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miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Celibato o sexualidad errática?


ATRIO

Honorio Cadarso, 05-Diciembre-2011

A pesar de todo lo que se ha destapado sobre los abusos sexuales a menores y de las dobles vidas de “santos” fundadores, el papa sigue exhortando a los sacerdotes a redescubrir el celibato “en toda su fuerza y belleza”. Aun sabiendo que hay personas –¿en qué porcentaje?– que han hecho de su vida célibe un admirable ejemplo de entrega y amor, gran parte de la triste basura y falsedad que acumulan muchas vidas clericales y religiosas –¿en qué porcentaje?– queda oculta. Y hay víctimas que, al no haberlos sufrido de menores los abusos de autoridad  y engaños de sacerdotes y religiosos, no pueden denunciarlos a las autoridades civiles. Con este escrito de Honorio Cadarso invitamos a una sincera y respetuosa aportación de datos y reflexiones. Más que nunca pedimos a todos rigor, veracidad y respeto al tratar el tema. Y ofrecemos la seguridad de que quien quiera conservar el anonimato, serán conservados en el más absoluto secreto los datos de identificación que le requerirá el moderador, ya que en ATRIO no queremos publicar irresponsables anónimos.
No se prodigan entre los seguidores de la Iglesia Católica estudios desapasionados y objetivos sobre la vida sexual de sacerdotes, religiosos y religiosas. Casi todos nos los sirven bajo el formato de curas casados, del sacerdocio desligado del celibato. Pero muy pocas veces se toma el toro por los cuernos y se afronta el problema de la vida sexual de sacerdotes y personas consagradas a Dios por el celibato tal cual, tal como se da en la realidad. Es como si fuese un tema tabú, deliberada, expresa y terminantemente prohibido.
Pero haberlos haylos. En 2007, dos religiosas estadounidenses destaparon un “affaire” de violaciones, embarazos, abortos y otras tropelías de los que habían sido víctimas religiosas en 23 países africanos y autores algunos sacerdotes. Aunque el Vaticano era sabedor de estas historias hacía seis años, seguían siendo un tema tabú y ocultado.
En 2001, Miret Magdalena se hizo eco en El País de un informe sobre la vida sexual del clero de Estados Unidos según el cual solo el 2% de los sacerdotes norteamericanos cumple con el celibato.
Se ha hablado de casos relativamente frecuentes de religiosas violadas por sacerdotes en la India. Aquí mismo, en España, existe una figura chulesca denominada el “gañán”  o el “semental” de monjas, para designar a sacerdotes que al parecer se han especializado en seducir a religiosas.
En nuestro país, un libro titulado La vida sexual del clero, del que se han vendido hasta hoy 80.000 ejemplares, a pesar de que los poderes fácticos hicieron todo lo posible e imposible por impedir su difusión, hizo públicos en 1995 los resultados de un estudio realizado sobre una muestra de 400 sacerdotes que accedieron a sincerarse sobre su vida sexual. Su autor es Pepe Rodríguez, doctor por la Facultad de Psicología de la  Universidad de Barcelona y profesor universitario (Véase otro artículo posterior del autor: Abusos sexuales de curas y misioneros donde resumen los datos del libro).
Según ese estudio, puede calcularse que el 95% de los sacerdotes  practica la masturbación; el 60% tienen relaciones sexuales,  el 26% tiene relaciones sexuales con menores, el 20% tienen prácticas homosexuales, de ellos el 12% son homosexuales al cien por cien. El 7% abusan de menores de edad, el 53% lo hacen con mujeres adultas, el 21% con hombres adultos, el 14% con varones menores de edad, el 12% con mujeres menores de edad. Desde otra perspectiva: mientras el 74%  tienen relaciones sexuales con adultas o adultos, el 26% las tienen con menores de sexo femenino o masculino; el 65% son heterosexuales en sus prácticas, el 35% son homosexuales.
El 36% iniciaron sus relaciones sexuales antes de los 40 años de edad, el 64% después…
En no pocos casos, los que confiesan estas prácticas las rubrican con nombres y apellidos, o bien han sido extraídas de procesos judiciales públicos. Ninguno de ellos, al parecer, ha desmentido estos datos cuando han sido hechos públicos en el mencionado libro.
