FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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sábado, 9 de noviembre de 2019

Contra qué se lucha: Decálogo de los valores neoliberales que es necesario eliminar


Pablo Salvat

Van ya 23 fallecidos. Hay miles de detenidos. Cientos de heridos. Y lo más inquietante, unos 10 desaparecidos. De estas situaciones tenemos aproximaciones, porque ni el gobierno y sus autoridades, ni los medios de comunicación hegemónicos, informan a fondo . Es de todo punto de vista algo gravísimo.
No debiera extrañarnos porque las “democracias” neoliberales tienen puestos sus objetivos e intereses en otro lugar. Luchamos contra el abuso. Un abuso que es vertical y horizontal, no meramente personal, sino hecho estructural, costumbre, hábito. Viene de los gobiernos; de las fuerzas de represión; está instalado en el 1% más rico y poderoso; en los medios y periódicos, en muchas leyes y decretos. Por eso, lo que está en juego no son nombres y caras de estas u otras autoridades. No son asuntos ad hominem. No son cambios cosméticos de una agenda social. Lo que ha explosionado es un profundo malestar y crítica, una necesidad de cambio del modelo de vida en común y de desarrollo.··· Ver noticia 

Más de 2.500 investigadores firman un manifiesto contra las “mentiras” de Vox para imponer su “agenda de intolerancia”


VoxProfesionales del ámbito de las ciencias sociales denuncian “el falseamiento y manipulación” de los datos que hace el partido de extrema derecha
Aseguran que se trata de “una estrategia calculada, sistemática y recurrente” que se fundamenta “en una agenda ideológica de nacionalismo extremo”
Lo que dicen los datos sobre el supuesto vínculo entre inmigración ··· Ver noticia ···

El sacerdocio común. De todos : varones y mujeres

Benjamín Forcano
 Redes Cristianas
Benjamín Forcano1
“Los que creen en Cristo son hechos sacerdocio real”, (Lumen Gentium, 9), “Cristo hizo de su nuevo pueblo, reino y sacerdotes para Dios, sacerdocio que ejercen con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante” (Nº 10).
“Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque no hay judio ni griego; no hay siervo o libre; no hay varón ni mujer. Pues todos sois Uno en Cristo Jesús” ….”Se da una verdadera igualdad entre todos referente a la dignidad y acción común de todos los fieles para la edificación del cuerpo de Cristo “ (LG, 32).

Sonará a audacia, acaso a desafío irreverente, pero el Sinodo panamazónico,
que ha aprobado la posibilidad del sacerdocio para matrimonios, ni siquiera
aprobó la posibilidad del Diaconado para las mujeres. Ocasión, pues, para
replantear el tema, y recuperar una doctrina olvidada: la del sacerdocio común,
que es primigenia, absolutamente tradicional y ortodoxa y demanda cambios
profundos, si se quiere ser fiel de verdad al sacerdocio de Jesús, único existente
n la Igesia para todos (común) los miembros.
Es lo que plantea el presente artículo.

Desde siempre se nos ha hablado del sacerdocio como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco. Ese sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de  otras culturas del Antiguo Oriente,  es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser exclusivo  de los hoy llamados clérigos.
         El sacerdocio de Jesús  no necesita de templos, ritos y sacrificios , ni de especiales intermediarios entre  Dios y los hombres; es distinto y se condensa  en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
         Hay que volver al origen y retomar el Evangelio, porque nos hemos alejado de él,  otorgando el título  de sacerdotes, únicamente a una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida sobre él como una categoría superior, con poderes  que la  elevan sobre el resto de los fieles.
         Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con desigualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el  otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”. 

         Es el único texto donde se señala que la diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva Iglesia. Asignar a un “grupo”  -los hoy clérigos- una  participación singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia esencial, es un invento  posterior. EL Vaticano II recalca en mil partes la posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda descartada toda desigualdad,   discriminación o subordinación.   El sacerdocio “jerárquico” no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de las tareas o servicios que producirá y designará  la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero.
          El sacerdocio de Jesús es laical en él  y en consecuencia en todos, y  creará en las comunidades cuantas funciones, tareas, carismas o servicios (ministerios)  sean necesarios. Es bueno cuestionar ciertos procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la  praxis y enseñanza de Jesús y también con la manera de ser y obrar de la Iglesia primitiva. El tema de la excomunión aplicada y comentada estos días   a personas cristianas, no hay por donde reconocerlo confrontado con el  Evangelio y el vivir de los cristianos del comienzo.”      
           Surgen y hay que crear nuevas soluciones.

1. La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes
La razón del tema es clara. Nos encontramos, tras dos mil años de historia, con que el tema del sacerdocio cristiano ha entrado en gravísima crisis, hasta el extremo de amenazar el modelo eclesiológico bipolar Clérigos / Laicos.
¿Se trata simplemente de una crisis vocacional o más bien de un retomar el Evangelio y ver si el sacerdocio de Jesús , propio de todo cristiano, se ha mantenido en su recorrido histórico en lo que de verdad es o se lo ha reemplazado por otro, que lo trastueca profundamente?

Cuestionar la figura del sacerdote vigente suscitará asombro, dudas y protestas inacabables. Pero no por ello, podemos renuciar a preguntarnos si la figura clerical dominante responde al nuevo sacerdocio de Jesús, con las consecuencias que esto conlleva para sus seguidores.
Para lograr esto es indispensable , primero de todo, fijar el significado original del sacerdocio jesuánico y comprobar si , a lo largo de la historia, lo hemos sabido mantener o nos hemos apartado de él. La confrontación nos hará entender si el retrato actual del sacerdote concuerda o no con el del comienzo.

