FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 11 de septiembre de 2013

La felicidad cotiza a la baja en España


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Tal vez los especialistas de la ONU no conozcan la letra de la mítica canción de Palito Ortega (‘la felicidad… ah, ah, ah, ah’), pero sí son conscientes de la importancia de una ciudadanía feliz y así se lo acaban de recordar a las autoridades mundiales en un extenso informe que subraya el valor de la felicidad como ingrediente clave del progreso.
elmundo.es
La gente feliz es más longeva, más productiva y más cívica. Ése es el principal mensaje del ‘Informe Mundial de la Felicidad 2013′ que acaba de dar a conocer la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y que no pretende ser un mero ranking de países dichosos -una clasificación en la que, por cierto, España figura en el puesto 38, de un total de 156, aunque con una importante pérdida de felicidad-.
El documento, liderado por John Helliwell, de la Universidad de British Columbia (y avalado por el secretario general, Ban Ki-moon), subraya la importancia de la felicidad como un componente clave en el desarrollo social y económico; y recuerda que el bienestar de los ciudadanos puede ser vital para el progreso de las naciones.
Por eso, más allá de la clasificación de países felices (que encabezan Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda y Suecia), el informe de más de 150 páginas analiza el impacto de factores como el PIB, las expectativas de vida, tener pareja, la corrupción política, la libertad o la generosidad en la felicidad individual (“la gente en la calle parece más buena…”, que diría la canción).
Los PIGS, más infelices

Pero además de la foto fija, el documento de Naciones Unidas analiza la oscilación de los niveles de felicidad en el tiempo y advierte de que 41 países son más tristes ahora que hace cinco años. Entre ellos, han adivinado, España (a la que se suman otros siete países europeos, como Grecia, Portugal e Italia; pero también algunas regiones del norte de África y Oriente Medio agitadas por la inestabilidad política).
El nuestro es uno de los estados en los que los niveles de felicidad más han descendido en 2010-2012 con respecto a una encuesta similar llevada a cabo en 2005-2007. Otros 29 países se mantienen estables y 60 naciones han mejorado su dicha (con algunas regiones Subsaharianas y Sudamericanas entre las que más han mejorado).
Que España sea hoy un poco menos feliz no es casual y los analistas evalúan en particular la situación que compartimos con griegos, portugueses e italianos. “Los ciudadanos de estas cuatro naciones, las más golpeadas por la crisis en la Eurozona, perciben que han perdido libertad para tomar decisiones clave en sus vidas”, puede leerse en el documento. “La crisis ha limitado sus oportunidades y se percibe un aumento de la corrupción en la política y los negocios; y un descenso de apoyo social y generosidad”, añade.
El trabajo también destaca el elevado porcentaje de pacientes en tratamiento por problemas de ansiedad y abuso de sustancias en nuestro país en el capítulo dedicado a la importancia de la salud mental como un ingrediente más de la felicidad individual. “Incluso en los países desarrollados, un tercio de los pacientes con enfermedades mentales no recibe tratamiento”, denuncia el informe. “Existen tratamientos asequibles y eficaces para la depresión y la ansiedad y si estuviesen disponibles [para quienes los necesitan], el mundo sería un lugar más feliz”.
Precisamente el documento concluye que el mundo puede presumir hoy de mayores niveles de felicidad que hace cinco años, gracias en parte al empuje de algunos países caribeños, asiáticos y latinoamericanos. Sin embargo, “la crisis económica y el gran aumento del desempleo” han hecho que España y sus vecinos del sur de Europa hayan perdido, al menos en parte, su sonrisa.

Su silencioso plan para liquidar España

La silenciosa liquidación que realiza el Gobierno de la cuarta parte del patrimonio del Estado.
Se anunció de forma discreta y está pasando desapercibido para casi todo el mundo. El Gobierno está vendiendo buena parte del ‘joyero de la abuela’ que ha heredado para apuntalar las deficitarias cuentas del Estado, que intentan contener un déficit que sigue siendo desmesurado.
Para hacer frente a sus dificultades financieras persistentes, el Gobierno está llevando a cabo la venta de cerca de la cuarta parte de su patrimonio público, unos 15.000 bienes de todo tipo: desde grandes edificios a fincas de gran valor ecológico, tal y como ha recordado el diario francés Le Monde.
