FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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jueves, 15 de octubre de 2015

El doble rasero Jaime Richart, Antropólogo y jurista

España, quizá como ninguno otro europeo, es un país de fortísi­mos contrastes. Pues no es frecuente que en un mismo país coexistan, por un lado millones entre los que se cuentan mi­les de talentos y quizá cientos de genios velados u ocultados por el academicismo, por lo políticamente correcto y por la orto­doxia de las viejas ideas, y por otro, miles de necios atavia­dos con el manto de la solemnidad que deciden el destino de toda la socie­dad española. Y es que no hay manera de ahuyen­tar el espan­tajo de las dos Españas…

Vicent Martí es un agricultor valenciano que en un programa te­levisivo prime time hubo de vérselas con un tal Marhuenda; pe­riodista éste al que, escuchándole, diríase que el resto de los mortales no sabe nada, carecen de sentido común y son dema­go­gos. Claro que Vicent Martí, tras declinar la respuesta quizá por aquello de que el mejor desprecio es no hacer aprecio pero después de dar un breve repaso al petulante, dijo al moderador que le invitaba a responderle: “yo no voy a contestar a este se­ñor”, y siguió haciendo observaciones acerca de la ruinosa situa­ción de la agricultura, ajeno a los manidos comentarios re­vestidos de importancia a que tal periodista nos tiene acostum­brados. En suma, no he conocido a lo largo de mi vida a ciuda­dano más natural, más digno y más despejado en público en un clima tan tenso como el de un exa­men de oposicio­nes.
Esto lo digo para ilustrar lo dicho al principio: que hay tantos ta­lentos que por prudencia o por accidente permanecen ocultos, y que eso mismo me hace preguntarme si no estarán invertidos los términos: si los que están al frente de las responsabilidades de toda clase por su charlatanería no deberían pasar a la tras­tienda donde lucir sus raídos argumentos a favor de lo consa­grado por el saber oficial, y ceder la dirección de todos los esta­mentos del país a las mentes sencillas dotadas del tan deva­luado sentido común. Y si eso no es así es porque en esta socie­dad predominan el enrevesamiento y la estolidez de quienes de­ciden; velando con ello lo más elemental, y especialmente el de la justicia a secas.
Condenar a la pena de cárcel a un padre de familia de dos hi­jas que hace ocho años hurtó una bicicleta sólo para usarla, al lado de ese ex ministro del gobierno que campa por sus respe­tos pese a haber practicado durante al menos una década un metó­dico desvalija­miento de la riqueza pública, no es que sea un es­cándalo, es que es un ultraje de rango “nacional”. Conde­nar a seis meses de cárcel a tres trabajadores por alborotar una mani­festación, al lado de la asignación de 3.500 euros mensua­les que hace el juez a otro ladrón de lo público, testaferro del ante­rior, mien­tras instruye la causa, es otra provocación y una burla a la ciuda­danía entera.
Pero los casos de contraste son innumerables; tantos, que sólo merece la pena hacer un alegato genérico contra la sinrazón, y no un relato del documentalista que no soy. Son ya demasiados años los casos de lo mismo que venimos contabilizando.
Pero no es ya la conducta típica de los malhechores metidos en política para de paso prostituirla. Lo que cada día que pasa su­bleva más los ánimos; lo que saca de cada ciudadana y ciuda­dano de bien lo peor de sí mismo es constatar a diario que en Es­paña la justicia, usualmente retraída frente a ellos en to­das partes, cede descaradamente ante los poderosos. Los con­trastes entre el modo de tratar a un robagallinas y a un atraca­dor del di­nero público son tantos y tan miserables, que no queda lejos la estampa de aquella tripulación del Potemkin a la que los man­dos del acorazado obligaban a comer carne agusa­nada y se sublevó todo el país, o de aquella otra en la que sus ayudas de cámara advertían a María Antonieta, la principal favo­rita del rey francés: “el pueblo no tiene pan”, y ella con­testó: “pues que coman bollos”, y al poco el pueblo tomó la Bas­tilla…
La historia tarde o temprano suele repetirse. Y como España es un país políticamente atrasado, ese retraso afecta a todos sus es­tamentos. Y la justicia no sólo no es una excepción, es que ella misma parece estar ahí para encarnar el desafuero. Y como la historia suele repetirse, a menudo me asalta la impresión de que ante tan graves y tan continuados contrastes, millones de es­píritus pudieran estar preparándose no tanto para las urnas como para contenerse para no tomar de nuevo la Bastillla o los palacios de invierno… 

