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jueves, 7 de marzo de 2013

¿En manos de quiénes estamos? 15M Ronda

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Es Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), que el martes 12 de febrero de 2013, entró en el Congreso de los Diputados como Pedro por su casa, para explicar la actuación del BCE en la Eurozona. Asistió por invitación del Congreso, cerrado a cal y canto: sin cámaras, ni grabaciones, ni actas. (“Se llama democracia y no lo es”)
El BCE nació en junio de1998, con una única prioridad: “mantener la estabilidad de precios” También, está encargado de la creación monetaria.
La independencia del BCE está recogida en el art. 107 del Tratado de Maastricht: “Ni el BCE ni los Bancos Centrales Nacionales, ni ninguno de los miembros de sus órganos rectores podrán solicitar o aceptar instrucciones de las instituciones u organismos comunitarios, ni de los Gobiernos de los Estados miembros, ni de ningún otro órgano”.
El organismo de control interno de la Unión Europea ha puesto en marcha una investigación sobre el presidente del Banco Central Europeo, pues, éste podría estar sirviendo a los intereses del fórum internacional y económico, Grupo de los 30, según ha dicho el portavoz del Defensor del Pueblo Europeo.
EL BANCO CENTRAL EUROPEO ESTÁ POR ENCIMA DE LOS ESTADOS Y DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Según el grupo de transparencia Draghi mantiene «estrechos vínculos con el “Grupo de los 30” y participa en reuniones a puerta cerrada». Este (G30) tiene todas las características de un grupo de presión de los grandes bancos privados internacionales y el Presidente del Banco Central Europeo no debería poder ser miembro, debido a preocupaciones sobre la independencia del banco», dijo el portavoz del Defensor del Pueblo Europeo.
A estas alturas de la crisis (estafa) ya nos hemos dado cuenta de que las dos personas más poderosas de España son Ángela Merkel y Mario Draghi. La primera tiene en su mano las soluciones políticas, el segundo las soluciones económicas. Las decisiones de estas dos personas tienen implicaciones muy directas sobre nuestras vidas: las decisiones del BCE pueden hacer fracasar o triunfar una iniciativa empresarial, crear o destruir puestos de trabajo, alimentar o desinflar una burbuja crediticia, estos es, estamos hablando de nuestras empresas, empleos o de nuestras hipotecas.
¿Qué ocurre cuando alguien con tanto poder se equivoca? Al BCE se le atribuyen tres errores directamente relacionados con esta crisis (estafa). El primero, mantener durante una década unos tipos de interés que siendo adecuados para estimular las economías francesas y alemanas, eran excesivamente bajos para España y el resto de países del Sur, lo que fomentó la burbuja inmobiliaria cuyo estallido nos ha traído hasta aquí. El segundo y tercero, equivocarse al elevar los tipos de interés en julio de 2008 y abril de 2011, temiendo presiones inflacionistas precisamente cuando la economía europea necesitaba exactamente lo contrario.
Más grave aún es la acusación de haber forzado en agosto de 2011 a los Gobiernos español e italiano a adoptar reformas de gran calado como condición para aliviar la presión de los mercados sobre las primas de riesgo de estos dos países.
“Faciliten el despido, reduzcan los salarios de los funcionarios, privaticen los servicios públicos, descentralicen la negociación colectiva, liberalicen los servicios profesionales, reduzcan las pensiones y disminuyan el tamaño del sector público”, aconseja el BCE en su carta del 5 de agosto de 2011 a Berlusconi y (presumiblemente) a Zapatero. Además, el BCE recomienda que estas medidas se adopten urgentemente por decreto ley en el mes de agosto, obviando así su negociación parlamentaria. Como broche, el BCE afirma considerar “apropiada” una reforma constitucional que refuerce las reglas de control de déficit.
