FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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domingo, 11 de agosto de 2013

¿Un concilio de toda la cristiandad? Leonardo Boff

Hemos celebrado los 50 años de la muerte del Papa Juan XXIII (1881-1963), seguramente el Papa más importante del siglo XX. A él se debe la renovación de la Iglesia católica que intentó definir su lugar dentro del mundo moderno. El 25 de enero de 1959, sin avisar a nadie, declaró ante los cardenales estupefactos reunidos en la abadía benedictina de San Pablo Extramuros que iba a convocar un concilio ecuménico.
Había hecho por su cuenta un juicio crítico sobre la situación del mundo y de la Iglesia y había percibido que estábamos ante una nueva fase histórica: la del mundo moderno, con su ciencia, su técnica, sus libertades y derechos. La Iglesia tenía que ubicarse positivamente dentro de esta realidad que surgía. La actitud que había hasta entonces era de desconfianza y condena. El Papa entendía que este comportamiento llevaba a la Iglesia al aislamiento y a un estancamiento que le hacía daño.
Repitió el viejo dicho: vox temporis vox Dei (“la voz del tiempo es la voz de Dios”). Esto no significa, dijo, “que todo en el mundo tal como está sea la voz de Dios. Significa que todo porta un mensaje de Dios, bueno para que lo sigamos, malo para que lo cambiemos”.
En efecto, el Concilio Vaticano II se realizó en Roma (1962-1965), el Papa lo abrió, pero murió antes de su finalización (1963). Su espíritu, sin embargo, marcó todo el evento, con consecuencias hasta nuestros días.
Dos fueron sus lemas principales: aggiornamento y concilio pastoral. Aggiornamento es decir sí a lo nuevo, sí a la actualización de la Iglesia en su lenguaje, en su estructura y en su forma de presentarse al mundo. Concilio pastoral quería expresar una relación de apertura con la gente y con el mundo, de diálogo, de aceptación y de fraternidad. Así que nada de condena al modernismo y a la “Nouvelle Théologie” como se había hecho furiosamente antes. En lugar de doctrinas, diálogo, aprendizaje mutuo e intercambio.
Tal vez esta afirmación de Juan XXIII resuma todo su espíritu: “La vida del cristiano no es una colección de antigüedades. No se trata de visitar un museo o una academia del pasado. Esto, sin duda puede ser útil —como lo es la visita a los monumentos antiguos— pero no es suficiente. Se vive para progresar, si bien sacando provecho de las prácticas y de las experiencias del pasado, para ir siempre más lejos en el camino que Nuestro Señor nos va mostrando”.
De hecho, el Concilio puso a la Iglesia en el mundo moderno, participando de sus avatares y sus logros. La Iglesia en América Latina pronto se dio cuenta de que no solo existía el mundo moderno, sino el submundo del cual poco se había hablado en el Concilio. En Medellín (1969) y en Puebla (1979) se vio que la misión de la Iglesia en este submundo hecho de pobreza y opresión debía ser de promoción de la justicia social y de liberación.
Han pasado ya 50 años desde el Concilio. El mundo y el submundo cambiaron mucho. Han surgido nuevos desafíos: la globalización económico-financiera y la consecuente conciencia planetaria, la disolución del imperio soviético, las nuevas formas de comunicación social (internet, redes sociales y otras) que han unificado el mundo, la erosión de la biodiversidad, la percepción de los límites de la Tierra y la posibilidad de exterminio de la especie humana y con ella del proyecto planetario humano.
Con las categorías del Concilio Vaticano II no podemos atender esta nueva realidad amenazante. Todo apunta a la necesidad de un nuevo Concilio ecuménico. Ahora no se trata de convocar solamente a los obispos de la Iglesia Católica. Ante los peligros que tenemos que enfrentar, todo el Cristianismo, con sus Iglesias, está siendo desafiado. Precisamos tomar en serio la alianza que el gran biólogo E. Wilson proponía entre las Iglesias y las religiones y la tecnociencia, si es que queremos salvar la vida del planeta. (cf. La creación, Salvemos la vida en la Tierra, 2006). ¿Cómo pueden contribuir estas fuerzas religiosas a que todavía tengamos futuro? La supervivencia de la vida en la Tierra es el supuesto de todo. Sin ella, se desvanecen todos los proyectos y todo pierde sentido. Los cristianos deberán olvidar sus diferencias y polémicas y unirse para esta misión salvadora.
El Papa Francisco tiene la capacidad de convocar a la totalidad de las expresiones cristianas, a los hombres y a las mujeres, asesorados por personas de reconocido saber, incluso no religiosas, para identificar el tipo de colaboración que podemos ofrecer en la línea de una nueva conciencia de respeto, de veneración, de cuidado de todos los ecosistemas, de compasión, de solidaridad, de sobriedad compartida y de responsabilidad sin restricciones, pues todos somos interdependientes.
Con su forma de ser y de pensar el Papa Francisco despierta en todos nosotros la razón cordial, sensible y espiritual. Unida a la razón intelectual, protegeremos y cuidaremos, cuidaremos y amaremos esta única Casa Común que el universo y Dios nos han legado. Sólo así garantizaremos nuestra continuidad sobre la Tierra

