FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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jueves, 2 de mayo de 2013

Iglesia denuncia que no se indaga matanza en la selva Óscar Reyes

El manifiesto final de la Iglesia Católica que trabaja en la Amazonía es contundente: “Queremos respeto por la vida de los pueblos amazónicos, contactados o no contactados”.
El documento tiene dos páginas y siete artículos, en donde se resume el pensamiento social de la Iglesia del Ecuador. Este fue un trabajo desarrollado por tres días durante el Encuentro de la Red Eclesial Amazónica, que entre el lunes y ayer reunió a 146 católicos de 12 países en Puyo, Pastaza.
La reunión se caracterizó por la fraternidad, la reflexión y la intención de fortalecer la red eclesial en defensa de la Amazonía. Ayer, en el Centro Pastoral Intipungo, el obispo de Riobamba y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (Cáritas Ecuador), monseñor Julio Parrilla, indicó que la voracidad de grupos, transnacionales y gobiernos inescrupulosos amenazan la naturaleza. Esto en el marco del encuentro de misioneros que se realiza desde el lunes en la capital de Pastaza. En la conversación con los medios de comunicación, el prelado enfatizó que “muchos todavía piensan que existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de una manipulación salvaje de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos”, pero que eso es totalmente falso.
Agregó que estos planteamientos “no tienen su origen en la ciencia o en la tecnología, sino en una ideología tecnócrata al servicio de los intereses del mercado”. Sobre los sucesos de ataque contra pueblos no contactados, monseñor Jesús Sádaba, obispo del Vicariato de Aguarico, manifestó su preocupación de que las autoridades no hagan nada por aclarar los hechos producidos en la comunidad de Yarentaro, donde fueron masacrados más de 20 taromenane. Este hecho ocurrió el 29 de marzo. “Cómo es posible que recién la Fiscalía abra un expediente sobre este caso que ocurrió hace más de un mes y donde están raptadas dos niñas”, dijo. En cambio, el padre capuchino José Miguel Goldaraz, señaló su indignación de que las investigaciones por parte de la Fiscalía no den resultados.
“Si es verdad que les están lanzando comida (a los pueblos no contactados) desde aviones, eso es un genocidio”. En el comunicado final del encuentro eclesial en Puyo, la Iglesia en la Amazonía dijo: “Pedimos que se detenga este desangre en la selva, ocasionado por presiones de todo tipo y por poderosos intereses para los cuales los pueblos desprotegidos son meros obstáculos para el mal llamado desarrollo”. Agregó que el papa Francisco pidió a proteger la creación. Para Mauricio López, miembro de la Pastoral Cáritas Ecuador, el impulso que viene de Roma es importante para solucionar los problemas de la Amazonía. “Acogemos la invitación del papa Francisco “a ser custodios de la naturaleza y de sus criaturas”, y hacemos un llamado urgente a buscar caminos de convivencia pacífica entre todos los pueblos y habitantes de la Amazonía. (…) Los pueblos desprotegidos son meros obstáculos para el mal llamado desarrollo”.
Zona extensa y frágil La Amazonía ecuatoriana es el 2% del total del continente. Allí vive un total de nueve nacionalidades indígenas. El 10 de mayo del 2006  la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) otorgó medidas cautelares a favor de los pueblos indígenas Tagaeri y Taromenane que habitan en la selva amazónica ecuatoriana situada en la zona fronteriza con el Perú, y se encuentran en una situación de aislamiento voluntario u “ocultos”.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/pais/Huaorani-taromenane-Iglesia-denuncia-indaga-matanza-selva_0_907709317.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com