Este Plan que el Gobierno califica como “ambicioso” ya ha empezado, aunque pocos lo dirían. Se llevará a cabo en los ejercicios 2013, 2014 y 2015.
Entre los activos públicos a liquidar, que abarcan desde edificios emblemáticos de las más bellas calles de Madrid a terrenos no urbanizables junto a autopistas y vías ferroviarias, aparecen viviendas (1.869, más 6.906 del Ministerio de Defensa), oficinas (126), solares (382), locales comerciales (805), fincas rústicas (4.832), edificios industriales (19), garajes y trasteros (16), inmuebles asistenciales (6) y edificios singulares (98).
La gestión de estos inmuebles está repartida por varios ministerios, por lo que los centros encargados de venderlos dependen de Hacienda, Defensa, Fomento, Interior, Trabajo o Agricultura. Una de las joyas de este gran mercadillo público de más de 15.000 propiedades es el edificio de la sede de la CNMV en el Paseo de la Castellana de Madrid y otra es el fabuloso dominio de la Almoraima, en Andalucía.
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La propiedad es una pequeña joya, única en Europa. Cubre más de 14.000 hectáreas – se trata de una de las grandes latifundios que aún existen en el Viejo Continente – y aproximadamente el 90% pertenece al parque natural de Los Alcornocales, uno de los ejemplos más espectaculares del bosque mediterráneo primario. Se extiende desde la punta de Tarifa, en la costa sur, hasta la Sierra de Grazalema, a unos cien kilómetros al norte, 170.000 hectáreas del parque que también cuenta con la mayor formación de alcornoques en la Península Ibérica.
La liquidación del patrimonio inmobiliario del Estado ya comenzó en 2012 cuando el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, encargó vender 100 edificios del centro de Madrid con el objetivo de ingresar 2.000 millones de euros por aquellos inmuebles que estuvieran en desuso. Poco se conoce del resultado de esas gestiones, pero tal y como está el mercado inmobiliario de edificios singulares y de oficinas, poco se habrá podido avanzar.
España no es el único país que recurre a vender las joyas de la Corona. Francois Hollande busca también dinero donde puede y para ello está vendiendo las más diversas joyas del patrimonio inmobiliario francés, evaluado en unos 110.000 millones de euros.
También se alquilan inmuebles que por su carga histórica no son vendibles. Es el caso del antiguo palacio de Versalles, que presta sus salas a los grandes productores de Hollywood que desean filmar escenas singulares. Otro tanto ocurre con edificios anexos al Louvre y varios palacios nacionales.
La venta de estos inmuebles de la más diversa naturaleza permitirá conseguir, este año, unos 530 millones de euros, destinados a aliviar las necesidades de tesorería de un Estado con un déficit mucho más moderado que el español pero que ha obligado a su gobierno a pedir una prórroga a Bruselas pasa poder cumplir con el pacto de Estabilidad.

La economía, el capitalismo y la guerra Juan Torres López, catedrático de economía aplicada

“No podemos construir un automóvil decente, ni un televisor… ya no tenemos siderúrgicas, no podemos otorgar servicios de salud a nuestros ancianos, pero eso sí, podemos bombardear tu país hasta hacerlo mierda, especialmente si tu país está lleno de morenos…”. George Carlin
Mucha gente identifica el capitalismo con la existencia de los mercados e incluso de las empresas pero eso es un grave error. Ambos existieron desde mucho antes que el capitalismo y seguirán existiendo cuando desaparezca, aunque sí es cierto que en cada sistema económico funcionan con características y funciones diversas.
El rasgo distintivo del capitalismo es que, primero, incorporó a la órbita del mercado recursos que antes se utilizaban fuera de él, como el tiempo de trabajo y la tierra. Antes se podía comprar o vender a las personas pero no se adquiría su fuerza de trabajo a cambio de un salario y la tierra se conquistaba o transmitía pero no se intercambiaba en mercados como se hace en el capitalismo. Ese hecho, y el que más adelante se hayan mercantilizado incluso hasta las expresiones más íntimas de la vida humana y social, hacen que el capitalismo se distinga no por haber creado, como a veces se cree erróneamente, la economía de mercado, sino la sociedad de mercado. Y, por tanto, someter la vida social en su conjunto al afán de lucro.
