos que pertenezcan a la misma familia, a la misma nación, a la misma religión, o la misma clase social sino a todos los seres humanos, comprendidas también las generaciones futuras. Es el “ethos del amor” bíblico.

Por otra parte, filósofos como Kant, Rawls y Habermas, han elaborado una orientación universalista de este tipo desarrollando en detalle la lógica de la reflexión y la discusión moral universal, bajo el prisma de una ética racionalista. Pero una cuestión queda sin respuesta, nos apunta Hans Joas:

¿qué es lo que tiene que motivar a los seres humanos a reflexionar a las cuestiones morales y a la significación que pueden tener para la forma como ellos conciben y llevan su vida, máxime cuando tal reflexión corre el riesgo de ir en contra de sus propios intereses? Otro punto todavía queda muy oscuro: ¿cómo llegar a los individuos sensibles a los sufrimientos de los otros, teniendo en cuenta qué es cierto que esta sensibilidad no es el resultado de una argumentación racional?

En esto reside, señala Joas, la superioridad de estos cristianos del amor – expresión a la que yo prefiero, la singularidad de estos cristianos del ethos del amor – incluso frente a formas de filosofía moral universalista y, evidentemente, frente a todas las formas de individualismo. La asunción de fe en un Dios que ama al hombre sin condiciones, conlleva una fe cristiana que puede, ciertamente, liberar el campo a la capacidad de amar, en los cristianos, y en todas las religiones del amor universal, sin condiciones y sin excepciones.

Pero, a la reflexión que acabamos  de formular, parafraseando el texto de Joas, cuyo original es de 2014, hay que añadir la que realizó, años después Habermas, que presentamos a continuación. En efecto, Jürgen Habermas, a la demanda de “Le Monde des Livres” (“Le Monde“, 28/02/2018) redactó unas líneas sobre algunos de los temas centrales de su obra. Entre ellos su preocupación por encontrar un espacio a la creencia religiosa y a los creyentes, cuestión que le ocupa desde el final de los años 1990. Traigo aquí, traducido por mí, lo esencial de su aportación al cotidiano francés.

“Debemos reservarnos la posibilidad de traducir contenidos semánticos enterrados, provenientes de tradiciones religiosas, ya que pueden ensanchar el horizonte conceptual de nuestro discurso público y nuestras sensibilidades trastornadas (“sensibilités tourneboulées”). Conceptos filosóficos, por muy cargados que sean, como “poder de la voluntad “, “ley”, autonomía “, “individualidad”, “conciencia”, “crisis”, “historicidad” y “emancipación” se han abierto paso en nuestro vocabulario actual. Pero, a la luz de la historia de los conceptos, varios siglos de constante trabajo filosófico han demostrado indispensable la importación de intuiciones con connotaciones religiosas al espacio universalmente accesible de los fundamentos racionales. (….)

Esta elaboración discursiva de intuiciones enterradas no cuestiona en modo alguno el ateísmo metodológico practicado por los filósofos occidentales desde Hobbes y Spinoza. La moralidad basada en la razón tiene sus propios cimientos y no necesita apoyo religioso. El problema es más bien la desaparición de la solidaridad. Es legítimo que la moralidad racional atienda sus prescripciones, teniendo en cuenta al individuo. De repente, el surgimiento de una acción unida, que lleva por ejemplo a un movimiento social, pasa a depender de la improbable coincidencia y focalización de decisiones que emanan de conciencias individuales dispersas. En otras palabras, ¡es tan probable que suceda como que un camello atraviese el ojo de una aguja! Observo la tendencia actual a la disolución de la solidaridad, que acompaña directamente a la colonización de nuestro mundo vivida por los imperativos de una conducta cuya racionalidad es la del mercado. La mercantilización invasiva de las relaciones sociales, favoreciendo un tipo de comportamiento conforme a una racionalidad instrumental y egoísta, socava el poder abstracto de las normas universales y embota nuestra capacidad de reaccionar ante situaciones normativamente intolerables. Por el contrario, las comunidades religiosas se nutren (“puisent”), a través del culto, en las mismas fuentes de solidaridad. (en el “ethos del amor”, añado yo).

Ciertamente, dada la naturaleza particularista de los dogmas y las creencias, estas energías pueden descarrilar y volverse hacia afuera con una violencia explosiva dirigida contra otras confesiones religiosas. Pero, ¿no es ésta una razón más para recordar la larga relación que la filosofía ha mantenido con estas fuentes religiosas que ha buscado racionalizar? Mientras la religión siga siendo una forma actual de la mente, representará un acicate plantado en la carne de la modernidad. No debe perder su tono, su vigor para trascender lo existente; lo que es capaz de generar lo realmente nuevo es esta facultad de una “trascendencia” que, viniendo desde dentro de nuestro mundo, y ya no desde el cielo, se esfuerza por ir más allá de él. La novedad de las mutaciones tecnológicas queda rápidamente obsoleta”.

Es pues claro, el anhelo no satisfecho de un agnóstico de la profundidad y sinceridad como Habermas, quien, sosteniendo “el ateísmo metodológico” en la filosofía, y la moralidad racional sin necesidad de la religión, manifiesta sin ambages la aporía con la que se encuentra, al hablar de la solidaridad universal, sin acepción de personas.