2. El significado original del sacerdocio de Jesús
a) El sacerdocio como poder en el tiempo de Jesús
En las diversas culturas del Antiguo Oriente, existían los sacerdotes. Eran intermediarios entre Dios y los hombres (el mismo “patriarca” o rey del clan, que eran sacerdotes, estaban en simbiosis con Dios); suscitaban su poder y lo controlaban en lugares y fiestas determinadas ; eran creadores de santidad ritual y especialistas en sacrificios.
Dentro del pueblo judío, siglos antes de Jesús, aparecen también santuarios y grupos sacerdotales (levitas), especialistas en sacrificios. El Código Sacerdotal ( libros Levítico y Números ) hablan del Sumo Sacerdote como autoridad máxima , representante de Dios y delegado del Rey persa, quien una vez por año tiene que penetrar en el “Sancta Sanctorum” del templo para interceder por el pueblo.
Hasta la conquista romana (64 a. C) se mantiene esta situación y, a partir de ella, las funciones se dividen: un Gobernante romano con poder civil y un Sacerdote con autoridad religiosa.

b) Jesús fue un laico
Metido Jesús en su vida pública, se lo conoce y actúa como un laico, en la línea de los profetas y de los pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y de los sabios populares. En el punto culminante de su vida, Jesús sube a Jerusalén y se enfrenta con los sacerdotes, pero no para “legalizar” sus ritos y someterse a la autoridad de los Sumos Sacerdotes, sino para mostrar que el templo ya no tiene valor sagrado para el pueblo.
A muchos sacerdotes actuales, les sorprenderá que se diga de Jesús que fue un laico. Considero de gran utilidad sintetizar lo que el citado Xavier Pikaza desarrolla sobre este punto (Cfr. La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, pp. 13-31).

“ EL sacerdocio de Jesús coexiste en El desde su condición de laico. El Hijo del hombre, humano a cabalidad, no se atribuyó títulos de honor, pues títulos y honores los tenían otros (sacerdotes y rabinos, presbíteros, pontífices y obispos-inspectores), sino que actuó como un simple ser humano , sin tareas oficiales, ordenaciones jurídicas , ni documentaciones acreditativas. No se llamó sacerdote , ni recibió las sagradas órdenes, sino que fue un judío marginal, de origen galileo y de extracción campesina , obrero de la construcción (albañil o carpintero) sin tierras propias.
Jesús tuvo la certeza de que el tiempo se había cumplido y que Dios le impulsaba a proclamar la llegada del Reino , que él debía empezar ofreciendo a los enfermos, marginados y excluidos de Israel, para abrirlo después por medio de ellos a todos los hombres y mujeres, siempre a partir de los pobres. Se sintió Mesías enviado de Dios Abba, creador y amigo de los hombres, pero no quiso hacerse rey con poder político, ni fue sacerdote o guerrero sagrado, sino que pareció y actuó simplemente como un hombre, anunciando salud para los enfermos, plenitud para los pobres y reconciliación para todos. Así lo dijo y lo vivió sin cátedras, templos, palacios, en el “bazar” abierto de la calle y el camino.
Jesús, pues, era un laico o seglar, sin estudios ni titulaciones especiales, al interior de las tradiciones de Israel (en una línea profética) , pero fuera de las instituciones poderosas de su entorno (templo, posible rabinato). Creía que Dios era Padre de todos los hombres, creó un movimiento de sabiduría singular, curación integral y comunión entre los marginados de su entorno, a quienes iba despertando, acompañando y animando, pues ellos eran destinatarios y herederos del Reino de Dios, que es vida para los enfermos y hartura para los hambrientos y expulsados de la sociedad establecida (Cf. Mt 5,3; 11,5; Lc 6,20; 7,22).
Era un marginal y, como tal, estaba convencido de que sólo en el margen (fuera de las instituciones del sistema), podía plantarse la obra de Dios, la nueva humanidad porque el Reino pertenece a los pobres; no empleó métodos de reclutamiento y separación clasista, no adiestró a un posible grupo de combatientes, ni fundó una agrupación de especialistas de la ley ni un resto de “puros” frente a la masa perdida. No apeló al dinero, ni a las armas, ni educó un plantel de funcionarios , sino que vivió directamente en el bazar abierto de la vida.
Habló con imágenes que todos podían entender y actuó con gestos hacia los excluidos y necesitados que todos podían asumir. Compartió la comida a campo abierto con aquellos que venían a su lado y mostró un cuidado especial por los niños, enfermos y excluidos de la sociedad.

No fue un soñador cándido, ajeno a la sociedad (un simple contra-cultural), pero tampoco un hombre del orden social o religioso. No se le podía asemejar a los fariseos, que daban primacía a la ley; él colocaba el servicio y el amor a los pobres por encima de las normas nacionales. No fue un hombre del sistema, pero tampoco un outsider utópico.
Fue profeta mesiánico y hombre carismático , al margen de la buena sociedad, pero supo ponerse en el centro de la gran plaza de la vida y promover la convivencia, desde un amor a Dios, que hace posible el perdón y la libertad entre hombres. La religión no era a su juicio, un sistema de organización sagrada, sino una experiencia directa de comunicación gratuita con Dios y entre los hombres.

c) Dos eran los principios de Jesús
-Creía en Dios y en su nombre actuaba.
– Fue amigo de los pobres. Ellos fueron los primeros destinatarios de su mensaje.
Quiso ser universal desde las zonas campesinas donde habitaban los humildes. En su mensaje cabían todos, por encima de las leyes de separación nacional, social o religiosa. Se rodeó de seguidores y amigos, algunos de los cuales dejaban casas y posesiones para estar con El.