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EN POCAS PALABRAS
15-M RONDA http://www.facebook.com/15MRonda MARZO 2013 Nº 3

La mujer y el papado Carmiña Navia Velasco

Con la renuncia de Benedicto XVI a la jefatura de la iglesia y del Estado Vaticano, se ha desatado la polémica sobre cuáles serían las tareas necesarias del próximo papa. Una de ellas se afirma, sería la admisión de mujeres al sacerdocio femenino… Si queremos hacer balance de las tareas del papado frente a la mujer en una sociedad de igualdad y democracia (ya no evangélica o fraterno/sororal), no es fácil vislumbrar lo que la iglesia católica debería hacer para reparar a las mujeres.
¿Por dónde empezaríamos la historia de la relación entre el papado y las mujeres? ¿La iniciamos cuando Pablo de Tarso silencia el testimonio de las mujeres frente a la resurrección de Jesús? O mejor a finales del segundo siglo de esta era, con las palabras de Tertuliano, padre de la iglesiasobre las mujeres: “¿Y no sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquél a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir”.
Se trata de una historia larga y escabrosa, en la que ha habido persecuciones a mansalva, silenciamientos, sexualidades y amores, amistades y asesoramientos, intrigas palaciegas, luminosas presencias siempre semi-ocultadas. A vuelo de pájaro podemos mirar algunos hechos significativos de esta relación, compleja y larga. Fue precisamente un papa, Gregorio Magno, quien tempranamente en un sermón del año 591, robó para siempre la memoria de María de Magdala, mujer líder del cristianismo primitivo, para convertirla arbitrariamente en una prostituta que llora sus pecados.
Miremos algunos aspectos: Es reconocido el papel de Catalina de Siena en su mediación de reconciliación para lograr que el papado volviera a su sede de Roma luego de varios años de ubicación en Avignon y de enfrentamientos continuos. Igualmente la memoria eclesial reconoce la colaboración entre Hildegarda de Bingen y el papa Eugenio III y su papel trascendental en la polémica con los anti-papas: Víctor IV, Pascual III y Calixto III. Habría muchos más casos que podríamos examinar pero ahora es significativo también, mencionar una colaboración/amistad mucho más reciente de la que todavía los y las mayores tienen recuerdo: la estrecha relación a lo largo de muchísimos años entre Eugenio Pacelli -Pío XII- y la religiosa Pascualina Lehnert, monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen.
En general en los textos de las historias eclesiales estas relaciones de algunas mujeres con la cabeza de la catolicidad suelen desconocerse, prescindiendo de la valoración que de ellas realizaron los protagonistas mismos.
Si nos metemos en el capítulo de las persecuciones es indudable que encontraremos muchas más cosas para decir. El estado Vaticano y la institución eclesial, en cabeza del papa y la mayor parte de las veces bajo su impulso han perseguido a la mujer, marginándola de la orientación eclesial y limitando sus propias posibilidades de autonomía y desarrollo. Podemos empezar mencionando el caso de las beguinas, esas mujeres extraordinarias que revolucionaron la iglesia y la sociedad medievales con su novedosa forma de vivir y desarrollar su propia espiritualidad. Mujeres que fueron autónomas y vivieron su identidad femenina por fuera del matrimonio y del claustro conventual. El papado las persiguió por varios siglos hasta conseguir extinguirlas y lo que es peor casi extirpar su memoria. Clemente V, logró con sus intrigas y presiones que el Concilio de Viena en 1312, condenara esta forma de vida en la iglesia. Previamente la inquisición, bajo la sombra de este mismo papa, quemó por hereje y por Beguina a Margarita Porete en 1310.
Corrieron los siglos, pero esta enemistad no cambió. Llegamos a comienzos del siglo XVII y Mary Ward, una mujer valiente y visionaria, fundadora de las Damas Inglesas fue condenada por Urbano VIII y encarcelada:
El 13 de enero de 1631 Urbano VIII signó y publicó la Bula “Pastoralis Romani Pontificis”, una de las más duras emanadas de la Santa Sede, en donde se hacía sentir la presencia de injustas acusaciones y se daba la orden de supresión del Instituto. La Bula se dirigía contra las mujeres que se habían asociado en una corporación de vida común, habían construido colegios, señalado superiora entre ellas, y elegido para el gobierno general de todas ellas a una que llamaban prepósita general… Además llevaban a cabo trabajos que no eran propios de la pureza virginal…
Por todo ello “haciendo uso de su autoridad”, el Santo Padre venía ” a suprimir del todo aquella corporación”. El 7 de febrero de ese mismo año fue encarcelada en Munich por orden de la Inquisición, por” hereje, cismática y rebelde a la Santa Iglesia”.
