FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 8 de agosto de 2018

¿CRISIS DE VALORES O CRISIS DEL MODELO DUAL? OTRO MODO DE VER, PARA VIVIR DE OTRO MODO (I)

col lozano art
  
I. Introducción
Si algo parece incuestionable es que nos hallamos ante una crisis global, en muchos sentidos sin precedentes en la historia de nuestra especie.
Pero esto puede ser una buena noticia. En realidad, toda crisis es una encrucijada que, obligándonos a replantear las cuestiones básicas –porque después de ella nada podrá volver a ser como antes–, encierra la promesa de un amanecer más pleno y radiante…, siempre que estemos dispuestos a vivirla como oportunidad y queramos aprender lo que tiene que enseñarnos[1].
Nos hallamos, pues, en medio de una crisis global –afecta a las distintas dimensiones de nuestra vida: económica, política, social, de instituciones públicas, religiosa, planetaria, ecológica…– que es también, y básicamente, una crisis de valores.
En realidad, si entendemos por “valores” aquellas realidades –cualidades, aptitudes, criterios, comportamientos…– que nos humanizan, individual y colectivamente, parece exacto decir que, en el origen de cualquier crisis, podrá detectarse una crisis de valores. Bien porque se ha modificado la evaluación que hacemos de las cosas, bien porque nos habíamos fundamentado en determinados criterios que han resultado, no solo frágiles, sino engañosos.
Ahora bien, dado que toda crisis –individual o colectiva, puntual o global– conlleva, al menos en su inicio, un elemento de “confusión” que suele descolocarnos, parece prioritario detenerse para elaborar un diagnóstico lo más ajustado posible. Solo la lucidez –la comprensión adecuada de lo que ocurre– permitirá avanzar en la dirección correcta y ofrecer los medios ajustados para una resolución positiva.
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[1] Sobre el sentido de las crisis personales y el modo de gestionarlas constructivamente, E. MARTÍNEZ LOZANO, Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia, Desclée De Brouwer, Bilbao 52018.

II. Un cambio de paradigma
Una crisis de tal envergadura no es casual. Indica, más bien, que se están conmoviendo los propios cimientos sobre los que nos creíamos asentados. Por tanto, no servirá de mucho responder a los síntomas recurriendo a parches puntuales o con efectos cosméticos. Será necesario replantearnos de dónde venimos, y dónde se hallan otros cimientos más sólidos sobre los que edificar nuestra vida y nuestro proyecto colectivo.
En una primera aproximación, resulta claro que nos hallamos ante un cambio de paradigma. Un paradigma es toda una constelación de ideas, creencias, valores, costumbres, comportamientos…, que constituyen un marco a través del cual vemos la realidad. La modificación del marco produce inevitablemente una sensación de desconcierto e inseguridad: caemos en la cuenta de que nada parece ser lo que era. Ha bastado que se moviera el marco, para que nuestra percepción se viera alterada, y lo que creíamos sólido se descubriera sumamente frágil y precario.
Hace más de cinco siglos, se había empezado a vivir un cambio de paradigma en el paso de la premodernidad a la modernidad: el mito y la heteronomía se vieron sustituidas por la prevalencia de la racionalidad y la autonomía, que situaron al “yo” en el centro y en la cúspide de la escena humana.
Aquel paso supuso un enorme salto hacia adelante, gracias al desarrollo de la razón crítica −piénsese en los llamados “maestros de la sospecha” y en la emancipación de los diferentes ámbitos del saber con respecto a la tutela de la Iglesia− y al reconocimiento del valor de la individualidad.
Sin embargo, la historia posterior −particularmente en el siglo XX− habría de mostrar los límites de ambos valores: su absolutización los había convertido en mitos intocables, pero había puesto de manifiesto sus carencias. La absolutización de la razón desembocó en un reduccionismo ignorante y empobrecedor de lo humano; la absolutización del yo nos clausuró en la jaula de la confusión, haciéndonos tomar por nuestra identidad lo que solo era un objeto dentro de ella.
Esto es lo que se está haciendo evidente en el paso del paradigma de la modernidad al de la postmodernidad, en el que, superados aquellos mitos, se empieza a hacer patente una doble constatación: por un lado, el reconocimiento de la unidad de todo –la misma física cuántica sabe que todo lo real constituye una gran red inextricablemente interrelacionada− y, por otro, la percepción de que el yo −como subrayan incluso los experimentos rigurosos llevados a cabo en el campo de las neurociencias− es una mera ficción mental.
Resulta curioso que ambas afirmaciones pertenezcan a la más genuina sabiduría de las diferentes tradiciones espirituales. Lo cual nos hace ver que la auténtica sabiduría −la que trasciende la razón− es atemporal. Pero vayamos más despacio.
La envergadura de la crisis se explica, pues, porque nos hallamos en medio de un cambio de paradigma, que modifica nuestra visión de la realidad, por cuanto nos abre a una percepción diferente de aquella a la que estábamos acostumbrados. ¿Cómo no habría de darse una crisis de valores?
Dentro de ese mismo cambio de paradigma habría que señalar, además, otros factores colaterales: el paso de una sociedad estática a una sociedad de innovación constante; de una cultura agraria a otra postindustrial avanzada; de una predominancia de lo colectivo a una exaltación de lo individual; de la seguridad puesta en normas fijas y aceptadas, basadas en el principio de autoridad, a la anomia generalizada, por la que cada cual debe darse a sí mismo sus propias “normas” y modos de vivir