Convocó a doce discípulos especiales, los hizo mensajeros del nuevo Israel y los mandó a anunciar la llegada del Reino, sin que tuvieran autoridad administrativa o sacral alguna (no eran sacerdotes) sino como corazón de la nueva humanidad reconciliada.
Presentó su causa ante el gran Sanedrín, sin armas, pero los sacerdotes, secuestradores del Dios del Templo, le acusaron ante Pilato, y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa, por universal e igualitaria. Murió entre otros dos “bandidos”. Su delito fue amar y anunciar un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema del templo y del imperio.

De manera que, en el comienzo real de la Iglesia, están los pobres, a cuyo servicio debían ponerse los Doce y los restantes seguidores. Dentro de su movimiento mesiánico, sin una filosofía especial, sin una fórmula social particular, sin un programa económico o político , militar o religioso , aparecía él simplemente como un hombre amigo de todos y, en especial, de los pobres y excluidos:
“Por aquellas fechas vivió Jesús, un hombre sabio… autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y, aunque condenado por Pilato a morir en la cruz, las gentes que le habían amado anteriormente, tampoco dejaron de hacerlo después. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él” (Flavio Josefo).

Sólo en este fondo de amor se puede entender a Jesús, profeta galileo marginado, en contacto directo con los excluidos, dentro de una sociedad dominada por un imperio implacable (cuyo César se proclamaba rey divino), mientras parecía que el Dios nacional y/ o judío, secuestrado por los jerarcas del templo, callaba.
Jesús murió fracasado, pero su fracasó mostró que era verdad lo que había vivido y anunciado. Algunos de sus seguidores descubrieron que él estaba vivo y así reiniciaron el más prodigioso de los caminos mesiánicos de la historia”.

3. El testimonio de Pablo: la Iglesia sacerdotal, muchos ministerios.
El grupo que más próximamente seguía a Jesús, nunca se sintió un “cuerpo sacerdotal exclusivo” sobre el resto de los creyentes. Nos lo cuenta Pablo, que escribió sus Cartas a los 20 años de la muerte y pascua de Jesús. Todos, según él, constituyen Iglesia sacerdotal que crea y desarrolla muchos ministerios.
Necesitamos releer sus enseñanzas (Corintios, Romanos, Galatas….) para recuperar este sacerdocio frente a otras posteriores interpretaciones. Tres cosas claras recalca Pablo:

a)El Cristo mesiánico, cuerpo entero de la Iglesia
Según Pablo, el Cristo mesiánico es como un CUERPO donde todos son miembros de todos, sin cabeza superior ni cuerpo subordinado. Dicho cuerpo despliega diversos carismas, unificados por el amor.

-Unos, vinculados a la PALABRA.
Profecía,
Enseñanza,
Consuelo.

-Otros, vinculados a la ACCION:
Diaconía (asistencia comunitaria),
Participación (entrega de los bienes a favor de los demás),
Presidencia (dirección de los asuntos comunes),
Acción Misericordiosa (ayuda personal humana).

Entre todos los carismas hay comunicación y encuentro y por ellos todos los cristianos son unos ministros de los otros. El carisma de la PRESIDENCIA viene reseñado como el último y a nadie de quienes lo ejercen se le llama obispo o presbítero, ni se lo concibe como sacerdote.
Pablo invierte, además, una experiencia religiosa de tipo jerárquico, que era dominante en el entorno helenista. Cada cristiano debe servir a los demás, especialmente a los que conforme al honor del entorno eran menos honrados; para la Iglesia son los más importantes los que menos tienen, pueden y saben.

Allí donde la Iglesia posterior se siente afirmando la unidad del Cuerpo desde una jerarquía sagrada, de tipo episcopal o presbiteral, definida como signo de Dios o su Cristo, ella podrá ser platónica o romana, pero no paulina o cristiana.
La novedad descubierta por Pablo es que en el Cuerpo eclesial no hay jerarquías superiores , que se imponen, ni funciones exclusivas de varones (o mujeres) pues todos han sido llamados al servicio mutuo. El contexto social romano y helenista frenó esta novedad y así ha quedado en la Iglesia católica hasta tiempos actuales.

b)Actualidad de Pablo: superar el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Estamos en los comienzos del tercer milenio, conocemos el peso de los condicionamientos helénico-romanos, que hoy podemos revisar y superar. El Cuerpo mesiánico es para todos encuentro igualitario en Cristo, superando el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Pablo habla de mujeres (Evodia y Sintique) y de grupos de colaboradores donde predominan las mujeres ( Tebe, Prisca, Aquila, María, Junia, Trifena y Trifosa, Pérsida…). Mujeres que se han esforzado por la causa de Jesús pero sin que en ningún momento las designe como inferiores o subordinadas al varón, están a su mismo nivel, al igual que él son “atletas” del Evangelio, portadoras del mensaje de Jesús.