Este planteamiento lo resume magníficamente Manuel Fraijó en un artículo publicado en el diario “El País”, el año 2016, del que extraigo los últimos párrafos.

“El afán por “durar” (Spinoza), la esperanza de algún género de futuro tras la muerte parece haber acompañado desde muy tempranamente a los seres humanos. Platón aseguró que no todo lo nuestro perece: perdura el alma inmortal. Una gran obsesión pareció acompañar siempre a este filósofo: el mundo sensible no puede, no debe, erigirse en explicación del mundo espiritual.

Platón ha sido generosamente heredado. Solo una muestra: imposible no recordar el postulado de la inmortalidad kantiano. Un mundo que niega la felicidad a seres dignos de ella y se la otorga a los que no la merecen no puede ser la máxima expresión de lo que nos cabe esperar. Es lícito, obligado incluso, soñar con escenarios más justos. Kant, afirma Adorno, postuló la inmortalidad para huir de la “desesperación”, para abrirse “al ansia de salvar”. Y es que los defensores de la esperanza comprendieron siempre que no hay mejora en este mundo que alcance a hacer justicia a los muertos; las mejoras nunca las disfrutarán los que ya se fueron. Incontables seres humanos llegaron al final de sus días sin que hubiese sido tenida en cuenta su humilde solicitud de una vida digna; siempre fueron meros aspirantes a lo elemental, candidatos injustamente rechazados. De ahí que algunos grandes espíritus, ansiosos de reparar injusticias, hayan soñado con que nadie muera del todo para siempre. “La esperanza perdida de la resurrección —escribe Habermas— se siente a menudo como un gran vacío”. Es un anhelo profundamente humano. Eso sí: un anhelo de incierto cumplimiento. Laín Entralgo lo formuló así: “lo cierto es siempre lo penúltimo y lo último es siempre incierto”.

Y, obviamente, son las religiones —especialmente las monoteístas— las más reacias al relato de la hamaca vacía (el mero recuerdo de alguien fallecido). Desde siempre ofrecieron su palabra de honor de que, tras la muerte, habrá nuevas acogidas, nuevos inicios, libres ya del signo de la actual precariedad. Eso sí: las religiones no informan de lo que saben, sino de lo que creen. De ahí que grandes creyentes como el cardenal Newman suplicasen: “Que mis creencias soporten mis dudas”. En este sentido, el “más allá” no es científicamente verificable ni, por tanto, refutable. Las religiones consideran que algo puede ser significativo sin ser científico. Entre paréntesis: parece que, al principio, la nueva vida, la resurrección, solo se esperaba para los mártires, es decir, para los más afectados por el mal y el sufrimiento; pero lentamente se fue abriendo paso el convencimiento de que en mayor o menor medida todos terminamos compartiendo la condición de mártires: la muerte, que no es solo el final de la vida, sino su permanente amenaza, se encarga sobradamente de ello.

Para concluir, escribe Fraijó: de especial trascendencia continúa siendo el anuncio cristiano de la resurrección de Jesús de Nazaret como anticipo de la resurrección universal. El teólogo Moltmann asegura que la resurrección de Jesús “ha hecho historia”. Es cierto: al menos iluminó muchos últimos instantes y suavizó innumerables despedidas” [3].

Joas, Habermas y Fraijó nos manifiestan los dilemas de una racionalidad que se satisface a sí misma cuando se la pone en relación con una religión, la cristiana, aunque no solamente la cristiana, si defiende el ethos universal del amor. Y universal, quiere decir universal, sin excepciones espacio-temporales. Pero haremos bien los creyentes en no olvidar la reflexión de Newman de que “mis creencias soporten mis dudas”, pues, como decía Maurice Bellet, “una fe que no duda es una fe dudosa”.

Claro que otra cosa es la práctica en los comportamientos de los creyentes que, en mil y una ocasiones de la historia, han mostrado que estaban bien lejos de la universalidad del amor. Ya Gandhi dijo que “cuando leo el Evangelio me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos me doy cuenta de que ellos no viven según el Evangelio”, el mismo Gandhi que sostenía que “nunca es bueno el amor a los otros, cuando es exclusivo y con excepciones. Yo no puedo amar a los hindúes o a los musulmanes y odiar a los ingleses”, añadía. Sí, la radicalidad no es solamente cosa de los violentos.

Nada de todo esto, la universalidad del “ethos del amor” cristiano, en base a bucear en la figura y mensaje de Jesús de Nazaret, que denomina Abbà a Dios Padre, es posible sin el silencio interior, el silencio introspectivo, el silencio de escucha, el silencio de oración. Lo mismo cabe decir de la universalidad ética basada en la racionalidad humana como refieren los grandes filósofos arriba mentados. En efecto, es preciso el silencio interior para dar cabida a un atisbo de solidaridad con pretensiones de universalidad. Y esto, no viene de por sí. Es consecuencia de una reflexión, en silencio, (una oración en los religiosos) sobre el necesario impulso para la solidaridad.

