FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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martes, 21 de marzo de 2017

La credibilidad de la prensa

Pedro Serrano
Enviado a la página web de Redes Cristianas
En el comunicado contra Podemos, la APM, Asociación de la Prensa de Madrid, dice que considera incompatible con el sistema democrático que un partido político, sea el que sea, trate de orientar y controlar el trabajo de los periodistas y limitar su independencia. Totalmente de acuerdo. ¿Quién podría negar semejante evidencia? Por tanto, si se demuestra fehacientemente que Podemos ha incurrido en alguna de estas prácticas que reciba el reproche social y político e incluso el castigo legal que se merezca.
Ahora bien, dicho lo anterior, uno no puede dejar de hacerse algunas preguntas. ¿Por qué la APM ha tardado tanto en darse cuenta de la gravedad de estas prácticas existentes desde mucho antes de la existencia de Podemos? ¿Por qué la APM y buena parte del sector periodístico siguen callando o claudicando ante dinámicas represivas provenientes de diferentes poderes fácticos o políticos? ¿Por qué algunos periodistas de este país han soportando ruedas de prensa a través de un televisor o donde se prohibe hacer preguntas? ¿Por qué algunos periodistas son recriminados por sus jefes, cambiados de puesto o forzados a despedirse por hacer demasiado bien su trabajo? ¿Por qué creen ustedes que está aumentando la autocensura entre los profesionales del periodismo? ¿Por qué será que casi el 70% de los jóvenes no confían en los medios españoles, según el último informe de Reuters y de la Universidad de Oxford?
Sobra decir que hay excepciones honrosas, pero el verdadero problema de la prensa no reside en las presiones de políticos y de otros poderes en la sombra, sino en la claudicación de ésta ante las mismas. No son pocos a los que se les llena la boca de grandes palabras sobre la libertad de prensa y de expresión para luego, una vez pronunciadas, hacerles una sonora pedorreta. En este tiempo de simulación y artificio, ya no es primordial la búsqueda de la verdad. ¿Para qué esforzarse en encontrarla cuando se puede fabricar a la medida de nuestros intereses?
. Valladolid

Religión y apostasía. A propósito de “Silencio”

José Arregi
José Arregui1
Hace ya dos meses que dos matrimonios amigos fuimos a ver Silencio, de Scorsesse. Entretanto, ha desaparecido de las carteleras y de los medios que todo lo devoran. Todo lo devoramos sin haberlo saboreado y sin tiempo para digerir y nutrirnos. En cuanto a la película como tal, carezco de criterio competente para afirmar si es buena o mala, ni me interesa en este momento. Nos dio para una larga y sabrosa sobremesa, con discordancia de opiniones y concordia comensal: ¿Apostatan realmente los jesuitas Ferreira y Rodrigues o solo fingen hacerlo? Por lo demás, ¿es la película fiel a la historia? Y las grandes cuestiones de fondo: ¿Qué es fe? ¿Qué es apostasía?…
Pero antes de nada: ¿Qué movía a unos jóvenes jesuitas –o franciscanos y dominicos– europeos a embarcarse hacia las lejanas islas de Japón, con una lengua, unas tradiciones y una religión tan distintas de las suyas, mientras su propia Europa se desangraba en guerras de cristianos por cuestiones de dogmas y de poderes?

Les movía sin duda la mejor voluntad, pero no la mejor inteligencia de la fe. Iban en nombre de Jesús, pero al amparo de monarcas y de ricos mercaderes. Les inspiraba el evangelio liberador de Jesús, pero estaban sujetos a su letra, convencidos de que la fe consiste en profesar el Credo, el evangelio se identifica con religión cristiana y la religión cristiana católica es la única verdadera.
Creían con razón que el mensaje del evangelio es universal, pero ignoraban que el lenguaje y todas las formas en que lo expresaban eran –siguen siendo– radicalmente particulares. Embarcaban para enseñar lo que conocían, pero no para aprender lo que desconocían. Querían salvar a aquellas gentes, pero pensaban que la salvación era cosa del cielo después de la muerte, y que solo se podrían salvar quienes abrazaran sus creencias y recibieran su bautismo. Se exponían heroicamente a la tortura y la muerte, pero les confortaba la certeza de que obtendrían la corona suprema en lo más alto del cielo.
Eran mensajeros de Jesús. Solo que Jesús nunca pretendió fundar una religión, ni jamás se le pasó por la cabeza enviar a nadie a “convertir paganos”. Él se sintió profeta de Dios, de un mundo nuevo inminente, y, con un grupo de discípulos y discípulas, se fue a anunciarlo y vivirlo por caminos y aldeas. “Convertíos a la vida”, venía a decir.
Pero muy pronto el evangelio de la vida se convirtió en religión clerical, la Iglesia se alió con el imperio y los cristianos entendieron que Jesús los enviaba a cristianizar y, sin saberlo, a helenizar, romanizar y europeizar todo el mundo. Los profetas de un mundo nuevo se volvieron misioneros de la única religión que garantizaba el perdón de los pecados aquí y la vida feliz solo en el más allá.
En la nueva religión de los misioneros cristianos, muchos encontraron consuelo y libertad, la esperanza de sus vidas, y de buena gana apostataron de sus antiguas creencias y prácticas religiosas, incluso hasta morir torturados. Otros muchos, incontables, fueron sometidos contra su voluntad a una terrible disyuntiva: o apostatar o morir. Pero la Iglesia jamás ha proclamado mártires a cristianos disidentes o a quienes ella hizo morir por no apostatar de su religión o de su ateísmo.
A veces cambiaron las tornas, como en Japón a lo largo del siglo XVII, cuando el poder político impuso el budismo como religión de Estado, igual que los reyes europeos imponían su confesión católica, protestante o anglicana en sus reinos y en las tierras conquistadas. Muchos cristianos japoneses prefirieron entonces la muerte más terrible a la apostasía, mientras los monjes budistas cantaban mantras al Buda compasivo Amida, y ellos –los cristianos– se preguntaban por qué Dios callaba, sin atreverse a pensar que un Dios así no puede existir. Otros –como el Kichijiro del film– apostataron del cristianismo para salvar su vida, pero condenándose a vivir el resto de su vida carcomidos por la culpabilidad. El jesuita Rodrigues también apostata, pero solo por salvar a otros, y vive el resto de su vida en el remordimiento de haber pisado un fumie, una mera tablilla con la imagen de Jesús. Mucho antes que él había apostatado el padre Ferreira, y no solo para salvar a otros sino también para salvarse a sí mismo. Y no tuvo remordimientos por haberlo hecho. Vivió en paz. Vivió.
En nuestra sobremesa hubo discrepancias al respecto: ¿apostató el sabio padre Ferreira por convicción o solo fingió hacerlo? Para mí, el padre Ferreira es el modelo del cristiano maduro, libre de la religión. Es el único que no apostata en realidad. Pues toda religión, el cristianismo incluido, no es en el mejor de los casos sino una representación de la Vida, como el fumie no era sino una representación de Jesús. ¿No querría tu mujer que pisaras su imagen por salvar tu vida y la de tus hijos? Preferir la religión a la vida propia y ajena: eso es apostatar.
(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 19-03-2017)