FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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miércoles, 19 de abril de 2017

Francisco denuncia el ataque que dejó un centenar de muertos en Siria

 
Jesús Bastante

Papa Francisco7El Papa pide a los líderes mundiales “el valor de evitar que se propaguen los conflictos y de acabar con el tráfico de armas”
La bendición Urbi et Orbi recordó Oriente Medio, Irak, Yemen, Sudán, Centroáfrica, Ucrania o Latinoamérica
Siria, “la amada y maltratada Siria”, fue protagonista del mensaje de Pascua del Papa Francisco. Sus palabras previas a la bendición Urbi et Orbi contaron, también, con una frase improvisada, haciendo referencia al “último innoble ataque a los prófugos que huían (en Alepo), que ha provocado numerosos muertos y heridos”.··· Ver noticia 

Francisco: “Que el mundo detenga a los señores de la guerra”


Papa Francisco7Papa Francisco en entrevista con el periódico italiano «Repubblica»: «hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, en las diferentes formas de violencia y maltrato. Los que pagan la factura son siempre los inermes».
«Creo que hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, en las diferentes formas de violencia y maltrato, en el abandono de los más frágiles. Y los que pagan la factura siempre son los últimos, los inermes». Lo dijo Papa Francisco al responder a las preguntas del vaticanista del periódico italiano «Repubblica» Paolo Rodari. La entrevista fue publicada este día del Jueves Santo; hoy por la tarde, el Pontífice entrará a la Casa de Reclusión de Paliano (en Frosinone) para celebrar la Misa «in Coena Domini» con el rito del lavatorio de los pies con algunos detenidos.··· Ver noticia 

Después de tres años de guerra en Yemen, el Pentágono da pasos para intensificar la masacre


Bill Van Auken

Worls Socialist Web Site
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
El Pentágono ha solicitado formalmente a la Casa Blanca de Trump que levante las restricciones impuestas por el gobierno Obama a la ayuda militar estadounidense a la guerra casi genocida de la monarquía de Arabia Saudí contra el empobrecido pueblo de Yemen.
El lunes [27 de marzo de 2017] el Washington Post informaba de que a principios de este mes el recientemente retirado general de la Marina de Estados Unidos y secretario de Defensa James Mattis, “Mad Dog” [Perro Loco], había presentado un memorando al asesor de seguridad nacional de Trump, el teniente general del ejército de Estados Unidos HR McMaster, para que se aprobara reforzar el apoyo a las operaciones militares que llevan a cabo en Yemen tanto el régimen saudí como su principal aliado árabe, los Emiratos Árabes Unidos. Según el Washington Post, el memorando insistía en que esta ayuda militar estadounidense ayudaría a luchar contra “una amenaza común”.
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¿QUIÉN RESUCITA HOY?