La utilización del trabajo asalariado y de grandes volúmenes de capital (físico y dinerario) en el seno de las empresas permite multiplicar la capacidad de producción y generar una gran acumulación que ha derivado, justo es decirlo, en un progreso innegable. Pero, al mismo tiempo, crea fuertes contradicciones y problemas sociales muy graves.
Aunque pueda parecer un simple juego de palabras lo que ocurre en el capitalismo es que para poder obtener beneficios hay que obtener cada vez más beneficios, lo que lleva a producir sin cesar y a hacerlo con cada vez menos coste. Solo con que no crezca la inversión, incluso aunque no caiga, no solo se estancan los ingresos y los beneficios sino que se reducen multiplicadamente.
Pero para obtener cada vez más beneficios produciendo sin parar es preciso reducir al máximo el coste salarial. Eso provoca muy a menudo la falta de sintonía entre el precio que se querría pagar por el trabajo y la posibilidad de vender todo lo que se pone a la venta. Si los capitalistas fuesen tan numerosos como para comprar la totalidad de lo que producen se podría pagar una miseria a los trabajadores, pero si éstos son los que compran la mayor parte de la producción, como en realidad ocurre, resulta que a medida que se les paga menos es menor la capacidad global de la economía para comprar la producción. Eso quiere decir que, lo quieran o no, cuando los capitalistas se ahorran salario puede ser que alguno gane individualmente más pero que, a nivel general, lo que provocan es que se agote la capacidad general de absorber la producción que entre todos generan. Y de ahí vienen la mayor parte de las crisis que de forma recurrente se vienen produciendo desde que el capitalismo existe.
Para evitar eso los capitalistas tienen que recurrir a diversos remedios (que no voy a comentar aquí) y uno de ellos es lograr que su producción se adquiera por quien no depende del salario para poder comprar, concretamente por el sector público. Es otra paradoja más del capitalismo: los capitalistas rechazan la actividad del Estado pero solo cuando favorece a otros porque constantemente reclaman al sector público que adquiera la mayor parte posible de su producción o que salve a las empresas cuando su estrategia de ahorrar salario produce una crisis.
Una de esas vías es el gasto militar. Prácticamente todas las grandes empresas mundiales sin excepción tienen una buena parte de su actividad dedicada a suministrar bienes o servicios al Estado y más concretamente a sus ejércitos. Es una forma muy rentable y no dependiente de los salarios de realizar su producción. Y no importa que la producción militar a veces simplemente se vaya almacenando o que destruya recursos cuando se utiliza, porque en el capitalismo la producción no se lleva a cabo en función de que sea más o menos útil lo que se produce, sino de que proporcione beneficios.
Es por eso que se alienta el crecimiento continuado del gasto militar, aunque ya sea tan alto (1,33 billones de euros en 2012) que hasta resulta claramente innecesario, pues con muchísimo menos de esa cantidad sería suficiente para destruir varias veces a todo el planeta. Un gasto tan elevado, irracional y desproporcionado (o mejor dicho, un negocio tan redondo) que solo se puede justificar si se generaliza la idea y se convence a la población de que vivimos en permanente peligro y de que hay múltiples enemigos a punto de atacarnos, cuando en realidad lo que hay de por medio no es otra cosa que el deseo incontrolado de ganar cada vez más dinero de las grandes empresas multinacionales.
Todos sabemos que la inmensa mayoría de los conflictos bélicos que se han producido en la historia de la humanidad se han debido a motivos económicos y también ahora ocurre así. Las últimas guerras de Irak o Afganistan o las que a menor escala se desarrollan en otros lugares del mundo tienen su origen, cada vez con menos disimulo, en intereses económicos. Pero, además de eso, lo que ocurre en el capitalismo es que la guerra y el gasto militar no solo sirven a intereses económicos sino que se han convertido en un interés económico en sí mismos.