(Se puede consultar, página WEB: http://www.irlandesascastilleja.org/paginas/IBVM/MaryWard/VidaMW.htm).
Estas persecuciones no son, ni mucho menos, asuntos del pasado. Continúan plenamente vigentes, como lo podemos ver en la macro-injusticia cometida en la persona de Ludmila Javorova. Ludmila fue ordenada sacerdote católica el 29 de Diciembre de 1970 por el obispo Felix María Davinek, de quien fue vicario general por varios años en la iglesia clandestina de Checoslovaquia. Ejerció su ministerio y por supuesto presidió la celebración de la eucaristía con riesgo para su propia vida. En 1996, Juan Pablo II le prohibió que ejerciera como sacerdote y se le ordenó mantener en secreto su ordenación, el cardenal Ratzinger en el año 2000 expidió un decreto por medio del cual se consideraban sospechosas las ordenaciones realizadas en la clandestinidad bajo el régimen comunista.
¿Qué tendría la iglesia y por ende un nuevo papa pendiente frente a la mujer? Como la mayoría de los teólogos afirman, por supuesto la ordenación sacerdotal de las mujeres. Pero con ello no terminaríamos ni mucho menos esas tareas pendientes, no es ni siquiera a mi juicio, la más urgente. En este terreno de la ordenación de presbíteras, hay ya varias iglesias del tronco cristiano que tienen mujeres sacerdotes, pastoras y obispas. Es también significativo señalar que el movimiento de católicas ordenadas que se inició en Austria -en el Danubio- con la ordenación de siete sacerdotisas, en Julio del 2002, (a quien Juan Pablo II excomulgó), cuenta ya con 150 mujeres sacerdotes del rito católico.
Señalo para terminar algunos aspectos que creo que son urgentes en ese ponerse al día del papado católico con las mujeres:
-Pedir perdón por las injusticias contra nosotras cometidas a lo largo de la historia eclesial, especialmente en el mundo occidental.
-Reconocer y condenar como un pecado grave, como un delito no admisible la violación a las mujeres, a los niños y niñas. Violación muchas veces causante de los abortos que tantas condenas causan en la iglesia. Castigo eclesial serio, contundente y permanente para los violadores, denuncia de estos en las homilías.
-Reconocer la legitimidad de las mujeres para decidir sobre sus embarazos, sobre su sexualidad y su cuerpo, sobre lo que en cada caso y situación concreta su conciencia determine como lo mejor. -Reconocer e impulsar pastoralmente, por tanto, los derechos sexuales y reproductivos de la población femenina.
-Otorgar a la mujer el papel que le corresponde en la orientación pastoral y en los órganos de decisión en todos los niveles de la estructura eclesial (parroquia, diócesis, arquidiócesis, conferencias episcopales, curias, dicasterios…).
-Reconocer el papel histórico insustituible que la mujer ha jugado y juega en el mundo creyente.
Dar voz y autoridad a la mujer en la vida teológica, espiritual y eclesial.
-Y finalmente, lo más importante: Generar un lenguaje litúrgico, cultico y devocional que explicite la feminidad de la Divinidad.
Se trata como podemos imaginar de un largo, larguísimo camino por recorrer. Ojalá que el nuevo papa lo emprenda de una vez por todas.
Cali, Marzo de 2013.