¿Quién no ha sentido, en algún momento de su vida, la experiencia de morir? ¿Quién no ha sufrido el dolor físico, casi somático, de una separación indeseada, de una palabra mal dicha, de un proyecto que se trunca, de un no sentirse comprendido o aceptado?
Cada uno de nosotros lleva grabadas infinitas pequeñas muertes en su geografía íntima. A veces tan pequeñas que no dejan cicatriz visible, pero aun así muy grandes. Lo suficiente como para que nos permitan reconocer esas mismas señales de dolor en otros cuerpos y rostros: las bolsas bajo los ojos de la señora que coge el autobús a las seis de la mañana, el ceño fruncido del funcionario que apenas musita un buenos días, el temblor en la voz de quien recuerda aquel amor del pasado, la inseguridad de la adolescente que se compara con sus amigas, la frustración del que no tiene trabajo, o de quien se busca cada mañana en el espejo y no se encuentra. No hace falta tener grandes problemas para sentirnos morir un poco (¿cuántas veces habremos alzado al cielo de otros ojos nuestra plegaria sentida y sincera, como diciendo calladamente: “¿por qué me has abandonado?”).
Sí, cada uno de nosotros es un testimonio encarnado de resistencia, de resiliencia (ahora que tanto se emplea esta palabra), de aprender a respirar hondo y reencontrar el ánimo, “el ánima”, ese soplo vital que nos mantiene vivos. Porque estamos hechos para resucitar. La nuestra es una bella historia de resurrección, un milagro de fortaleza en la fragilidad que nos impulsa una y otra vez a despertar del letargo, a ponernos en pie, afianzarnos sobre la tierra, dejar atrás nuestras fosas y encierros, y seguir caminando con la cabeza erguida y el pecho descubierto. Para volver a la vida, sí, pero no a la de ayer. Resucitar es recrearnos entrañablemente: asomarnos a aquello que nos duele y acariciarlo como quien unge el cuerpo o los pies de la persona amada. Acoger, aceptar, amar, conmovernos desde las entrañas. Y atrevernos a salir, sin pudor, expuestas las heridas en señal de victoria, más conscientes de nosotros mismos, renacidos y aún dispuestos a hacerlo todo nuevo.
La anastasis es ese dinamismo interno que TODOS y TODAS experimentamos al sentirnos liberados de nuestros miedos e infiernos. De nada sirve admirar este milagro de la Pascua cristiana, este rito de paso o transición, si después no lo reconocemos en nuestra vida cotidiana. Y de poco sirve, además, esta experiencia de sanación personal si no transforma nuestro modo de contemplar a los demás y convivir con ellos. Quien ya pasó por una situación parecida comprende a quien ahora está sufriendo, sabe escuchar (porque también un día necesitó esa acogida), sabe acariciar con palabras y con gestos, domina el lenguaje de la ternura, y sabe conceder espacio, tiempo y dignidad a quienes se encuentran librando esa dura batalla. Porque un día fue también la suya; porque es la de todos.
Cada uno de nosotros está llamado a ser testimonio de resurrección para quienes no alcanzan a ver (y aguardan anhelantes) el estallido del alba. En silencio, nos decimos: “Yo pasé por ese trance que tú atraviesas hoy y salí fortalecido. Sé de tu dolor y me conmueve. Y en cuanto quiera que venga a partir de ahora, no estarás solo/a. Seguimos adelante. Estoy contigo”. Ayudarnos a morir, ayudarnos a vivir: he aquí el milagro que se entreteje cuando dos o más personas se reconocen desde la com-pasión y el amor. La radicalidad de este sentir común, de esta comunión que se llena de sentido por lo sentido, nos moviliza e interpela a adoptar una nueva manera más sensible, empática y receptiva de estar en el mundo. Renacidos una y otra vez de tantas pequeñas crisis, albergamos en nosotros un espíritu de sabiduría y fortaleza que nos impulsa a ser portadores de paz, “resucitadores” de otros.
Luego están esas otras muertes: las que nos arrancan de nuestro lado y para siempre a las personas que amamos y que nos aman, y dejan henchido de ausencia el espacio que antes ocupaba su figura. Hermoso y triste vacío habitado. Quien más, quien menos, sabe a qué me refiero. Hace algo más de dos años perdí a mi mejor amigo y no ha pasado un solo día en que no lo haya recordado. Como la Magdalena, también yo fui al sepulcro para visitar y honrar el último lugar en la tierra donde reposó el cuerpo de mi amigo. Sabía que no lo encontraría allí, que aquel nombre sobre esa lápida fría poco o nada podría decirme del hombre que yo había conocido. Fui, no obstante, porque más allá del vértigo que produce el abismo, somos materia en busca de un abrazo. Y, como hemos hecho tantos, lloré junto a su tumba la tristeza de no volver a verlo. Enterramos a nuestros muertos pensando que con ellos muere también una parte de nosotros mismos, una determinada manera de pronunciar nuestro nombre, retazos de una historia hecha recuerdos.
Transcurre el tiempo (tres días, tres meses, tres años) y, en un determinado momento, incomprensiblemente, ciertos lugares parecen reavivar en nosotros aquella presencia tan amada. Resuenan en lo profundo sus palabras, como el eco de una musiquilla que creíamos olvidada. Comenzamos a revivir instantes y destellos de experiencias compartidas. Y descubrimos con sorpresa que los consejos y enseñanzas de las personas que amamos todavía nos acompañan, nos conforman e iluminan el camino. Así debieron sentirlo los discípulos de Jesús (mi espíritu permanece con vosotros), siendo en realidad una experiencia al alcance de todos. Y cuando esto ocurre, nace en los labios (rebosa del corazón) la sonrisa cómplice y serena de quien, al fin, comprende todo. Y sabe (porque lo ha experimentado) que el milagro de la Vida que se entrega sin medida consiste en un irse dando poco a poco, en un quedarse en los demás cada vez con mayor hondura, en un dejar los corazones sembrados con la belleza de los encuentros.
También era esto, resucitar: un reavivar muy dentro esa mirada que alguien (Alguien) nos regaló un día, haciendo que ya nada volviera a ser lo mismo. Un abrirse a la certeza de un Amor partido y repartido, capaz de inaugurar otra forma de comunión y de presencia. Y un alegrarse sin medida y un agradecer el poder transformador de ese Amor. Agradecer siempre. Porque, al cabo, ¿quién no ha tenido alguna vez esta experiencia de resurrección?