Efectos colaterales sobre el matrimonio y la familia Emilia Robles


PROCONCIL
Estimado/a amigo/a:
En vísperas del Congreso de la Confederación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados) que se va a realizar en Guadarrama (Madrid, España) entre los días 30 de octubre y 1 de Noviembre y a mitad de las sesiones del Sínodo, se nos ocurre la siguiente reflexión por si puede aportar alguna luz.


El Sínodo sigue reunido en torno a la familia. Se está orando para que se descubra como sublime ese gran proyecto de Dios de manifestarse en la relación. Y en ese paradigma de Dios- trinidad-relación, entra la relación hombre-mujer cuyas vidas se unen para responder a una vocación primigenia.
Hay voces que expresan preocupación por el deterioro y la inmadurez que rodean muchas veces a las uniones de pareja. Es penoso ver cómo en un mundo donde cada vez muchos disponen de más recursos, tantas relaciones dañinas atenten contra esa unión profunda. Entre ellas, un trabajo alienante y deshumanizador, el imperio del consumo ordenado por el dios Mercado, un ser humano que se va descentrando de sí mismo y que busca el placer en el cambio continuo, en el ver sucesivo, en el poseer, en el dominar. Para poder cuidar una relación hace falta silencio, contemplación, poder mirar al otro desde la mirada de Dios, verlo como el niño o la niña que fue…
Para nada voy a entrar a analizar en profundidad todas las amenazas ni las oportunidades que se le presentan a la vida en pareja y a las familias hoy día por las influencias mundanas. Solo quiero fijarme en un tema que atañe directamente a la Iglesia y, que por lo tanto, sólo ella puede resolver.
Estaría bien que este Sínodo de la familia, condujera a un espacio de reflexión, amplio, en el seno de la Iglesia y, tal vez, en diálogo con otras Iglesias cristianas, para revisar algunas cuestiones relativas al celibato impuesto a todos los presbíteros; y para analizar si tienen algo que ver también -entre otras cuestiones ajenas a la institución eclesiástica- con el deterioro progresivo del sacramento del matrimonio, así como a las dificultades para una orientación pastoral, tanto de las parejas que inician su relación, cuanto de los matrimonios y familias que enfrentan diversas dificultades en su itinerario.
Desde la Edad Media se impone, en la Iglesia católica romana de rito latino occidental, a los presbíteros la ley del celibato obligatorio. Entre las justificaciones para ello, se asimila amor humano a concupiscencia y pasión desordenadas, que necesitan un cauce para regularse ¿Qué tiene que ver eso con la llamada de Dios a las personas para unir sus vidas, como algo positivo originario y originante? Cuando algún sacerdote, ya después del concilio, en tiempos, por ejemplo, de Juan Pablo II sentía la llamada al matrimonio y se veía obligado a secularizarse se decía que quedaba reducido al estado laical (evidentemente inferior al clerical- célibe) Por lo tanto el que se casaba quedaba “degradado”.
Terrible el proceso de hacer el llamado “rescripto de secularización”. El presbítero afectado por una vocación ¿que por qué no va a venir de Dios? para unir su vida en santo matrimonio a una mujer, se veía obligado a hacer el siguiente proceso, que era una especie de pantomima, para logar la “nulidad” de su promesa celibataria. Tenía que pasar por un psicólogo que acreditaba su inmadurez y su inestabilidad emocional, ya presentes en sus primeros años de célibe. Evidentemente, este deterioro de su equilibrio no le permitía abrazar el estado más perfecto de vida celibataria, por lo cual esperaban que el papa le diera la dispensa.
Pero la cosa no quedaba ahí. Ante la cantidad de secularizaciones que sucedieron al concilio, intentando cambiar esta deriva, el afectado tenía que alegar otros impedimentos: Ya estaba viviendo pecaminosamente en pareja, había engendrado una criatura, etc; y, aún más, como las secularizaciones se demoraban años, con el consiguiente sufrimiento de las familias, algunos obispos locales, animados de la mejor voluntad y tratando de evitar más sufrimiento (y otros por quitarse “el muerto de encima”) sugerían al presbítero enamorado que incluyese en la petición dudas sobre su fe. Lo peor es que conozco varios casos, que incluso después de este alegato, recibieron el mensaje de que “siguieran” ejerciendo. Hablo de esta época porque es la que más conozco y porque creo que fue la más sangrante en este tema.
No me interesa ahora detenerme en la mentira que subyacía en estos procedimientos, al que algunos en conciencia tuvieron que objetar y practicar la desobediencia eclesiástica; ni en el daño que hicieron a tantas personas, alejándolas muchas veces del una Iglesia en la que ya no podían creer y, cuando menos, alejándolas de otra vocación de servicio a la comunidad que no habían perdido; tampoco en el sufrimiento que provocaron a padres y madres ya mayores, a veces con una fe temerosa del infierno y de los castigos divinos, que murieron creyendo que sus hijos se condenarían por haber sido infieles a lo que se suponía que era la fidelidad a Dios, cuando no lo era más que a una norma eclesiástica.

