FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
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ATALAYA

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lunes, 27 de octubre de 2014

Parlamento Europeo condena desapariciones forzadas en Iguala Ciro Pérez Silva


México, DF. El Parlamento Europeo votará el jueves una resolución en la que condena las desapariciones forzadas y los crímenes en Iguala, y pide a la autoridad mexicana investigar todos los delitos, y conducirse de forma rápida, transparente e imparcial a fin de identificar, detener y llevar ante la justicia a los responsables.
En el texto, que ya se encuentra en su página de internet, el Parlamento expresa condolencias y apoyo a familiares y amigos de las víctimas, así como al pueblo mexicanos.

Manifiesta también su apoyo al gobierno de México “en su determinación de combatir al narcotráfico; observa con satisfacción la determinación del presidente Peña Nieto de investigar y esclarecer los sucesos y de poner fin a la violencia relacionada con la delincuencia organizada; felicita al Congreso de la Unión por la creación de comisiones de seguimiento; y toma nota de los avances en la detención de responsables”.

De igual manera, “alienta que el gobierno mexicano continúe el fortalecimiento de las instituciones para consolidar el Estado de derecho y resolver algunos problemas estructurales que dan origen a las violaciones de derechos humanos”
Señala la necesidad de crear un registro nacional –común, público y accesible- de personas desaparecidas y un banco de ADN, e insta al gobierno mexicano a adoptar las medidas necesarias para evitar se repitan hechos como los del Iguala y condena todas las formas de violencia, en particular la dirigida contra activistas y defensores de derechos humanos.



Respalda también a la autoridad en México por colaborar y trabajar con organizaciones y expertos internacionales y pide a la Unión Europea, a sus Estados miembros y las instituciones europeas redoblar apoyo a la defensa de los derechos humanos por medio de programas de cooperación y recursos financieros y técnicos y prever incremento en los recursos presupuestarios asignados a la cooperación para fortalecer y reformar el sistema de justicia, los cuerpos de seguridad y el ministerio público.

El ‘okupa’ Rouco se muda, al fin, pero no para de quejarse del “maltrato” de Francisco Cecilia Guzmán

El Plural


El nuevo arzobispo, Carlos Osoro, llama a “seguir haciendo de Madrid un lugar de encuentro” y a enterrar ‘el hacha’
Carlos Osoro Sierra ya es el arzobispo de Madrid y en una homilía, este sábado, ha llamado a seguir haciendo de la capital “un lugar de encuentro” y a enterrar “la confrontación”; sin dudas, un punto y aparte tras Rouco Varela, quien, por cierto, se ha marchado del Arzobispado de mala gana, aunque, finalmente. El cardenal se había resistido hasta ahora a dejar su residencia.
Como un gran dictador
Rouco dejó la mañana del sábado el Arzobispado quejándose de lo mucho que le ‘maltrata’ el Vaticano. Llevaba más de 20 años marcando el paso de la Iglesia católica española, pero no quería marcharse aún, como le pasa a los grandes dictadores.··· Ver noticia ···

Encuentro histórico: movimientos populares y Papa Francisco debaten desigualdad y exclusión social Benedito Teixeira

Adital


Comenzará este lunes 27 de octubre el Encuentro Mundial del Movimiento Popular con el Papa Francisco, en el Vaticano. El evento es realizado por los movimientos representativos de los más excluidos y excluidas de todo el mundo conjuntamente con el Pontificio Consejo Justicia y Paz y la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, y se extenderá hasta el miércoles 29.
En entrevista con Adital, João Pedro Stédile, fundador y dirigente del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), de Brasil, –uno de los movimientos que estarán representados en el Encuentro– resalta que no hay registros en la historia del Vaticano que algún Papado haya tomado iniciativa semejante, la de invitar a los más diferentes movimientos populares, representativos de varios segmentos sociales, entre los trabajadores que enfrentan más dificultades, para escucharlos. “Estamos desde hace un año preparando este evento, en diálogo con el Vaticano. De parte de ellos participarán dirigentes populares de todos los continentes, de diferentes religiones y doctrinas e, inclusive, algunos agnósticos”, señala. ··· Ver noticia ···

El Sínodo sobre la familia, freno a la reforma de Francisco Juan José Tamayo, teólogo



