FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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miércoles, 27 de febrero de 2019

DOMINGO 8 Tiempo ordinario – C (Lc 6,39-45)


José Antonio Pagola

DETENERNOS

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien, precisamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.
Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.
Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que solo nos alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona «saca el bien de la bondad que atesora en su corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

Palabra y gesto - 8º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C

FALSOS MAESTROS Y GUÍAS


col Carme Soto
Lc 6, 39-45
El texto de hoy nos sitúa en el mismo escenario en el que Jesús había proclamado las bienaventuranzas.  El maestro está enseñando a un amplio grupo de seguidoras y seguidores buscando despertar en ellas y ellos la radicalidad que pide el Reino de Dios, sin falsos orgullos ni aparentes perfecciones sino desde una vida que se sabe sostenida por las buenas manos de Dios y abierta a la bondad, al encuentro y la solidaridad.
La enseñanza de Jesús que leemos este domingo había comenzado un poco antes con una afirmación tajante: No juzguéis y Dios no os juzgará, no condenéis y Dios no os condenará (Lc 6, 37). Después de la propuesta de la Bienaventuranzas y su contrario en los ayes contra quienes están llenos de honores, riqueza y poder, Jesús va desgranando una serie de afirmaciones que orientan el discipulado al que convoca, pero también advierten de las trampas que en las que se puede caer cuando alguien se cree en el buen camino.
En el discurso se encadenan una serie de sentencias que ponen en guardia contra quienes viven autorreferenciados y consideran que solo ellos tienen la verdad.
Jesús muchas veces se indigna cuando fariseos y escribas hacen alarde de una clara visión de la ley, situándose en un plano superior a los demás y sin capacidad de ver más allá de su orgullo. Su actitud se muestra tan ridícula como el ver guiar un ciego a otro ciego.  
En la antigüedad los maestros eran muy apreciados y con frecuencia los jóvenes con medios se ponían bajo la dirección de un maestro reconocido que los acompañaba y les enseñaba hasta que adquirían los conocimientos necesarios para ser ellos mismos formadores de otros. El respeto a quien te había transmitido los conocimientos era un rasgo de honorabilidad que mostraba la calidad del discípulo. Por eso Jesús va a afirmar que ningún discípulo es más que su maestro. Querer ponerse por encima de su maestro demostraba orgullo y desconsideración. Por eso en la comunidad del Reino nadie es superior a nadie porque todos y todas han de ser hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre/Madre Dios.
Quien se siente perfecto/a y mira los errores o límites de otro/a con condescendencia es para Jesús un/una hipócrita porque está tan pendiente de ver la mota en el ojo del hermano o la hermana que ignora la viga que hay en el suyo. Hipócrita es aquel o aquella tan ocupado demostrar que cumple las normas y en velar por que se cumplan que es incapaz de ver sus propios errores.
En estos días hemos estado recibiendo mucha información relativa a la “cumbre anti-abusos” celebrada en el Vaticano. Los testimonios de las víctimas y las reflexiones y propuestas que las y los diferentes relatores que hablaron ante la asamblea hacen las enseñanzas de Jesús, que se leen este domingo, especialmente actuales. Vivimos un momento tremendamente difícil para la credibilidad de la Iglesia, pero sobre todo asistimos con impotencia al desvelamiento de tantos falsos maestros y guías que no solo veían la mota en el ojo ajeno, sin reconocer la viga que cegaba su mirada, sino que se creían más que el Maestro haciéndose dueños de las vidas de niños y niñas, de jóvenes y mujeres sin respeto a su dignidad y la sacralidad de su vida.
Jesús nos recuerda por último que “no se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian uvas de los espinos”, que “por los frutos se distingue cada árbol”. Metáforas agrícolas que inciden de nuevo en la necesidad de tomarse en serio la pertenencia a la comunidad del Reino y no basta con la intención; es necesario fortalecer la bondad de nuestro corazón, es necesario vestirnos de misericordia y no de preceptos… porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

