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jueves, 6 de octubre de 2016

España: El 80% de los católicos apoyarían el sacerdocio de las mujeres POR Nekane Lauzirika


Mujeres obispas 

Una Comisión creada por el Papa estudia el papel de la mujer en la Iglesia
De las 23.071 parroquias del Estado, al menos 5.000 no disponen de un sacerdote permanente
http://www.noticiasdealava.com/2016/09/26/sociedad/el-80-de-los-catolicos-apoyarian-el-sacerdocio-de-las-mujeres
GASTEIZ – ¿Podrán las mujeres en un futuro próximo ser ordenadas diáconas o diaconisas? se pregunta la teóloga María José Arana. Ella es moderadamente optimista. Tiene motivos para ello por la respuesta que el Papa Francisco ofreció el pasado mes de agosto a las 900 religiosas de la Unión Internacional de las Superioras Generales que fueron recibidas por el pontífice en el Vaticano. ¿Por qué marginar del diaconado a la mujer, que ya ejerció esa función en la Iglesia de los primeros siglos? le cuestionaron. “Las mujeres diaconisas son una posibilidad para hoy”, respondió Bergoglio.
La promesa más inmediata es que el Papa ya ha nombrado una comisión paritaria que debe estudiar el papel de la mujer en la Iglesia romana. “Creo sinceramente que Francisco está más sensibilizado que los Papas anteriores; cuando dice que va hacer una cosa la realiza. Desde el inicio del pontificado ha ido evolucionando para bien”, apunta la teóloga.