Ahora quiero detenerme, porque roza cuestiones del Sínodo, en los efectos colaterales que esta manera reductiva de entender la Vocación, inflige al matrimonio. De resultas de estos procesos de secularización, era fácil deducir que el matrimonio era para aquellos presbíteros inmaduros que manifestaban desequilibrios. Es decir, en la Iglesia hay dos categorías, los oficiales, célibes y la clase de tropa, los casados. ¡Cuanto bien se habría hecho si en vez de mandar al psicólogo a los que se enamoraban, se hubiera mandado a los que manifestaban verdaderos desequilibrios, que luego han cometido terribles delitos contra menores! ¡O que se hubiera mandado al director espiritual a los que no se casaban con una mujer pero se casaban con su carrerismo y sus ansias de poder! ¡Cuántos han tenido que soportar una doble vida, sin asistencia psicológica, por ser incapaces de decidir! Pero, de resultas ha salido damnificado el sacramento del matrimonio, que ha quedado oscurecido frente a
l del orden.


Numerosas veces hemos oído, decirle a un cura en crisis: “Tienes que elegir entre Dios y la Mujer”. De manera que el proyecto de vida con una mujer, parece que no viene de Dios. Saquen ustedes mismos las conclusiones. Se ha atentado contra la sublimidad del matrimonio, se ha insultado gravemente a la mujer y se ha subestimado al laicado. ¿Qué es eso de que la Vocación es la llamada a ser cura o religioso? Esas son vocaciones concretas, ni mejores ni peores que otras llamadas que nos hace Dios en la vida. La Vocación es esa llamada que en distintos momentos de la vida Dios nos hace a cada uno y cuya diversidad bien se manifiesta en la Biblia. ¿Acaso no puede ser una vocación la de ser casado, o madre o padre de familia? ¿No es una vocación la de los laicos y laicas, algunos de ellos casados, misioneros en países del Sur? Y la llamada a los profetas, o la de Abraham, el padre de la fe ¿es menos vocación por no ser presbíteros o religiosos célibes? Y la de muchos vecinos y veci
nas que se esfuerzan por escuchar los designios de Dios en sus vidas…