EXIGIR A LOS OTROS LO QUE YO NO CUMPLO ES HIPOCRESÍA


col fraymarcos
Lc 6, 39-45
El sermón del llano en Lc termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mt lo coloca en lo alto del monte mientras que Lc nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte con sus discípulos y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mt Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lc habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano, que es a la vez divino y humano.
Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno. No son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas claves que podrían ser útiles en la vida de cada día.
Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.
En los relatos de hoy se trata de hacer ver que la bondad o la malicia no son entes que andan por ahí y que me puedo apropiar en un momento dado. Son cualidades de la persona humana y solo indirectamente podemos descubrirlas, lo mismo en nosotros que en los demás. No es fácil acceder al interior del hombre, por eso es tan difícil hacer un juicio de valor sobre las personas. Las juzgamos por lo que sale al exterior, pero no siempre eso es suficiente para descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo del ser humano.
Solo las obras nos pueden revelar lo que hay dentro de otra persona. Aun así, ni siquiera las obras pueden ser argumento seguro para llegar al otro. Un acto bueno puede ser fruto de una programación calculada y por lo tanto sin ninguna conexión con las actitudes fundamentales de la persona. Un acto malo puede ser fruto de un momento de arrebato o ira y no reflejar tampoco la verdadera postura vital del individuo. Tal vez por eso el evangelio nos dice: "No juzguéis y no seréis juzgados." “No condenéis y no seréis condenados”.
El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio oriental: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.
La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Antonio Machado: tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.
No es menos esclarecedora la imagen de la mota y la viga. El afán de corregir a los demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida real que esa práctica. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. En el momento que te sientas superior, sea moral sea intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.
Estamos muy acostumbrados a identificar a los demás con sus obras. Esto nos lleva a considerarlos pecadores sin mayores precisiones. Pero las obras son algo externo y accidental. La bondad o malicia está en el ser. Nuestra auténtica preocupación debía estar en ser lo que debíamos ser, no en lo que hacemos o dejamos de hacer que suele estar condicionado por la preocupación por lo que los demás piensan de mí. Ya decían los escolásticos que el obrar sigue al ser. Mi verdadera preocupación debo ponerla en ser lo que soy realmente. Si consigo ser auténtico, las obras surgirán espontáneamente, sin esfuerzo.
La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, es decir, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que consideramos y nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos va a transformar. Jesús está siempre invitándonos a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro propio ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que en realidad somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas y preceptos. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz y constante.
El seguimiento de Jesús no consiste en imitarle en sus correrías ni en aceptar sin rechistar todas sus enseñanzas sino en alcanzar la experiencia interior que él vivió y en dejar que se manifieste como él la manifestó. No debemos poner hincapié en obras puntuales programadas sino en una actitud permanente que funcione y se manifieste al exterior en todo momento y en todas las circunstancias. Los cristianos hemos terminado copiando la actitud de los fariseos, dando más valor al cumplimiento de lo mandado que a la búsqueda interior de las exigencias de nuestro verdadero ser. Esta es la causa de nuestro fracaso en la vida espiritual.
Todo lo dicho no invalida el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Con la misma rotundidad que hemos afirmado que lo importante es la actitud interior, tenemos que decir que una actitud que no se manifieste en obras, es una ilusión. Si de verdad quieres saber cuál es tu postura espiritual, no tienes más remedio que examinar tus obras. Tu manera de comportarte con los demás te irá manifestando tu estado interior. A continuación de lo que hemos leído hoy, dice Jesús: ¿Por qué decís; ¡Señor, Señor! y no hacéis lo que os digo? Pero debe quedar claro que el hacer es consecuencia del ser auténtico.

Meditación
El instrumento de aprender y de enseñar es la palabra.
Primero tengo que escuchar para llenarme.
Pero solo cuando la haya convertido en vida,
estaré preparado para llevarla a los demás.
¡Que nunca se me ocurra catequizar o imponer!
Demuestra con tu vida que lo que crees te ha liberado.


CUATRO ERRORES QUE DEBES EVITAR


col sicre

Domingo 8. CICLO C
La última parte del “Discurso de la llanura” desconcierta por la variedad de personajes que aparecen: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo. Y también son muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos. Evidentemente, se trata de frases de Jesús pronunciadas en diversos momentos y circunstancias. Sin embargo, pueden relacionarse con el tema que preocupa a Lucas, leído el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis”.
[Nota: la liturgia, con su afición a mutilar el evangelio, ha suprimido la importantísima advertencia final sobre la necesidad de poner en práctica todo lo anterior. La añado en el comentario y aconsejaría que en la homilía se tenga presente.]
Cuatro grandes errores
  1. Si te consideras con buena vista para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. Estás ciego. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo.
  2. Si te consideras muy listo y bien preparado para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. No eres un catedrático, sino un alumno de 1º. A lo más que puedes aspirar, después de mucho esfuerzo, es a ser como el catedrático.
  3. Si te consideras digno de juzgar y condenar a los demás, te equivocas y eres un hipócrita. Tus fallos son mucho mayores. La viga de tu ojo es mucho más grande que la mota en el ojo de tu hermano y te impide ver bien.
  4. Si piensas que cuando juzgas y criticas a los demás lo único que haces es disfrutar o hacerles daño, te equivocas. Te haces daño a ti mismo, porque las palabras que salen de tu boca dejan al descubierto la maldad de tu corazón. [En esta última comparación del árbol bueno y el malo, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.]
Advertencia final (suprimida en la liturgia)
El discurso ha terminado. Jesús ha indicado a sus seguidores que hay dos grupos opuestos: pobres-odiados y ricos-elogiados. Ellos pertenecen al primero. Pero no deben enfrentarse a sus enemigos, sino amarlos, tratarlos bien, bendecirlos, rezar por ellos. Su modelo debe ser el Padre misericordioso y compasivo, “generoso con ingratos y malvados”. Con respecto a los otros miembros de la comunidad, las exigencias han sido también grandes: no juzgar, no condenar, perdonar, dar.
Cabe un peligro: considerar lo anterior un bonito discurso que no es preciso poner en práctica. Basta con llamar a Jesús “¡Señor, Señor!”, que es una gran confesión de fe. Como quien dice: “Basta con ir a misa”. No. La enseñanza de Jesús hay que ponerla en práctica. En caso contrario, serías como el insensato que construye una casa al borde de un río. Cuando ocurre la inundación, se la lleva. Sé sensato y ponlo en práctica.
1ª lectura: ¿Quieres saber cómo es una persona? (Eclesiástico 27,5-8)
Este breve texto, desconcertante a primera vista, resulta claro cuando lo relacionamos con las palabras del evangelio: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿Quieres saber cómo es una persona? Fíjate en lo que hace la gente de tu entorno (estamos en el siglo II a.C.).
Cuando quiere separar el trigo de la paja, criba.
Cuando quiere probar una vasija de barro, la mete en el horno del alfarero.
Cuando quiere saber si un árbol es bueno, mira sus frutos.
Cuando tú quieras conocer a fondo a una persona fíjate en cómo razona y en lo que dice. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.
Reflexión
El “Discurso de la llanura”, aunque no tenga la fama del “Sermón del monte” de Mateo, es un resumen muy bueno de la actitud que debemos tener ante enemigos y hermanos. Generalmente se recuerda más el amor a los enemigos, y es frecuente olvidar el amor a los otros miembros de la iglesia, la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta.
En el siglo I, el papa Clemente preveía este peligro: «Cuando [los paganos] nos oigan decir que Dios dice: “No tenéis mérito si amáis a los que os aman; tenéis mérito si amáis a los enemigos y a los que os odian”, al escuchar esto se admirarán de una bondad tan grande; pero si ven que no solo no amamos a los que nos odian, sino que ni siquiera amamos a los que nos aman, se reirán de nosotros y blasfemarán del nombre [de Jesús]” (Segunda carta de Clemente a los Corintios, 13,4).
Por otra parte, el carácter tan radical de algunas afirmaciones requiere explicación. Pero el mejor comentario no está en inglés ni en alemán. Es el mismo evangelio de Lucas. Leyendo y releyéndolo se iluminan muchas frases misteriosas.