En el capitalismo, la guerra no es solo un modo de producir satisfacción y dar poder a quien la gana, como siempre, sino que también se recurre a ella para resolver los problemas que producen el afán de lucro que le es consustancial y las contradicciones que se derivan del intento continuado de reducir el salario.
La conclusión es evidente. Aunque para saber qué hay detrás y el por qué de las guerras siempre ha habido que descubrir con nombres y apellidos a quienes se benefician de ella, hoy día también es necesario entender cómo funciona una economía que solo busca el beneficio privado de una parte de la sociedad a costa de los ingresos de los demás. Y la predicción subsiguiente es igual de obvia: mientras que ésto último se produzca, mientras perviva el capitalismo y la estrategia económica dominante sea ahorrarse salarios, no dejarán de sonar los tambores de guerra ni se acabarán de contar los muertos que produce.
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Publicado en Público.es el 5 de septiembre de 2013

El Papa ofrece los conventos cerrados a la acogida de los inmigrantes Jesús Bastante

“¿Para qué sirven cerrados? Los refugiados son la carne de Cristo”
Francisco visitó la Fundación Centro Astalli, y rindió homenaje a la figura de Pedro Arrupe
El Papa volvió a Lampedusa. O, mejor dicho, Lampedusa volvió al Papa. Francisco volvió a emocionarse este mediodía durante su visita a la Fundación Centro Astalli, donde se encontró con medio millar de refugiados, a los que ofreció los conventos vacíos.
“¿Para qué sirven los conventos cerrados? Los conventos deben servir la carne de Cristo, y los refugiados son la carne de Cristo”, proclamó el Papa, que entró en el centro -gestionado por el Servicio Jesuita para Refugiados, y fundado por el padre Pedro Arrupe, junto a la iglesia del Gesú, donde se encuentra su tumba- a la hora de comer. Allí llevó a cabo una bendición compuesta por el actual prepósito general, Adolfo Nicolás.
“Muchos de ustedes -agregó el Papa- son musulmanes o de otras religiones; provienen de diferentes países, de diferentes situaciones. Somos diferentes: no debemos tener miedos de las diferencias. La hermandad nos hace descubrir una riqueza, un regalo para todo el mundo. Vivamos la fraternidad”.
“Es un deber cristiano tratar al hermano que llega con atención, atraerlos de la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, como Jesús se inclina para lavar los pies de los apóstoles”, continuó el pontífice, quien insistió en que “cada refugiado aporta una riqueza humana y religiosa, una riqueza que no hay que temer”.
“Gracias por la fuerza de vuestro testimonio sufriente. Cada uno de vosotros, queridos amigos, trae consigo una historia de vida que nos habla de los dramas de guerras, conflictos, a menudo vinculados a la política internacional “.
“No alcanza con darles un sandwich, sino que es preciso acompañar a estas personas”, concluyó el Papa en su visita, tras bendecir a una mujer embarazada. Al concluir su visita al centro y a la iglesia del Gesú, Francisco, acompañado por dos inmigrantes, depositó un ramo de flores en la tumba del padre Arrupe. Desde Lampedusa a Hiroshima, Francisco volvió a cerrar una cuenta pendiente con la Historia. Y abrió nuevas, numerosas, expectativas.
Discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Saludo en primer lugar a todos ustedes, refugiados y refugiadas. Hemos escuchado a Adam y a Carol: gracias por sus grandes testimonios. Cada uno de ustedes, queridos amigos, trae consigo una historia de vida que nos habla de los dramas de las guerras, de los conflictos, a menudo vinculados a las políticas internacionales.
Pero sobretodo cada uno de ustedes trae una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acogerla, y no para temerla. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones; han venido de diferentes países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!
¡Roma! Después de Lampedusa y de los otros lugares de llegada, para muchas personas nuestra ciudad es la segunda etapa. A menudo, como hemos escuchado, es un viaje difícil, agotador, incluso violento aquello que se ha afrontado; pienso especialmente en las mujeres, en las madres, que soportan esto con el fin de asegurar un futuro para sus hijos y la esperanza de una vida diferente para ellos y para su familia. Roma debe ser la ciudad que le permita encontrar una dimensión humana, para empezar a sonreír. ¿Cuántas veces, sin embargo aquí, como en otras partes, muchas personas que llevan escrito “protección internacional” en su permiso de residencia, se ven obligadas a vivir en situaciones difíciles, a veces con un trato degradante, ¡y sin la posibilidad de iniciar una vida digna, o a pensar en un nuevo futuro!
