FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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lunes, 8 de agosto de 2016

Cada cierto tiempo la plutocracia intenta un golpe

 Leonardo Boff
Leonardo Boff2La plutocracia brasilera (los 71.440 multimillonarios según el IPEA) tiene poca fantasía. Usa los mismos métodos, el mismo lenguaje, el mismo recurso farisaico del moralismo y del combate a la corrupción para ocultar la propia corrupción y dar un golpe a la democracia y así salvaguardar sus privilegios. Siempre que emerge una democracia con apertura a lo social se llenan de miedo. Organizan una unión de fuerzas que implica a sectores de la política, del poder judicial, del MPF, de la Policía Federal y principalmente de la prensa conservadora y reaccionaria, como es el caso del conglomerado O Globo. Así hicieron con Vargas, con Jango y ahora con Lula-Dilma.
En una entrevista a la Folha de São Paulo (24/04/2016) Jessé Souza, autor de La estupidez de la inteligencia brasilera (Leya 2015), un libro que merece ser leído también con cierta crítica, escribió acertadamente: «Nuestra élite del dinero nunca se ha sentido comprometida con el destino del país. Brasil es palco de una disputa entre estos dos proyectos: el sueño de un país grande y pujante para la mayoría y la realidad de una élite de rapiña que quiere drenar el trabajo de todos y saquear las riquezas del país para el bolsillo de media docena. La élite del dinero manda por el simple hecho de poder “comprar” a todas las otras élites» (Quién dio el golpe y contra quién).
En el actual proceso de impeachment a la Presidenta Dilma cuentan con un aliado poderoso: el complejo jurídico-policial del Estado, que sustituye a las bayonetas.
El vicepresidente usurpó el título de presidente y montó un ministerio de pantomima con varios ministros corruptos, y reduciendo los ministerios de cultura, de comunicación y la secretaría de los derechos humanos, de los negros y de las mujeres, recortando de forma criminal el presupuesto de sanidad, de educación, atacando los derechos de los trabajadores, el salario mínimo, la legislación laboral, las jubilaciones y otros beneficios sociales, inaugurados en los dos mandatos anteriores.
Detrás del golpe parlamentario están estas fuerzas citadas por Jessé Souza. Bien lo dijo el Papa Francisco a Leticia Sabatella cuando ésta junto con una famosa jurista tuvo, hace dos meses, un encuentro con él en Roma, y le relataba la amenaza que corre la democracia brasileira. El Papa comentó: «ese golpe viene de los capitalistas».
El hecho es que estamos todos cansados de tanta corrupción, justamente denunciada y de las prórrogas del proceso de impeachment.
Nadie sabe hacia dónde vamos. Algo parece quedar claro: que el design social, montado a partir del colonialismo y de la esclavitud con las castas de adinerados que se afirmaron en el poder, sea en la sociedad o en los aparatos del Estado, está llegando a su fin.
En momentos de oscuridad como los actuales necesitamos un marco teórico mínimo que nos traiga luz y alguna esperanza. A mí me sirve como orientación Arnold Toynbee, el último historiador inglés, que escribió diez volúmenes sobre la historia de las civilizaciones. Para explicar el nacimiento, el desarrollo, la madurez y la decadencia de una civilización usa una clave extremadamente simple pero iluminadora: «el desafío y la respuesta» (challenge and response).
Dice Toynbee: siempre hay crisis fundamentales en el interior de las civilizaciones. Son desafíos que exigen una respuesta. Si el desafío es mayor que la capacidad de respuesta, la civilización entra en un proceso de colapso. Si la respuesta ante el desafío es excesiva, surge la arrogancia y el uso abusivo del poder. El ideal es encontrar una ecuación de equilibrio entre el desafío y la respuesta de forma que la civilización mantenga su cohesión, se enfrente positivamente a nuevos desafíos y prospere.
Volviendo al caso de Brasil. Los grupos de dinero y de poder no consiguen dar una respuesta al desafío que viene de las bases que en los últimos años crecieron enormemente en conciencia y en reclamación de derechos. Por más que manipulen datos, saben que difícilmente volverán al poder central por medio de una elección. De ahí la razón del golpe. Desmoralizados, no tienen nada que ofrecer al nuevo Brasil que escapa de su control.
El legado de la crisis actual será probablemente el surgimiento de otro tipo de Brasil, de democracia, de Estado, de formas de participación popular.
Los dolores del tiempo presente no son los dolores de un moribundo a las puertas de la muerte, sino los dolores de parto de otro tipo de Brasil, más democrático, más participativo y más sensible para superar la peor llaga que nos llena de vergüenza: la abismal desigualdad social. Un Brasil finalmente más humano donde podemos ser sencillamente felices.
*Leonardo Boff es articulista del JB online y autor de Después de 500 años que Brasil queremos, Sal Terrae 2000.