Una sociedad enferma Jaime Richart

Enviado a la página web de Redes Cristianas
El número de ciudadanos y ciudadanas sin trabajo en España al día de hoy es de 6.202.700.
Los tribunales españoles investigan actualmente un total de 1.661 casos de corrupción política y financiera. A los que se suman miles de políticos afanadores del dinero público que no son investigados por falta de valentía o de pruebas.
Tres millones de viviendas vacías, el mismo número de los que viven ya en la pobreza o dependiendo de sus mayores, completan un dramatismo estúpido si no fuera por tanta y tan trágica consecuencia.
Un tropel de banqueros, directivos y empresarios sin escrúpulos, amén de parientes del monarca y el propio monarca, cierran el círculo donde se ubica una sociedad que parece agonizar.
Y al frente de todo, un gobierno cuyas aptitudes más resonantes son mentir, hacer sin vergüenza y por norma lo contrario de lo que dijo y dice que va a hacer, tratar de invalidar los procesos penales en curso contra los miembros del partido y culpar a los demás de su propia incompetencia y sus rapiñas.
Todo causa y efecto de una sociedad enferma (sus políticos y economistas). Una sociedad que basa su desenvolvimiento y bienestar en el consumo, en la deuda, en el despojo y en el abuso continuado del fuerte sobre el débil en lugar de obsesionarse (sus políticos y economistas) por satisfacer los derechos fundamentales individuales y sociales, es una sociedad enferma.
Y todo esto sucede donde, tras una década de embriaguez social propiciada por los dueños del país después de cuarenta años sombríos de opresión política y religiosa, se están haciendo las tinieblas…
Y una sociedad enferma de semejante enfermedad, lo que precisa no es políticos. Lo que necesita son filósofos, sociólogos, psiquiatras y economistas que no piensen en clave de capitalismo industrial o de casino; ejecutivos que lo despejen todo y lo corrijan todo desde planteamientos marxistas.
Porque sólo los países de socialismo real que, según los necios y los aprovechados antisociales sólo reparten pobreza, y los filósofos que vivimos en una sociedad enferma como la española sabemos cuánta artimaña hay en los asuntos de la Deuda y el consumo causantes de tanto desempleo, tanta gente sin techo y tanta desgracia; cuánto engaño hay en los derechos y las libertades formales, y qué es verdadero bienestar. Por encima de todo: que el dinero no se come….
Hay que agotar todos los esfuerzos antes de quejarse. Pero en otro caso, si una sociedad enferma como la española no está dispuesta a cambiar al otro sistema político, económico y social existente o inventarse uno nuevo, debe saber que su enfermedad sólo puede remediarse ya con estoicismo. Pues consumo, Deuda y enriquecimiento como objetivos (aparte saqueo institucional como método), en estos tiempos de agotamiento de los recursos naturales son montañas infranqueables que impiden esperar un bienestar colectivo duradero. Sólo queda sitio para la gangrena del depredador: políticos, banqueros y financieros…