Gracias por ello, a los que, como este Centro y otros servicios eclesiales, públicos y privados, se ocupan en acoger a todas estas personas con un proyecto. Gracias al padre Giovanni y a los hermanos; a ustedes, trabajadores, voluntarios, benefactores, que no solo donan algo o su tiempo, sino que tratan de entrar en relación con los solicitantes de asilo y refugiados, a quienes reconocen como personas, comprometiéndose a encontrar respuestas concretas a sus necesidades. ¡Mantengan siempre viva la esperanza! ¡Ayuden a recuperar la confianza! Demostrar que con la acogida y la hermandad se puede abrir una ventana en el futuro; más de una ventana, diría una puerta, ¡y más aún si se puede tener un futuro!
Y es hermoso que en el trabajo a favor de los refugiados, junto con los jesuitas, hayan hombres y mujeres, cristianos e incluso no creyentes o de otras religiones, unidos en el nombre del bien común, que para nosotros los cristianos es una expresión del amor del Padre en Cristo Jesús. San Ignacio de Loyola deseaba que hubiera un espacio para dar cabida a los más pobres en el local donde tenía su residencia en Roma; y el padre Arrupe, en 1981, fundó el Servicio Jesuita para los Refugiados, y quiso que la sede romana se ubicara en esos espacios, en el corazón de la ciudad. Pienso ahora en aquella despedida espiritual del padre Arrupe en Tailandia, justamente en un centro de refugiados…
Servir, acompañar, defender: las tres palabras que son el programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores.
Servir. ¿Qué quiere decir esto? Servir significa dar cabida a la persona que llega, con cuidado; significa agacharse hasta quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos en primer lugar relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo más desarrollado. Tratan de no decirla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las exigencias de justicia, de esperanza y buscar juntos las vías, los caminos concretos de liberación.
Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros.
Desde este lugar de acogida, de encuentro y de servicio, quisiera que surgiera una pregunta para todos, para todas las personas que viven aquí en la diócesis de Roma: ¿Me inclino sobre quien está en problemas, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me percato de los que necesitan ayuda? Me sirvo solo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su vida? ¿Miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia el otro lado? ¿Acaso para no mirar a los ojos?
Acompañar. En los últimos años, el Centro Astalli ha hecho un camino. Al inicio ofrecía servicios de primera acogida: un comedor, una cama, ayuda legal… Después aprendió a acompañar a las personas en busca de trabajo y en la inserción social. Y luego también propuso actividades culturales, para contribuir al desarrollo de una cultura de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la protección de los derechos humanos. La sola acogida no es suficiente. No basta dar un sándwich si no va acompañado de la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres así como están, no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo. Pide –y nos lo pide a nosotros como Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones–, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona.
Adam dijo : “Nosotros, los refugiados tenemos el deber de hacer todo lo posible para ser integrados en Italia”. Y este es un derecho: ¡la integración! Y Carol dijo: “Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser una carga, queremos ser parte activa de una nueva sociedad”. ¡Esto también es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: ¿acompañamos este viaje?
Defender. Servir, acompañar, también significa defender, significa tomar partido por los más débiles. Cuántas veces levantamos la voz para defender nuestros derechos, pero ¡cuántas veces somos indiferentes a los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quien –como ustedes– han sufrido y sufren; a quienes han visto pisotear sus propios derechos, a quien ha sufrido tanta violencia, que se ha reprimido incluso el deseo de tener justicia!
Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los “especialistas”, sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales.
En particular –y esto es importante y lo digo desde el corazón–, en particular, me gustaría invitar a los institutos religiosos a leer en serio y con responsabilidad este signo de los tiempos. El Señor nos llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en las comunidades, en las residencias, en los conventos vacíos…
Queridos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en albergues y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados. El Señor nos llama a vivir con generosidad y valentía la acogida en los conventos vacíos. Desde luego, no es algo simple, se necesita criterio, responsabilidad, pero también se necesita coraje. Hacemos tanto, pero tal vez estamos llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión lo que la Providencia nos ha dado para servir. Superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cerca de la gente común, y sobre todo de los últimos. ¡Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de manera práctica !