Y es también, en el silencio del temor, de la angustia por los hechos y actitudes de la vida pasada, que hemos mostrado más arriba. que el creyente puede reconocer que no ha sido fiel al mensaje heredado, haciendo buena la reflexión de Gandhi, de que estaba de acuerdo con el mensaje los evangelios, pero no con los creyentes que lo incumplían.

Pero, hay que añadir, que las reflexiones y los comportamientos se complican, aún más, cuando las divinidades devienen seculares. Más todavía cuando es la propia sociedad la nueva divinidad de los tiempos actuales.

NOTAS:

[1] El texto original se encuentra en 1 Reyes, cap. 19, 10-13

[2] Roberto Calasso, “La actualidad innombrable”. Anagrama, Barcelona, 2018, p. 50

[3] Manuel Freijó. “La hamaca vacía”. El País, 13 de agosto de 2016. Yo subrayo.

 

Javier Elzo

Atrio

FIDUCIA SUPPLICANS: LOS QUE COMEN CON LAS MANOS LIMPIAS


col acebo

 

Recuerdo que hace algunos años, cuando redactaba mi tesis doctoral, estudié el surgimiento de la llamada “generación Beat”, un movimiento contracultural formado por jóvenes que se revolvían, entre otras cosas, contra el moralismo hipócrita de la sociedad estadounidense de aquellos años (50’ y 60’). Una sociedad en la que una joven podía ser señalada y criticada si utilizaba una falda un poco más corta de lo “permitido” o en la que se retiraba el saludo a una pareja de novios que decidía convivir antes del matrimonio.

Una sociedad que, no obstante, aplaudía como foca la frenética carrera armamentista, las carnicerías humanas de Corea y Vietnam o que perdía la compostura si una persona de color no cedía el asiento a una persona blanca en el autobús (porque muchos estaban a favor de la segregación racial). Eso sí, una sociedad que, al mismo tiempo, jamás faltaba a los servicios religiosos los domingos.

Con similar perplejidad “beat” contemplo la forma escandalosa con que han reaccionado algunos sectores de la Iglesia por la declaración Fiducia Supplicans (desde ahora, FS). Para muchos laicos, sacerdotes, obispos y cardenales, dicha declaración es una suerte de puerta abierta al mismísimo Averno (las redes sociales son un testimonio lapidario de tales reacciones).

Ante semejante conmoción, no puedo evitar recordar cuando, en el año 1945, el padre George Zabelka bendijo a la tripulación del Enola Gay y del Bockstar para que tengan éxito en su misión: arrojar sendas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. No eran una pareja, eran un grupo. Según parece, se puede bendecir a un grupo que se une para utilizar armas de destrucción masiva contra población civil.

Y también se pueden bendecir armas, aunque recientemente el Papa Francisco recomendara dejar de hacerlo (¡otra vez el progre y buenista de Bergoglio metiendo sus narices donde nadie le llama!). No tengo noticias de que ese acontecimiento haya generado peticiones tan airadas al entonces Papa Pío XII para que se prohibieran ese tipo de bendiciones. No tan airadas como las que generó FS. Según declara el mismo padre George Zabelka: “Que yo sepa, ningún cardenal ni obispo estadounidense se opuso a estos bombardeos masivos. El silencio en estos asuntos resulta ser aprobación”.

¿Dónde estaban los conservadores en aquel momento para oponerse a semejante monstruosidad? ¿O no es una monstruosidad bendecir a la tripulación de un bombardero nuclear para que tenga éxito en su misión (más aún en un contexto de guerra no-nuclear)? Pues eso aconteció antes del rupturista, discontinuista y cuasi-cismático Concilio Vaticano II (perdón por la ironía). Sospecho entonces que, para los que todavía guardan cierta nostalgia de aquellos tiempos pretéritos, la bendición del padre Zabelka estuvo de maravillas, no así —faltaría más— las bendiciones que permite FS.

También recuerdo que, en el año 1999, el Papa San Juan Pablo II besó solemnemente el Corán delante del imán chiíta de la mezquita de Khadum. Pregunto entonces: si permitir la bendición de parejas irregulares o del mismo sexo es una forma de aprobación, el beso solemne del Corán por parte del Santo Padre, ¿no fue también una especie de aprobación?

Quizás algún lector pensará que estoy incurriendo en falsa analogía, o para decirlo de otra manera, que estoy mezclando “churras con merinas”. Pues no me parece una comparación desacertada. Vamos unos años más adelante. En 2006 el Papa Benedicto XVI bendijo a los exponentes de las comunidades musulmanas de Italia y a los embajadores de los países de mayoría islámica acreditados ante la Santa Sede. Sus palabras fueron éstas: “¡Que el Dios de la paz os llene con la abundancia de sus bendiciones, al igual que a las comunidades que vosotros representáis!”.

¿Fue una bendición litúrgica o de corte pastoral-informal (según el distingo de FS)? Entiendo que fue una bendición pastoral. Los musulmanes que, por su misma condición, no reconocen a Jesucristo como segunda persona de la Trinidad (habiendo tenido, en muchos casos, la posibilidad de conocer el cristianismo), ¿viven o no en pecado? ¿Se puede bendecir una comunidad que no manifiesta ninguna intención de arrepentimiento por negar la divinidad de Jesucristo, ni mucho menos, de conversión al cristianismo? Pues parece que sí se puede, al menos sí de manera informal.