De Marx a Marx José Ignacio González Faus, teólogo

Entre los ocho cardenales nombrados por el obispo de Roma para la reforma de la curia, hay un tal Marx… Si quieres saber algo de él aquí va. Ironías de la historia: en Trier nació hace dos siglos el ateo K. Marx, autor de El Capital. Y de Trier salió dos siglos después, un obispo católico llamado también R. Marx, que se había manifestado públicamente contra la guerra de Irak y que ahora es cardenal en Munich. Este nuevo Marx acaba de publicar otro “El Capital”, con un expresivo subtítulo: “Un alegato a favor de la humanidad”.
El obispo no manifiesta demasiada simpatía hacia su presunto tatarabuelo ateo. Pero tiene suficiente sentido del humor como para abrir el libro con una carta a su antepasado nominal, donde reconoce que, tras haber renegado de él, se pregunta ahora “si no fue algo prematuro darle por definitivamente liquidado a Ud. y a sus teorías económicas cuando el Occidente capitalista la ganó la batalla al Oriente comunista” (p. 18); y si no tendría Ud. razón “cuando predijo hace ciento cincuenta años que estábamos abocados a que todos los pueblos quedaran entrelazados en la red del mercado mundial” del que se beneficia casi exclusivamente el capital (22).
Y cuando proclamó otra serie de cosas, las cuales me parece que confluyen en dos puntos: a) también en economía, mi libertad termina donde comienza la libertad del otro. Y b) hoy nos dominan dos imperativos al margen de toda moral y de toda humanidad: el imperativo tecnológico (aquello que se puede hacer hay que hacerlo), y el imperativo económico: “cuando algo produce beneficios hay que hacerlo”.
Un ejemplo de este último: Zambia debía a Rumania 3 millones de dólares para una compra de maquinaria agrícola. Un “buitre” norteamericano (Michael Sheehan) compró los derechos de esa deuda veinte años después, al irrisorio precio de 3 millones. Como Zambia se demoraba en el pago, acudió a los tribunales y el juez condenó a todo el país africano a pagarle 17 millones. “Cuando un reportero de la BBC le preguntó si no sentía remordimientos por hace negocio con la miseria de los más pobres, Sheehan contestó sin inmutarse: ‘no es culpa mía. Yo lo único que he hecho ha sido una inversión’” (139).
El libro se alinea con Amartia Sen, con O. Nell-Breuning, la ”economía social de mercado”, y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que el obispo Marx sintetiza así: “la solidaridad y la subsidiariedad son principios fundamentales de configuración de la sociedad” (p. 180). No llega a plantearse si esa DSI es inaplicable en nuestro sistema y, por tanto: o hay que cambiar el sistema o la DSI no vale para nada. Pero está cerca de reconocerlo cuando afirma que considerar al trabajo como una mercancía más, “sometida a las leyes supuestamente inquebrantables del mercado”, es incompatible con la DSI (p. 123). Y nuestro sistema no sería el mismo sin esa concepción del trabajo como mercancía sometida a las leyes del mercado.
Un rasgo positivo para el lector europeo es que estructura toda la lucha por la justicia en torno a la idea de libertad, mucho más audible en nuestro mundo que la de justicia. Pero leamos lo que significa libertad: “no conozco ningún ejemplo histórico en que una economía libre de mercado, sin una cierta intervención y regulación por parte del Estado, haya sido beneficiosa en algún lugar del mundo para los pobres” (83). O: “cuando el estado interviene… para asistir a la parte más débil, lejos de menoscabar la libertad lo que hace es abrir más espacios a la libertad” (82). Y esas intervenciones incluyen, como mínimo, ”redistribución de la renta, crecimiento económico sostenido, lucha contra el desempleo y protección del medio ambiente” (95).
Aleccionador es el capítulo 6 que narra toda la crisis del 29, dejando al lector boquiabierto al ver cómo se repite la historia y qué poco aprendemos los hombres. Aquella crisis comenzó con una burbuja (no de vivienda sino de acciones), negada como tal por los gurus económicos de la época. Se comenzaron a aplicar las mismas políticas que hoy, con resultados igual de calamitosos: en el inglés norteamericano apareció la palabra “hoovervilles” que aludía al presidente Hoover (como si hoy dijéramos Rajoyburbios), para designar los barrios creados por el aluvión de miseria. Hasta que Roosevelt propuso el famoso “New Deal”, ganó con él las elecciones en 1932 y, aun con errores, comenzaron a arreglarse las cosas…
Hoy necesitamos otro “new deal” a escala mundial; oigámosle: los políticos que “optan por dar prioridad a los intereses nacionales por muy ‘comprensibles’ que sean, parten de una base artificial y falsa” (264). Porque la crisis actual puede no ser tan grave como la del 29, pero “la cuestión social” es hoy más grave que nunca: pues ya no se trata de diferencias (unos están arriba y otros abajo), sino de exclusión: unos están dentro y otros están fuera (111).
El obispo Marx fustiga al FMI por no conocer, ni antes ni ahora, más políticas que las que agravan los problemas sociales (269). Denuncia a “muchas facultades de ciencias económicas donde los estudiantes sólo aprenden a realizar complicados cálculos econométricos”, sin aprender conocimientos fundamentales (292). Y concluye: “el fantasma de Karl Marx saldrá de la tumba para perseguirnos” (299), si no somos capaces de responder al desafío del momento, que reclama -como mínimo- acabar tanto con el desempleo de la UE, como con el empleo indigno de USA (193).
Personalmente, me siento un poquito más a la izquierda que este nuevo Marx, porque mi visión del hombre no prima el aspecto individual sobre el social, sino que equipara a ambos en la línea de Francisco de Vitoria (para quien “el hombres es más de la república que sí mismo”) y de E. Mounier (para quien persona y comunidad no crecen en orden inverso, sino directo: a más personalismo más comunidad). Pero si la Iglesia tuviera hoy una larga serie de prelados como éste, en lugar de esa especie de “tea party episcopal” que parece buscar la curia romana, daría al mundo un rostro mucho más creíble del Evangelio. Así que esperemos una buena reforma, que alcance también al IOR.