La reforma de Francisco parece haber naufragado o, al menos, encallado en el Sínodo celebrado en Roma del 5 al 19 de octubre, que ha reunido a cerca de 200 obispos de todo el mundo para reflexionar sobre la concepción, la actitud y la práctica pastoral de la Iglesia católica en torno a diferentes orientaciones sexuales, a los diferentes modelos de familia y otras cuestiones vinculadas con ella. Éramos muchas las personas de fuera y de dentro de la Iglesia católica que esperábamos un cambio de mentalidad, de orientación y de rumbo en un tema que se caracteriza por planteamientos anclados en el pasado sin apertura alguna a los cambios producidos en las últimas décadas en la sociedad. Pero éramos también conscientes de los obstáculos que se interponían y del peligro de que se produjera un estancamiento
El primer obstáculo lo constituían los propios protagonistas del Sínodo: los obispos. ¿Qué aportaciones podían hacer unas personas que no son especialistas en el tema, ni siguen de cerca los estudios especializados en las diferentes disciplinas que se ocupan del fenómeno de la familia en toda su complejidad? Personas que, además, han renunciado a formar una familia para dedicarse en exclusiva al servicio de la Iglesia. Es verdad que fueron invitados expertos y matrimonios, pero sin apenas influencia en los debates y sin voto a la hora de aprobar las proposiciones finales.
El segundo era la herencia de los papas anteriores. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se mantuvieron instalados rígidamente en el paradigma tradicional de la familia y de la doctrina sobre la sexualidad y condenaron los modelos de familia que no se atuvieran a la imagen conservadora del matrimonio “cristiano”. Pablo VI, beatificado el pasado domingo por Francisco, condenó los métodos anticonceptivos en 1968 en la encíclica Humanae vitae, en clara oposición a las orientaciones del concilio Vaticano II, que defendía la paternidad responsable, y en contra de la mayoría de la Comisión de científicos y de teólogos que le asesoraba y que era partidaria del uso de dichos métodos para poner en práctica el principio conciliar de la referida paternidad responsable. La encíclica provocó una de las más graves rupturas de los teólogos, las teólogas y de los movimientos cristianos críticos con el Vaticano y generó un clima de malestar profundo dentro de la Iglesia, que desembocó en una actitud de justificada desobediencia colectiva a las orientaciones papales tanto en la teoría como en la práctica.
En la encíclica Familiaris consortio Juan Pablo II ya alertaba sobre los signos más preocupantes en torno al tema que ha discutido el Sínodo reciente, entre los cuales citaba “la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a “desposarse en el Señor”; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio”.
El cardenal Ratzinger, siendo presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió en 1986 una durísima carta a los obispos norteamericanos en la que afirmaba que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada objetivamente desordenada. El documento reaccionaba ante quienes creíamos –y seguimos creyendo- que oponerse a la actividad homosexual y a su estilo de vida constituye una forma de discriminación injusta, y osaba aseverar, negando la evidencia, que la actitud de la Iglesia contra la homosexualidad no comporta discriminación alguna, sino que busca la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona.
En coherencia con este planteamiento, Ratzinger pedía a los obispos que no incluyeran en ningún programa pastoral a organizaciones de personas homosexuales sin antes dejar claro que toda actividad homosexual es inmoral, ordenaba retirar todo apoyo a organizaciones que pretendieran subvertir la enseñanza de la Iglesia en esta materia, prohibía el uso de locales “propiedad de la Iglesia” para actos de grupos homosexuales e instaba a defender los valores del matrimonio frente a proyectos legislativos que defiendan las reivindicaciones de los colectivos homosexuales.
Por esas fechas, la Congregación romana para la Educación Católica publicaba la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y a las órdenes sagradas, que prohibía a los homosexuales ingresar en los seminarios y acceder al sacerdocio. Prohibición que sigue manteniéndose hoy a rajatabla.

No resultaba fácil romper en el Sínodo con esa tendencia excluyente de las personas homosexuales y de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar, ya que en ella fueron educados –mejor instruidos- muchos de los padres sinodales.
Un tercer obstáculo fue la creación, desde el comienzo de la preparación del Sínodo, de un “frente” de oposición a cualquier cambio, liderado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombrado por Benedicto XVI para mantener la ortodoxia y evitar cualquier desviación en materia doctrinal y moral. Se apresuró a escribir un libro sobre la familia recordando la doctrina tradicional, que considera inamovible, y firmó un documento junto con otros cardenales en contra de la reforma que en este tema pretendía introducir Francisco.

Pero no todas eran inercias, obstáculos y problemas. Había también síntomas de apertura. Fue el propio papa Francisco quien, al poco de ser elegido, propició un nuevo clima y abrió el debate sobre la actitud de la Iglesia hacia los homosexuales y el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar a los sacramentos. En el propio Sínodo reinó un clima de libertad y los participantes en el mismo pudieron expresar sin ningún tipo de restricciones en lo referencia a la expresión de sus ideas. Dicho clima fue favorecido por Francisco, quien asistió a las sesiones en actitud de escucha y sin interferirse en las discusiones.
Ya en el viaje de vuelta de Brasil en julio de 2013, preguntado a bordo del avión por su actitud hacia los homosexuales, respondió de esta guida: “Si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarle? No debemos marginar a la gente por esto, deben ser integrados a la sociedad”.