De la mesa a la misa

col gelabert

Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía en el curso de una cena, alrededor de una mesa. Al hacerlo así manifestaban que el contexto adecuado de la celebración es el amor fraterno y el compartir los bienes, que es lo propio de los hermanos. En esta cena se consagraba el pan y el vino, y los hermanos se ofrecían unos a otros la comida que llevaban, como gesto de fraternidad. Cuando estos “ágapes” degeneraron y, en vez de compartir, cada cual comía de lo suyo, unos buenos manjares y otros una pobre comida, san Pablo se enfada, porque han olvidado lo que en realidad significa la mesa (ver 1 Cor 11,20-22). Estos abusos, la evolución histórica y el crecimiento de la Iglesia hicieron que, en el transcurso del tiempo, la celebración de la eucaristía, prescindiera del contexto de la cena.
Así la mesa se convirtió en misa. Ahora bien, esta evolución de la mesa a la misa pudiera tener su interés. La palabra “misa” tiene dos significados. Por una parte, el término misa era una palabra usada, a partir del siglo IV, para despedir a los fieles al final de la ceremonia. En Roma se decía “ite, missa est” para despedir a las asambleas. Pero el término misa significa también “enviado”. Misa viene de missio, de misión, de misionero, de enviado. Al final de la celebración los fieles son “enviados”. ¿Enviados a qué? A dar testimonio de lo que acaban de vivir.
La palabra misa nos orienta hacia un aspecto importante de la mesa, a saber: que la mesa no es para quedarse en ella, sino para dejarla, para salir afuera y pregonar lo que significa y ocurre alrededor de la mesa. Los cristianos vivimos dentro lo que queremos extender fuera. El amor entre los hermanos es un signo para que el mundo crea. No es un signo que nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a los demás, sin excepciones. De ahí que el amor cristiano comienza por ser fraterno y se convierte en universal, llegando al extremo del amor al enemigo. La comunión con Jesús resucitado, la eucaristía, nos impulsa a un amor universal. Entre otras cosas porque la eucaristía remite a una vida que se entregó por todos los hombres, buscando la misericordia y el perdón para todos.