Estas mujeres son apóstoles (testigos de Jesús, servidoras de la comunidad y dirigentes (presidentes) de iglesias domésticas, como sucede también en otras comunidades cristianas. Sus ministerios han brotado de manera normal, según las necesidades apostólicas y organizativas de la Iglesia, por iniciativa de Pablo y de sus iglesias conforme al carisma del Espíritu Santo.
Todavía por entonces no se ha implantado en la Iglesia el patriarcalismo, que triunfará con las Cartas Pastorales (escritas por discípulos de Pablo) imponiendo una estructura de poder que es, en principio, extraña al Evangelio.

4.Sucesores de Pablo, comienza el patriarcalismo
Conocemos las Cartas de la Cautividad (Colosenses y Efesios) y las Cartas Pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito), escritas por discípulos de Pablo, entre el 70-90 d.C. El mismo autor Xabier Pikaza resume así las innovaciones que se introdujeron:
-“Estas Cartas expresan un esquema jerárquico de organización social no fundada en los pobres y excluidos, sino que responde a una casa-familia rica, con buen amo, mujer, hijos y criados. (Cf. Ef 2,21; 4,12.16.29). (Idem, pg. 75).
“Aunque el carisma paulino pervive en ellas, sus autores tienen miedo de la libertad cristiana (quizás por temor al gnosticismo). Por eso, apelan a la autoridad, tanto en línea de tradición (mantener lo dado), como de organización (obedecer a presbíteros, obispos) para establecer las iglesias como grupos honorables, con orden y limpieza administrativa, siguiendo el ejemplo del buen judaísmo (retorno a un tipo de ley, que Pablo había superado) y el testimonio del imperio romano, sistema eficiente de personas y pueblos…

Se vuelve primordial un tipo de organización parecida a la que existe en el entorno. Los presbíteros-obispos , padres de la casa eclesial, acogen a los que vienen y enseñan a todos, son servidores de la palabra/oración. Lógicamente, las Pastorales no promueven la misión (no hay apóstoles), ni la experiencia directa de Jesús (no hay profetas) , sino que mantienen el depósito de la fe, la buena doctrina de la tradición, por unos ministros bien estructurados” (Idem, pgs. 90-91).
Podemos subrayar que en este tiempo comienzan a profesionalizarse las tareas del Evangelio y se asumen los principios de honor social, que Jesús había superado expresamente realizando seguramente la mayor inversión de la historia cristiana.

5. Reinterpretación de los ministerios desde una perspectiva sacral
En la Iglesia primitiva los diversos ministerios en ningún momento se identifican con un tipo de “sacerdocio”, propio del culto judío o pagano. El sacerdocio de Jesús se entiende de una forma nueva y como tal se aplica a la Iglesia entera. No esperemos que Pedro, Santiago, Juan o la Magdalena se presenten como sacerdotes, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano.
Pero, es a partir del s. III d.C. que la Iglesia ha reinterpretado sus ministerios desde una perspectiva sacral, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano. De este modo, los fieles llegan a perder su “carácter” sacerdotal y se vuelven meros laicos.

6.El nuevo sacerdocio de Jesús se identifica con su propia vida.
La Carta de los Hebreos sabe a heteredoxa, en cuanto rechaza el ritual de Jerusalén con su templo y sacerdotes y presenta el sacerdocio de Jesús como nuevo y más antiguo que el mismo de Jerusalén, tal como aparece con Melquisedec antes del ritual del Levítico y del Templo.
Hay entonces cristianos helenistas que rechazan y superan el templo con sus sacerdotes y no muestran ninguna nostalgia por la destrucción del templo (año 70 d. C) sino que esperan la reconstrucción final en el verdadero templo y sacerdocio de Jesús. Retornar al sistema sacral es una equivocación. Hebreos dice que hay que vivir el sacerdocio de Jesús sin templo ni sacerdotes superiores, con un nuevo sacerdocio.

La institución sacerdotal de Aarón (templo,culto y ritos de Jerusalén) desaparece y llega el nuevo sacerdocio de Jesús (Heb 9, 11-12). Desaparece el rito externo con su violencia sacrificial y emerge la vida personal , gratuita, que Jesús regala a Dios ofreciéndola a favor de los humanos.
Culmina así su camino penetrando en el templo de los cielos y queda sin sentido la liturgia de Israel (Heb 10, 4-9). El único “sacrificio” es la vida. En esa línea, Jesús sí que es sacerdote, al expresar en su humanidad el ser divino y vivir en amor hacia los demás: “No olvidéis de hacer el bien y ayudaros mutuamente. Estos son los sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13, 14).

Todos los creyentes , por la ofrenda de nuestra vida, quedamos integrados en el sacerdocio de Jesús. Todo intento de aplicar este sacerdocio a la función sacral de unos jerarcas (obispos o presbíteros) que se llamarían sacerdotes, carece de sentido.
El texto de los Hebreos condena, paradójicamente, el orden levítico con sus sacerdotes y sacrificios especiales. Pero, una parte de la Iglesia cristiana, en contra de los Hebreos, ha recuperado y expresado el simbolismo sacral del templo de Jerusalén (y la sacralidad greco-romana) en su organización y liturgia, en línea del Antigua Testamento.