Pues como dicen por ahí “De aquellos polvos, estos lodos”. No se trata de buscar golpes de pecho, sobre errores que tal vez se cometieron con buena voluntad. Del Ver y el Juzgar, hemos de llegar al Actuar. Tal vez una ayuda – no la solución- para muchos de estos problemas con los que se encuentran hoy las familias, pasarían por una renovada reflexión sobre ministerios-servicios en la Iglesia. Un doble presbiterado, célibe y no célibe inserto en las comunidades (sin que se establezcan por ello dos categorías, ni se haga ejercicio de la celibatocracia) además de solucionar el grave problema de muchas comunidades sin eucaristía, contribuiría a realzar el sacramento de la vida en pareja; ayudaría al crecimiento personal y a la coherencia de aquellos ministros-servidores de la comunidad que sienten la llamada de unirse a una mujer; cambiaría la mirada de la Iglesia- institución sobre la sexualidad y la pareja; la Iglesia y la comunidad local se verían enriquecidas por la experien
cia de pastores que no solo reflexionan, sino que viven en carne propia las riquezas y retos de una familia, siendo fieles a lo que también ellos sienten como llamada de Dios, en la que deben crecer y madurar.

Ojalá que este Sínodo sea ocasión para una reflexión posterior serena y dialogal, sobre ministerios en la comunidad, al servicio de la misma, más inclusiva y paritaria en Cristo para laicos, mujeres y casados. Amén, Jesús.

Emilia Robles
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El Papa pide perdón por los últimos escándalos de la Iglesia Pablo Ordaz

 

Papa Francisco I
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La declaración de homosexualidad de un prelado del Vaticano y las peleas entre cardenales en el Sínodo figuran entre las preocupaciones de Francisco
Improvisando sobre el texto que llevaba escrito, mirando de frente a los miles de fieles que abarrotaban la plaza de San Pedro y con un gesto de pesadumbre, el papa Francisco ha pedido perdón durante la audiencia de los miércoles “por los escándalos que en estos últimos tiempos se han producido en Roma y en el Vaticano”. Jorge Mario Bergoglio no especificó a cuáles se refería, pero en las últimas semanas han salido a la luz al menos tres asuntos —la declaración pública de homosexualidad de un prelado, las grescas entre obispos en el Sínodo sobre la Familia y la rebelión de una parroquia de Roma por la supuesta vida disoluta de un cura— que han puesto de manifiesto graves problemas de coherencia en el interior de la Iglesia. “Os pido perdón”, ha dicho Francisco, que ya en varias ocasiones previas ha pedido perdón de forma explícita por los casos de pederastia dentro de la Iglesia. ··· Ver noticia ···

Hospitalidad: derecho de todos y deber para todos Leonardo Boff



Leonardo Boff2El problema mundial de los refugiados nos plantea siempre de nuevo el imperativo ético de la hospitalidad a nivel internacional y también a nivel nacional. Hay una migración de pueblos como en tiempos de la decadencia del imperio romano. Millones de personas buscan nuevas patrias para sobrevivir o simplemente para escapar de las guerras y encontrar un mínimo de paz.
La hospitalidad es un derecho de todos y un deber para todos. Immanuel Kant (1724-1804) vio claramente la imbricación entre derechos y deberes humanos y la hospitalidad para la construcción de lo que él llama la “paz perpetua” (Zum ewigen Frieden 1795; véase Jacob Ginsburg, La paz perpetua, 2004).