En otra ocasión insinuó la posibilidad de revisar la actual prohibición del acceso de los divorciados que han vuelto a casarse y adoptar una actitud menos excluyente que la actual. Hubo cardenales que remaron en la dirección del papa y mostraron una actitud más abierta y favorable al cambio, entre ellos el cardenal Kasper que, en respuesta a los cardenales firmantes del documento conservador, respondió que “la verdad católica no es un sistema cerrado” y defendió el acceso de las personas divorciadas vueltas a casar a la eucaristía, si bien imponiendo unas condiciones muy severas:
“Si un divorciado vuelto a casar: 1. Se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio 2. Se han esclarecido las obligaciones del primer matrimonio, y se ha definitivamente excluido que regrese atrás. 3. Si no puede abandonar sin otras culpas las responsabilidades asumidas con el matrimonio civil. 4. Si, sin embargo, se esfuerza por vivir del mejor modo según sus posibilidades el segundo matrimonio a partir de la fe y de educar a los propios hijos en la fe. 5. Si tiene el deseo de los sacramentos como fuente de fuerza para su situación, ¿debemos o podemos negar, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia), los sacramentos de la penitencia y después de la comunión?”.

Su respuesta es afirmativa, pero con importantes matices y precisiones: “Este posible camino no sería una solución general. No es el camino ancho de la gran masa, sino más bien el estrecho camino de la parte probablemente más pequeña de los divorciados vueltos a casar, sinceramente interesados en los sacramentos. ¿No es necesario tal vez evitar aquí la peor parte? (o sea la pérdida de los hijos con la pérdida de toda una segunda generación)… Un matrimonio civil como el que fue descrito con criterios claros debe distinguirse de otras formas de convivencia irregular, como los matrimonios clandestinos, las parejas de hecho, sobre todo la fornicación, de los así llamados matrimonios salvajes. La vida no es solo blanco y negro. De hecho, hay muchos matices”.
La propia metodología seguida en la preparación del Sínodo permitía albergar esperanzas de cambio. El Vaticano envió una encuesta a todos los cristianos y cristianas en torno a las cuestiones que se iban a abordar en la asamblea episcopal para conocer la opinión de las diferentes comunidades católicas del mundo sobre el tema. La mayoría de las respuestas eran favorables a una mayor apertura y a una actualización de la doctrina sobre la familia más acorde con los cambios producidos en las últimas décadas.
Pero ese clima de apertura enseguida se encontró con la réplica del cardenal Müller, que apelaba a argumentos de carácter dogmático y jurídico para oponerse incluso a la posibilidad de discutir sobre el tema: “Si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme a derecho; por tanto, es imposible que reciban los sacramentos”.
En el Sínodo se han producido, es verdad, cambios importantes en el análisis de la situación de la familia y en las críticas hacia sus patologías, en las actitudes y en el lenguaje empleado. La proposición 8 hace un buen análisis de las situaciones más graves por las que pasa hoy la familia: discriminación de las mujeres y creciente violencia de género contra ellas, con demasiada frecuencia dentro de la familia; abusos sexuales de los niños y de las niñas; penalización de la maternidad en vez de su consideración como valor; mutilación genital en algunas culturas; efectos negativos de las guerras, el terrorismo y el crimen organizado en las familias; crecimiento del fenómeno de los niños de la calle en las grandes metrópolis y en sus periferias.
La actitud ante los matrimonios civiles y las parejas de hecho es más comprensiva y acogedora, ya que, se dice, en ellos deben descubrirse elementos positivos, y en la actitud hacia los homosexuales. Muestra la necesidad de acoger las personas en situaciones difíciles como el divorcio y de buscar nuevos caminos pastorales para las familias heridas, no basadas en “soluciones únicas”
Pero en las cuestiones de fondo no se ha producido cambio alguno. Dos ejemplos. La proposición 52 describe las dos tendencias de los padres sinodales en torno a la posibilidad –solo la posibilidad- de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía: la que se muestra partidaria de mantener las actuales normas prohibitivas en vigor, y la partidaria de permitir el acceso a los sacramentos, pero con muchas restricciones: no de manera generalizada, sino en algunas situaciones especiales y con condiciones muy precisas. Además, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un “caminar penitencial” bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Aun con todas estas restricciones, esta proposición contó con el rechazo de 74 padres sinodales y no logró los 2/3 tercios.
Otro ejemplo es la proposición 55 sobre los homosexuales. Defiende la necesidad de una acogida respetuosa y de un trato no discriminatorio hacia ellos, pero es contundente en el rechazo de los matrimonios homosexuales, hasta el punto de excluirlos del plan de Dios sobre la familia y el matrimonio. Con todo, la proposición fue rechazada por 62 padres sinodales y tampoco logró los 2/3.
Para frenar la lógica sensación pesimista que deja el Sínodo en quienes esperaban que la apertura fuera real ya, se afirma, como consuelo, que en este Sínodo no se ha dicho la última palabra y que hay que esperar al de octubre de 2015, que elaborará las conclusiones definitivas sobre la familia. Yo pregunto: ¿Cambiará entonces el panorama y se reconocerá sin trabas, prejuicios y prevenciones el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar el matrimonio a los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia y el reconocimiento del matrimonio homosexual como lo hace la Iglesia Anglicana, o volverán a emplearse fórmulas ambiguas del “sí, pero no”, tan propias del lenguaje eclesiástica ¿O se dejará la respuesta ad kalendas graecas?