Ha llegado, pues, el momento de volver a la letra y espíritu de Hebreos, que es tanto como asumir el carácter existencial y comunitario del sacerdocio de Jesús. La comunidad profesa una espiritualidad sacerdotal no reservada para algunos miembros superiores o especiales de la Iglesia
. Y esta misma enseñanza aparece en (1 Pedro y Apocalipsis): el sacerdocio es un don del pueblo entero, todos los cristianos auténticos son sacerdotes , todos forman el Reino , esperando la llegada de la nueva Jerusalén: “Todos los miembros de la comunidad, fieles al testimonio de Jesús y dispuestos a entregar la vida en la lucha final de la historia, se vuelven sacerdotes de este gran “sacrificio” que es el amor que se mantiene firme en medio de la persecución” ( X. Pikaza, Idem, p. 108).

7. Las gran inversión
Grupos de cristianos, después del 150, intentaron separar el cristianismo de su base israelita. La Iglesia reaccionó defendiendo su origen israelita, su idependencia y sus propios ministerios sacralizados.
“En ese contexto la Iglesia sufrió una re-sacralización judía , una jerarquización helenista ny una organización imperial romana. De esa manera, a partior del 200 d.C, la Iglesia se estructuró y expandió como cuerpo social y religioso , con una sacerdocio nuevamente “elitista”, de unos pocos, mientras que el judiasmo rabínico se centraba en las tradiciones laicales de la Misná…

Los cristianos apelaron pronto a una visión jerárquica del gobierno reinterpretando su culto en una línea sacral, de manera que sus sacerdotes aparecerán como un orden superior de humanidad, en contra de la experiencia de Jesús y de la primera Iglesia que vinculó el nuevo sacerdocio a la comunidad cristiana.
Dentro de una visión ontológica de la realidad y de la Iglesia, los de arriba (obispos, presbíteros) se presentarán como signo de Dios, en contra del Evangelio, que supo descubrir a Dios en los últimos del mundo, en los pobres y excluidos de la sociedad. Esta jerarquización se vincula con la filosofía griega y el imperio romano en cuyo entorno se introdujo el cristianismo. Mientras el judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita (hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la filosofía jerárquica griega (platónica y estoica) y un tipo de organización romana (sacralizando así la autoridad).
Esta fue la gran inversión. Ella pudo “salvar” al cristianismo (evitando el riesgo de disolución gnóstica del Evangelio), pero lo hizo a costa de un elemento muy importante del mismo evangelio, que es la identificación del sacerdocio con la vida cristiana, es decir, con el amor comunitario abierto a Dios” (X. Pikaza, Idem, 112-115).

8. Bautismo y Eucarisítía
En línea con lo dicho, conviene encuadrar el origen y significado del BAUTISMO y EUCARISTIA como dos de los signos laicales primordiales de pertenencia a la Iglesia.

BAUTISMO.
Muy pronto los discípulos, tras la expresión pascual de Jesús, bautizaban a los creyentes, indicando que “morían” para servir a la vida. El bautismo en agua fue la primera institución (signo) visible de los seguidores de Jesús.

El bautismo era un RECUERDO del bautismo de Jesús donde él recibe la misión de ponerse al servicio de los hermanos. En ese momento, Jesús se dispone a proclamar el triunfo de la vida de Dios a través del perdón y de los excluidos del sistema.
El bautismo aparece como un rito vinculado a la VIDA, al alcance de todos, signo de la salvación realizada por Cristo. Habiéndose cumplido la espera, Dios por medio del Espíritu, revela su obra en el rito entendido como don de Dios y compromiso al servicio de los demás: para realizar en el mundo lo mismo que Jesús.

Como el agua, el Bautismo es un rito UNIVERSAL, símbolo de un nuevo nacimiento en amor e igualdad. Es también un rito SECULAR, plenamente LAICAL, que puede realizarse por cualquiera de los creyentes y no por un grupo especializado de sacerdotes (que no existían). Jesús no fue al templo de Jersusalén a bautizarse ni a pedir permiso a los sacerdotes para poder bautizar. En la comunidad de los suyos, todos eran “sacerdotes” al estilo suyo, y todos podían bautizar.
EUCARISTIA
La eucaristía es una experiencia, vivida entre los discípulos, como COMIDA COMPARTIDA y RECUERDO de la vida de Jesús.
. Comida tenida en el campo con sus seguidores y con el pueblo, sin ningún rito.
. Comida que les recordaba la cena de despedida de Jesús, la última, con sus palabras: “Cuando os renunáis, haced esto en memoria de mí”, palabras dirigidas a ellos como representantes de la totalidad de los que le habían de seguir.

Comida que les servía para unirse, vincularse, recordar que él estaba vivo, después de haber muerto por anunciar el Reino, y acrecentar entre ellos el conocimiento, el amor y la unidad como cuerpo mesiánico.
Comida normal, al uso cotidiano del lugar, sin ser preparada por un cuerpo de sacerdotes ni liturgos especiales. A partir de los años 40, se había hecho un modelo universal, pero ajeno al modelo del sacerdocio de los sacerdotes de Jerusalén.


Comida, y no rito sacrificial para ser repetido por sacerdotes profesionales.
San Pablo, en ningún momento habla de quién debe presidir esa “comida” integrada por el Pan y el Vino. Le preocupa cómo se vive y cómo ayuda a los que en ella participan. La regulación de la presidencia está ausente. Preside, dentro de la casa familiar, uno u otro, hombre o mujer, sin aludir para nada a un ordo de sacerdotes que se atribuyera tal tarea como propia. Cómo entra más adelante el modelo patriarcal, lo explica con claridad y rigor Xabier Pikaza.
*Síntesis (Pgs. 1 a 118) del libro “La novedad de Jesús. Todos somos sacerdotes”, Xabier Pikaza, Ed. Nueva Utopía, Madrid 2014).

