FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 8 de febrero de 2013

“Si el mundo no es absurdo, mucho lo parece” Luis A. Henríquez Lorenzo

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Muy lúcido el análisis del teólogo José María Castillo. Gracias además por traerlo a Atrio (“La derecha política y la religión”: 3/2/2013).
En efecto, la corrupción de la llamada clase o casta política no parece conocer apenas límites, en España; con todas las excepciones que se quieran aducir, ciertamente, pero tan real como la vida misma esa corrupción política partidista.
De modo que no voy a discutir las verdades que plantea José María Castillo en su breve y atinado artículo, sino que me interesa, a la luz que arroja el citado escrito, plantear una pregunta por el sentido de la existencia humana, por lo que tradicionalmente llamamos el sentido de la vida, teniendo para tal empresa muy en cuenta el altísimo nivel de injusticia que impera en este mundo, el altísimo nivel de absurdos existenciales que existen en la relación con los demás, en las instituciones creadas por las personas…
Dicho de otra manera, considero que más directa: el mundo es tan injusto y tan aparentemente absurdo (verbigracia: “triunfan” en lo económico los tramposos, los políticos corruptos, los banqueros con cuentas en paraísos fiscales, en tanto sufren la crisis los pobres, los desempleados, los desahuciados, los inmigrantes… hasta situaciones realmente dramáticas, situaciones límite, trágicas: casos de suicidio por desahucio, personas que se quedan sin un céntimo, en la calle, sin hogar…) que estoy muy tentado de darle la razón a un filósofo como Arthur Schopenhauer: más allá del idealismo kantiano, está uno tentado a afirmar con el viejo filósofo pesimista y misántropo que, en efecto, la vida terrenal (la única que conocemos) es mero fenómeno y mera manifestación de la cosa en sí, entendiendo por este último concepto el hecho de percibir el mundo como voluntad, esto es, como fuerza ciega, irracional, absurda e insondable que lo gobierna todo y que a su vez es el origen de todo.
Por la luz bendita que me alumbra, en esta mañana de domingo en que, luego de comprar pan de leña, me permití un buen pateo deportivo de por lo menos una hora por las calles deshabitadas en domingo de la pequeñita ciudad en que resido, que lo pienso a menudo: este mundo es insoportablemente absurdo, como intuía Schopenhauer.
Un ejemplo ilustrativo (de entre miles y miles que se podrían citar): la cúpula del Partido Popular está pringada o cagada hasta la médula, hasta los huesos, de corruptelas: Gürtel, Bárcenas… Un político como el canario José Manuel Soria, flamante ministro en el actual gabinete de Rajoy, fue en Canarias uno de los principales enemigos de la solidaridad y de los movimientos sociales, aparte de ser, obviamente, uno de los políticos más secuaces por maquiavélicos servidores de los intereses de la burguesía y del gran capital. Empero ahí está, tan flamante él. Al servicio de los intereses de su partido, es decir, al servicio de los intereses de una mayoría de corruptos, burócratas y desalmados cuyos tentáculos llegan a la propia Iglesia católica: conozco varios casos de docentes de Religión católica en la escuela pública que son a la vez miembros del PP -en tanto a un servidor que estas líneas escribe, los muy hipócritas eclesiásticos de turno han tratado de putear, ningunear, obviar, humillar…-.
Con lo cual, la conciencia militante de esos tales y cuales está garantizada, me supongo, o parece ser, a la hora de enseñar esa asignatura confesional al alumnado de la escuela pública que opta por elegirla… Y de paso la de la Iglesia católica en general (la conciencia y promoción militante de esta), que al estar tan necesitada de esa clase de compromiso, desde luego ha de agradecer esos tan luminosos testimonios de espiritualidad de conversión… Pero no, bromas e ironías aparte, el día a día de la Iglesia católica en España significa una abundancia abrumadora de burocratismo antimilitante y a menudo nepotista, contra el cual poco se puede hacer en verdad, pues la sola denuncia del mismo te lleva a ser más difamado y ninguneado, ignorantado, que diría el escritor canario Víctor Ramírez.
Mientras en España crecen como hongos los parados, los desahuciados, los desesperados, los tristes y deprimidos por causa de la crisis, en definitiva, los empobrecidos, no pocos dirigentes del Partido Popular se van de rositas cagándose las manos, los bolsillos y las conciencias a base de corruptelas -porque la pela es la pela, la ambición…-, y, llegado el caso, se defienden unos a otros, se ocultan unos a otros, se protegen unos a otros, incluso recurriendo a declaraciones estúpidas como las últimas del presidente Rajoy: “Estoy dispuesto a facilitar toda clase de documentos de mis ingresos, de mis declaraciones de la renta”… como si no fuese cierto que el dinero negro no se declara: Fulano o Mengana pueden ganar “legalmente” 20.000 euros al año, pongamos, que es lo que habrían de declarar al fisco, pero “ilegalmente” pueden ganar el doble, el triple, el cruádruple… sin que nadie se entere. Y aquí paz y en el cielo gloria.
De modo que por todo ello y por miles de ejemplos más, una de mis grandes tentaciones es darle la razón al viejo pesimista y solitario Schopenhauer… si no fuera porque, pese a todo, creo en la promesa del Dios de Jesucristo: frente al cúmulo da absurdos y de injusticias de este mundo, el mal no tendrá la última palabra, sino el bien. Y porque también, desde una perspectiva meramente laica, desde las claves del positivismo ético si se quiere, creo que es posible la honestidad política, el compromiso solidario, la pasión por los débiles.
Así que pese a los absurdos e injusticias de este mundo, me despido desde la esperanza de que el mal no sea la última palabra en este mundo.

