Los modos en una Iglesia sinodal son importantes, y en esas dinámicas eclesiales, alimentar las relaciones en un mundo herido, promoviendo el diálogo por la paz, ponerse al servicio de la sociedad para crear nuevos modos de ver a los otros y relacionarse con ellos, dejando de lado la auto referencialidad es algo de gran importancia.
Un mundo polarizado y fragmentado
El mundo actual está cada vez más polarizado y fragmentado, las guerras atroces y conflictos violentos se han instalado como algo permanente en la vida de muchos países y personas. Francisco ha advertido repetidamente que se está librando una tercera guerra mundial en pedazos. Ante esa situación, la Iglesia tiene que sentir el llamado a caminar juntos, a vivir la sinodalidad, a buscar la unidad en la diversidad. Solo así seremos testigos de Cristo, que como nos dice Efesios, “ha hecho de los dos pueblos uno solo y destruyó el muro que los separaba”.
Uno de los desafíos que enfrenta la Iglesia sinodal es ser un testimonio auténtico y creíble en el contexto mundial, que se convierta en un lugar donde se viva “la visión de del profeta Isaías: ‘ser fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor’”, como afirma el Instrumentum Laboris para la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad, que está siendo llevada a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano, de 2 a 27 de octubre de 2024.
Nuevos horizontes del Espíritu
Una Iglesia que “abre su corazón al Reino”, dice también el mismo texto, y asume su misión de fomentar “la amistad social”, propuesta por Francisco en Fratelli tutti, que se caracteriza por no excluir a nadie, y la “fraternidad abierta” a todas las personas. En esa perspectiva, cuando todos los miembros del Pueblo de Dios nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, el protagonista del proceso sinodal, experimentamos con gran alegría y profunda gratitud, que Dios a través de su Espíritu, nos abre nuevos horizontes.
Es así como acogemos con la convicción, humildad y sencillez que ello requiere la disposición de todos los miembros del Pueblo de Dios a una conversión permanente relacional en la Iglesia, para ser testigos de esos nuevos modos relacionales para el mundo. Sólo así, con la gracia de Dios, podemos ser cada vez más una Iglesia verdaderamente sinodal y de esperanza.
Eso exige una conversión permanente, que pide un cambio profundo de mente y de corazón para caminar juntos con distintos carismas y ministerios, en una corresponsabilidad diferenciada en la misión de la Iglesia para fomentar una auténtica práctica sinodal. No olvidemos que la sinodalidad necesita ser encarnada e inculturada en los diversos contextos de las Iglesias locales y regionales, como está expresado en el Instrumentum Laboris.
Asumir la práctica de escuchar
En vista de lograr la credibilidad y coherencia de nuestro testimonio, esta práctica sinodal tendría que ser realizada por todos, obispos, presbíteros, religiosas y religiosos, laicos y laicas, en definitiva, todos los miembros del Pueblo de Dios. Algo que se puede y se debe concretar en “la celebración de asambleas eclesiales a todos los niveles”, como propone el Instrumentum Laboris de la Segunda Sesión, ya que esa es una modalidad concreta de practicar la escucha y prestar la debida atención al sensus fidei fidelium.
Finalmente, nadie se olvide de que la Iglesia igualmente está llamada a caminar sinodalmente con los otros seres vivos de la naturaleza. En este momento crítico de nuestro Planeta es imperioso escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres y comprometernos más en el cuidado de la casa común ya que “el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre”, como nos dice Francisco en Laudate Deum.
Luis Miguel Modino, enviado especial al Sínodo de la Sinodalidad
Religión Digital
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