Pan y vino en memoria de Jesús José Arregi, teólogo

Déjame que te hable de la misa. No, déjame que te hable de algo más simple, de la simple comida. Y déjame decirte que cada vez que comes y bebes, comulgas con el otro, con la Tierra, con todo el Universo. Y que cada bocado que masticas y cada gota que sorbes es un gesto sagrado: comulgas con el Todo o el Ser o la Vida. Comulgas con la gran Comunión o el Misterio de Dios. Vivir es convivir. Ser es interser.
Eso es cada comida, y la misa no es otra cosa. La misa no es nada más, porque no puede haber nada más grande que una simple comida. Lo simple es lo pleno. Lo ordinario y natural es lo más sagrado. Cada vez que comes, hazlo con profunda gratitud y veneración a lo que comes, y compasión por los que no pueden comer.
Así comía Jesús de Nazaret. Su religión es la religión de la comida, aunque la verdad es que él no fundó ninguna religión, e incluso rompió con su propia religión en todo aquello que impedía comer a todos con todos, que imponía ayunos, declaraba impuros algunos alimentos y prohibía compartir la mesa con los llamados pecadores, que casi siempre eran los pobres. Alguien ha escrito no sin razón que a Jesús le mataron por su modo de comer; es que al comer anulaba las fronteras entre los santos y los pecadores, lo puro y lo impuro, lo sagrado y lo profano. Algo intolerable. Los dirigentes religiosos y la gente de bien le llamó “comilón y borracho, amigo de pecadores”.
Jesús soñaba y anunciaba otro mundo necesario y posible, y lo llamaba “reino de Dios”. Y, para explicar cómo iba a ser ese otro mundo en este mundo, no se le ocurrió cosa mejor que organizar una alegre comida en el campo: cada uno llevó y compartió lo poco que tenía y todos se saciaron y aun sobró mucho.
Él pensaba que el “reino de Dios” o el mundo nuevo en este mundo –una gran mesa con abundante pan y sin ningún excluido– era algo inminente. Pero las autoridades religiosas y políticas no estaban por la labor, y el proyecto de Jesús fracasó. Pero Jesús no dejó de esperar contra toda esperanza. Y al presentir lo peor, siguió soñando en lo mejor y organizó con sus amigas y amigos más cercanos una cena de despedida y esperanza, y al partir el pan y pasarles el vino les dijo: “Recordadme en el pan y el vino. Y cada vez que comáis y bebáis juntos, reavivad la esperanza del mundo nuevo, y construid el mundo que esperáis. Cada vez que lo hagáis, yo resucitaré, vosotros os transfiguraréis y el mundo se transformará en Comunión”.
Así hicieron sus seguidores después de que el maestro fuera crucificado como un malhechor. El primer día de la semana, que luego se llamó domingo o “día del Señor”, se reunían en las casas, oraban juntos, recordaban el mensaje de Jesús, comían pan, bebían vino, resucitaba la Vida. Y a eso llamaban “cena del Señor” o “fracción del pan”. Todo era muy simple, y no hacía falta sacerdote ni consagración.
Siglos después, todo se fue complicando. La casa se convirtió en templo, la comida en “sacrificio”, la mesa en altar, la gracia en obligación. E instituyeron sacerdotes para presidir y hacer la consagración del pan y del vino, como si éstos no fueran sagrados de por sí. Y lo llamaron “misa”, pero esto no estuvo mal, pues “misa” significa misión. “Ite missa est”, se decía al final: “Id en paz. Es la hora de la misión”.
Es hora de que volvamos a lo más sencillo y pleno, más allá de cánones y rúbricas y presidencias sacerdotales que nada tienen que ver con Jesús. Basta que nos reunamos dos o más en una casa cualquiera o en cualquier ermita libre, para recordar a Jesús, compartir la palabra, tomar pan y vino, resucitar la esperanza, mientras los pájaros cantan. Si te sientes triste, Jesús te consuela. Si te sientes alegre, Jesús es tu alegre comensal. Y no importa que el pan sea de trigo, de maíz o de centeno, ni si el vino es de uva, de cebada o de arroz. Lo que importa es que sea fruto de la tierra y del trabajo, sacramento de la vida y del mundo nuevo. Ésa es la misa verdadera, la verdadera misión.