Que Bergoglio nos coja confesados Jaime P

Enviado a la página web de Redes Cristianas
…cuando los sospechosos gobiernos españoles acaben con nuestra paciencia…
Es frecuente entre los políticos y periodistas afines a los dos partidos de este país que configuran el bipartidismo casi institucional, leerles y oírles hablar de populistas y de neopopulistas cuando quieren denigrar a los dirigentes del mundo que, según ellos, se hacen notar más de la cuenta.
Dirigentes que, localizados en los últimos tiempos principalmente en América Latina, intentan superar las barreras y hacer saltar los resortes que someten a la ciudadanía a la tiranía de los mercados y en especial de los mercados financieros; mercados tenidos por libres pero que están controlados férreamente por clanes y familias enteras del mundo apoyados por otros clanes y familias políticos siempre del mismo signo y la misma falta de sensibilidad social. Y cuando los dirigentes no se hacen notar, entonces políticos y periodistas de tal ralea les acusan de siniestros, de amenazantes y de totalitarios.
Por cierto, hay un gran paralelismo entre esos llamados “populistas” y su filosofía y praxis política a favor de los más desfavorecidos, y los creyentes en la teología de la liberación que trabajan cada uno en su sitio para la causa de los pobres. Populistas y profesos de la “liberación” que llevan a la práctica los argumentos evangélicos, mientras que la jerarquía católica se limita, por un lado, a hacer llamamientos inútiles a la rectitud de conciencia de los gobernantes, y a reforzar, por otro, el poder de quienes carecen de conciencia.
En efecto, en España no hay oficialmente populismo. Lo que hay son títeres locales manejados indefectiblemente por el dios mercado y por los titiriteros mundiales al servicio de éste: mucho peor que el populismo aun mal entendido. Títeres que en los asuntos domésticos más allá del mercado (aunque todo hoy es mercancía) ejercen un gobierno autoritario con acentuados ribetes de fascismo. Por eso, es reseñable que al descargar su poder absoluto su técnica no sea sofisticada. Es burda, agresiva, mendaz y cínica, como burdos, agresivos, mentirosos y cínicos lo son sus miembros por separado; como lo es todo fascista en las condiciones favorables para ellos de los ríos revueltos: obsecuente con quien considera superior (gobiernos europeos) e implacable con quien considera inferior (ciudadanía).
Deben saber esto todos los países del mundo. Debe saberlo asimismo Bergoglio. Le interesa. Pues, sí desea recuperar la autoridad moral del papado y de su Iglesia, perdida a manos llenas en este país o no alcanzada nunca, debe ayudarnos. Y la única manera de ayudarnos es, disuadiendo a la jerarquía arzobispal española de su proverbial tendencia a manejar, desde la sombra o desde las tinieblas, es decir, sin responsabilidad, buena parte del poder político sea cual fuere el momento histórico. Las ciudadanas y los ciudadanos españoles rogamos a Bergoglio, aprovechando que ahora va por el mundo dicharachero, comprensivo y rastreador de lacras, que ya que el bipartidismo institucional se viene negando tozudamente a cumplir lo establecido en la Constitución, exija a la Conferencia Episcopal española que se ciña al ministerio espiritual en los templos y deje para siempre de entrometerse en la gobernación. En definitiva le rogamos que, conforme al mandato evangélico no por manoseado menos recomendable: dar al César lo que es del César y a Dios los que es de Dios, sea él, Bergoglio, quien separe de una vez a su Iglesia del Estado