Anticipándose a su tiempo, Kant propone una república mundial (Weltrepublik) o el Estado de los pueblos (Völkerstaat) fundada en el derecho de la ciudadanía mundial (Weltbürgerrecht). Esto, dice Kant, es la primera función de la “hospitalidad general” (allgemeine Hospitalität: § 357).
¿Por qué justamente la hospitalidad? El mismo filósofo dice, «porque todos los seres humanos están en el planeta Tierra y todos, sin excepción, tienen el derecho de estar en ella y visitar sus lugares y los pueblos que lo habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos» (§358).
Esta ciudadanía materializada por la hospitalidad general se rige por el derecho, y nunca por la violencia. Kant plantea el desmantelamiento de todas las máquinas bélicas y la abolición de todos los ejércitos, así como lo hace modernamente la Carta de la Tierra. Pues mientras existan tales medios de violencia, continuarán las amenazas de los fuertes sobre los débiles y las tensiones entre los Estados, lo que socava los cimientos de una paz duradera.
El imperio del estado de derecho y la difusión de la hospitalidad generalizada deben crear una cultura de los derechos que penetre en las mentes y los corazones de todos los ciudadanos globalizados, generando la “comunidad de los puebos” (Gemeinschaft der Völker). Esta comunidad de los pueblos, afirma Kant, puede crecer tanto en su conciencia de que la violación de una ley en un lugar se sienta en todas partes (§360), cosa que más tarde repetirá por su cuenta Ernesto Che Guevara. Tanta es la solidaridad y el espíritu de hospitalidad que el sufrimiento de uno es el sufrimiento de todos y el avance de uno es el avance de todos. Parece el Papa Francisco hablando de los seres humanos como seres de relación que participan de los dolores de los demás.
Si queremos una paz duradera y no sólo una tregua o una pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad universal y respetar los derechos universales
La paz, según Kant, resulta de la vigencia de la ley, de la cooperación legalmente ordenada y de institucionalizar la cooperación entre todos los Estados y pueblos. Los derechos son para él “la niña de los ojos de Dios” o “lo más sagrado que Dios ha puesto en la Tierra”. El respeto de los derechos da lugar a una comunidad de paz que pone fin definitivamente “al beligerar infame”.
En la actualidad ha sido J. Derrida quien ha retomado el tema de la hospitalidad (De l’hospitalité, París 1977) dándole carácter incondicional para todos.
Pero aun así fue Kant quien le dio una mejor fundamentación. Su base es la buena voluntad que, para él, es la única virtud que no tiene defectos. En su obra Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785) hace una declaración de gran importancia: «No se puede pensar en algo, en cualquier parte del mundo e incluso fuera de él, qe se pueda considerar sin reservas tan bueno como la buena voluntad (der gute Wille)». Traduciendo su lenguaje difícil: la buena voluntad es el único bien que sólo es bueno y que no se ajusta a ninguna restricción. La buena voluntad o es buena o no es buena voluntad. Si lleva sospechas, no es buena. Supone la plena apertura al otro y la confianza incondicional. Esto es factible para los seres humanos. Si no nos revestimos de esta buena voluntad, no vamos a encontrar una salida para la desesperante crisis social que desgarra las sociedades periféricas y los millones de refugiados que se dirigen hacia Europa.
La buena voluntad es la última tabla de la salvación que nos queda. La situación del mundo es un desastre. Vivimos en un permanente estado de sitio o de guerra civil global. No hay nadie, ni las dos santidades, el Papa Francisco y el Dalai Lama, ni las élites intelectuales y morales, ni la tecnociencia que proporcione una clave de ruta global. En realidad, dependemos únicamente de nuestra buena voluntad. Vale la pena recordar lo que Dostoievski escribió en su cuento fantástico El sueño de un hombre ridículo 1877: «Si todos realmente quisiesen, todo cambiaría en la Tierra en solo un momento».
Brasil reproduce en miniatura el drama del mundo. La llaga social producida en quinientos años de abandono de las cosas del pueblo significa una sangría desatada. Gran parte de nuestras élites nunca pensó una solución para Brasil como un todo, sino sólo para sí. Ellas están más comprometidas en la defensa de sus privilegios que en garantizar derechos para todos. Mediante mil maniobras políticas, incluso con amenazas de empeachment, consiguen manipular a los gobiernos elegidos democráticamente para que asuman la agenda que les interesa y evitar o retrasar los cambios sociales necesarios. A diferencia de la mayoría del pueblo brasileño, que mostró enorme buena voluntad, gran parte de la élite se niega a pagar la hipoteca de buena voluntad que debe al país.
Si la buena voluntad es tan decisiva, es urgente suscitarla en todos. Todos tienen el deber de hospedar y el derecho a ser hospedados porque vivimos en la misma Casa Común.


*Leonardo Boff, columnista del JB online.


Traducción de MJ Gavito Milano