DE JUSTICIA Partidaria de que la mujer y el varón tengan la misma igualdad en la Iglesia en tiempos en los que se está proclamando en todos los ámbitos de la vida, le entristece que la jerarquía de la Iglesia no sea consciente de lo que se está perdiendo al infravalorar un capital de altísimo rendimiento. “Tenemos que trabajar para que la igualdad civil que poco a poco se está logrando en la sociedad llegue también al seno de la Iglesia; no es una petición descabellada; es una demanda de justicia social”, recalca
Gran cantidad de jóvenes han abandonado la Iglesia en silencio y no hace falta más que echar una ojeada en cualquier iglesia y parroquia los domingos o festivos para ver la edad de la feligresía. “Parece un geriátrico y los jóvenes que acuden son católicos recalcitrantes próximos a opciones extremistas. Y la cúpula eclesial sin enterarse o van pasando hasta que sea demasiado tarde”, dice con dolor Amaia, profesora de Filosofía desde hace más de 30 años en un Instituto guipuzcoano y con vocación sacerdotal, pero sin posibilidad de ejercerla como sus compañeros varones.
“Con las mujeres puede suceder lo mismo que con la juventud; muchas han dejado la Iglesia sin que las altas jerarquías les ofrezca una salida a sus aspiraciones sacerdotales o ministeriales”, dice ilusionada y también escéptica ante la comisión anunciada por el Papa Francisco. “Son muchos años esperando ocupar el puesto que nos merecemos en la Iglesia, porque nosotras también queremos, sabemos y podemos servir como Dios manda”, dice sonriente Amaia.
En la práctica, muchos domingos en una pequeña iglesia de un pueblo del interior de Gipuzkoa, Amaia ya ejerce como diaconisa. Porque el diácono es en general un hombre soltero o casado, habilitado por la jerarquía para presidir algunas celebraciones. Viene a ser una especie de sacerdocio de tercer grado.
“Está capacitado para impartir los sacramentos del bautismo, el matrimonio, pero no le está permitido confesar ni tampoco impartir la extremaunción, y, por supuesto, no puede ejercer la principal función que tienen encomendados los eclesiásticos ordenados: la consagración en eucarística”, explica.
Para María José Arana, la feligresía está concienciada sobre la necesidad de abrir la Iglesia a las mujeres en igualdad de condiciones; “actualmente ya son las que están a pie de obra sosteniendo gran parte del servicio religioso. De distintas encuestas hechas hace ya años se desprendía que el 70%% de los católicos en Europa y en el Estado estarían dispuestos a recibir mujeres sacerdotes. “A día de hoy el porcentaje ha crecido, sería superior al 80%. A la mayoría de la gente le da igual el tema, el resto estaría a favor y luego un 10% que mete ruido en contra de la posibilidad de que las mujeres puedan ser diáconas o ser ordenadas sacerdotisas”, dice Arana, a la que le cuesta entender esa resistencia tan militante.
EN LA IGLESIA ANTIGUA Porque la existencia de las diaconisas está más que probada; quedan huellas de algunas ordenaciones diaconales de mujeres, de sus símbolos y funciones, así como del paso que se fue dando hacia mujeres de otras instituciones como abadesas, las seroras, algunas de formas de beatas, etc…. “Ahora bien, siendo el pasado de trascendental importancia, y hay que profundizar en ello, sin embargo, la Iglesia tendría que plantearse estos asuntos desde una perspectiva que, arrancando del pasado, interpreta el presente mirando hacia el futuro”, opina Arana. “Es decir, la comprensión dinámica y evolutiva del Evangelio, la Tradición y la Historia, cuya relectura y aplicación ha de hacerse en cada tiempo y contexto. Es básica en esta cuestión”.
Suelen decir que cuando se nombra una Comisión es mala cosa, “que se hace para que todo siga igual, pero creo que en esta ocasión funcionará. Me parece bien que sea paritaria -compuesta por seis hombres y seis mujeres – aunque tengo que reconocer que me hubiera gustado que estuviese coordinada por una mujer; pero todo no ha podido ser. Los componentes provienen de entornos distintos; son profesores de universidades en activo y eso es muy importante. También son bastantes favorables a establecer el diaconado en la Iglesia; son gente sensible al tema”, apunta la teóloga.
¿Qué potestad tendrá? “No lo sé. Es verdad que Pablo VI consultó con la Comisión Bíblica y le dijeron que no había ninguna dificultad para la ordenación, que no encontraban ningún obstáculo según la Biblia, pero el Papa se lo saltó por el arco de triunfo: lo escuchó y no lo hizo”. En esta ocasión María José y Amaia creen que si la iniciativa de la Comisión ha surgido del propio Francisco “tendrá oídos para oír, para atender lo que digan los expertos porque de otro modo no hubiera nombrado una comisión; su propia creación ya es un acto revolucionario de Bergoglio que en su entorno tiene también que solventar muchas dificultades para sacar adelante sus iniciativas consideradas por muchos obispos como excesivamente progresistas”, sostienen.
DIACONADO, EL PRIMER PASO En el Estado hay 23.071 parroquias, de las que por lo menos 5.000 no cuentan con un sacerdote residente estable. Las mujeres por mayoría, son las que están rescatando la Iglesia católica.
Por eso muchas, como Amaia, lo tienen meridianamente claro. “El diaconado femenino, como dice el Papa, es el primer paso, pero no el último ni mucho menos; poco a poco hay que caminar hacia adelante, porque no nos podemos conformar solo con ser diáconas”, apunta.
¿Por qué la Iglesia Católica, en estos momentos, es la única institución del mundo occidental que niega rotundamente el acceso de las mujeres a lugares de mayor reconocimiento y responsabilidad? “Es una pregunta que se responde por si sola”, sentencia la teóloga. “Por otro lado -continúa explicando- al hablar de diaconado se insiste en lo que pueden hacer o no hacer las mujeres. Y realmente no creo que sea cuestión de darles más o menos trabajos. El tema clave radica en el reconocimiento; y si a los varones se les reconoce mediante la ordenación diaconal ¿por qué no a ellas?, subraya contundente Arana.
“PORQUE FALTAN CURAS” En los años 80 ella misma fue nombrada “párroco” por el Obispo de la época en una pequeña parroquia rural de Euskadi. “Fue porque faltaban curas!”, exclama sonriente. Además, aunque sus funciones eran bastante limitadas, no obstante, estaba autorizada para bautizar, predicar, presidir celebraciones sin sacerdote… elaborar los permisos a los sacerdotes para que administraran el sacramento del matrimonio y otras funciones tanto catequéticas como pastorales. A pesar de todo, a Arana nunca le consagraron diácona.
Como fue la primera mujer en ejercer estas funciones de varones su caso tuvo mucha repercusión en los entornos eclesiásticos. En este momento de la historia y de la sociología -apuntan María José y Amaia- si la Iglesia católica quiere tener un mínimo de credibilidad debe de ordenar a las mujeres sacerdotes; tiene que reconocer realmente la igualdad de hombres y mujeres en la Iglesia y eso pasa, por supuesto, por la ordenación.
“Esto es fundamental en una Iglesia que defiende los derechos humanos, que quiere seguir el Evangelio y la propuesta de Jesús”, señalan al unísono.
Con la creación de la Comisión creen que el Papa ha abierto una puerta cerrada a cal y canto. Tras ella se inicia un camino dirigido a la atención pastoral y a valorar como ministerio lo que solo se consideran tareas a menudo infravaloradas “porque las hacen las mujeres”, añade Amaia.
La Iglesia actual necesita más que nunca de “los trabajos” de las mujeres, y de hecho dice María José- se las ingenia para recibir sus aportaciones pero sin contraprestación alguna.
SENTIDO VOCACIONAL Se refiere también al sentido espiritual y vocacional de estas tareas eclesiales. “¿Alguien se ha preocupado de profundizar en este aspecto tan fundamental en la vida de una mujer cristiana?”, se preguntan. Porque son muchas las mujeres que sienten la llamada de Dios. “Nadie se ha preocupado por preguntarles y profundizar con ellas el sentido de esa invitación interior. Y esta es una seria responsabilidad”,
Si hay varones con vocación diaconal ¿qué ocurre con la vocación de las mujeres? “El protagonismo y la Jurisdicción sobre la Iglesia la tienen los varones; todo lo llevan ellos. Por eso es necesario que haya mujeres, al margen de que seamos mayoría en la Institución. Es importante que la Iglesia sea dirigida también por mujeres, porque en ocasiones el varón no entiende bien los problemas de las mujeres y precisamos que las mujeres ayuden y acompañen a las mujeres de hoy, que vivan sus problemas; eso es vital. Tenemos una moral sexual y unas orientaciones que se nota que están hechas por varones. Eso hay que cambiarlo”. Porque creen en este cambio en la Iglesia Católica como imprescindible es por lo que muchas mujeres católicas como María José y Amaia, piden y esperan que el sacerdocio femenino sea pronto una realidad