La tragedia de Santiago y los medios

 Enviado a la página web de Redes Cristianas
Esta sociedad española, dirigida, manejada, orquestada, manipulada por unos pocos en comparación con todos, es un desastre observada con los ojos de un fino escrutador. La sociedad en sí misma no tiene la culpa. Como no la tienen los menores de edad de las fechorías de sus progenitores. No extrañe que compare yo aquí a la sociedad española con menores, pues unas generaciones trasteadas por una dictadura durante cuarenta años como incapaces para gobernarse por sí mismas como sí fueran chiquillos indóciles, han dejado una estela de minusvalías en la idiosincrasia de todo el país. A la lícita ambición ha sucedido una estúpida codicia; al retraimiento, la insolencia; al pudor, la desverguenza; a la armonía, la disonancia; a la concentración mental, la dispersión; a la voluntad como eje de la personalidad, el capricho; a la existencia heiddegeriana de la plena consciencia del vivir, la existencia sartriana de la vida pasiva en la que en lugar de vivir nosotros nuestra propia vida, la vida vive por nosotros…
En estas condiciones psicosomáticas reforzadas por la tecnología y el manejo que hacen de ellas las élites políticas, comerciales, publicitarias e informativas, no extraña en absoluto que un accidente ferroviario tan terrible como el de Santiago esté siendo estrujado por los medios (publicidad siempre como efecto y causa) hasta la náusea. Ante un hecho luctuoso que por sus características no tiene precedentes y en el que no dudo que los familiares de las víctimas no estén haciendo todo lo humanamente posible para olvidarlo sin dejar de experimentar un inmenso dolor por la ausencia súbita de sus seres queridos, los medios no pierden ocasión de insistir y reiterar hasta los más mínimos detalles la disección de la tragedia. Es imposible que los familiares presten atención a ellos sin estragarse, pues a quienes no lo somos y no estamos enfermos del espíritu esta práctica periodística reiterada bajo la manida excusa de un deber de información que en este asunto se pone también a la altura de la corrupción que contamina a todo el país, nos resulta absolutamente abominable…

Basta de violencia en las fronteras

¡Basta de violencia en las fronteras! (Vídeo de 17´35´´)

La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) ha solicitado su adhesión a la campaña “Nº9 –Basta de Violencia en las Fronteras” iniciada por cuatro asociaciones marroquíes con el objetivo de denunciar la violación de los derechos humanos en el norte de Marruecos y exigir el fin de la represión sistemática que sufren los migrantes por parte de las autoridades marroquíes y españolas
http://www.youtube.com/embed/SfeWqY017Ns