DE PROFESIÓN:VIVIENTE

col zabala

Vivir no es fácil. No elegimos la existencia, fuimos traídos a ella, por un conjunto de circunstancias, mezcla del azar y de la intervención humana. Y, dentro de ambos, está -decimos los creyentes- la Providencia divina. Somos seres contingentes: de no darse esa conjunción en el espacio y en el tiempo, no habríamos llegado a la existencia. De ahí que muchos autores clásicos hablaban de la culpa de haber nacido. La vida es un don con caducidad inexorable, pero en fecha desconocida.
Hay quien se extraña de que personas creyentes puedan tener miedo a la muerte. Otras no temen ese instante, pero manifiestan su temor al proceso de morir, si resulta extremadamente doloroso o prolongado. Suele decirse que cuando un enfermo es consciente de su próximo fin, pasa por tres etapas: negación, lucha y aceptación. Pero el miedo a dejar la vida, común a muchos creyentes o increyentes, es un temor psicológico, existencial. Enfrentarse con ese final inevitable y común a todos los seres vivos, revela la tragedia de la finitud. Un creyente auténtico es quien, en expresión de Hans Küng, espera descansar en el Misterio de la misericordia divina, a pesar de sus dudas e inseguridades.
¿No hemos de vivir plenamente, sin acobardarnos encerrados en recuerdos asfixiantes del pasado, ni temiendo futuros posibles que probablemente no lleguen a la realidad? Saborear cada instante del presente que es lo único que tenemos, aunque esté preñado de posibilidades heredadas del ayer y de proyectos para el mañana. Y ese vivir a plenitud es con-vivir; los seres humanos no podemos existir en soledad, aunque necesitemos espacios de soledad y de silencio para entregarnos de lleno a nuestra realidad de relaciones con otras personas y demás entes del mundo, en diálogo de palabras y contactos.
Hace poco escuchábamos a un amigo médico, pero jubilado activo pues sigue aplicando voluntariamente sus conocimientos médicos a asociaciones y personas que los necesitan. Dijo que los males de nuestra sanidad derivan de que hay pocos profesionales y muchos proletarios. No creo que tuviera una intención clasista, como si ser médico fuera una casta superior a los demás trabajadores. Más bien aludía a quienes ejercen su trabajo llevados de su vocación de servicio y no motivado sólo por la remuneración y por realizar su trabajo pensando en el cumplimiento del horario fijado. Cierto es que hay médicos que miran a sus pacientes, escuchan sus dolencias, se esfuerzan en el reconocimiento directo antes de cualquier prueba de diagnóstico, no miran el reloj, sino que, a través del diálogo terapéutico, curan más que con las medicinas que recetan. Pero el sistema institucionalizado de sanidad no favorece este tipo de conducta; los recortes con la escasez de personal y la rigidez de los minutos a "perder" con cada paciente impulsan a una práctica cada mi más despersonalizada. Y esto que experimentamos en el aspecto sanitario, ¿no se produce cada vez más en casi todos los aspectos de la vida?, ¿no es fruto del sistema neoliberal con su mercantilización de la sociedad, por su competitividad y búsqueda del máximo beneficio a corto plazo?
Conforme aumenta nuestra edad y superamos la fecha de la jubilación, nos puede resultar más difícil contestar a la pregunta ¿cuál es tu profesión? De la que ejercimos ya somos unos ex, aunque el aprendizaje adquirido en ella forme parte de nuestra biografía. Identificarnos como jubilados es reconocernos como sin profesión. ¿No es el tiempo para descubrir -si no lo habíamos hecho antes- nuestra más profunda y auténtica profesión: la de vivientes? Las anteriores no pasaban de ser profesiones minúsculas que no desvelaban nuestra identidad más radical. Pero ser Vivientes no es fácil, hay muchos, jóvenes y mayores, que no pasan de ser Sobrevivientes: personas que son arrastrados por los avatares que les suceden, que no han empezado a ser protagonistas de su propia existencia. Hay los también Vividores: sólo piensan en sí mismos y emplean a los demás como meros instrumentos para sus fines; el goce inmediato, su nula resistencia a la adversidad y su incapacidad para la empatía les convierte en parásitos sociales. Y ¿no podemos llegar a ser Vivientes auténticos que hagan de la vida su profesión, al descubrir su sentido pleno: amar a quienes nos rodean, luchar por un mundo justo y merecer ser amados?