Domingo 9 de Octubre, 28 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,11-19): Curación

JOSÉ ANTONIO PAGOLA

CURACIÓN

El episodio es conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
Una vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve que está curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes gritos» y «dando gracias a Jesús».
Por lo general, los comentaristas interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; solo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a Dios». Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.
Dentro de la pequeña historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: «Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida». Ese cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.
Creemos saberlo todo sobre el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un «misterio» experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.
Pocas experiencias podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte. Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida nueva.
La medicina moderna permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor.
Esta acogida sana de Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.

Domingo 9 de octubre de 2016, 28º del tiempo Ordinario

28 del tiempo ordinarioC


Luis Beltrán (1581), Héctor Valdivieso (1934)
Después de un comentario tradicional, añadimos otro comentario crítico
Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. ··· Ver noticia ·

"Gracias por vuestra presencia y aportación desde el carisma salesiano en nuestra diócesis"

- Por: Samuel Segura



El pasado domingo 2 de octubre tuvo lugar la presentación del nuevo párroco de la Parroquia Santuario de María Auxiliadora en Madrid, Iñaki Lete Lizaso.

 









La soleada mañana del domingo 2 de octubre fue testigo del fervor y la alegría con los que una multitud de parroquianos, salesianos, familiares y amigos de Iñaki, llenaron el templo Santuario de María Auxiliadora de Atocha, para asistir a la eucaristía presidida por el  Ilmo. Sr. D. Juan Pedro Gutiérrez Regueira, Vicario episcopal de la Vicaría V de la archidiócesis de Madrid, en la cual tuvo lugar su presentación como nuevo párroco. El Sr. vicario episcopal comentó la Palabra de Dios dando unos sabios y cariñosos consejos a Iñaki. Agradeció la aportación del carisma salesiano en la vicaría, no sólo con la parroquia, sino con toda la obra salesiana de Atocha. Animó a "abrir las puertas de la parroquia al barrio, para que a todos llegue el anuncio de la Buena Noticia".

Iñaki renovó las promesas de su ordenación sacerdotal, asperjó al pueblo fiel, recito el credo, y recibió simbólicamente, tal como marca el ceremonial de este acto de manos del vicario, la pila del bautismo, el confesionario, el altar, la sede y la llave del sagrario. El coro del Centro Juvenil animó los cantos dando un toque de juventud y de fiesta al acto. Deseamos a Iñaki una fecunda labor pastoral como párroco, y también como director de la obra salesiana de Ato
cha.