Profesora de literatura en la

Monjas del pasado en Bergara Joxe Arregi, teólogo

“Busca la paz y corre tras ella”, reza el salmo bíblico. ¿Qué otra cosa busca y desea la vida en nosotros, sino la paz? Pero muy a menudo corremos en dirección errada. Y no es por maldad, ni por una decisión libre y cabal. Sucede más bien que aún no somos libres, que somos radicalmente incapaces todavía de secundar nuestro mejor deseo, de seguir el impulso de nuestro ser más profundo, que la confusión envuelve la luz de nuestro espíritu, apenas todavía emergente. Pero no desistamos. Si caes, que caerás, levántate y camina. Y di cada día, con otro bello salmo: “Alma mía, recobra tu calma”. Busca la paz y corre tras ella.
Estas cosas pensaba al mirar la imagen de unas chicas muy jóvenes corriendo juntas, haciendo footing por las calles de Bergara, con sus cerrados velos blancos y sus largos hábitos grises hasta los tobillos. ¿A dónde corrían? Cuando me lo dijeron por primera vez, no lo pude creer. Pero era verdad, y la incredulidad dio paso al asombro, el asombro a la desazón, la desazón a la pena. Y a muchas preguntas que quedan en el aire.
En noviembre del año pasado 2012, 19 chicas jóvenes de diversas nacionalidades, con una media de edad de 25 años, llegaron al antiguo monasterio de las Hermanas Clarisas de Bergara, todavía en ciernes, llamada de las “Hermanas de San Juan y Santo Domingo”, y venían invitadas y patrocinadas por el obispo de la diócesis, José Ignacio Munilla. Han vivido mendigando, ante la mirada atónita del pueblo. Y hablo en pasado, pues la Congregación fue fulminantemente disuelta por el Vaticano a mediados de enero, apenas dos meses después de su llegada, por asuntos internos graves. Es una triste historia aún sin cerrar.
No fue triste que pocos meses antes las Hermanas Clarisas, ya muy pocas y muy mayores, dejaran su monasterio para integrarse en otras comunidades. Vivieron pobremente de su trabajo, quisieron al pueblo y el pueblo las quiso. Clara de Asís, amiga y “plantita” de San Francisco, las fundó en el siglo XIII y quisieron vivir como peregrinas en el mundo anunciando la paz al igual que Jesús, pero el Derecho Canónico de la época las encerró entre muros. Era otro tiempo, otro mundo, otra teología.
No es triste el que la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara se extinga, sino el que muchos estén empeñados en seguir imitando las formas de hace 800 años con hábitos más largos y velos más cerrados. No es triste el que un monasterio quede vacío y se conviertan en espacio aconfesional para cuidar la vida y la paz, sino el que a toda costa se quiera llenarlo con monjas y formas religiosas del pasado. Lo triste es que estas jóvenes se hayan dejado seducir por teologías integristas que asfixian la vida. Lo triste es el desarraigo familiar y cultural al que se les orientó, el desamparo y la incertidumbre en el que quedan ahora. Lo triste es que la institución eclesiástica no esté ofreciendo hoy a Bergara, villa símbolo de la modernidad vasca, ni a la diócesis de Gipuzkoa ni a la sociedad occidental en general estímulos y formas para una nueva espiritualidad, como si solo existieran dos opciones: o religión del Medioevo o muerte de la espiritualidad. El obispo Munilla debe una explicación. E insisto: la cuestión principal no es por qué se van estas monjas ahora disueltas, sino por qué vinieron.
Pero el espíritu y la vida siguen. Brota una nueva espiritualidad sin muros. Conozco una familia en que todas las noches, hacia las diez menos cuarto, la madre con sus hijos de corta edad dejan sus tareas, apagan sus aparatos, se sientan en círculo sobre la alfombra del salón y hacen cinco o diez minutos de silencio y de paz. El sencillo salón del hogar se convierte en un pequeño monasterio lleno de calma y quietud. Luego se abrazan muy juntos, hablan y juegan un poco, y se van a la cama en paz, aunque la paz no siempre sea plena. Pero mañana volverá a amanecer, y anochecerá en paz. Seguirá la vida santa y sagrada sin cánones ni votos, en el claustro abierto del mundo.