Continuidad y decepción Juan José Tamayo teólogo

Enviado a la página web de Redes Cristianas
¡Continuidad! Es la palabra que, tras haber asumido el papa Francisco como propia la encíclica Lumen fidei, escrita casi en su totalidad por Benedicto XVI, mejor expresa el tránsito del pontificado “benedictino” al “franciscano” tanto en los destinatarios de la encíclica, a quienes cita manteniendo la estructura jerárquica de la Iglesia (obispos, presbíteros, personas consagradas, fieles laicos), como en su contenido teológico academicista. Continuidad que confirmó el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe Gerhard L. Müller en la presentación: “Quien lo lea podrá notar enseguida –más allá de las diferencias de estilo, de sensibilidad y de acentos- la continuidad sustancial (subrayado mío) del mensaje del papa Francisco con el magisterio de Benedicto XVI”.
¡Decepción! Es la palabra que mejor refleja mi actitud intelectual tras la lectura de la encíclica, que recoge en su integridad la teología del cardenal Ratzinger inspirada en San Agustín y San Buenaventura. Somos muchas las personas -cristianas o no- que esperábamos si no una ruptura de Francisco con los dos pontificados anteriores, sí, al menos, cierto distanciamiento, un nuevo rumbo y una nueva manera de hablar de la fe y de presentar el cristianismo en sintonía con sus palabras, actitudes, gestos e iniciativas de reforma de la organización eclesiástica, así como con su compromiso de construir una Iglesia de los pobres y para los pobres, su defensa de los derechos de los inmigrantes y sus severas denuncias contra el capitalismo y la corrupción en la Iglesia.
A mi juicio, la encíclica no toma en serio la crisis de la fe cristiana y de las religiones en general en el mundo contemporáneo, y no analiza sus causas con la profundidad y el rigor que merecen. Tampoco asume responsabilidad alguna en ella, ni propone respuestas acordes con la trascendencia del fenómeno. La encíclica parece no ser consciente del cambio de era que estamos viviendo e, insensible a los nuevos desafíos, sigue dando respuestas del pasado a preguntas del presente. En este aspecto se aleja del Concilio Vaticano II (1962-1965), que en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual analiza el fenómeno del ateísmo, sus distintas formas, raíces y causas, y asume la parte de responsabilidad no pequeña que corresponde a los cristianos en la génesis del ateísmo moderno. Entonces Joseph Ratzinger era un joven teólogo asesor del Concilio; hoy es un papa emérito obsesionado con la dictadura del relativismo y aferrado a verdades dogmáticas.
La encíclica apenas toma en serio la crítica moderna de la religión en sus diferentes manifestaciones: filosófica, política, económica, científica, psicológica. Se limita a una cita tópica de Nietzsche, a otra de Wittgenstein sacada de contexto y a una tercera de Dostoievski. No tiene en cuenta la crítica radical e iconoclasta que hacen a los monoteísmos, y especialmente a la fe cristiana, los nuevos ateísmos de determinados sectores filosóficos y científicos muy influyentes en los actuales climas culturales. Tampoco contempla el radical cuestionamiento que hace al cristianismo el mundo de la pobreza estructural y de la injusticia del sistema, que afecta a dos terceras partes de la humanidad, cuando es de ese mundo de donde vienen las voces, a veces en forma de silencio sufriente, más interpelantes, la crítica más severa de la fe cristiana y la más difícil de refutar.
La preocupación fundamental de la encíclica se centra en la relación entre fe y razón, fe y verdad, amor y conocimiento de la verdad, unidad e integridad de la fe, sacramentos y transmisión de la fe, dimensión eclesial de la fe, etc. Es una problemática ciertamente importante, pero en buena medida europea y poco relevante en otros entornos geo-culturales, como las comunidades indígenas y afrodescendientes de América Latina, el cristianismo africano y su relación con las religiones originarias y el cristianismo asiático en diálogo con las religiones orientales.
La encíclica deja de abordar la relación entre cristianismo y liberación, fe y lucha por la justicia, esperanza teologal y compromiso, fe cristiana y opción por los pobres, la fe en el diálogo interreligioso, la interculturalidad de la fe, etc. En ella no aparecen los pobres, la liberación, la opción por los pobres, que constituyen la más genuina “luz de la fe” y son verdades teológicas y actitudes éticas radicales.
La encíclica ofrece una exposición doctrinal androcéntrica con un lenguaje patriarcal. Habla constantemente de “hombre contemporáneo”, “hermano”, “Dios como Padre común”, “fraternidad universal entre los hombres”, “amor inagotable del Padre”, etc. Solo en una ocasión se refiere al hombre y a la mujer: en el apartado sobre “Fe y familia”. Y lo hace para referirse al matrimonio como “unión estable de un hombre y de una mujer” y a “la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne y ser capaz de engendrar una nueva vida”. Estamos ante una concepción homófoba de la fe y del amor, de la familia y del matrimonio.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimos libros son Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo (Herder, 2012, 2ª ed.) e Invitación a la utopía (Trotta, 2012).
(EL País, 10 de agosto de 2013