Eckhart Tolle | No tomes nada personalmente

EL SACRAMENTO DE LA COMUNIDAD

col mesa

Una comunidad se recrea cada día en la mesa de la vida, del compartir, de la intimidad, de sentirnos unidos por el anhelo renovado de una auténtica fraternidad y amistad.
La comunidad nace de una llamada que se escucha desde distintas realidades existenciales, que se nos comunica por medio de otros, que se metaboliza y discierne en lo hondo de nosotros mismos.
La comunidad convoca a la oración del corazón  misericordioso, en el que resuenan las súplicas, las alegrías, las lágrimas y las esperanzas de la humanidad, de nuestro mundo.
La comunidad es garantía de la presencia de la Divinidad, por medio del otro que camina a mi lado en cualquier circunstancia, que sé que nunca me faltará cuando le necesite.
Una comunidad verdadera practica el don del perdón liberador, de la revisión fraterna comprensiva, de la autocrítica compasiva y favorece el crecimiento personal de todos sus miembros.
La comunidad nos ayuda a humanizarnos (y, por lo tanto, a divinizarnos), cuando contemplamos la injusticia, el desprecio, el abuso y nos comprometemos a combatirlos, pues no podemos permanecer indiferentes ante los atropellos hacia los más débiles.
La comunidad es un espacio para el encuentro gozoso de unos con otros. Para el encuentro con el otro, que en su diferencia me enriquece, me ayuda a crecer y me invita con cariño a salir de mi comodidad.
La comunidad es el lugar donde se experimenta la gratuidad, la donación desinteresada al otro, como semilla y signo de una nueva sociedad, donde se da el testimonio de que es más importante lo que se es y se ofrece que lo que se tiene.
La comunidad nos ayuda a valorar lo que de verdad es lo más importante, lo que tiene más interés y trascendencia, el tesoro más valioso, el gozo de estar unidos compartiéndolo todo.
La comunidad suaviza y hace llevadera la cruz de cada día, aceptando el carácter propio del otro, ayudándole en sus necesidades, practicando la humildad, dejándose guiar y transformar...
La comunidad es un don y un quehacer diario, que hay que regar, abonar y cuidar para que crezca, se fortalezca, dé frutos y adquiera así su máxima plenitud.
La comunidad es siempre deudora de otras personas que la precedieron y que nos han ofrecido su ejemplo de vida; de otras realidades que se han vivido en común; de experiencias históricas que la ayudan a caminar hacia lo que está llamada a ser.
La comunidad es una escuela de mística, de espiritualidad encarnada, de trascendencia, vislumbrando e intentando hacer realidad la utopía, ese otro mundo posible y necesario, que hoy no es todavía, pero que puede ser si nos empeñamos con esfuerzo, constancia y esperanza.
La comunidad nos enseña a vivir con la mayor naturalidad, sin doblez ni fingimiento, con sinceridad y alegría, tomando con humor nuestra propia vulnerabilidad, nuestros defectos, y con paciencia nuestros avances y retrocesos. Es el templo donde se celebra la vida con sus gozos, esperanzas y tristezas.
La comunidad ayuda a vivirlo todo con sencillez, compartiendo lo que se es y lo que se tiene, para que otros puedan vivir con dignidad, teniendo las puertas de la casa y de cada corazón abiertas.
Una comunidad es cristiana cuando sigue a Jesús de Nazaret, intentando vivir con sus mismos sentimientos, para buscar de su mano una plena humanización y la unión íntima con el Misterio de la Divinidad, el Amor que habita dentro de nosotros, en cada ser humano y en todo el universo. Así Jesús se convierte en modelo y paradigma de una nueva humanidad.
En una comunidad cristiana se intentan vivir las bienaventuranzas, lo contracultural, lo alternativo de la buena noticia de Jesús, en la realidad concreta de nuestro mundo. Por eso nunca podrá ser conservadora, sino abierta, liberadora, en progreso continuo, renovada y comprometida desde las fronteras existenciales de los empobrecidos y excluidos. Solo así se disfrutará de la alegría, la paz y la felicidad verdaderas.
La comunidad que se esfuerza y desea vivir de forma integral su fe y su vida, es un nuevo sacramento que "contiene, visualiza y comunica otra realidad diferente a ella, pero presente en ella... una grieta por la que penetra una luz superior que ilumina las cosas, las hace transparentes y diáfanas". 

