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viernes, 29 de junio de 2012

Tamayo: El cese del obispo Bargalló es el resultado de una Iglesia misógina y gobernada por célibes

“La única incompatibilidad es servir a Dios y al dinero”
“La incompatibilidad entre el amor a Dios y el amor al ser humano la ha creado la jerarquía”
El teólogo español Juan José Tamayo consideró hoy que el cese por el Vaticano del obispo argentino que fue fotografiado abrazado a una mujer en una playa de México “es una prueba más de la incompatibilidad que establece la Iglesia entre el amor a Dios y el amor a los seres humanos”.
El cese del obispo es el resultado de “una Iglesia misógina” y “gobernada por célibes”, que “no sabe lo que es el amor”, dijo este catedrático vinculado a la Teología de la Liberación y muy crítico con la jerarquía católica, que dirige estos días un curso sobre el Concilio Vaticano II en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander (norte de España).
El Vaticano informó este martes de que el papa Benedicto XVI cesó a Fernando María Bargalló, hasta entonces obispo de la diócesis argentina de Merlo Moreno, tras el escándalo desatado al publicarse unas fotos en las que se ve al religioso abrazado en actitud cariñosa a una mujer en el agua, en una playa de México.
Medios argentinos afirman que el obispo, de 57 años, celebró la boda de quien ahora sería su pareja, bautizó a sus tres hijos y es incluso el padrino de uno de ellos.
Bargalló había admitido en un comunicado que era él quien aparecía en las fotos, pero aseguró que la mujer, actualmente divorciada, era sólo “una amiga de la infancia” e insistió en su “compromiso con Dios y con la Iglesia”.
Días más tarde, sin embargo, el religioso reconoció ante los sacerdotes de su diócesis la relación con la mujer.
El exobispo también renunció a la presidencia de Cáritas Latinoamérica tras el escándalo.
Bargalló era obispo de Merlo Moreno desde mayo de 1997 y fue hasta el año pasado presidente de Cáritas Argentina.
Tamayo, profesor de Teología de la Universidad Carlos III de Madrid, opinó hoy que “la única incompatibilidad” que fija el Evangelio está “en servir a Dios y al dinero”, pues “no se puede servir a esos dos amos”, declaró.
Y recalcó que cuando a Jesús se le preguntó cuál es el primer mandamiento, dijo que es “amar a Dios sobre todas las cosas”, y que el segundo es “amar al prójimo como a ti mismo”.
“La incompatibilidad entre el amor a Dios y el amor al ser humano la ha creado la jerarquía eclesiástica”, apostilló.
Tamayo, doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, dirige estos días en la Menéndez Pelayo el curso “El Vaticano II: concilio del diálogo, cincuenta años después” y hoy ofreció una rueda de prensa junto a la teóloga argentina Coca Trillini y la teóloga feminista india Kochurani Abraham.
Trillini dijo que el resultado del Concilio Vaticano II no afectó a un 50 por ciento de la población mundial, esto es, las mujeres, y lamentó que la Iglesia no ha cumplido sus promesas con ese colectivo. “La tradición católica sigue desoyendo a las mujeres”, apostilló.
Abraham destacó al respecto la pluralidad de la vida y consideró que supone “un desafío” para las religiones, que mayoritariamente son “masculinas” y están “jerarquizadas”. (RD/Efe)

Iglesia Católica y Golpe de Estado en Paragua

Enviado a la página web de Redes Cristianas
PABLO RICHARD
 
Nuncio Apostólico en Paraguay ¿representa al Estado Vaticano o al Papa?
Los católicos en América Latina nos hemos sentido literalmente golpeados, con la rápida legitimación que el Nuncio Apostólico Eliseo Ariotti ha dado al “golpe de Estado” en Paraguay. Nos recordó también el rápido apoyo que el Cardenal Andrés Rodriguez Madariaga dio al golpe de Estado en Honduras.
El señor Franco que se proclama “presidente”, contra toda ética y legitimidad democrática, se refirió públicamente al “apoyo unánime que ha tenido de la Iglesia Católica, como de los gremios y de los partidos políticos”.
El domingo secelebró una Misa en la Catedral, con participación destacada del golpista Franco, junto con los representantes eclesiales y militares del país. La foto salío en muchos periódicos en primera plana.
Casi todos los gobiernos de América Latina han denunciado el golpe, o al menos han retirado sus embajadores y su apoyo político y económico.
Los católicos nos sentimos deslegetimidos y ofendidos por la actitud de los nuncios apostólicos de la Iglesia Católica. Surge la pregunta si estos señores son repensentante del Estado Vaticano o del Papa, como jefe de toda la Iglesia, representante de la tradición apostólica, construida sobre Pedro Apóstol. No se puede engañar y jugar con la fe y la identidad católica del Pueblo de Dios, especialmente en América Latina y El Caribe. No nos sentimos representados por un diplomático de la Jerarquía y tenemos el dererecho de rechazar las opciones políticas del Estado del Vaticano,
e incluso de las opciones antieticas y antidemocráticas de la
jerarquía.
Debemos hacer una profesión pública de desobediencia, por
fidelidad a nuestra identidad evangélica. DISOBEDIENCIA CIVIL AL ESTADO VATICANO Y DENUNCIA PROFETICA A LA JERAQUIA CATOLICA QUE ENGAÑA AL PUEBLO DE dIOS CON SUS OPCIONES CLARAMENTE POLITICAS LEGITIMANDO A TODAS LAS ANTIGUAS OLIGARQUIAS QUE OPRIMEN AL NUESTROS PUEBLOS.
No somos ciudadanos del Estado Vaticano, sino miembros del Pueblo de Dios fiel al Evaagelio y a la opción preferencial de los pobres. Todo esto debemos gritarlo, sacarlo a la calle y a la opinion publica en todos los paises y pueblos de Indoamérica.