A pesar de eso me pregunto: ¿dónde estaban los conservadores para rechazar en masa la bendición de musulmanes? ¿dónde estaban las Conferencias Episcopales de África para oponerse al Papa Benedicto XVI por bendecir a miembros de una religión que, aún hoy, persigue, secuestra, tortura y asesina masivamente a los cristianos en distintas regiones de aquel continente (y fuera también)? ¿por qué nadie alzó la voz para advertir que un católico no puede besar un libro que legitima toda forma de violencia contra los “infieles” (es decir, contra los mismos católicos)? Qué es más “pecaminoso”, ¿rechazar la divinidad de Jesucristo y combatir a quienes la afirman, o ser homosexual, reconocer la divinidad de Jesucristo y pedir una bendición informal para que el mismo Señor Jesucristo le otorgue su ayuda?

Hago aquí un breve paréntesis para aclarar que no es mi intención emitir juicios de valor sobre el actuar de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino poner en evidencia una contradicción o, por qué no decirlo con todas las letras, una hipocresía. De lo hecho por estos papas, podría decirse que un gesto de caridad no conlleva la aceptación del error.

Ejemplos en sintonía con los recién mencionados hay para hacer dulce. Recordaré uno más. Las bendiciones de narcotraficantes, mafiosos y delincuentes de toda índole. En 1991, el padre Rafael García Herreros bendijo al narco-criminal Pablo Escobar Gaviria y a su séquito de sicarios. Fue otra bendición en grupo, no en pareja. Todos asesinos que fueron bendecidos a pesar de no dar señales de arrepentimiento por el mal cometido y de perseverar en su conducta nefanda. Sí, hablo de Pablo Escobar Gaviria, el mismo que apenas dos años antes, había ordenado hacer estallar un avión de Avianca en pleno vuelo para asesinar a un candidato presidencial. No hubo sobrevivientes de aquel atentado (110 fallecidos).

Otra vez pregunto: ¿estaba el padre García Herreros aprobando solapadamente el actuar de esos criminales con su bendición? Los laicos y sacerdotes que ahora juntan firmas en Change.org para hacer lobbismo mediático contra el Papa Francisco y presionarle para que anule FS (como si la Iglesia fuera una democracia y no una institución jerárquica), ¿dónde estaban en aquel momento? ¿dónde estaban todos los que hoy actúan como auténticas estrellas del lobby “anti-Bergoglio” en las redes sociales para gritar a voz en cuello que esa bendición grupal era inaceptable? Insisto, podría seguir con la casuística ad infinitum. No quiero meterme, por ejemplo, en el oscuro terreno de la política. Bendiciones y comuniones concedidas a dictadores, líderes y miembros de grupos terroristas, etc., en la mayoría de los casos sin que esta gente muestre signos de arrepentimiento ni abandone sus actividades delictivo-criminales.

No puedo evitar experimentar perplejidad “beat” al observar cómo aquellos que callaron ante las situaciones recién descriptas, hiperventilan al pensar que una pareja en situación irregular o del mismo sexo pueda acercarse al despacho parroquial para pedir una bendición e invocar la asistencia de la Gracia. Se parecen a los ortodoxos rusos quienes, por boca del Obispo Hilarión Alfeyev, han afirmado que, a causa de FS, ya no será posible “esperar una futura unidad entre católicos y ortodoxos”.

Sí, ha leído correctamente, lo afirmaron los ortodoxos rusos, que han bendecido submarinos nucleares con misiles balísticos intercontinentales y plataformas de lanzamiento de misiles nucleares desde tierra que podrían convertir una ciudad con millones de habitantes en un páramo infernal sin posibilidades de supervivencia siquiera para las cucarachas. Sin ir más lejos, el patriarca ortodoxo ruso Kirill dijo, el pasado mes de octubre, que las bombas y las ojivas atómicas rusas están bajo la protección de San Serafino de Sarov. ¡Menos mal! Muy tranquilos estarán ahora sus potenciales víctimas sabiendo que, eventualmente, serán borrados de la faz de la Tierra por misiles que se encuentran bajo la protección del santo ruso. Si estas absurdidades no fueran hechos reales, pensaría que son bromas típicas de un 28 de diciembre.

Continúo con mi perplejidad “beat”. Una perplejidad que asume dimensiones mastodónticas cuando pienso en los pecados cometidos “de la cintura para arriba”. Cuando pienso, por ejemplo, si puede un sacerdote bendecir a un comunista, a un fascista o a un capitalista recalcitrante. Sí, también leyó bien, a un capitalista de esos que comulga de rodillas, pero luego te quiere convencer de que está muy bien que una multinacional instale una fábrica en un pueblo perdido de Honduras, para contratar gente a la que hace trabajar 12 hs. por día (de lunes a lunes) produciendo polos que la empresa vende a 60 € en Madrid, Berlín o Londres, mientras les paga (a esos “empleados”) 1 € al mes. Vuelvo sobre lo mismo: parece que es correcto bendecir a gente que defiende y promueve ideas/políticas que justifican, de diferentes maneras, el abuso desmedido de poder sobre otros (frecuentemente en condiciones de vulnerabilidad extrema). ¿Será que me estoy fijando en menudencias? ¿Será que, a fin de cuentas, lo único importante es que sean heterosexuales?