Estoy entrando en esa edad

col raquel munoz


Tengo cuarentaitantos y me doy cuenta de que voy entrando en esa edad en la que empieza tocarme vivir directa o indirectamente nuevas situaciones que trae la vida. Algunas previsibles, otras no. Las que no siempre siento afrontar con naturalidad e intuición.
Preparaba un tema de transmisión de la fe. Pensaba en qué métodos o caminos de los experimentados podría considerar universales y válidos en cualquier momento y en cualquier contexto. Y cuáles me resultaban ya, hasta para mí, insuficientes para enfrentarme a las nuevas realidades que me está tocando vivir.
La vida, como valor absoluto del católico, es una de las realidades que más aristas plantea y que, intuyo, a futuro, tendremos que ir matizando. Ya se venía haciendo pero, quizás, ahora se acelere la necesidad de respuestas ante nuevas situaciones.
La maternidad en solitario: Es una decisión para traer vida al mundo. Requiere de donantes generosos y de madres decididas. Algunas veces es una decisión cronológica. Otras, una soledad elegida. ¿No están mejor los hijos de familias monoparentales que los que se encuentran en un campo de batalla entre progenitores en guerra?
La maternidad subrogada: ¿Debería siendo una mujer joven y fértil donar mis óvulos para que otras parejas puedan tener hijos? ¿por qué censurar que una persona libremente quiera ganarse la vida prestando su cuerpo para gestar y dar a luz al hijo de una pareja que no puede tenerlo de otra manera?
Partos prematuros, niños salvados: La ciencia está salvando la vida a niños prematuros o recién nacidos con graves disfuncionalidades físicas y psíquicas pero ¿qué vida se les está entregando? ¿y a sus hermanos? ¿Están los padres obligados a luchar o podrían elegir dejar a la naturaleza seguir su curso?
Los niños que devienen herencias de un pasado superado. ¿No es tan responsable la decisión de no querer tener hijos como la de tenerlos? ¿Es justo forzar la llegada al mundo a un niño al que no se va a querer ni dar afecto? ¿Puede sobrevivir una naturaleza humana a la que se niega el cariño?
El alzheimer. No tengo hijos ni sobrinos ni pareja. El alzheimer ha hecho mella en la familia. Mis expectativas más optimistas pasan por confiar en que la ciencia evite que pierda la cordura hasta el momento en que me lleve de este mundo el cansancio de mi cuerpo. Pero ¿y si no llega a tiempo la ciencia con su remedio? ¿No sería justo poder acordar con mi Dios el cuándo me acogerá en su seno en cuerpo y alma si el alma decide empezar la carrera antes de que den la salida de este mundo?
La esperanza de vida se alarga hasta los 140 años. Ya no sólo no se va a parar el envejecimiento sino que van a conseguir rejuvenecer las células... ¿Puedo decir en voz alta que no me atrae la idea? ¿Qué quiero poder morirme? ¿Qué no quiero ser inmortal? ¿Qué me quiero quedar en la era de cuando todavía la vida y la muerte se imputan a Dios en vez de a los hombres? ¿Me dejarán elegir el adiós?
Pidamos a Dios, que los creyentes de hoy sepamos acompañar los aires de cambio del mañana, que ya es hoy. Que no tengamos miedo a compartir las inseguridades y carencias detectadas para afrontar las circunstancias de la vida que no intuyeron las generaciones anteriores y para las que no nos preparamos sino a golpes con la realidad. Que abramos resquicios para que llegue la Luz a realidades institucionalmente rechazadas como aceptables y que se puedan vivir sin nocturnidad católica. Que no le tengamos miedo a que si nos levantamos de la tumba dentro de tres siglos no seamos capaces más que de reconocer el evangelio en el discurso de la Iglesia. Que Dios nos ilumine su esencia más íntima, libre de adherencias temporales o circunstanciales. Que Le demos la oportunidad de que se module como mejor crea para hacerse presente por los siglos de los siglos. Amén

Reflexiones para el verano. Hélder Cámata y las minorías abrahámicas (Y…III)


Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares

Helder Cámara3Seguimos con el comentario del librito de Hélder Cámara sobre las minorías abrahámicas….. y terminamos.
III.- ¡MINORÍAS ABRAHÁMICAS, UNÍOS!
1.- La violencia de la verdad
– Vosotros, los que os sentís miembros de las minorías abrahámicas, no aguardéis premiso alguno para lanzaros a la acción…
– Se trata de unos hermanos que se reúnen para afrontar los riesgos del desánimo y hacer saltar la corriente de fe, esperanza y amor necesarios…··· Ver noticia ··

La alianza estratégica entre China y Rusia cambia el escenario mundial


Beatriz Bissio

Vivimos tiempos interesantes…
La guerra comercial de Trump contra Europa, Canadá y Japón comprometió la reunión del G7 en Quebec, llevando a Emmanuel Macron a declarar que los países industrializados junto con Japón debían reformular el G7 para transformarlo en G6, sin Estados Unidos. Si poco más de dos años atrás alguien hubiese previsto una fractura semejante entre los aliados occidentales nadie le hubiese dado atención. ¿Y el Brexit? ¿Y la división en la propia Unión Europea?
Son tantos y tan rápidos los cambios que ya es habitual la afirmación de que vivimos el comienzo de una nueva era.
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Radiografía contra el desencanto