HURÍES EN EL PARAÍSO


comentario editorial
“La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. (Phyllipps Martin)
3 de marzo 2019. Domingo VIII del TO
Lc 6, 39-45
Por los frutos distinguís cada árbol. No se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian uvas de los espinos (v 44)
En el Islam las hurís son doncellas que tienen el don de la eterna juventud y están dotadas de toda suerte de encanto; para los musulmanes simbolizan la eterna bienaventuranza, y la tienen garantizada los que cumplen la ley del Profeta y especialmente los ayunos del ramadán.
Cuando leí en el Corán todos estos privilegios, estuve a punto de declararme discípulo fiel de Mahoma. Pero como lo de ponerme un turbante, montarme en un camello, blandir al viento un sable y lanzarme al galope para conquistar imperios, no me parecía una idea muy cristiana, desistí de tan atractiva sugerencia. A consecuencia de lo cual, perdí hurís, hidromiel y Paraíso.
Lo que de verdad me encandilaba, era el tema de las hurís ofreciendo sus encantos e hidromiel a los guerreros. En Europa lo habían bebido ya romanos, griegos y vikingos, con lo que les resultaba comodísimo salir siempre victoriosos de cualquier tipo de batalla.
¿Por qué el Antiguo y el Nuevo Testamente no han ofrecido nunca tan apetecibles privilegios?
En mi parroquia, cada domingo que yo acudo a misa, el cura se desgañita gritando únicamente a los cuatro vientos los pétreos mandamientos negativos de las Tablas, y frente a tan osado desvarío, a mí se me revuelven las entrañas y me declaro politeísta. Porque para el politeísmo, Dios está en todas partes. Lo comprobé en las tribus del Zaire, durante el mes que tuve la interesante ventura de estar allí perdido.
Por otra parte, dispongo de la inmensa suerte de que en mi parroquia se diga que el mensaje es el mismo para todos, que no hay privilegios para nadie, puesto que, a priori, somos todos iguales.
“La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. dijo Phyllipps Martin, músico neozelandés.
El día que me dijeron que arriba no había cielo, me hicieron perder la virginidad mental de que yo disponía, y con ella, mis esperanzas de futuro, y me vino a la memoria La Divina Comedia de Dante que, perdido en una selva oscura, es incapaz de encontrar la “diritta via, que era smarrita”. Aunque lo que sí encuentra a la puerta del Infierno, es una voz que le dice: “Tú, que entras aquí, pierde toda esperanza”, siendo evidente que yo, como el poeta, lo que deseo es poder cantar con todas las demás almas la gloria de Dios eternamente.
Al salir desolado de la iglesia, estuve a punto de pedir cuentas a alguien, aunque no sabía a quién, por lo que me conformé con gritarle aquello de Lucas 4, 23: “Medice cura teipsum”.
Y le clamé también lo de Isaías Is 61, 1: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido (…) para dar proclamar la liberación de los cautivos”.
O, quizás como dice Jeremías en 1, 17 obedeciste el mandato de Dios cuando le dijo: “Y tú, cíñete en pie, diles lo que yo te mando”
¿Te ha capacitado, acaso, como apunta Pablo en su Carta primera a los corintios 12, 31 para ser el responsable de señalarme el mejor camino?
Afortunadamente, y para mi consuelo; recordé de nuevo a Dante, que en el Paraíso dice:
“O divina virtù, se mi ti presti
tanto che l'ombra del beato regno
segnata nel mio capo io manifesti
”.
¿Me facilitarán acaso estos versos lo que anunció Phyllipps Martin en esta frase?: “La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. (Phyllipps Martin)
Y por lo demás, imperativo cura de mi pueblo, no quiero que tu palabra me impida llegar a plenitud, pues me abandonaste en un naufragio, como un capitán que abandona su barco.