Lo cierto es que existe una consigna de ocultación de los hechos propiciada por la Jerarquía, en la que a veces parece que participan los mismos tribunales civiles. Se cuenta que algunos aconsejan a sus sacerdotes más recalcitrantes “que se acuesten preferentemente con mujeres casadas, que será menos escándalo”; y que cuando los hechos trascienden al público se procede al traslado del sacerdote a un lugar donde no lo conozcan y los feligreses no sean proclives a denunciarlo, o directamente a América del Sur u otros lugares donde no habrá denuncias…
No faltan quienes se resisten o se niegan a dar crédito a los resultados de este estudio de la realidad. Prescindamos por un momento de este estudio, y remitámonos a nuestra propia percepción del problema. Porque hay momentos en que las personas, en el plano de la sexualidad, se transparentan, y los corazones de los seres humanos se ven como si estuviesen en una cámara de cristal. Y no faltarán quienes estén convencidos de que este estudio no está muy lejos de la realidad cruda y dura…
Evidentemente hay sacerdotes y personas que llamaremos “consagradas” que viven el celibato con  toda seriedad. Pero tal vez no sabríamos decir en qué porcentaje. Eso sí, que no son muchos…
Porque imponer el celibato como una obligación sine qua non para acceder al sacerdocio predispone para aceptar ese compromiso a la fuerza y sin las debidas condiciones de preparación y de aptitud de la persona.
Tal vez un experto en siquatría nos diría que son muy pocos los que son capaces de adaptarse sin estridencias y encajar en su sicosis con normalidad el compromiso del celibato.
En todo caso, para alcanzar ese objetivo, el joven debe aprender mediante una disciplina exigente a sublimar sus pulsiones sexuales, que no a reprimirlas mediante mecanismos neuróticos cargados de angustias y lesivos y destructores de la personalidad humana.
Que es lo que cabría decir que ha ocurrido en toda la pedagogía de los seminarios donde se han formado los sacerdotes, y posiblemente sigue ocurriendo. Porque el hecho de que el celibato siga siendo obligatorio para ser sacerdote, y la urgencia de la iglesia por conseguir un número de sacerdotes suficiente para el mantenimiento y crecimiento de la iglesia, empujan seguramente a acortar los plazos y prescindir de requisitos demasiado rigurosos y restrictivos para alcanzar el sacerdocio.
Sea de ello lo que sea, la Iglesia católica latina se enfrenta a un problema de estructuras que parece como muy grave. Está siendo gobernada por personas sexualmente desequilibradas, sometidas a un calvario de ocultaciones, disimulos y mentiras establecidas que  desacreditan toda su estructura piramidal.
Al problema institucional  se suma el problema personal de los que sufren en sus carnes ese calvario y ese cúmulo de contradicciones entre lo que dicen ser y lo que son en realidad.
Y hay otras víctimas, las más inocentes y las que más claman al cielo: las mujeres, los menores, los hombres que tienen que satisfacer los instintos de esos sacerdotes.
Se cuenta del obispo Guerra Campos que una mujer denunció las violaciones de que era víctima una persona subnormal en un centro asistencia. Guerra Campos le contestó que eso era imposible: “porque los curas no tienen sexo”.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA LA INMACULADA


Alégrate 
Lc 1, 26-38
LA ALEGRIA POSIBLELa primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.
J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así:
«La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos.
De lo contrario; será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma. H. Hesse explica los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres, de esta manera tan simple:
«Es porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».
Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?
La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.
La alegría verdadera sólo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia; libertad y fraternidad entre los hombres.
María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Sólo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran.
Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados.
Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros.
Sólo puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.