Gabriel María  Otalora
Redes Cristianas
Mi padre solía decir que la vida no es un día de fiesta ni un día de luto, sino un día de lucha, que puede desembocar en una experiencia capaz de hacernos fuertes y más humanos a medida que vamos cumpliendo etapas. O en todo lo contrario: convertirnos en una caricatura de lo mejor que pudimos haber sido, que por algo dicen que no hay papel pequeño cuando un actor es grande.
Instalados en la seguridad de los conocimientos y en otros asideros intelectuales y materiales, los adultos tenemos propensión a abandonar valores y compromisos en la medida en que el camino deja de ser confortable y seguro. Los comienzos del siglo XXI acarrean mucho desencanto y “mi corazón vive por encima de sus posibilidades”, en expresión poética de Antonio Pereira. Ahora existen viejos de treinta años, y personas de setenta que no se sienten mayores. El añorado José Luis Martín Descalzo nos dibujó una guía que quiero rescatar porque no ha perdido un ápice de actualidad en cuando el ser humano se convierte en un viejo de verdad, es decir, cuando ha perdido una serie de batallas, da igual a qué edad, que él resumía así:
La primera batalla se da en torno al amor a la verdad. Suele ser la primera que se pierde. Uno estaba seguro en sus años juveniles que vivirá con la verdad por delante. Pero pronto descubre que existen caminos más cortos y la mentira parece rentable y útil. En estos tiempos, parece que “con la verdad, no se va a ninguna parte.”
La segunda batalla tiene lugar en el terreno de la confianza. Se entra en la rueda de la vida creyendo que los hombres son buenos. Si de nadie somos enemigos, ¿cómo alguien quiere serlo de nosotros? Y ahí está ya esperándonos el segundo batacazo…
La tercera es más grave, porque ocurre en el mundo de los ideales; uno ya no está seguro de las personas, pero cree aún en las grandes causas de su juventud, en la familia, en tales o cuales ideales políticos o espirituales… Entonces descubre que el mundo no mide la calidad de las mitras, las banderas ni la de sus seguidores; lo que mide, sobre todo, es el éxito. ¿Y quién no prefiere una mala causa triunfante a una buena que ha sido desplazada? Es el momento en que un trozo del alma se seca.
La cuarta batalla es la más romántica. Confiamos en la justicia y la santa indignación habla por nosotros. Todavía creemos en la paz. Pensamos que el mundo es recuperable, que el amor y las razones de una lucha por un mundo mejor son suficientes frente a otros intereses. Pero comenzamos a desconfiar de la blandura de unos, de la rigidez de los otros; de la posverdad instalada. Nos parece imposible dialogar con algunos hasta que decidimos que lo único que puede arreglar algo es “imponer” nuestra paz violenta y nuestras “santísimas” coacciones.
Aun quedan algunas ráfagas de entusiasmo, leves esperanzas que rebrotan leyendo un libro o viendo una película. Pero llega un día en que las consideramos meras “ilusiones” poco conectadas a la realidad; nosotros estamos de vuelta y nos explicamos sin ayuda que no debemos engañarnos, que “no hay nada que hacer”, que “el mundo es así” y que el ser humano es triste. Los alegres ahora nos parecen poco menos que insustanciales. Perdida esta batalla del entusiasmo, a la persona solo le quedan dos caminos. El primero, engañarse creyendo que triunfa a base de taponar con sucedáneos los huecos del alma en los que un día habitó la esperanza. El segundo, rescatar las dosis necesarias de humildad para aceptar las leyes de la vida, y que nuestro barco va a la deriva, hambrientos de ideales y afectos, vacíos, sin alegría, sin rumbo, sin alma. Será entonces, nos dice Martín Descalzo, cuando se pueda recuperar terreno perdido en tantas batallas, independientemente de la edad que tenga cada cual.
Nunca es tarde para recomenzar; nunca: esta es la base de toda esperanza que nos debería provocar una relectura del evangelio en estas claves.