LOCURA DE AMOR
Como la de Juana la Loca
por Felipe el Hermoso.

O como tantas otras
protagonistas de ópera,
que la razón perdieron por amor:

En Don Giovanni, Doña Elvira;
Ofelia en Hamlet;
en Lucia de Lammermoor, Lucía;
Elvira en I Puritani;
en La sonnambula, Amina;
y Margarita en Mefistófeles.

……………………
¡¡Yo en locura de amor
perderme por ti, Tierra, quiero!!

El pueblo español y sus gobernantes

Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Redes Cristianas
España, vista como ese punto del sur del continente europeo donde habitan pueblos en territorios de muy diferente sensibilidad y menta­lidad, pudiera ser un lugar apasionante digno de estudio. Y no puede extrañar, por tanto, que algunos hispanistas del siglo XX que han tratado de desmontar la Leyenda Negra se maravillen de su fiesta y sus costumbres, valoren la naturaleza extraordinaria pro­pia de un subcontinente y saluden a tanta insigne individuali­dad en la historia del arte, de la ciencia, de la invención y de los descubri­mientos.
Todo ello, más allá de una bandera con un em­blema re­ciente y un himno nacional para el que a pesar de la larga historia del país, todavía no hay consenso a la hora de elegir una letra digna musical… Pero desmontar la Leyenda Negra cuyo ori­gen unos sit­úan en Inglaterra y los Países Bajos, y otros en Italia, no es tarea fácil. Pues, por distintos conductos verificables, cuando el español se encuentra en ventaja, su insolencia, su soberbia y llegado el caso su crueldad son insoportables. Y cuando se ve reducido por la cir­cunstancia a su verdadera dimen­sión, es mezquino y adulador, un co­barde cuya afición a las conju­ras y traiciones sólo es inferior a su incapacidad para llevar­las a buen término.
Sin embargo analizado el asunto a vista de pájaro, es proverbial que las gentes en su conjunto que viven en España son abiertas de carácter, campechanas, inteligentes, avispadas, comunicadoras, so­lidarias y generosas. Pero, por otro lado, millones de esas mis­mas gentes no tienen escrúpulos en elegir a sus verdugo; malhecho­res; que saquearon al país durante al menos dos déca­das, se valieron de normas de hace casi dos siglos y promulgaron otras que han ido dando lugar a sucesivos dramas del abandono de la vivienda que habitaban decenas o centenares de miles de per­sonas. Lo que da mu­cho que pensar sobre la verdadera inteligen­cia colectiva de la po­blación española, sobre su sensibili­dad y sobre su aptitud para ele­gir a los individuos más capaces que les gobiernen. Es por ello que España es desconcertante. Cual­quier situación por disparatada, esperpéntica o falta de lógica que sea, puede suceder.
Y aunque son muchos sus atractivos, sus riquezas naturales, su variedad monu­mental y artística y un clima aún templado que invita a vivir, que fa­vorece la imaginación y faci­lita la desenvoltura en el trato social, a veces da la impresión de que más que por todo eso España atrae al mundo como ano­malía de un público laboratorio social. Pues las singularidades, los excesos, las extravagancias y las contradiccio­nes centrifuga­das en un matraz de mentalidades incompatibles, están siempre en las cabeceras de la noticia. Donde además las ten­siones y enfren­tamientos por la cuestión territorial son habitua­les. Lo que vuelve a decir muy poco a favor de la inteligencia colec­tiva del español para resolver problemas de largo alcance y hondo calado. Pues si en lugar de predominar o dominar en la socie­dad toda (la econó­mica, la financiera, la empresarial, la judi­cial y la mediática) las cla­ses que fueron caldo de cultivo de la dicta­dura, empeñadas en la “una grande y libre” -divisa de la dicta­dura-, ellas mismas propi­ciasen el autogobierno de los distintos te­rritorios, se abrirían de par en par las puertas a la estabilidad social y con ella la prospe­ridad…
Porque la Leyenda Negra podrá estar fundamentada o no. Pero lo cierto es que la condición personal de quie­nes han detentado u os­tentado el poder político, judi­cial, militar, policial, empresarial y fi­nanciero, es bien diferente de la condición personal de quienes han te­nido que soportarles. Razón por la que el divorcio entre go­bernan­tes y súbditos o gobernados ha sido una cons­tante en la vida pública de este país, y siempre escanda­losa. Por lo que si la Le­yenda Negra tiene mu­cho o poco de inexacta o de imprecisa de­bi­era, por en­cima de toda otra consideración, intentar desmontarse a partir de la distinción entre la culpabilidad de los go­ber­nantes y los dueños de hecho de España, y la res­ponsabili­dad de los ciudada­nos, títeres en manos del ab­solutismo monár­quico, antes, y de la dic­tadura des­pués. Sin embargo esa distin­ción no la hacen ni los pro­pagadores de la Leyenda Negra ni quie­nes la reba­ten. La metoni­mia (figura retórica que consiste en to­mar el todo por la parte o la parte por el todo) siempre está pre­sente. Sea como fuere, no puede pasarse por alto el dato incontesta­ble de que el absolu­tismo monár­quico, que en Inglate­rra puede decirse que termina en el siglo XIII y en Francia se li­quida con la Revolución Francesa y cuyos efectos alcanzaron a la mayoría de los demás países euro­peos… en España duró hasta bien entrado el siglo XIX y, práctica­mente a renglón se­guido, le su­cedió una dictadura. Por consi­guiente, la ma­yor parte de su histo­ria los españoles han sido súbdi­tos, no ciudadanos…
Pues desde el propósito de los Reyes Católicos de com­pactar en una sola nación a España, dejando atrás a los los reinos de Taifas, y salvo alguna excepción, el re­sto de los personajes que han encar­nado el poder polí­tico en España han sido en general nefas­tos. Unas veces por la indudable influencia de la iglesia católica, otras por la inercia y la pujanza de los poderes fácticos, otras por su debili­dad, otras por su incompetencia, y siempre porque despreciaron la voluntad popular. Aun­que tampoco hay que desde­ñar la estampa frecuente en el “buen español”, ese que fácil­mente se transforma cuando tiene alguna clase de poder; ése cu­yas nobles cualidades las pierde en cuanto se ve a sí mismo con una gorra, con un uniforme, con una toga o con un traje talar. Pero en todo caso, si la Leyenda Negra es mere­cida, no será por culpa del pueblo espa­ñol sino por la baja estofa de sus gobernan­tes en quienes la pruden­cia, la virtud política por antonomasia, siempre ha brillado por su au­sencia en las decisiones que toma­ron. Lo que ha impedido enla­zar a España con los caminos que han tomado en su historia los prin­cipales países de la Eu­ropa que nos atañe. Y si algún gober­nante lo ha inten­tado, ha durado muy poco tiempo al frente de la em­presa. Por consiguiente, la conclu­sión es que si el pue­blo espa­ñol y sus virtudes tienen un valor humanística­mente estimable, sus reyes, sus gobernantes y sus caci­ques han sido una calamidad a la que se añaden la fácil sumi­sión de sus habitantes y la ya reseñada es­casa inteli­gencia colec­tiva…