¿Mujeres diaconisas o cristianas subalternas?

Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid
Tamayo4
Entre sus últimos libros cabe citar: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta); Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología, en colaboración con José Manuel Romero (Anthropos) y Hermano y Islam (Trotta).
Las causas y reivindicaciones de igualdad de las mujeres pueden esperar. Siempre hay otras prioridades que atender, otras reivindicaciones que defender, otras causas que apoyar. Es la ley de la historia patriarcal. Pero también de las revoluciones sociales, políticas, culturales, en las que han intervenido y siguen interviniendo las mujeres no como comparsas o detrás de los hombres, sino como protagonistas. Y a la hora de las transformaciones, primero programáticas y luego puestas en la práctica, los cambios referidos a las mujeres pasan a segundo plano o se dejan ad kalendas graecas. En la agenda de las revoluciones se prioriza la justicia social sobre la justicia de género, la igualdad política que no reconoce la igualdad de género, la violencia del sistema, pero no la violencia de género que el propio sistema genera.

Un ejemplo paradigmático es la Revolución Francesa, que proclamó en 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pero negó a las mujeres los derechos políticos y sociales. La intelectual política Olimpia de Gouges osó responder dos años después a la citada Declaración patriarcal con la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana y fue guillotinada por los propios revolucionarios. En el artículo 10 de su Declaración Olimpia afirma: “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener igualmente el derecho de subir a la tribuna”. Ella subió al cadalso, pero no pudo subir a la tribuna. En el epílogo de su Declaración se dirige a las mujeres de esta guisa:
“¡Mujeres!, ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible […]. Cualesquiera que sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo”.

La ley de la historia patriarcal de la exclusión de las mujeres ha vuelto a repetirse en el Sínodo Panamazónico, celebrado recientemente en Roma, al que dediqué mi artículo anterior con merecidos elogiosos y sobre el que anuncié un nuevo artículo sobre el tratamiento que da al papel de las mujeres en las comunidades cristianas amazónicas. En este Sínodo, que podríamos calificar de “revolucionario” por nuevo paradigma ecológico que introduce en el catolicismo, la causa de la igualdad y de la paridad de las mujeres en la Iglesia católica se ha visto de nuevo relegada, cuando no negada.
En la Declaración sinodal se hacen avances importantes. Se habla de la necesidad de ampliar espacios para una presencia femenina más incisiva y de que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas, participen en las tomas de decisiones y asuman su liderazgo con más fuerza en la Iglesia. Hay un reconocimiento de la ministerialidad que Jesús reservó a las mujeres y una petición de que se cree “el ministerio instituido de la mujer dirigente de la comunidad”. Se reconoce su papel de protagonistas y guardianas de la casa común y que, por ello, son con frecuencia víctimas de la violencia física, moral y religiosa, incluido el feminicidio.
Aun reconociendo los avances que estos planteamientos suponen en relación con las mujeres, estamos en un lo que suele un ejemplo de “discurso de la excelencia”, que no se traduce en mediaciones concretas para el ejercicio de funciones directivas y es desmentido por la propia dinámica del Sínodo. Veamos cómo.
La representación y la participación de las mujeres en él fueron asimétricas en relación con los hombres: participaron 184 hombres y 35 mujeres. A dicha asimetría hay que añadir otra limitación más grave: el reglamento del Sínodo solo permitía votar a los varones con exclusión expresa de las mujeres. Ni siquiera las numerosas manifestaciones de las religiosas a favor del voto de las mujeres participantes en el Sínodo fueron escuchadas. Mantenella y no enmendalla!
El documento del Sínodo ha dejado sin efecto su inicial apertura hacia el protagonismo de las mujeres. Habla de la necesidad de que haya mujeres adecuadamente formadas y preparadas. Pero, ¿para qué? Para que puedan recibir los ministerios del lectorado y del acolitado, que ya están ejerciendo y, además, son irrelevantes desde el punto de vista eclesial, ya que se limitan a la lectura de los textos bíblicos y a la ayuda instrumental al sacerdote en las celebraciones litúrgicas.
Se insiste en la petición de “ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable”. Esa petición responde a uno de los principales problemas para el Sínodo: el de la falta de sacerdotes que atiendan a las comunidades cristianas de la Amazonía. Esa era la preocupación de los sinodales, en su mayoría varones, no resignificar el papel de las mujeres, que pasa a segundo término, e incluso a un marginal. ¿Es que no existen mujeres en la Amazonía con una familia legítimamente constituida idóneas y reconocidas por la comunidad? Claro que existen y el propio Sínodo lo reconoce como hemos indicado anteriormente. ¿Por qué, entonces, se las excluye del sacerdocio? Estamos ante una clara contradicción y ante una manifestación del patriarcado en estado purísimo.
Tras el fracaso y la disolución de la Comisión creada por Francisco para el estudio del diaconado femenino en la Iglesia católica, el Sínodo ha retomado el tema. No puedo compartir la idea del diaconado femenino, porque, de instaurarse institucionalmente y atendiendo a las funciones auxiliares que se le asignaría, las mujeres seguirían siendo subalternas y estarían al servicio de los sacerdotes y de los obispos, no de la comunidad cristiana, y pasarían a un estado de servidumbre –no de servicio- permanente.
Creo que es hora de pasar de la subalternidad de las mujeres a la igualdad; de la sumisión al empoderamiento; de su estatuto de dependencia a la autonomía; de objetos decorativos a sujetos activos. Y eso con el diaconado femenino no se lograría; más bien, se prolongaría su minoría de edad bajo el espejismo de que se está dando un paso importante hacia adelante y de que se les concede protagonismo.
Para que se produzca un cambio real en el estatuto eclesial de las mujeres es necesario que sean reconocidas como sujetos religiosos, eclesiales, morales y teológicos, cosa que ahora no sucede.
Cualquier discriminación y cualquier injusticia de género son, antropológicamente, contrarias a la igual dignidad de todos los seres humanos; teológicamente, van en contra de la creación de ser humano como hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios; eclesialmente, son contrarias al movimiento igualitario de Jesús de Nazaret, al principio de fraternidad-sororidad que debe regir en la Iglesia y a la igualdad de las cristianas y los cristianos por el bautismo.