Todos los días, aquí y en otros centros, muchas personas, especialmente jóvenes, hacen fila por una comida caliente. Estas personas nos recuerdan el sufrimiento y las tragedias de la humanidad. Pero esa fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Simplemente basta llamar a la puerta , y tratar de decir: “Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?”.

Desafío para el Papa Francisco: asumir plenamente la humanidad Leonardo Boff, teólogo

Como comentario a una entrevista que me hizo el periódico La Libre Belgique del 9 de agosto de 2013, un lector (Marc Den Doncker) escribió estas palabras que considero dignas de reflexión. Dice: «El buen Papa Francisco anuncia francamente una revolución en la línea de una humanidad más plenamente humana. El papa dice: “si alguien es un homosexual que busca a Dios y es de buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” Bien pudiera ser que, dentro de algún tiempo, el Papa exprese amor por una persona homosexual que no busca Dios, pero que a pesar de todo es alguien de buena voluntad. Ahí estaría la influencia del Espíritu Santo». Continúa el comentario:
«Bien pudiera ser que, dentro de algún tiempo, el buen papa Francisco reflexione muy en lo profundo de su corazón sobre una pobre mujer que se perfora con una aguja de tejer para librarse de un feto, fruto de un violento estupro, porque ya no aguanta más y se encuentra desesperada. Y que el buen Dios, en su infinita bondad, haga entender al buen Papa Francisco la situación desesperada de esta mujer que llena de profunda consternación desea morir. Bien pudiera ser que el buen Dios, en su infinita bondad, comprenda que una pareja que decidió no tener más hijos, utilice tranquilamente la píldora. Y bien pudiera ser que el buen Dios, en su infinita bondad, suscite la conciencia de que la mujer goza de la misma igualdad y dignidad que el hombre».
«Me desgarro interiormente –prosigue el comentarista– con la gran abundancia de hechos trágicos que la vida nos da día tras día. Ante esta situación real, ¿estaría la Iglesia dispuesta a deslizarse por un camino resbaladizo pero en dirección a una humanidad plenamente asumida, animada por el Espíritu Santo, que no tiene nada que ver con principios y casuismos que acaban matando el amor al prójimo? Es preciso esperar». Sí, llenos de confianza, esperaremos.
De hecho, no pocas autoridades eclesiásticas, papas, cardenales, obispos y curas, con dignas excepciones, perdieron, en gran parte, el buen sentido de las cosas; olvidaron la imagen del Dios de Jesucristo, al que llama dulcemente Abba, Papá querido. Ese Dios suyo mostró dimensiones maternas al esperar al hijo extraviado por el vicio, al buscar la moneda perdida en la casa, al recogernos a nosotros bajo sus alas como hace la gallina con sus polluelos. Su característica principal es el amor incondicional y la misericordia sin límites pues “Él ama a los ingratos y malos y da el sol y la lluvia a buenos y a malos” como nos dicen los Evangelios.
Para Jesús no basta ser bueno como el hijo fiel que se quedó en la casa del padre y seguía todas sus órdenes. Tenemos que ser compasivos y misericordiosos con los que caen y quedan perdidos en el camino. Al único que Jesús criticó fue a ese hijo bueno pero que no tuvo compasión y no supo acoger a su hermano que estaba perdido y volvía a casa.
El Papa Francisco al hablar a los obispos en Río les encargó la «revolución de la ternura» y una capacidad ilimitada de comprensión y de misericordia.
Seguramente muchos obispos y curas deben estar en crisis, urgidos a enfrentarse a este desafío de la «revolución de la ternura». Deben cambiar radicalmente el estilo de relación con el pueblo: nada burocrático y frío, sino cálido, sencillo y lleno de cariño.
Este era el estilo del buen Papa Juan XXIII. Hay un hecho curioso que revela como entendía las doctrinas y la importancia del encuentro cordial con las personas. ¿Qué cuenta más: el amor o la ley? ¿Los dogmas o el encuentro cordial?