¿Una “primavera vaticana”? Hans Küng, teólogo

La primavera árabe sacudió toda una serie de regímenes autoritarios. Ahora que ha dimitido el papa Benedicto XVI, ¿será posible que ocurra algo similar en la Iglesia católica, una primavera vaticana?
Por supuesto, el sistema de la Iglesia católica, más que a Túnez o Egipto, se parece a una monarquía absoluta como Arabia Saudí. En ambos casos, no se han hecho auténticas reformas, sino concesiones sin importancia. En ambos casos, se invoca la tradición para oponerse a la reforma. En Arabia Saudí, la tradición solo se remonta a 200 años atrás; en el caso del papado, a 20 siglos.
Ahora bien, ¿es cierta esa tradición? En realidad, la Iglesia vivió durante un milenio sin un papado de tipo monárquico absolutista como el que conocemos.
Fue a partir del siglo XI cuando una “revolución desde arriba”, la “reforma gregoriana” iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características históricas del sistema de Roma: un papado centralista y absolutista, un clericalismo forzoso y la obligación del celibato para los sacerdotes y otros clérigos seglares.
Los esfuerzos de los concilios reformistas del siglo XV, los reformadores del siglo XVI, la Ilustración francesa en los siglos XVII y XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron éxito solo en parte. Incluso el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, a pesar de abordar muchas preocupaciones de los reformadores y los críticos modernos, se vio obstaculizado por la curia, el órgano rector de la Iglesia, y no logró poner en práctica más que parte de los cambios exigidos.
Hoy, la curia, que también es un producto del siglo XI, sigue siendo el principal obstáculo para cualquier reforma de fondo de la Iglesia católica, cualquier acuerdo ecuménico con las demás iglesias cristianas y religiones mundiales y cualquier actitud crítica y constructiva frente al mundo moderno.
No podemos engañarnos con las grandes masas. Detrás de la fachada, la casa está viniéndose abajo
Con los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se ha producido un fatal regreso a los viejos hábitos monárquicos de la Iglesia.
En 2005, en una de sus escasas muestras de audacia, Benedicto mantuvo una amigable conversación de cuatro horas conmigo en su residencia de verano, en Castelgandolfo, cerca de Roma. Yo había sido colega suyo en la Universidad de Tubinga y también su crítico más feroz. Durante 22 años, después de que criticara la infalibilidad del Papa y me retirasen la autorización eclesiástica para dar clase, no habíamos tenido el menor contacto privado.
Antes del encuentro, decidimos dejar de lado nuestras diferencias y hablar de temas sobre los que podíamos estar de acuerdo: la relación positiva entre la fe cristiana y la ciencia, el diálogo entre religiones y civilizaciones y el consenso ético entre fes e ideologías.
Para mí, y para todo el mundo católico, la entrevista fue una señal de esperanza. Pero, por desgracia, el pontificado de Benedicto estuvo marcado por crisis y malas decisiones. Logró irritar a las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de Latinoamérica, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los católicos partidarios de las reformas.
Los mayores escándalos de su papado son conocidos: para empezar, el hecho de que Benedicto reconociera a la archiconservadora Sociedad de San Pío X del arzobispo Marcel Lefebvre, que se opone de manera rotunda al Concilio Vaticano II, y a un personaje que niega el Holocausto, el obispo Richard Williamson.
Luego estuvo la inmensa ola de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes, que el Papa ayudó en gran parte a encubrir cuando era el cardenal Joseph Ratzinger. Y después el caso Vatileaks, que reveló un espantoso número de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la curia, y que parece ser una de las principales razones por las que Benedicto ha decidido abandonar.