En cierto modo todo esto puede explicar en términos propositivos antropológicos que también a la Comunidad Econó­mica Europea le convino la incorporación de España en 1985. Por razones económi­cas, pero también por otras variadas, alguna de ellas de extraña índole… De entrada era un estado democrático re­cién nacido casi de la noche a la mañana, incipiente desde el punto de vista político, pero también desde el económico y el di­plomático. Por de pronto se convertía en un potente señuelo para los bancos y finanzas euro­peas como suculento prestatario y fu­turo deudor. Por otra parte, al serle recortadas severamente su in­dustria y ganadería se hacía tam­bién de él un Estado excesiva­mente dependiente, y al mismo tiempo se le convertía en una colo­sal taberna, en un recoleto café cantante y en un paraíso semi bananero, barato y al alcance de la mano. Pero es que además, al ser un lugar donde abunda la bravuco­nería, donde siguen más o menos enterrados los rencores re­sultantes de una guerra civil, y donde lucen las excentricidades políticas entre absurdas e infantiles, harían de él para una Europa es­pectadora de excepción, un permanente y jocoso espectáculo so­ciológico de primera cate­goría…

Lucetta Scaraffia: “Los abusos a las monjas surgen de la desigualdad”

Irene Savio
Redes Cristianas
Monjas1
Roma
Hay quien presenta a Lucetta Scaraffia (Turín, 1948) como la feminista que odian muchos obispos y cardenales del Vaticano. Tiene su lógica. Desde que en el 2012 fundó la revista mensual ‘Mujeres Iglesia Mundo’, de ‘L’Osservatore Romano’ –el diario oficial de la Ciudad del Vaticano–, ha luchado para que la Iglesia dé un trato igualitario a hombres y mujeres en todos los ámbitos. “¿Por qué no puede haber una mujer secretaria del Estado vaticano?”, pregunta.
También reclama que las feministas católicas empiecen a hacer oír su voz. “Me provoca la misma repulsión el ‘chador’ (velo islámico integral) que esas imágenes de niñas desnudas cuyo cuerpo es mercantilizado”, dice Scaraffia, cuya experiencia editorial podría estar en riesgo por las resistencias dentro de la Santa Sede a su proyecto.

–Una feminista en el Vaticano. No debe de tener una vida fácil.
–Para empezar, yo no trabajo en el Vaticano, sino con el Vaticano. Yo fui profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Roma La Sapienza. Es cierto, soy católica militante, pero volví a serlo después de un largo período de viajes a la India, de hacer yoga, de ser una mujer como todas las demás de mi generación. También mi historia personal es bastante peculiar.