TESTIMONIOS NO CRISTIANOS DE LA EXISTENCIA DE JESÚS DE NAZARETH


¿Padeció bajo el poder de Poncio Pilato? De la existencia de Jesús de Nazareth no duda ningún historiador serio. Para el historiador especializado en culturas antiguas Michael Grant, ya fallecido, hay más evidencia de que existió Jesús que la que tenemos de famosos personajes históricos paganos. También James H. Charlesworth escribió: «Jesús sí existió y sabemos más de él que de cualquier palestino judío antes del 70 d.C.». E. P. Sanders en «La figura histórica de Jesús» afirma: «Sabemos mucho sobre Jesús, bastante más que sobre Juan el Bautista, Teudas, Judas el Galileo y otra de las figuras cuyos nombre tenemos de aproximadamente la misma fecha y el mismo lugar». y F.F. Bruce, autor de «¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?», sostiene que «para un historiador imparcial, la historicidad de Cristo es tan axiomática como la historicidad de Julio César».
«La muerte en cruz es el hecho histórico mejor atestiguado de la biografía de Jesús», señala a ABC Santiago Guijarro, catedrático de Nuevo Testamento de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Jesús no fue considerado como significativo por los historiadores de su tiempo. Si aparece en la literatura pagana y judía de la época fue por el empuje de los cristianos que le siguieron. «Ninguno de los historiadores no cristianos se propuso escribir una historia de los comienzos del cristianismo, y por esta razón sólo mencionan los acontecimientos que tenían alguna relevancia para la historia que estaban contando. Sin embargo, el valor de estos datos puntuales es muy grande», explica Guijarro en «El relato pre-marcano de la Pasión y la historia del cristianismo».
El historiador norteamericano John P. Meier relata en «Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico» cómo «cuando en conversaciones con gente de la prensa y el libro (...) ésta fue casi invariablemente la primera pregunta: Pero ¿puede usted probar que existió? Si me es posible reformular una interrogación tan amplia en una más concreta como «¿Hay pruebas extrabíblicas en el siglo I d.C. de la existencia de Jesús? Entonces creo que, gracias a Josefo (Flavio Josefo), la respuesta es sí».
Flavio Josefo (93 d.C.)
El historiador judío romanizado (37 a 110 d.C.) recoge en el texto conocido como «Testimonium flavianum» de su libro «Antigüedades judías (91-94)» una referencia a Jesús que si bien se cree que fue retocada con las frases abajo entre paréntesis, se considera auténtico: «En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, (si es lícito llamarlo hombre); porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. (Él era el Mesías) Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo. (Porque él se les apareció al tercer día de nuevo vivo: los profestas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él) Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido».
En Ant. 20.9.1. también hace referencia a «Jesús, que es llamado Mesías» al dar cuenta de la condena a Santiago a ser apedreado.
Tácito (116 d.C.)
El historiador romano (56 a 118 d.C) menciona a «Cristo» en sus «Anales» escritos hacia el año 116 d.C. al hablar sobre Nerón y el incendio de Roma en el año 64. Informa de la sospecha que existía de que el propio emperador había ordenado el fuego y recoge cómo «para acallar el rumor, Nerón creó chivos expiatorios y sometió a las torturas más refinadas a aquellos a los que el vulgo llamaba “crestianos”, [un grupo] odiado por sus abominables crímenes. Su nombre proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición se extendió de nuevo, no sólo en Judea, la tierra que originó este mal, sino también en la ciudad de Roma, donde convergen y se cultivan fervientemente prácticas horrendas y vergonzosas de todas clases y de todas partes del mundo».
Los historiadores consideran a Flavio Josefo y Tácito como los testimonios primitivos independientes relativos al mismo Jesús más consistentes, aunque también hay otras fuentes que recogen datos sobre los primeros cristianos:
Plinio, el joven (112 d.C.)