¿Se seguirá pensando con categorías jurídicas o se hará al ritmo de la vida y atendiendo a los problemas reales de la familia? ¿Se buscarán las respuestas apelando al Código de Derecho Canónico o a la racionalidad dialógica? ¿Se seguirá expulsando de la comunidad eclesial y de la eucaristía que, según el Vaticano II, es el centro de la vida cristiana, a quienes se considera pecadores por el hecho de haber iniciado un nuevo proyecto de vida común y de haber formado una nueva familia?
¿Se respetarán y reconocerán en la Iglesia católica las diferentes identidades sexuales: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, que de hecho existen entre los cristianos y las cristianas como existen en la sociedad? ¿Caminará la Iglesia oficial al ritmo de la sociedad y será sensible, como pedía Juan XXIII, a los signos de los tiempos, entre los cuales se encuentra el reconocimiento explícito de los diferentes modelos de familia, o perderá de nuevo el tren de la historia?

Y una reflexión final en clave de realismo. Yo creo que considerar un problema el acceso a la eucaristía a personas divorciadas vueltas a casar y a los matrimonios homosexuales solo existe en las mentes de los jerarcas, no en la práctica. Y negar dicho acceso se encuentra en el Código de Derecho Canónico, no en la vida de las comunidades cristianas. Son muchas las comunidades eclesiales de todo el mundo (parroquias, comunidades de base, grupos de matrimonios, etc.) que ni siquiera se plantean el problema. Las cristianas y los cristianos divorciados que han vuelto a casarse y las parejas homosexuales son acogidos sin ningún tipo de reserva en dichas comunidades, de las que forman parte, y participan en los sacramentos como el resto de los creyentes. Y lo hacen con toda naturalidad, sin ningún complejo de culpa, sin consultar ni pedir permiso a los clérigos y obispos, ni preguntarse si actúan conforme a la disciplina de la Iglesia, sin someterse a ningún “camino de penitencia”. Bastante penitencia ha tenido y sigue teniendo su vida como para añadirle todavía otra más. 

El derecho a emigrar


ecleSALia 27 de octubre de 2014
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
 
 
EL DERECHO A EMIGRAR
YOLANDA CHÁVEZ, yolachavez66@gmail.com
LOS ÁNGELES (USA).

ECLESALIA27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve comotomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?...
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como: ¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)

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LOS ÁNGELES (USA).

ECLESALIA27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve comotomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?...
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como: ¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)

El derecho a emigrar


ecleSALia 27 de octubre de 2014
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
 
 
EL DERECHO A EMIGRAR
YOLANDA CHÁVEZ, yolachavez66@gmail.com
LOS ÁNGELES (USA).

ECLESALIA27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve comotomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?...
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como: ¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)

El derecho a emigrar


ecleSALia 27 de octubre de 2014
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
 
 
EL DERECHO A EMIGRAR
YOLANDA CHÁVEZ, yolachavez66@gmail.com
LOS ÁNGELES (USA).

ECLESALIA27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve comotomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?...
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como: ¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)

El derecho a emigrar


ecleSALia 27 de octubre de 2014
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
 
 
EL DERECHO A EMIGRAR
YOLANDA CHÁVEZ, yolachavez66@gmail.com
LOS ÁNGELES (USA).

ECLESALIA27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve comotomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?...
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como: ¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)