–Cuente.
–Me casé a los 23 años y me separé a los 25 años y pedí la anulación de mi matrimonio. Luego, tuve una hija a los 34 años con un hombre divorciado con quien nunca me casé. Recién después de esto, me casé con mi actual marido, Ernesto [Galli della Loggia], primero por lo civil y luego, por la iglesia.

–Con este bagaje, algunos en el Vaticano habrán lanzado el grito al cielo. 
–[Risas] Algo así.
–¿Cómo logró que el periódico del Papa la contratara?
–Fue gracias a Giovanni María Vian, el anterior director del diario,  antiguo colega de la universidad. Un día me llamó y me dijo que el papa (hoy emérito) Benedicto XVI le había dicho que quería más mujeres redactoras.

“En el Vaticano, las pocas mujeres que hay son elegidas por hombres y todas tienen algo en común: son obedientes”
–¿Y cómo nació el suplemento femenino? 
–De la idea de hablar más de las mujeres de la Iglesia, pero no de una manera ideológica, sino completamente libre. Se lo propusimos directamente a Benedicto XVI, explicándole que queríamos hacer un suplemento que fuera un laboratorio de ideas sobre el tema, de una manera realista pero también intelectual, puesto que ya hay demasiada cultura baja en la Iglesia. Nos dijo que sí.

–Entonces, ¿quiénes son sus enemigos? 
–Prácticamente todos (en el Vaticano). Hay pocas excepciones. La Secretaría de Estado nos ha apoyado bastante, porque entendieron que tener una voz crítica dentro del Vaticano era útil desde un punto de vista político, por el papel mismo que tiene la Iglesia.
–En marzo del 2018, su revista publicó un número explosivo en el que denunció algo sabido pero silenciado: que cardenales y obispos tratan a las monjas como sirvientas.

–Después de aquello muchas monjas nos dejaron mensajes anónimos de agradecimiento. Fue conmovedor.
–Mensajes anónimos, dice.
–Cierto, falta coraje. Lo que nos motivó fue que poco antes el Papa había dicho que “el servicio no es servidumbre”. ¡Y nos lo tomamos literal!
–¿Ha cambiado algo desde entonces? 

–¡En absoluto! En mi parroquia hay cinco sacerdotes y tres monjas de Ecuador que se ocupan de las tareas domésticas y sus nombres ni aparecen citados en la web de la parroquia. ¡Es vergonzoso! Lo cierto es que después del reportaje ha habido una fortísima protesta.
–¿Quién la atacó? 
–Casi todos los cardenales. Los únicos que nos defendieron fueron el cardenal canadiense Marc Ouellet, el cardenal alemán Reinhard Marx, el sustituto de la Secretaría de Estado, Giovanni Angelo Becciu, y el secretario de Estado, Pietro Parolin.

–¿Cómo se manifiesta la hostilidad? 
–De manera activa. Hablan mal de mí con el Papa, por ejemplo. Le piden que me despida.
–¿Quién controla lo que pública?
–Mientras estaba en el cargo, Giovanni María Vian. Una vez escribimos un número sensible, que tocaba el tema de los abusos y me llamó Parolin –el número dos– para que matizara alguna frase. Poca cosa.

–También le preocupan las monjas que aseguran haber sido abusadas sexualmente por sacerdotes. Al parecer, por primera hay muchas denuncias. 
–Es un escándalo que, poco a poco, está explotando en todos los países. Aunque dudo que tenga la misma repercusión mediática que otros escándalos, porque a las mujeres nadie les hace caso. Además, la Iglesia intenta hacer circular el mensaje de que se trata de casos de transgresión sexual, cuando en realidad son abusos ocurridos en una situación de desigualdad absoluta entre ellos –que tienen el poder– y ellas.

–¿El problema es el celibato?
–El problema es el poder. Se ha visto también con los escándalos que llevaron al #MeToo… Hombres casados y con amantes que abusaban de otras mujeres.
–En el caso de la Iglesia, ¿ayudaría introducir el sacerdocio femenino? 
–No creo que sea la solución. Lo que hay que hacer es destruir las praxis consolidadas que existen para excluir a las mujeres de los puestos de poder en la Iglesia.
–¿Es cierto que en un sínodo de la familia la sentaron en el lugar más alejado de la sala?
–Sí. Era una sala grande y yo veía al Papa pequeñísimo [ríe]. Había pocas otras mujeres y todas domesticadas. Las mujeres de parejas invitadas contaban historias del tipo: “Nos morimos de hambre, tenemos 10 hijos, pero Jesús nos cuida y todo es muy lindo”. Luego me sentaron con un grupo de trabajo de cardenales y obispos, diciéndome que no podía hablar. Después de un rato, no aguanté y di un puñetazo en la mesa para quejarme. A partir de ese momento, me dejaron hablar cuando levantaba la mano. 
“Me sentaron en un grupo de trabajo de cardenales y obispos diciéndome que no podía hablar. Hasta que di un puñetazo” 

–¿Se siente humillada a menudo en el Vaticano? 
–Siempre. Es como si las mujeres no existieran. Pero, como mujer católica, pienso que debemos tener coraje y dejar de aceptar esa idea de que la Iglesia es patriarcal.
–En los últimos años, algunas mujeres han ido ganando espacios en el Vaticano. O eso hicieron creer. 
–Mire, para empezar, estamos hablando de mujeres elegidas por hombres y todas con una característica: ser obedientes. Por eso mi suplemento molesta, porque es un proyecto que nació de la iniciativa de mujeres libres.
–¿Su revista está en riesgo? 
–Sí. Hay quien quiere eliminarnos. Están en ello. Todavía confiamos en que se resuelva, pero no soy muy optimista.