Giuseppe Alberigo, laico de Bologna, extremadamente erudito y comprometido con la renovación de la Iglesia, fue uno de los mayores historiadores del Concilio Vaticano II (1962-1965). Su gran mérito fue haber publicado una edición crítica de todos los textos doctrinales oficiales de los papas y de los concilios desde los principios del cristianismo: el Conciliorum Oecumenicorum Decreta. Él mismo cuenta en Il Corriere di Bologna que el 16 de junio de 1967 viajó orgulloso a Roma para hacer entrega solemne al Papa Juan XXIII del voluminoso libro. Juan XXIII gentilmente tomó el libro en sus manos, se sentó en su silla pontificia, colocó tranquilamente el volumen en el suelo y puso ambos pies encima del famoso volumen.
Es un acto simbólico. Está bien que haya doctrinas y dogmas, pero las doctrinas y dogmas existen para sostener la fe, no para inhibirla, ni para servir de instrumento de encuadramiento de todos o de condenación.
Bien pudiera ser que el buen Papa Francisco se animara a hacer algo parecido especialmente con referencia al Derecho Canónico y a otros textos oficiales del Magisterio que poco ayudan a los fieles. En primer lugar viene la fe, el amor, el encuentro espiritual y la creación de esperanza para una humanidad aturdida por tantas decepciones y crisis. Después, las doctrinas. Ojalá el buen Dios, en su infinita bondad, conduzca al Papa Francisco en esta dirección con valentía y sencillez.
(Para quienes quieran verificar la información anterior, dejo aquí la fuente de referencia: Alberto Melloni, Introducción al libro Ángelo Giuseppe Roncalli, Giovanni XXIII. Agende del Pontefice 1958-1963, Instituto per le Scienze Religiose, Bologna 1978, p. VII).

¿El Papa Francisco está renovando la Iglesia? José M. Castillo, teólogo

Tengo la impresión de que hay gente que ni se hace esta pregunta. Como también es cierto que hay personas, que nunca se han interesado por las cosas de la Iglesia y de la religión, que ahora se preguntan por lo que hace y dice el nuevo papa. En todo caso, abundan los que piensan de forma que ni les interesa si el papa cambia o no cambia las cosas de la Iglesia y de le religión. En todo caso, me parece que la cuestión, que plantea este artículo, es un asunto que ni le llama la atención a una importante mayoría de nuestra sociedad en su conjunto. Lo cual, a mi manera de ver, es la prueba más clara de la respuesta que voy a proponer a la pregunta que sirve de título a este artículo. Me explico.
Es un hecho que el nuevo obispo de Roma, el jesuita J. Bergoglio, encarna un modelo de papa muy distinto a sus antecesores. Se trata de un hombre que tiene un comportamiento más sencillo, más espontáneo, más humano, más libre que el de los últimos papas, incluido Juan XXIII. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, también es verdad que son muchos los ciudadanos que piensan que sólo con sencillez, espontaneidad, humanidad y libertad no se arreglan los problemas que tiene la Iglesia en este momento. Además de la forma de ser, de hablar o de comportarse del papa que gobierna, parece evidente que es necesario, incluso apremiante, que el papa gobernante tome las decisiones que más demanda y necesita la gente.
Lo que ocurre es que, en cuanto afrontamos esta cuestión a fondo, nos encontramos con un problema que, a primera vista al menos, tiene muy difícil solución.
Porque, tal como están las cosas en la Iglesia en este momento, los católicos estamos tan divididos y, a veces, tan enfrentados que ni todos esperamos y deseamos la misma respuesta del papa a las cuestiones que el obispo de Roma tendría que resolver. Por la sencilla razón de que, en asuntos de religión, las posiciones de unos y otros son tan distintas, tan opuestas y hasta tan incompatibles, que el modelo de Iglesia, que unos vemos como solución, para otros es un problema que no están dispuestos a aceptar. Baste pensar en asuntos como el de la organización transparente y ejemplar de la Curia Vaticana, la ordenación sacerdotal de las mujeres, el celibato de los sacerdotes, el matrimonio de los homosexuales, el Vaticano como Estado, la existencia y los poderes de los cardenales, el nombramiento de los obispos, los poderes y participación de las Conferencias Episcopales en el gobierno de la Iglesia, los conflictos del IOR (el Banco del Vaticano), la organización de la Curia. Y un largo etcétera que no tendría fin. ¿Qué solución le puede dar este papa – o cualquier otro papa – a estos problemas (y a tantos otros similares a éstos), de forma que sea solución para todos?