Miguel Mesa Bouzas
Eclesalia

MUJERES DIACONISAS Y SUBALTERNAS

col tamayo
  
El papa Francisco ha creado una Comisión, formada por seis hombres y seis mujeres y presidida por el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo español Luis Ladaria Ferrer, para el estudio del diaconado femenino en la Iglesia católica. De la Comisión han sido excluidos cuatro continentes: Asia, África, América Latina y Oceanía. Hay doce miembros europeos y una estadounidense.
Mi opinión es que se trata de una Comisión tan innecesaria como ineficaz. Innecesaria porque el estudio ya está hecho por exegetas, teólogos, teólogas e historiadores del cristianismo. Las conclusiones cuentan con un amplio consenso entre los investigadores: Jesús de Nazaret formó un movimiento contrahegemónico igualitario de hombres y mujeres que lo acompañaron por los caminos de Galilea, compartieron su estilo de vida itinerante y asumieron responsabilidades sin discriminación alguna. En los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres sacerdotes, diaconisas y obispas que ejercieron funciones ministeriales y tareas directivas hasta que la Iglesia se jerarquizó, clericalizó y patriarcalizó y fueron reducidas al silencio. El libro de la teóloga Torjesen Cuando las mujeres eran sacerdotes lo demuestra con todo tipo de argumentos: arqueológicos, históricos, teológicos, hermenéuticos.
La Comisión me parece ineficaz, si falta voluntad de incorporar a las mujeres a las funciones directivas, al acceso directo a lo sagrado sin mediación patriarcal y a la elaboración de la doctrina y de la moral. Y hoy falta dicha voluntad. A los hechos me remito. En la encíclica Inter insigniores, el papa Pablo VI cerró a cal y canto la puerta al acceso de las mujeres al ministerio sacerdotal alegando que Jesucristo solo ordenó a varones.
Sus sucesores han repetido tan falaz argumento como un mantra. Juan Pablo II, asesorado por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, radicalizó el cierre al afirmar que el asunto quedaba zanjado definitivamente. Benedicto XVI, conocedor como teólogo que era, de la existencia de mujeres diaconisas, sacerdotes y obispas en el cristianismo primitivo, se mostró igualmente contumaz y siguió el mismo camino de obstrucción al sacerdocio de las mujeres. El papa Francisco ha vuelto a ratificarlo citando la contundente afirmación excluyente de Juan Pablo II.
Estoy en contra del diaconado femenino, porque, de instaurarse institucionalmente, las mujeres seguirían siendo subalternas y estarían al servicio de los sacerdotes y de los obispos, no de la comunidad cristiana. Creo que es hora de pasar de la subalternidad de las mujeres a la igualdad; de su sumisión al empoderamiento; de su estatuto de dependencia a la autonomía; de ser objetos decorativos a sujetos activos. Y eso con el diaconado femenino no se logra, sino todo lo contrario: se prolonga la minoría de edad de la mujeres bajo el espejismo de que se está dando un importante paso hacia adelante y de que se les concede protagonismo, cuando lo que se hace es perpetuar su estado de humillación y servidumbre. Para que se produzca un cambio real en el estatuto de inferioridad de las mujeres es necesario que sean reconocidas como sujetos religiosos, eclesiales, éticos y teológicos, cosa que ahora no sucede.
Para eso suceda es necesario mirar al pasado, ciertamente, pero no con la añoranza de reproducir acríticamente la tradición, sino con el objetivo de  recuperar creativamente el protagonismo que las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús y en los primeros siglos de la Iglesia cristiana. Pero, sobre todo, hay que mirar al presente y al futuro para poner en práctica en el interior de la Iglesia el principio de igualdad y no discriminación de género que rige, aunque imperfectamente, en la sociedad. Un hombre, una mujer, un voto; un cristiano, una cristiana, un voto. Todas y todos son iguales por la común dignidad que poseemos  hombres y mujeres y por el bautismo, que iguala a todos los cristianos y cristianas.
Cualquier discriminación de género es contraria a los derechos humanos y al principio de fraternidad-sororidad que debe regir en la Iglesia. Sin igualdad, la Iglesia seguirá siendo una de los últimos, si no el último, de los bastiones del patriarcado que quedan en el mundo. En otras palabras, se mantendrá como una perfecta patriarquía. Y para ello no podrá apelar a Jesús de Nazaret, su fundador, sino al patriarcado religioso, basado en la masculinidad sagrada, que apela al carácter varonil de Dios para convertir al hombre en único representante y portavoz de la divinidad. Como afirma la filósofa feminista Mary Daly, “Si Dios es varón, entonces el varón es Dios”. ¡Patriarcado en estado puro!