–¿El Papa es feminista?
–No, pero es un hombre inteligente que sabe que este es uno de los problemas de la Iglesia. Por eso ha intentado cambiar algunas reglas. Por ejemplo, ha dicho que María Magdalena debe tener la misma liturgia que los demás apóstoles, lo que equivale a considerarla un apóstol. 
–¿Caló el mensaje? 
–No.
–¿María Magdalena es una de las figuras más maltratadas por la Iglesia?
–Su figura fue manipulada de una manera negativa. Se inventaron que era una prostituta y una pecadora, cuando en realidad fue un personaje influyente y clave en la vida de Jesucristo. Y no fue la única. A quien Jesucristo cuenta que él es el mesías es a la samaritana. Yo siempre he pensando que, probablemente, Jesucristo encontró a muchas más mujeres y solo incluyeron a unas pocas. Y esto es porque los Evangelios fueron escritos por hombres que vivían en una sociedad fuertemente patriarcal, la hebrea de esa época.


–¿Qué opina usted de algunas campañas antiabortistas que persisten en la Iglesia? 
–Estoy en contra. Creo que el aborto es un pecado, pero no un delito. Además, pienso que es un caso de ignorancia de la Iglesia. ¿Sabe cuándo se castigó por primera vez?
–¿Cuándo?
–Fue con Napoleón Bonaparte, quien andaba necesitado de más soldados para su ejército y por eso prohibió el aborto con una norma en el código napoleónico. Tanto es así que los movimientos abortistas lograron sacar adelante sus reivindicaciones en Europa en los años 70, que es cuando muchos países pusieron fin al servicio militar obligatorio. Con todo esto, me pregunto: “¿Qué tiene que ver la Iglesia?”. 

Carmen Bernabé, Directora de la Asoc. Bíblica: “Los primeros cristianos atraían más por su estilo de vida que por sus creencias”


Javier Pagola

Carmen Bernabé, doctora en Teología Bíblica y profesora titular de Nuevo Testamento en la Universidad de Deusto, habló en el Foro Gogoa sobre ‘El cristianismo como estilo de vida: Así vivían las primeras comunidades’
pamplona- Carmen Bernabé señala la diferencia entre modos y estilos de vida ¿Dónde está esa diferencia?
-El modo de vida no se elige, sino que es impuesto por el sistema social. Es lo que se considera “normalidad”, lo que se supone que es “la realidad”. Por el contrario, el estilo de vida se elige y se adopta de forma consciente. El estilo de vida puede ser más o menos crítico y alternativo respecto al modo de vida impuesto por la sociedad a la que se pertenece. Hay prácticas que suscitan sentimientos y crean una identidad nueva. Pueden incluso modificar antiguos modos de vida y criticar a las antiguas identidades y sus prácticas. Y eso tiene una dimensión política innegable.
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¿Quiénes son los “machistas con faldas”? ¡Los gerifaltes vaticanos!


Victorino Pérez Prieto, teólogo

Victorino Prieto
El papa Francisco ha vuelto a meter la patareaccionando mal en la cumbre contra los abusossexuales, precisamente después del discurso de la primera mujerque habló allí, la experta en Derecho Canónico Linda Ghisoni, subsecretaria del Dicasterio Laicos, Familia y Vida. Han sido unas palabras graves y otra vez desilusionantes que empañan su pontificado: “Todo feminismo termina siendo un machismo con faldas”. Pero el machismo es peligroso, abusador, violento e incluso asesino; el machismo mata, como nos recuerdan los frecuentes asesinatos de género. No así el feminismo; ni siquiera el más radical.
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Cumbre vaticana sobre la pederastia: ¿un brindis al sol?

Juan José Tamayo, teólogo
Redes Cristianas
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Hay que reconocer el mérito del Papa Francisco al convocar a todos los presidentes de las Conferencias Episcopales de la Iglesia católica para un encuentro en el Vaticano sobre el fenómeno de la pederastia. Sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI no se atrevieron a afrontar el problema y se limitaron a mirar para otro lado o, a lo sumo, a tomar tímidas medidas individuales para un fenómeno estructural que afecta a todo el cuerpo eclesiástico desde la cúpula cardenalicia al clero.