Sin igualdad y justicia de género, la Iglesia católica seguirá siendo hoy una de los principales bastiones del patriarcado, hasta conformarse como una patriarquía. Ahora bien, para justificar dicha patriarquía no puede apelar a Jesús de Nazaret, sino al patriarcado religioso, basado en la masculinidad sagrada, que apela al carácter varonil de Dios para convertir al hombre en único representante y portavoz de la divinidad.

Afirma la filósofa feminista Mary Daly: “Si Dios es varón, entonces el varón es Dios”. En el mismo sentido escribe la intelectual de la Tercera Ola del feminismo, Kate Millett, en su libro Política sexual: “el patriarcado tiene a Dios de su parte” (Cátedra, Madrid, 114). Quizá habría que decir, mejor, que son las masculinidades sagradas las que se arrogan la representación patriarcal de Dios y es a ellas a quienes el patriarcado ha tenido y sigue teniendo de su parte. ¿Hasta cuándo? De nosotros y nosotras depende que esa situación se perpetúe o, por el contrario, cambie

FRANCISCO ES EL PRIMER PAPA QUE COLOCA EN EL CENTRO DE SUS PREOCUPACIONES LA ECOLOGÍA



col tamayo
Dos son los momentos fundamentales de su contribución al giro ecológico: la encíclica 'Laudato Si', de 2015, y el Sínodo celebrado en Roma del 6 al 27 de octubre sobre la Amazonía
Estamos ante un hito histórico. Francisco es el primer papa que coloca en el centro de sus preocupaciones la ecología. El cristianismo renuncia así al eclesiocentrismo, al antropocentrismo, y opta por el cosmocentrismo
Donde aprecio mayores carencias y limitaciones tras el sínodo Amazónico es, sobre todo, en relación con las mujeres, por mor del patriarcado, instalado en el propio sínodo. De ellas me ocuparé en el próximo artículo
03.11.2019 | Juan José Tamayo
El cristianismo institucional se ha caracterizado, con frecuencia, por el anacronismo, que consiste en dar respuestas del pasado a preguntas del presente. De ahí su irrevelancia en muchos períodos de su historia tanto en los terrenos cultural y político como en el teológico y el social.
Cuando nos sabíamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas, y nos quedamos sin discurso iluminador para el presente. La tendencia ha sido a ubicarnos cómodamente en el pasado recitando con añoranza aquel verso de las Coplas del poeta palentino Jorge Manrique a la muerte de su padre: “cómo a nuestro parescer cualquiera tiempo pasado fue mejor”, a instalarnos perezosamente en la tradición entendida como depósito de verdades absolutas e inmutables y a remedar formas de vida anteriores sin capacidad creativa alguna ni mirada anticipadora al futuro.
Hay con todo algunas y muy brillantes excepciones de adecuada y correcta ubicación histórica. Me centraré en tres en el catolicismo de los últimos sesenta años. Una fue el Concilio Vaticano II (1962-1965) que, gracias al espíritu profético y utópico de Juan XXIII, puso en marcha un programa de reforma de la Iglesia católica, entró en diálogo con la modernidad, pasó del anatema al diálogo en su relación con las religiones cristianas y las no cristianas, salió de su gueto autorreferencial y se ubicó en la sociedad actual. Bueno, hay que matizar: solo en la sociedad occidental habida cuenta del protagonismo que en el Vaticano II tuvieron los obispos y los teólogos centroeuropeos.
La segunda excepción al anacronismo católico fue la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en 1968 en Medellín (Colombia), que logró un cambio de paradigma espectacular: de la iglesia de conquista y colonial al cristianismo liberador en un continente sometido a cinco siglos de expolio económico, humillación cultural y destrucción religiosa. Dicho cambio fue posible gracias a la intervención de tres actores principales: las comunidades eclesiales de base, la teología de la liberación y los movimientos de liberación, donde estuvieron presentes los cristianos y las cristianas.
Durante los últimos años estamos asistiendo a un nuevo giro en el catolicismodel paradigma antropocéntrico de la modernidad europea, que convirtió al ser humano en dueño y señor de la naturaleza con derecho a usar y abusar de ella en su exclusivo beneficio, al paradigma ecológico, que considera al ser humano parte de la naturaleza y establece con ella una relación de sujeto a sujeto con igual dignidad y derechos. El giro ecológico tuvo lugar en el cristianismo primero en el campo de la teología gracias al impulso de, entre otros y otras, Raimon Panikkar con la “intuición cosmoteándrica”, Leonardo Boff con la teología ecológica, Rosemary Ruether Radford e Ivone Gebara con la teología ecofeminista.
El paradigma ecológico ha sido asumido, enriquecido y potenciado por el Papa Francisco, que lo ha convertido en una de las prioridades –si no la prioridad por excelencia- de su pontificado como respuesta a las crisis profundas que vive hoy la humanidad y la tierra: ecológica, alimentaria, ética, cultural, financiera, etc. Lo subraya en sus escritos y discursos y lo ejemplifica con su forma de vivir austera y en plena sintonía con la naturaleza.