Mi perplejidad “beat” alcanza cotas insospechadas cuando observo que, el gran escándalo de FS, parece deberse a que se mete en un tema de índole sexual. Recuerdo, en este sentido, las reacciones que provocó en su tiempo la publicación de la encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI. Humanae Vitae Fiducia Supplicans son, probablemente, los dos documentos del post-concilio que mayor cantidad de reacciones negativas han provocado. En el primer caso, por parte del sector “progresista” y en el segundo caso, del sector “conservador”.

Difícilmente se puedan encontrar documentos o situaciones en la historia reciente de la Iglesia que hayan generado tanto “pataleo” como cuando los Papas se pronunciaron sobre temas vinculados a la sexualidad. Parece que los católicos nos empeñamos porfiadamente en dar la razón a quienes afirman que, para la Iglesia, el tema sexual es materia de escándalo. Abro aquí otro paréntesis para decir que de ningún modo estoy minimizando la importancia antropológico-teológica de la sexualidad, solo pretendo expresar la sorpresa que me produce este particular fenómeno. Los papas han escrito documentos sobre diversidad de temas muy sensibles y complejos. Sin embargo, nunca han logrado suscitar reacciones tan destempladas como cuando han hablado sobre temas relacionados con la sexualidad.

Esto sigue, mi estado de desconcierto y estupefacción casi supera al de los jóvenes “beat” cuando pienso en las contradicciones de la propia vida, esas que quizás no se ven ni son evidentes para los que nos rodean (y de las que nadie está exento, yo el primero). Me refiero, por ejemplo, al varón o mujer heterosexual, eventualmente casado/a por iglesia y con hijos (modelos arquetípicos del laico “bendecible”), que quizás mira pornografía en momentos de soledad, engaña directa o indirectamente a su cónyuge, le maltrata psicológica o físicamente, ignora a sus hijos porque prioriza el éxito profesional y el dinero, difama a los demás, es avaro, soberbio, mentiroso, envidioso, etc.

Todos pecados que confiesa ante el sacerdote cada quince días, pero en los que sistemáticamente vuelve a caer, frecuentemente sabiendo que los repetirá y sin hacer demasiado esfuerzo (o ninguno) para evitarlos, y sin que eso le afecte o provoque una particular crisis de conciencia.

Esa persona, incluso asiste a misa, comulga y recibe la bendición todos los domingos y fiestas de guardar. Situaciones como la recién descripta constituyen el pan nuestro de cada día en la vida de la Iglesia, y todos lo aceptamos porque tiene que ver con la impronta paradojal y dramática de la existencia humana. Tiene que ver, en definitiva, con el hecho fácilmente verificable de que todos somos pecadores, de que nuestra naturaleza está herida por el pecado.

El problema es cuando, quienes así viven, se creen legitimados para actuar como guardias en un panóptico desde donde miran, juzgan y deciden a quién se sube o se baja el pulgar. Y desde ese panóptico, se han lanzado a las redes sociales para escupir sus venenos contra FS y el Papa Francisco. Cuando alguien se horroriza fácilmente con los pecados ajenos nunca está demás responderle con un “tu quoque” (tú también) o dicho de manera coloquial, ¿y por casa cómo andamos?

Hagamos una revisión exhaustiva de nuestras propias vidas y luego veamos qué autoridad tenemos para “tirar la primera piedra” (Jn 8,7). En efecto, ¿es éticamente plausible vivir señalando a quienes “no comen con las manos limpias”, como relata el conocido pasaje evangélico (Mc 7, 1-8 y 14-23), sin atender al estado del propio corazón (quizás convertido en un auténtico lodazal)?

Ante esta lamentable situación de inflexibilidad y vehemente rechazo hacia FS, y ya en el paroxismo de la perplejidad “beat”, me viene a la mente una frase de San Josemaría Escrivá sobre la que creo, modestamente, que convendría reflexionar: “Ten entrañas de piedad, y no olvides que [ese pecador] aún puede ser un Agustín, mientras tú no pasas de mediocre” (Camino, nº 675). Hago un pequeño añadido a esta frase para terminar: tal vez, recibida en el momento adecuado, el tipo de bendición “al paso” que permite FS, podría suponer un antes y un después en la aparición de ese nuevo “Agustín”.

 

Leandro Gaitán, profesor de la Universidad de Navarra.

Religión Digital

CIENCIA, FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA PARA EL SIGLO XXI


col zapatero

 

Epílogo a un libro de luces y retos

Agradezco a Agustín Gil este libro tan clarividente y necesario para hoy. Corren tiempos difíciles y decisivos para la humanidad y la entera comunidad de los vivientes. El negacionismo y el dogmatismo –dos trastornos solo aparentemente opuestos– son el síntoma de un malestar civilizacional planetario.