Sin embargo, el encuentro ya estaba viciado de antemano. Los días anteriores a la reunión algunos jerarcas fueron pródigos en declaraciones que auguraban si no su fracaso, sí sus escasos resultados. El Papa Francisco enfrió el ambiente al afirmar que las expectativas sobre el encuentro eran desmesuradas y alertó de que “aquellos acusadores que no hacían más que criticar a la iglesia, eran enemigos, primos y parientes del diablo”. El lenguaje no podía ser menos receptivo hacia la crítica justificada por las agresiones sexuales contra personas indefensas durante siete décadas ante el silencio y la complicidad de la jerarquía, incluido el Vaticano. Ya en la cumbre episcopal el Papa volvió a referirse a Satanás como explicación de la pederastia, introduciendo un elemento mítico que eludía la responsabilidad de la propia jerarquía ante tamaños delitos cometidos, con frecuencia impunes, por sacerdotes, religiosos, monjes, obispos, arzobispos y cardenales.
Unos días antes de la cumbre vaticana, el cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española, expresó su perplejidad por que se focalizara el caso de los abusos -no, Sr. Cardenal, no son abusos, sino agresiones- sexuales sobre los sacerdotes cuando “ocupan solo un 3% de la estadística”. Minusvaloraba y relativizaba así la gravedad de la pederastia clerical y ponía el foco en situaciones que se producen fuera de la institución eclesiástica. Y lo hacía justo en el momento en que más casos de sacerdotes pederastas se iban conociendo y que más denuncias ponían las víctimas tanto ante los obispos y superiores religiosos como ante la justicia civil.
La propia composición de los convocados a la cumbre no auguraba medidas radicales conforme a la gravedad de los delitos. Todos o casi todos eran cardenales, arzobispos, obispos, -clérigos en definitiva-, y algunos posibles encubridores y cómplices. Tal composición venía a reforzar la estructura jerárquico-piramidal y clerical-patriarcal de la Iglesia católica que muy poco ayudaba a abordar el tema con rigor y, peor todavía, hacía sospechar de la complicidad con los pederastas
De la reunión estuvieron ausentes las víctimas, que debieran haber sido los verdaderos protagonistas. Algunos pudieron exponer su testimonio solo a través de videos, pero no pudieron encontrarse con el papa y los obispos cara a cara en el lugar de las reuniones. Solo pudieron expresar sus críticas, protestas, denuncias y propuestas en la calle. No se les permitió entrar en el encuentro. ¿Por qué el miedo a incorporar a las víctimas a las reuniones episcopales cuando el propio Papa había pedido a los obispos que se reunieran con ellas en sus diócesis? ¡Qué oportunidad perdida para escucharlas, reconocer la impiedad hacia ellas, pedirles perdón, comprometerse a reparar tamaños delitos y pronunciar ante ellos el “nunca más”.
Durante el encuentro se volvieron a rebajar las expectativas y a generar escepticismo entre los propios católicos, las personas agredidas sexualmente y la ciudadanía en general, escandalizada por prácticas criminales en una institución que presume de ejemplaridad. Una prueba muy elocuente que ha provocado escándalo entre propios y extraños fue el comentario del Papa tras la intervención de la doctora Linda Ghisona, experta en Derecho Canónico. Invitar a hablar a una mujer, dijo, no es entrar en la modalidad de un feminismo eclesiástico, porque a fin de cuentas “todo feminismo termina siendo un machis con faldas”. Enseguida llegó la respuesta del movimiento feminista que vinculó dichas declaraciones con las de los partidos de la extrema derecha –en el caso de España con VOX- e identificó “el machismo con faldas” con el propio Papa, cardenales, arzobispos obispos y superiores de órdenes religiosas reunidos en el Vaticano.
El discurso final del papa, del que se esperaban medidas concretas, volvió a decepcionar. Una parte del mismo estuvo dedicado a la pederastia en ámbitos familiares, deportivos, escolares con datos y porcentajes precisos, que, sin embargo, no aportó en el caso de le pederastia eclesiástica, cuando los tenía sobre la mesa, o debiera haberlos tenido, ya que se los había pedido a los presidentes de las conferencias episcopales nacionales.
¿Juicio sobre la cumbre vaticana en torno a la pederastia? Son las víctimas las que tienen autoridad para opinar sobre los resultados. Es a su autoridad a la que tienen que someterse el papa y los obispos. ¿Y cuál ha sido su reacción? Se han sentido decepcionadas. Una decepción que compartimos quienes esperábamos medidas concretas, acuerdos vinculantes, decisiones firmes e inapelables, imperativos categóricos de obligado cumplimiento, el final del secreto vaticano, sanciones ejemplares para los culpables y encubridores, etc.


Nada de eso se ha producido. Solo un lenguaje vaporoso, líquido, muy eclesiástico. Sí, es verdad que el Papa afirmó en el discurso de clausura que la Iglesia hará todo lo necesario para poner los casos de las agresiones sexuales clericales en manos de la justicia. Por fin se reconoce que solo hay una justicia válida para todos, también para las personas consideradas “sagradas”: la justicia civil. Tarde lo han descubierto. Pero no basta con decirlo. Hay que ponerlo en práctica. ¿O todo quedará en un brindis al sol? Espero y deseo de todo corazón que no.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Un proyecto de Iglesia para el futuro en España (Editorial San Pablo, 2019)