Dos son los momentos fundamentales de su contribución al giro ecológico: la encíclica 'Laudato Si'. Sobre el cuidado de la Casa Común”, de 2015, y el Sínodo celebrado en Roma del 6 al 27 de octubre sobre la Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, considerado un nuevo Pentecostés para la Iglesia amazónica, las Iglesias locales y la Iglesia universal.
En ambos casos encontramos principios y prácticas de ética ecológica o eco-ética, que pueden iluminar la respuesta a las crisis citadas. Principios y prácticas que requieren cambios en los modelos económicos y políticos, en las relaciones sociales, en la educación, en la organización patriarcal de la sociedad, en el ámbito laboral y en nuestro estilo de vida.
Estamos ante un hito histórico. Francisco es el primer papa que coloca en el centro de sus preocupaciones la ecología. El cristianismo renuncia así al eclesiocentrismo marcado por el viejo principio excluyente “fuera de la iglesia no hay salvación”, y al antropocentrismo, y opta por el cosmocentrismo. En la Laudato Si’ Francisco critica la presentación inadecuada de la antropología cristiana basada en Génesis, 1, 28 (“Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla…”), que vino a legitimar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo, llegando a transmitir “un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles” (n. 116).
Fue un sueño prometeico que hizo suyo la modernidadcon su concepción utilitaria y explotadora del saber: conocer es dominar sobre la naturaleza, con consideración del ser humano como mercancía y con su modelo de desarrollo científico-técnico y de crecimiento económico. Se rompía, así, con toda una tradición filosófica que consideraba el conocimiento y la ciencia como amor a la sabiduría y afirmación de los valores.
Francisco recupera la tradición del cuidado del Génesis, que llama a “labrar y cuidar” el jardín (Gn 2,15): “‘cuidar’ significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (n. 67).
La crítica de la 'Laudato Si' se extiende al antropocentrismo moderno porque "paradójicamente ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad" (n. 115). En la modernidad se ha producido una gran desmesura que daña toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales (n. 116).
El Sínodo Panamazónicoconstata la existencia de "una crisis socio-ambiental sin precedentes" y de "las heridas causadas por el ser humano" a la tierra, y se guía por el principio de defender la tierra es defender toda la vida: la vida humana, la vida de la naturaleza, la vida de los pueblos, la vida del planeta. Reconoce los valores de reciprocidad, solidaridad y sentido de la comunidad de los pueblos indígenas y sus enseñanzas de vida, su visión integrada de la realidad en la que todo está conectado y la gestión sostenible que hacen de la naturaleza.
Hace un llamado a una cuádruple conversión: integral, pastoral, cultural y a "desaprender, aprender y reaprender para superar así cualquier tendencia hacia modelos colonizadores que han causado daño en el pasado". Entre las propuestas destacan las siguientes: reconocer el rol central del bioma amazónico; buscar modelos de desarrollo justo y solidario; vincular el cuidado de la naturaleza con la justicia para las personas más desfavorecidas de la tierra.
La Iglesia se compromete a caminar con los pueblos amazónicos sin imponer una forma particular de vivir y de actuar, sino reconociendo su sabiduría sobre la biodiversidad frente a toda forma de piratería. Asume como opción fundamental la defensa de la ecología integral para salvar a la Amazonía del extractivismo depredador, del derramamiento de sangre inocente y de la criminalización de los defensores de la selva que ocupa nueve países latinoamericanos. Se presenta como aliada de los pueblos originarios para denunciar los atentados contra su vida y los proyectos de desarrollo etnocidas y ecocidas.
Los sinodales han puesto empeño especial en superar el clericalismo y las imposiciones autoritarias. ¿Cómo? A través del fortalecimiento de la cultura del diálogo, la sinodalidad, la participación de los laicos en la consulta y la toma de decisiones, la escucha de la voz de las mujeres, la defensa –hasta ahora puramente formal, sin medidas concretas- de su liderazgo, la promoción y atribución de "ministerios a hombres y mujeres de forma equitativa", el diaconado permanente, la ordenación de hombres reconocidos de la comunidad con familia legítimamente constituida, etc.
En este apartado se hacen algunas propuestas prometedoras, es verdad, pero es donde aprecio también mayores carencias y limitaciones, sobre todo en relación con las mujeres, por mor del patriarcado, instalado en el propio sínodo, como se ha demostrado con la presencia mayoritaria de hombres –obispos y superiores generales de congregaciones religiosas- y la prohibición del voto de las mujeres participantes en el mismo. De dichas carencias me ocuparé en el próximo artículo.
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Juan José Tamayo