Nunca nuestra especie Sapiens ha sabido tanto, pero nunca se ha sentido tan insegura. Nunca tuvimos tanto conocimiento sobre tantas cosas, pero nunca nos sentimos tan amenazados a nivel personal, social, internacional. Nunca dispusimos de tanta información instantánea y global, pero nunca la desinformación fue tan grave y universal. Nunca las ciencias estuvieron tan desarrolladas, pero nunca crearon armas tan mortíferas, ni fueron tan utilizadas por los grandes poderes asesinos. Nunca poseímos tantos medios para vivir todos holgadamente, pero nunca vivimos tan acelerados y asfixiados, tan carentes de tiempo para respirar, espirar, inspirarnos. Nunca el nombre Sapiens fue más discutible. Nunca, desde el corazón de la Tierra y de los pobres, escuchamos tan aguda y grave la Voz de la Vida: “Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y viviréis tú y tus descendientes” (libro bíblico Deuteronomio 30,19).

Más que nunca necesitamos no solo conocimiento científico, sino sabiduría vital, inteligencia integral, racionalidad múltiple, consciencia profunda, para saber vivir, para ser felices siendo buenos y a la inversa, para ser libres y hermanos, para poder querer y elegir nuestro ser verdadero, nuestro verdadero bien inseparable del Bien Común de la humanidad y de todos los vivientes. No existe otra verdadera libertad.

Los caminos del conocimiento, de la sabiduría, de la libertad de ser nuestro ser verdadero, son numerosos. El conocimiento y la sabiduría son multidimensionales, siempre lo han sido. Sabían los chamanes del Paleolítico. Saben los mitos antiguos, saben los poetas, los artistas, los enamorados. Saben los activistas no violentos de justicia y de la paz. Saben también los místicos espirituales, sean o no seguidores de alguna religión. Saben, y mucho, los textos sapienciales de las grandes tradiciones, religiosas o no. Saben, por supuesto, los científicos. Y todos ellos saben que no saben: “docta ignorancia”.

Todo esto lo sabe mejor que nadie Agustín Gil, catedrático de Física, especializado en Física teórica y Mecánica cuántica, miembro activo y reflexivo de las comunidades cristianas populares de base en el País Vasco, ecofeminista comprometido contra todos los imperios, codirector de la revista (ya cerrada) Herria 2000 Eliza, caminante y buscador espiritual, crítico de las instituciones religiosas y eclesiásticas, seguidor a la postre de la Buena Noticia y de la vida liberadora de Jesús de Nazaret, de la libertad y de la compasión que enseñó y practicó.

Esta obra es la síntesis y el fruto maduro de sus conocimientos científicos, de su reflexión filosófica, de su sensibilidad humana, de su teología crítica, de su compromiso ético: Ciencia y filosofía para el siglo XXI. Diálogo interdisciplinar para un nuevo humanismo (Ed. Círculo Rojo, 2023). El título contiene, como intencionadamente escogidos, todos los términos que definen un programa de conocimiento concertado e integral: ciencia, filosofía, siglo XXI, diálogo, interdisciplinar, nuevo humanismo. El co-nocimiento es por definición, al igual que el lenguaje, un hecho social, trans-individual, plural, dialogal. Así, solo así, se convierte en camino de co-nacimiento.

El conocimiento es también por definición interdisciplinar, fruto de miradas, métodos, perspectivas diversas, todas ellas relacionadas. Las perspectivas y los métodos son necesariamente distintos, pero no contradictorios, en la medida en que cada aproximación a la realidad –científica, ética, poética, simbólica, filosófica, teológica, simbólica en general…– se atiene con rigor a su enfoque y método de análisis propio. Y ninguna disciplina puede pretender llegar al único conocimiento verdadero, ni siquiera más verdadero que otro.

Por supuesto, el conocimiento científico de la realidad –hecho de observación atenta, medición matemática exacta y verificación empírica– no es el único verdadero, ni aquello que las ciencias matematizan y verifican constituye la única realidad verdadera. Pero tampoco los dogmas del Credo y sus explicaciones teológicas expresan “verdades” reveladas de lo alto por “Dios”; son expresiones históricas contingentes, formulaciones culturales y relativas, de experiencias humanas profundas (“religiosas”); todos los dogmas y teologías son constructos humanos simbólicos, al igual que los enunciados científicos son constructos humanos empírico-matemáticos. Ahora bien, los datos científicos –aun siendo siempre parciales y provisionales– constituyen hoy el criterio común mínimo de la “verdad” y de la “realidad”. De modo que ninguna afirmación, incluida la teológica, podrá ser considerada como “verdadera” si está en contradicción o es incoherente con los datos establecidos por la ciencia.

Desde la instauración del paradigma científico moderno a partir de Galileo, la coherencia con las ciencias es uno de los retos fundamentales para todo el lenguaje religioso y teológico. La incoherencia con el paradigma científico y cultural general es, justamente, el factor principal de la crisis actual irreversible del andamiaje imaginario, conceptual e institucional de las religiones tradicionales, incluido el cristianismo.