Traducción de Mj Gavito Milano

No salgo de mi asombro

José Mª Castillo, teólogo
Castillo2Yo entiendo perfectamente – y cualquiera lo comprende – que en la Iglesia haya personas (y grupos) que tienen una gran fe y una sólida formación teológica, pero que no están de acuerdo con el papa Francisco (o con cualquier otro papa), en no pocas cosas, ya sea en su forma de pensar o de vivir, ya sea en cómo se comunica con la gente. Esto ha pasado siempre. Y sin duda seguirá ocurriendo. Sin embargo, lo que ahora está sucediendo en la Iglesia católica presenta un matiz distinto. Este nuevo matiz es lo que me produce asombro. Un asombro del que no salgo, por más vueltas que le doy en mi cabeza. ¿Por qué?
Para nadie es un secreto que el papa Francisco, casi desde el comienzo de su pontificado, viene encontrando resistencia y malestar en ciertos sectores de los más altos niveles de la Jerarquía eclesiástica. Se sabe que hay cardenales y obispos que no ocultan este desacuerdo y el consiguiente malestar (“disagio”, dicen los italianos). Y, entre estos altos jerarcas, se sabe también que hay hombres de tanta categoría como los cardenales Müller (Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe) y Sarah (Prefecto de la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos). Estamos hablando, pues, de hombres que se supone tienen que estar muy bien preparados. Pues bien, esto precisamente es lo que a mí más me asombra. Porque no me explico cómo estas personalidades – de tan alta calidad doctrinal y teológica – pueden asumir decisiones tan intransigentes en cuestiones que no son en absoluto dogmas de fe. Cuestiones, por tanto, que el papa (cualquier papa) las puede matizar, aplicar y hasta modificar según las necesidades religiosas y pastorales que demande el “pueblo de Dios”, o sea el conjunto de los creyentes en Jesús el Señor.
Aquí me parece importante recordar, una vez más, que en la Iglesia no existe ningún “dogma de fe” relativo al matrimonio o al modelo de familia. Por tanto, al tratar este asunto, no es posible incurrir en “herejía”, ya que en ésta se incurre cuando se niega o duda con pertinacia (Can. 751) una verdad definida como obligatoria “por fe divina y católica” (Conc. Vaticano I. Denz. Hun., 3011). Y en esta categoría de verdades no existe ninguna (hasta ahora) sobre la familia o el matrimonio. Por otra parte, teólogos y catequistas deberían tener presente que los cánones de la Sesión VII del concilio de Trento, en los que se afirma la doctrina oficial de la Iglesia sobre los sacramentos, no son “definiciones dogmáticas”. Por la sencilla razón de que los obispos y teólogos de aquel concilio no llegaron a ponerse de acuerdo sobre la cuestión capital que se les propuso, a saber, si las proposiciones que, en la mencionada Sesión se afirman, ellos las rechazaron como “errores” o como “herejías” (CT, vol. V, 844, 31-32). Del estudio minucioso de las Actas del Concilio, esto es lo que se dice y se deduce (CT, vol . V, 844-967). Además, ni el concepto de “anatema”, ni el de “herejía” significaban siempre, en el lenguaje de Trento, la exclusión de la fe y la comunión con la Iglesia (P. F. Fransen, P. H. Lennerz…). Todo esto son cosas que conoce perfectamente cualquier estudioso que se haya preocupado en serio por analizar y explicar la teología del concilio de Trento y la historia del Magisterio de la Iglesia.
Concretando más, en cuanto al matrimonio de los cristianos, es bien conocido que la Iglesia, durante siglos, admitió el divorcio en determinados casos. Por ejemplo, el papa Gregorio II (año 726) responde al obispo san Bonifacio, que le había hecho esta consulta: ¿Qué debe hacer el marido cuya mujer haya enfermado y como consecuencia no puede darle el débito conyugal? “Sería bueno que todo siguiese igual y se diese a la continencia. Pero como eso es de hombres grandes, el que no se pueda contener, que vuelva a casarse; pero no deje de ayudar económicamente a la que enfermó y no ha quedado excluida por culpa detestable” (PL 89, 525). La misma enseñanza se encuentra en otra respuesta del papa Inocencio I a Probo (PL 20, 602-603; cf. J. Gaudemet; R. Metz – J. Schlick; M. Sotomayor). Si estos papas enseñaban esto, ¿a quién hacemos caso ahora? ¿a los papas de entonces o a los cardenales de ahora?
Y por lo que se refiere a la misa de espaldas al pueblo, se sabe con seguridad que fue una costumbre introducida a finales del siglo octavo, cuando la gente ya no entendía el latín y el clero se empeñó en mantener la lengua oficial del antiguo imperio, con el inevitable y consiguiente distanciamiento entre la “liturgia” y la “vida de los fieles”. Así, se consumó la identificación de la Iglesia con el clero y su alejamiento del pueblo. Triunfaron las ideas de Floro de Lyon y Amalario (A. Kolping; P. Oppenheim; Y. Congar), pero la “religiosidad clerical” se alejó más y más de la vida y de las preocupaciones de la gente.
Así las cosas, me figuro que no será complicado entender por qué no salgo de mi asombro. ¿Es posible que, a estas alturas de la vida y de la historia, haya importantes dirigentes de la Iglesia que no soportan los intentos del papa Francisco por acercar las preocupaciones del clero a las preocupaciones de la gente? Más aún, ¿será verdad que, en las altas esferas de la Iglesia, hay gestores importantes del gobierno eclesiástico a quienes les importa más su dignidad y sus poderes que el sufrimiento, el miedo y el futuro de los más desamparados de este mundo