El Gobierno se sirve de la crisis para abordar un tratamiento de
choque económico que nos receta descargas eléctricas de forma
continuada.
A pesar de que nos presentan los recortes como inevitables, organismos como el FMI están pendientes de la reacción ciudadana en España.
Dice Naomi Klein
que la estrategia de la doctrina del shock, ideada por el economista
Milton Friedman y puesta en práctica por sus poderosos seguidores -desde
presidentes estadounidenses hasta oligarcas rusos, pasando por
dictadores del Tercer Mundo, catedráticos de universidad o directores
del Fondo Monetario Internacional-,
consiste en “esperar a que se produzca una crisis de primer orden o
estado de shock, y luego vender al mejor postor los pedazos de la red
estatal a los agentes privados mientras los ciudadanos aún se recuperan
del trauma, para rápidamente lograr que las “reformas” sean
permanentes”.
El propio Friedman describió así la táctica del capitalismo contemporáneo:
“Solo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero.
Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo depende
de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra
función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes,
para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se
vuelva políticamente inevitable”.
Chile se convirtió en el primer escenario donde se aplicó la doctrina del shock. Allí la “crisis aprovechable” fue el golpe de Estado
de Pinochet y la represión impuesta por él. Aquello allanó el camino
para imponer grandes transformaciones económicas en un breve periodo de
tiempo. Friedman, que asesoró a Pinochet, predijo que las
características de esos cambios económicos provocarían una serie de
reacciones psicológicas en la gente que “facilitarían el proceso de
ajuste”. A ese proceso lo llamó el “tratamiento de choque” económico.
En el caso de Irak el shock colectivo lo provocó la invasión, los
bombardeos, dentro de una operación denominada precisamente “Conmoción y
pavor” – ”Shock and awe”- con el objetivo de “controlar la voluntad del
adversario, sus percepciones y su comprensión, y literalmente lograr
que quede impotente para cualquier acción o reacción”, según los autores
del documento de doctrina militar que llevaba el mismo nombre. Tras
ello, Paul Bremer decretó privatizaciones masivas en Irak y la
liberalización del mercado.
Friedman era ya un anciano cuando se produjo la inundación de Nueva
Orleans en 2005, pero también vio en aquello una oportunidad. Y así lo
escribió en The Wall Street Journal:
“La mayor parte de las escuelas en Nueva Orleans están en ruinas. Esto
es una tragedia. También es una oportunidad para emprender una reforma
radical del sistema educativo”.
Dicho y hecho. Tras el huracán Katrina, think tanks y grupos
estratégicos se abalanzaron sobre la ciudad estadounidense con el
propósito de convertir los colegios de Nueva Orleans en “escuelas
chárter”; es decir, escuelas públicas que pasarían a ser gestionadas por
instituciones privadas. ¿Os suena?
Aquí en España el escenario del shock no lo provoca un golpe de
Estado ni una invasión ilegal con bombardeos masivos, ni una inundación
de consecuencias catastróficas, sino la propia crisis económica. Es ella
la justificación de la que se sirve el Gobierno -y sobre todo, los
poderes económicos y financieros que auspician sus medidas- para abordar
un tratamiento de choque económico que nos receta descargas eléctricas
de forma continuada hasta provocar un cortocircuito en nuestra capacidad
de respuesta o, dicho en palabras de Friedman, reacciones psicológicas
que facilitan “el proceso de ajuste”.
Con la excusa de responder contra la crisis, se nos impone más crisis
para crear una modificación permanente a través de recortes drásticos
en derechos y servicios sociales: Nada volverá a ser lo que era.
No hay mes en que no nos desayunemos con alguna nueva medida que
quiebra aún más nuestra posibilidad de vivir con cierta dignidad y
bienestar. No hay tiempo para asimilar. La rapidez con la que se están
acometiendo las ‘reformas’ impide una capacidad de reacción continuada
ante tantos nuevos frentes. Cuando se denuncia el desagüe por el que se
nos esfuma la educación pública, nos comunican nuevos tijeretazos en la
sanidad; cuando ponemos empeño en detener desahucios, se reforman las
pensiones para devaluarlas. Y así, un largo etcétera.
Pero incluso en este negro escenario la reacción de la sociedad civil
importa, y mucho. Por ello organismos como el Fondo Monetario
Internacional están pendientes de la respuesta ciudadana. Cuando en el
Egipto de 2008 surgieron grandes protestas en ciudades y fábricas, la
preocupación era que estas pudieran “impedir a Mubarak acometer su
reforma económica”, consistente en la liberalización del mercado,
privatizaciones masivas y recortes de los servicios sociales.
Ahora que el FMI vigila a España de cerca -con su propio “hombre de
negro” destinado en nuestro país para supervisar de cerca el rescate de
la banca con nuestro dinero-, es interesante observar qué dice de
nosotros. Su informe de agosto destaca que “la situación política parece
estable pero la tensión social podría comprometer el esfuerzo de
reforma. El gobierno tiene una amplia mayoría, no habrá elecciones
generales hasta finales de 2015 y solo se ha enfrentado a disturbios
sociales limitados”. Y prosigue:
“Pero el contexto económico ha reducido la popularidad de los dos
principales partidos, lo que podría hacer que el apoyo público a nuevas y
difíciles reformas fuera más complicado”.
En los despachos del poder se observa con preocupación el descenso de
las dos organizaciones políticas que sostienen el bipartidismo y se
mide el pulso de la sociedad civil, de la ciudadanía activa. Hasta
ahora, los ‘disturbios’ sociales les parecen limitados. ¿Y si crecieran?
Probablemente aumentaría la carga de electroshocks, con todo tipo de
estrategias: mayor represión, medidas que crean más pobreza, e incluso
mecanismos para hacer tambalear, desde dentro, a los grupos organizados.
Mientras que 2011 fue el año del despertar, de las revueltas árabes,
de los indignados, del movimiento Occupy, 2013 podría ser su reverso.
Hubo un momento hace dos años en que la calle fue capaz de imponer
agenda en el debate público. Pero el poder tomó rápidamente la
delantera, y ahora la agenda oficial nos bombardea. Aun así se ha
construido tejido social y político con capacidad para responder a
determinadas estafas. No es todavía suficiente para evitar el
tratamiento de choque. Pero todo suma.
Mientras haya memoria, conciencia y resistencia, se estará abriendo
un camino para un futuro diferente al que nos tienen preparado. De
momento se está erosionando el monopolio de la verdad. El poder tiene
los mecanismos para seguir gobernando contra los intereses de la
mayoría. Pero no está siendo capaz de inocular su mentira en la
sociedad. Por ahora dispone de impunidad, pero carece de hegemonía
moral. Y esto, ya de por sí, simboliza toda una grieta en el tenebroso
tratamiento de choque de la doctrina del shock