Por eso terminaré apuntando, a modo de ejemplos y como simples conjeturas, algunos de los retos, interrogantes y exigencias mayores que las ciencias –cosmología, física nuclear, biología, biotecnología, neurociencias, inteligencia artificial…– plantean hoy a la teología cristiana:

Una especie humana inacabada, desplazada del centro. Toda la teología cristiana –sobre Dios, creación, Jesús, pecado, salvación, vida después de la muerte…– sigue teniendo una base enteramente antropomórfica y antropocéntrica. Toda ella, tomada en su literalidad, resulta incomprensible y se derrumba entera con la nueva visión científica del ser humano. No somos el centro ni el culmen del universo ni de la Tierra. Somos miembros de la gran comunidad de los vivientes. Somos, como todos los seres, emergencia de la misma evolución física y biológica, planetaria y cósmica. Como todos los seres, somos formas irreductibles y únicas, pero no “superiores” a nada. Somos formas inacabadas al igual que toda la evolución. También nuestra conciencia y libertad –siempre condicionada– son inacabadas, se hallan en creación evolutiva. Y estamos llegando a poseer el poder tecnológico para crear cerebros y seres orgánicos o cibernéticos más capaces que este Homo Sapiens que somos hoy. Nos enfrentamos a formidables retos ecológicos, éticos, políticos, teológicos. Como nunca hasta hoy.

Un cosmos autocreativo, evolutivo, interrelacionado, sin centro. Formamos parte de un universo (tal vez multiverso) sin medida espacial ni temporal. Un universo “infinito” al menos en el sentido físico. Un universo holístico, que constituye un todo único dinámico y evolutivo, en el que cada parte es un todo formado a su vez de partes. Un universo sustentado por una “materia” –matermatriz–, con o sin masa, que está dotada de un dinamismo, potencialidad o “energía” originaria de la que provienen todas las formas que forman el universo. Un universo, por tanto, que no necesita de ningún “Dios” creador a partir de la nada. La nada no existe. Si no contamos con que algún “Dios” interviene desde fuera, “milagrosamente”, en el proceso auto-creador evolutivo del mundo, ¿por qué habríamos de recurrir a una intervención primera milagrosa para crear el mundo de la nada? ¿No sería filosófica y teológicamente legítimo pensar en una materia originaria increada y eterna que da origen al universo? Depende de lo que entendamos por “Dios”…

Una “vida después de la muerte” en la plenitud “divina o en la información cósmica o en la memoria universal. Salta a la vista que hablo en términos metafóricos, no estrictamente científicos. La materia originaria de la que todo procede no se crea ni se destruye, sino que se transforma desde siempre hasta siempre. Se transforma de acuerdo a una disposición, estructura, “lógica” o “código” interno abierto, creativo y en consecuencia impredecible de acuerdo, se podría decir, a una “información” que la orienta creativamente. De la materia auto-creadora nació la vida en su inagotable profusión de formas. La muerte conlleva, concretamente, la disolución del “yo” individual y de su consciencia particular, que es a su vez una forma en constante transformación. Y cabe preguntarse: ¿la muerte-transformación del “yo” individual no podría ser considerada como “paso” (pascua) a otra forma de supervivencia en la información cósmica, en la memoria universal, en la plena, infinita, Conciencia “divina”?

Un Jesús hombre profético inacabado, icono y símbolo del Reino de Dios. ¿Cabe pensar que Jesús sea la encarnación única, milagrosa y acabada del “Hijo de Dios” eterno en un punto del espacio y del tiempo sin medida, en una especie particular, en un planeta concreto, en una cultura determinada, en un hombre perfecto? La coherencia con la cosmovisión científica nos urge a otra cristología. Una cristología que deje atrás los dogmas tradicionales o los relea en otro registro simbólico. Una cristología que conciba a Jesús como un profeta que, por su mensaje y su vida contingente y buena, por su libertad y solidaridad liberadora inacabada, puede ser confesado –por parte de quien así lo mire, sea cristiano o no lo sea– anticipo, icono o símbolo inspirador del “Reino de Dios”, de la liberación universal plena, presente y futura a la vez.

Un “Dios” transteísta. No podemos seguir manteniendo la imagen “teísta” de Dios, si se entiende por “teísmo” la afirmación de un Dios “sujeto personal”, anterior y exterior al mundo, omnipotente, que creó el mundo de la nada e interviene en él cuando quiere. Dios no explica nada. No es Nada de lo que representan las imágenes y significan las palabras. Solo podemos evocarlo en metáforas. Es el puro Ser sin forma, que no existe sino en los seres, en las formas. El Fondo fontal, el Aliento creador que late en todos los seres. No se trata de “creer” en Dios, sino de crearlo, encarnarlo, darle forma en la belleza, el respiro, la bondad.

¿De qué sirve la creencia y de qué sirve la ciencia, si no nos acercan a la gnosis, la iluminación, la liberación, el renacimiento a nuestro ser verdadero, a nuestra hermandad profunda con todo lo que vive y es?

 

José Arregi, EPILOGO a Ciencia y filosofía para el siglo XXI. Diálogo interdisciplinar para un nuevo humanismo (Ed. Círculo Rojo, 2023).