PAGOLA LA FE DE LA MUJER


La cultura moderna ha divulgado un modo diferente de mirar la muerte. El morir ya no interesa como hecho trascendente, ni como destino misterioso del ser humano. Se trata sencillamente de la interrupción de un proceso biológico, un "fenómeno natural" que hemos de aceptar como algo normal y ordinario. Pero, a decir verdad, nadie siente la propia muerte como algo natural, sino como un final absurdo e inhumano.
Por otra parte, se esperaba que el progreso y el bienestar generalizado harían olvidar poco a poco el "pequeño problema de la muerte", pero los hombres y mujeres de hoy siguen sintiendo la misma rabia e impotencia de siempre, cuando presienten cercano su final: "¿Esto era todo? ¿Por qué tengo que morir ahora?".
Por eso, no es extraño leer hoy afirmaciones como la del teólogo alemán Heinz Zahrnt en su último estudio: "El problema de la muerte y de lo que viene después de la muerte no es un problema superado. Está ahí tan vivo como siempre e, incluso, suscita un interés renovado".
De hecho, se leen con avidez las experiencias vividas por individuos "vueltos a la vida", que pretenden decirnos lo que sucede en la muerte. Las gentes acuden cada vez más a recibir "mensajes del más allá" a través de personas mediadoras que, se dice, pueden comunicar con las almas de los difuntos. Se ponen de moda diversas formas de "reencarnación" elaboradas a partir de antiguas doctrinas orientales.
Pero la muerte no admite "soluciones de compromiso". Inútil recibir pretendidos "mensajes del más allá" o escuchar relatos de los "reanimados" que, naturalmente, no han experimentado la muerte. Inútil también buscar refugio en teorías reencarnacionistas tan alejadas con frecuencia de su inspiración oriental. Ante la muerte, sólo cabe una alternativa. O el hombre se pierde para siempre, o bien es acogido por Dios para la vida. (LEER EL EVANGELIO)
La esperanza de los cristianos en la vida eterna tiene como fundamento único la confianza total en la fidelidad de Dios que, como dice Jesús, es "un Dios de vivos y no de muertos". El posee la vida en plenitud. Donde él actúa, se despierta la vida. También en el interior de la muerte.
En el momento de morir yo no podré disponer de mi vida. No podré ya relacionarme con nadie. Nadie podrá hacer nada por mí. No hay apoyos ni garantías de nada. Estaré solo ante la destrucción. O hay un Dios Creador que me saca de la muerte, o todo habrá terminado para siempre.
En ese momento la fe del creyente se hará total. La confianza se convertirá en abandono absoluto en el misterio de Dios. La única manera cristiana de morir es hacer de la muerte el acto final de confianza total en un Dios que me ama sin fin.
Nuestra preocupación hoy no ha de ser satisfacer nuestra curiosidad sobre el más allá, ni alejar nuestros temores recurriendo a teorías prestadas de otras religiones, sino acrecentar nuestra fe en el Dios de la vida.
Hemos de escuchar en toda su hondura las palabras de Jesús al jefe de la sinagoga de Cafarnaum, ante la muerte de su hija: "No temas. Solamente ten fe".


El ser humano se siente mal ante el misterio de la muerte. Nos da miedo lo desconocido. Nos aterra despedirnos para siempre de nuestros seres queridos para adentramos, en la soledad más absoluta, en un mundo inexplorado en el que no sabemos exactamente qué es lo que nos espera.
Por otra parte, incluso en estos tiempos de indiferencia e incredulidad, la muerte sigue envuelta en una atmósfera religiosa. Ante el final se despierta en no pocos el recuerdo de Dios o las imágenes que cada uno nos hacemos de él. De alguna manera, la muerte desvela nuestra secreta relación con el Creador, bien sea de abandono confiado, de inquietud ante el posible encuentro con su misterio o de rechazo abierto a toda trascendencia.
Es curioso observar que son bastantes los que asocian la muerte con Dios, como si ésta fuera algo ideado por él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.
Sin embargo, la tradición bíblica insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre.
Desde las culturas más primitivas hasta las filosofías más elaboradas sobre la inmortalidad del alma, la humanidad se ha rebelado siempre contra la muerte. El hombre sabe que morir es algo natural dentro del proceso biológico del viviente, pero, al mismo tiempo, intuye más o menos oscuramente que esa muerte no puede ser su último destino.
La esperanza en una vida eterna se fue gestando lentamente en la tradición bíblica no por razones filosóficas o consideraciones sobre la inmortalidad del alma, sino por la confianza total en la fidelidad de Dios. Si esperamos la vida eterna es sólo porque Dios es fiel a sí mismo y fiel a su proyecto. Como dijo Jesús en una frase inolvidable: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos» (Lucas 20, 38).
Dios quiere la vida del ser humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del cristiano, iluminada por la resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu amigo conocer la corrupción» (Salmo 16, 10). La actuación de Jesús agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la muerte a todo ser humano.