Esta primera dimisión de un papa en casi 700 años deja al descubierto la crisis fundamental que se cierne sobre una Iglesia anquilosada. Y ahora, todo el mundo se pregunta: ¿Será posible que el próximo Papa, a pesar de todo, inaugure una nueva primavera para la Iglesia católica? No se pueden ignorar las desesperadas necesidades de la Iglesia. Existe una desastrosa escasez de sacerdotes, en Europa, Latinoamérica y África. Son muchísimas las personas que han dejado la Iglesia o han emprendido una “emigración interna”, sobre todo en los países industrializados. Ha habido una inequívoca pérdida de respeto hacia obispos y sacerdotes, el distanciamiento, en particular, de las mujeres jóvenes, y la incapacidad de incorporar a los jóvenes a la Iglesia.
No debemos dejarnos engañar por el poder mediático de los grandes acontecimientos papales de masas ni por los aplausos enloquecidos de los grupos juveniles católicos. Detrás de la fachada, la casa está viniéndose abajo.
Una encuesta muestra que el 85% de los católicos son partidarios de dejar que los curas se casen
En esta dramática situación, la Iglesia necesita un Papa que no viva desde el punto de vista intelectual en la Edad Media, que no defienda ningún tipo de teología, liturgia ni constitución eclesiástica propias de la época medieval. Necesita un Papa abierto a las preocupaciones de la reforma, a la modernidad. Un Papa que defienda la libertad de la Iglesia en el mundo no solo mediante sermones sino luchando con hechos y palabras por la libertad y los derechos humanos dentro de la Iglesia, por los teólogos, por las mujeres, por todos los católicos que desean decir la verdad abiertamente. Un Papa que no siga obligando a los obispos a obedecer una línea oficial reaccionaria, que ponga en práctica una democracia apropiada dentro de la Iglesia, construida según el modelo del cristianismo primitivo. Un Papa que no se deje influir por ningún otro “Papa en la sombra” del Vaticano como Benedicto y sus leales seguidores.
La procedencia del nuevo Papa no debería ser un factor crucial. El Colegio Cardenalicio debe elegir al mejor, sin más. Por desgracia, desde la época del papa Juan Pablo II, se emplea un cuestionario para hacer que todos los obispos sigan la doctrina oficial de Roma en los asuntos polémicos, un proceso sellado por el voto de obediencia incondicional al Papa. Por eso, hasta ahora, no ha habido disidentes públicos entre los obispos.
Sin embargo, la jerarquía católica ha recibido advertencias sobre la brecha existente entre ella y los seglares en asuntos importantes relacionados con posibles reformas. Una encuesta reciente en Alemania muestra que el 85% de los católicos son partidarios de dejar que los curas se casen, el 79%, de que los divorciados puedan volver a casarse por la Iglesia, y el 75%, de que las mujeres puedan ordenarse. Probablemente, las cifras serían similares en muchos otros países.
¿Será posible que tengamos un cardenal o un obispo que no esté dispuesto a seguir por la misma senda trillada de siempre? ¿Alguien que sepa lo profunda que es la crisis de la Iglesia y conozca vías para salir de ella?
Estas preguntas deben discutirse abiertamente, antes del cónclave y durante él, sin que nadie amordace a los cardenales, como se hizo en 2005 para que se atuvieran a las directrices.
Soy el último teólogo en activo de los que participó en el Concilio Vaticano II (junto con Benedicto) y, como tal, me pregunto si no será posible que haya al comienzo del cónclave, igual que hubo al comienzo del Concilio, un grupo de cardenales valientes que se enfrenten a los miembros más inflexibles de la jerarquía católica y exijan un candidato dispuesto a aventurarse en nuevas direcciones. ¿Tal vez a través de un nuevo concilio reformista o, mejor aún, una asamblea representativa de obispos, sacerdotes y seglares?
Si el próximo cónclave elige a un Papa que vuelva a lo de siempre, la Iglesia nunca experimentará una nueva primavera, sino que caerá en una edad de hielo y correrá el peligro de encogerse hasta convertirse en una secta cada vez más irrelevante.
Hans Küng es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga y autor del libro de próxima publicación ¿Puede salvarse la Iglesia?
Traducción del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia.
©2013 The New York Times. Distribuido por The New York Times Syndicate.