Aizarna, 25 de octubre de 2022

CARTA DE ISABEL GÓMEZ ACEBO AL PAPA: "ESTÁS HACIENDO UN CAMBIO RADICAL EN LA IGLESIA, LE PIDO A DIOS QUE TE PROPORCIONE ALGUNOS AÑOS MÁS DE VIDA"


col koldo

 

Me permito este acercamiento epistolar desde la consideración de que somos hermanos, aunque estemos bastante alejados en nuestra situación eclesial. Tengo que reconocer que, en mis quinielas sobre los cardenales papables, no entraba tu nombre. Tanto es así que me sorprendió mucho la elección, aunque me alegré que el futuro papa hablara español y perteneciera a mi cultura.

Me gustó tu aparición en el balcón del Vaticano. Ya sé que el hábito no hace al monje, pero también puede dar pistas sobre la persona que lo lleva. La sotana blanca sin aditamentos lujosos, que fue el primer acto de tu pontificado, me pareció marcaba una línea que iba a ser característica de tu conducta. Tus palabras cercanas, exentas de pompa y pidiendo la bendición de los fieles que te escuchaban, seguían esta línea de cercanía. Una política que también concordaba con la elección de nombre, Francisco, cuando comprendí que tu modelo era el poverello de Asís.

Toda tu actuación iba ser coherente con tus ideas. No te alojaste en los apartamentos pontificios sino en el pequeño hotel que alberga el Vaticano. Quisiste estar cerca de la gente; conocer lo que se habla en las calles; preguntar lo que se esperaba de tu persona; hablar con muchos como manera de no dejar en unos pocos las noticias que te llegan. Una forma de abrir el abanico del contacto personal como forma de estar más al tanto de los problemas mundiales ya que por el Vaticano pasan obispos del mundo entero. Comer juntos abre las bocas e invita a las confesiones.

Tus encíclicas demuestran por dónde van tus inquietudes. Desde tu Argentina natal, amplías el mundo y sientes preocupación por todas las tierras que pisan nuestros pies. Eres consciente que la actividad humana está dañando el hábitat de muchas especies, incluso de muchos seres humanos y clamas porque cada uno ponga su grano de arena para devolver la belleza originaria al planeta tierra

Ves a todas las personas, con independencia de su raza, origen, sexo o religión hermanadas bajo la figura de un mismo padre Dios. Te preocupa el individualismo de nuestra sociedad que ignora al pobre o desprecia al diferente fomentando el odio y la agresividad. No te quedas a nivel de la mera denuncia, sino que propones caminos para la paz como son el diálogo, el trabajo conjunto y la aceptación del diferente.

Acoges uno de los grandes problemas de nuestro tiempo que es la emigración e instas a las naciones ricas a abrir sus puertas a los desfavorecidos que llegan a nuestras fronteras. Y no te quedas ahí. En la medida que comprendes lo dura que es la emigración propones promover el desarrollo de las comunidades pobres para que sus habitantes no tengan que buscar el pan en otro sitio fuera de sus familias y redes sociales

No te preocupan tanto las ideas como las realidades en las que viven insertos muchos hombres. Te inquieta, como buen pastor, cada una de tus ovejas y conoces a los lobos que las acechan: la falta trabajo, la pobreza endémica, la trata de personas, el odio religioso o racial, la guerra, el egoísmo…

Y como líder de la Iglesia católica también sufres desvelos por la forma en que se ha tratado la pedofilia eclesiástica que ha lastrado la imagen de la institución. Has tratado de poner freno a los abusos en las diócesis e incluso en el propio Vaticano donde has cortado los beneficios a muchos clérigos y has promovido la relación entre jerarquía y laicos apoyando un proceso que se ha sintetizado en un vocablo, sinodalidad

Cualquier tiempo pasado fue mejor pensaron algunos líderes de nuestra iglesia y para revertir el proceso en que estabas inmerso se pusieron en tu contra. Organizaron campañas de desprestigio, los que antaño decían que a los papas no se les podía contradecir. Algunos llegaron incluso a declararte hereje lo que me imagino te dolió y por eso me sumo a ese dolor a sabiendas que el peso sobre los hombros de muchos fieles, se te hará más llevadero

Últimamente has abierto una nueva página echando por tierra la política eclesiástica tradicional que consideraba el sexo como algo primordial en nuestra religión. Has sopesado la bondad de los nacimientos numerosos para las mujeres considerando debían estar en relación con sus posibilidades. Pero has dado un paso más allá, que ha irritado a muchos conservadores - a todos aquellos que colocan la medida de la moralidad en las personas con las que se van a la cama - has autorizado a bendecir a las parejas homosexuales. Es una realidad de nuestro tiempo que ayuda a muchas personas a vivir en compañía, en amor mutuo y ternura.

Me asombro por tu capacidad de sacrificio cuando viajas, ya que a nuestra edad nos atrae más el viejo sillón de nuestro cuarto que los aviones, aeropuertos y diferentes horarios. Creo que estás haciendo un cambio radical en la Iglesia y por eso le pido a Dios que te proporcione algunos años más de vida, de existencia lúcida, que te permita ir haciendo los cambios paulatinos que nuestra Iglesia necesita. Una cosa me permito recordarte y es la situación de inferioridad de las mujeres en la Iglesia, en la que faltan Marías Magdalenas.

 

Isabel Gómez Acebo

14.01.2024 Religión Digital