Procónsul en Bitinia del 111 al 113 y sobrino de Plinio el Viejo. Se conservan 10 libros de cartas que escribió. En la carta 96 del libro 10 escribe al emperador Trajano para preguntarle qué debía hacer con los cristianos, a los que condenaba si eran denunciados. En ella cita tres veces a Cristo y señala que los cristianos decían que toda su culpa consistía en reunirse un día antes del alba y cantar un himno a Cristo «como a un dios»: «Decidí dejar marcharse a los que negasen haber sido cristianos, cuando repitieron conmigo una fórmula invocando a los dioses e hicieron la ofrenda de vino e incienso a tu imagen, que a este efecto y por orden mía había sido traída al tribunal junto con las imágenes de los dioses, y cuando renegaron de Cristo (Christo male dicere). Otras gentes cuyos nombres me fueron comunicados por delatores dijeron primero que eran cristianos y luego lo negaron. Dijeron que habían dejado de ser cristianos dos o tres años antes, y algunos más de veinte. Todos ellos adoraron tu imagen y las imágenes de los dioses lo mismo que los otros y renegaron de Cristo. Mantenían que la sustancia de su culpa consistía sólo en lo siguiente: haberse reunido regularmente antes de la aurora en un día determinado y haber cantado antifonalmente un himno a Cristo como a un dios. Carmenque Christo quasi deo dicere secum invicem. Hacían voto también no de crímenes, sino de guardarse del robo, la violencia y el adulterio, de no romper ninguna promesa, y de no retener un depósito cuando se lo reclamen».
Trajano contestó a Plinio diciéndole que no buscara a los cristianos, pero que, cuando se les acusara, debían ser castigados a menos que se retractaran.
Suetonio (120 d.C.)
El historiador romano (70-140 d.C.) hace una referencia en su libro «Sobre la vida de los Césares» donde narra las vidas de los doce primeros emperadores romanos. En el libro V se refiere a un tal «Chrestus» al mencionar la expulsión de los judíos de Roma ordenada por el emperador Claudio: «Expulsó de Roma a los judíos que andaban siempre organizando tumultos por instigación de un tal Chrestus».
La mayoría de los historiadores coinciden en que Chrestus es Cristo porque era frecuente que los paganos confundieran Christus y Chrestus y no existe ningún testimonio sobre ningún Chrestus agitador desconocido.
En los Hechos de los Apóstoles se recoge este acontecimiento: «[Áquila y Priscila] acababan de llegar [a Corinto] desde Italia por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma».
Luciano (165 d.C.)
El escritor griego Luciano de Samosata satiriza a los cristianos en su obra «La muerte de Peregrino»: «Consideraron a Peregrino un dios, un legislador y le escogieron como patrón…, sólo inferior al hombre de Palestina que fue crucificado por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres (...) Su primer legislador les convenció de que eran inmortales y que serían todos hermanos si negaban los dioses griegos y daban culto a aquel sofista crucificado, viviendo según sus leyes».
Mara Bar Sarapión (Finales del siglo I)
Existe una carta de Mara Ben Sarapión en sirio a su hijo en la que se refiere así a Jesús, aunque no lo menciona por su nombre: «¿Qué provecho obtuvieron los atenienses al dar muerte a Sócrates, delito que hubieron de pagar con carestías y pestes? ¿O los habitantes de Samos al quemar a Pitágoras, si su país quedó pronto anegado en arena? ¿O los hebreos al ejecutar a su sabio rey, si al poco se vieron despojados de su reino? Un dios de justicia vengó a aquellos tres sabios. Los atenienses murieron de hambre; a los de Samos se los tragó el mar; los hebreos fueron muertos o expulsados de su tierra para vivir dispersos por doquier. Sócrates no murió gracias a Platón; tampoco Pitágoras a causa de la estatua de Era; ni el rey sabio gracias a las nuevas leyes por él promulgadas».
Celso (175 d.C.)
En «Doctrina verdadera» ataca a los cristianos. Aunque no se conserva su libro, sí muchas de sus citas por la refutación que escribió Orígenes unos 70 años después.
«Colgado» en el Talmud
El gran erudito judío Joseph Klausner ya escribió a principios del s.XX que las poquísimas referencias del Talmud a Jesús son de escaso valor histórico. En el tratado Sanhedrin 43a se menciona a «Yeshú»: «Antes pregonó un heraldo. Por tanto, sólo (inmediatamente) antes, pero no más tiempo atrás. En efecto contra esto se enseña: ´En la víspera de la pascua se colgó a Jesús´. Cuarenta días antes había pregonado el heraldo: ´Será apedreado, porque ha practicado la hechicería y ha seducido a Israel, haciéndole apostatar. El que tenga que decir algo en su defensa, venga y dígalo´. Pero como no se alegó nada en su defensa, se le colgó en la víspera de la fiesta de la pascua».
«Muy probablemente el texto talmúdico se limita a reaccionar contra la tradición evangélica», considera John P. Meier en «Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico»

M. Arrizabalaga
ABC