Lo que hasta ahora hemos visto en lo que, a todas luces, le preocupa al papa no es ni su autoridad, ni su doctrina, ni su imagen pública, ni quiénes ocupan los cargos en la Curia Vaticana, ni pronunciar discursos brillantes, ni el buen nombre de los “hombres de Iglesia”, ni los eternos problemas de la moral sexual que predica el clero (excepto en el grave delito de muchos clérigos en lo que respecta a los abusos sexuales de menores), ni en potenciar los dogmas de la teología o la liturgia de los sacramentos….
El papa Bergoglio ha ido derechamente a lo más grave que ahora mismo está pasando en el mundo: el sufrimiento de los pobres ya es demasiado grande y demasiado insoportable. Por eso la preocupación primera de la Iglesia tiene que ser el hambre, la salud y el dolor de los más desgraciados de la tierra. Esto, sin duda alguna, es lo más grave que, a juicio del actual obispo de Roma, está pasando en el mundo. Y por este problema, quiere el papa Bergoglio, que todos nos preocupemos antes que por ninguna otra cosa.
Ahora bien, esto quiere decir, ante todo, que la preocupación fundamental de este papa no es una preocupación religiosa, sino que es una preocupación humana. Porque el sufrimiento de los pobres no es específicamente un problema religioso, sino que es sencillamente un problema humano. Un problema que afecta a todos los que pasan necesidad, sean o no sean creyentes. Y tengan las creencias que tengan. En este asunto, el papa Francisco no ha hecho sino retomar el Evangelio. Yo invito a cuantos lean y relean este escrito, que tomen los evangelios en sus manos. Y verán enseguida que el tema obsesivo de Jesús fue el sufrimiento de los enfermos, de los pobres, de los despreciados porque eran pecadores o publicanos o mujeres despreciadas (por el motivo que fuese).
¿Le preocupó a Jesús la religión? Jesús habló mucho de Dios, del Padre del Cielo, al que puso como ejemplo, no de poder, sino de bondad. Y esto lo hizo de forma que, por dejar clara y patente su obsesiva preocupación por el sufrimiento de los más desgraciados, por eso Jesús entró en conflicto con la religión, con los observantes religiosos (escribas y fariseos), con los sacerdotes y senadores, con el templo y sus responsables, con las normas religiosas. Hasta que, por llevar su preocupación hasta el extremo, asegurando que Dios estaba de su parte (era su Padre), por eso acabó colgado como un subversivo. Y despreciado como un blasfemo.
¿Qué nos viene a decir todo esto, en el fondo? Que Dietrich Bonhoeffer tenía toda la razón del mundo cuando, el 30 de abril de 1944, escribió desde la cárcel de Tegel, poco antes de ser asesinado por los nazis: “Nos encaminamos hacia una época totalmente arreligiosa. Simplemente, los hombres, tal como de hecho son, ya no pueden seguir siendo religiosos. Incluso aquellos que sinceramente se califican de “religiosos”, no ponen esto en práctica en modo alguno, sin duda con la palabra “religioso” se refieren a algo muy distinto”.
La historia, los hechos que estamos viviendo, le están dando la razón a Bonhoeffer. Porque estamos palpando que, lo mismo el Evangelio que la incesante preocupación del papa Francisco, coinciden con la dura pregunta que se hacía aquel pastor luterano en vísperas de su muerte: “¿No constituyen la justicia y el reino de Dios en la tierra el núcleo de todo?”. El discurso del papa Francisco en Lampedusa, ante los más desamparados de este mundo, traza el camino que este papa ha visto, a la luz del Evangelio, que hay que seguir. ¿Se puede decir más claro? Y si no lo vemos así, ¿no será que seguimos creyendo más en la religión que en el Evangelio? ¿Será cierto que seguimos atascados en la situación que tanto criticamos, en la “pre-modernidad” de hace más de doscientos años?