Legado de J. G. Caffarena: fe adulta y crítica esperanzada Juan Masiá Clavel, teólogo

La noticia del fallecimiento del P. José Gómez Caffarena el día de su 88 cumpleaños coincidió con la celebración, en la eucaristía del cinco de febrero, del 22 aniversario del óbito del P. Arrupe. Al recordar en el memento a quienes nos precedieron “en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, se superponían en la memoria histórica y en la autobiográfica los retratos de ambas figuras emblemáticas de la Compaía de Jesús al servicio de la renovación eclesial en el siglo XX postconciliar. No es un De profundis triste, sino un Te Deum esperanzado lo que entono en acción de gracias por la vida de nuestro maestro y amigo José, con quien aprendimos a vivir siempre en búsqueda por los senderos de la hermenéutica, tanto en espiritualidad como en filosofía.
En 2007 nos legó en El enigma y el misterio su filosofía de la religión, en la que culminaba el pensamiento que germinó cuando enseñaba dialogando con quienes tuvimos el privilegio de despertar a la renovación postconciliar de filosofía y teología en unas fechas que eran todavía preconciliares. Como el despertar de sueños de dogmatismos -a que tanto aludía en sus reflexiones kantianas- sus cursos de Metafísica fundamental, Metafísica trascendental y Filosofía de la Religión (luego publicados en 1969-1973) nos iluminaron el camino hacia una filosofía hermenéutica crítica y esperanzada y una fe adulta, comprometida y actualizada, justamente en los días en que el mayor Papa del siglo XX, Juan XXIII, el Bueno nos dejaba su programa testamentario de Ebvangelio y derechos humanos en la carta Pacem in terris.
Con Caffarena aprendimos a entender a Kant: conocer es interpretar, hay una vía media entre absolutismos y relativismos; lo relativamente absoluto; el enigma del sujeto es promesa y punto de llegada, más que de partida; hay una “cuarta vía”, más allá de dogmatismos fundamentalistas, relativismos desarraigados y eclecticismos diplomáticos de componendas con el poder: esa “cuarta vía” es la búsqueda continua, que no renuncia jamas a mirar, como diría Unamuno, cara a cara a la Esfinge, aunque no nos revele su secreto, sino solamente nos plantee un enigma; hay que aprender a dudar para aprender a pensar…
Hace hoy medio siglo, en las aulas del Collegium jesuita complutense, reinterpretábamos con Caffarena a Tomás de Aquino, tras haber pasado por la crítica de Kant, para desembocar en la fenomenología y la hermenéutica. Hoy los tiempos han cambiado en el país. Comenté con dos antiguos alumnos (por ciert, de pelaje ideológico completamente opuesto) la satisfacción que me producía la publicación del maestro y amigo, que nos inició en el pensar. Ambos ex-alumnos eran, como digo, de colorido ideológico muy diverso, azul y naranja respectivamente, pero sin matices. El de azul me decía, con reacción fundamentalista: “dejaros de modernidad, hay que retornar a lo premoderno, a lo clásico, a lo de siempre, a lo claro y seguro”. El de naranja me decía, también con reacción antimoderna, pero en otro sentido: “ya pasó lo moderno y hasta lo postmoderno, nada es cierto y todo vale”. Me quedé perplejo y recordé “incidentes” de mi propia trayectoria “accidentada”, durante los períodos de docencia en la Comillas matritense, cuando confrontaba la insensibilidad hermenéutica en mi país, así como la situación anómala de crispación entre lo que Unamuno habría llamado “odios teológicos” y “odios anti-teológicos”. Y me dije: en mi país no hay arco iris, solo blanco y negro. O, a lo más, rojos y azules. No se deja lugar para el amarillo de la crítica, el violeta del diálogo o los ocres otoñales de un pensar capaz de convivir con incertidumbres. Recientes debates sobre bioética lo confirman.
Recogiendo el legado de Caffarena diría que hoy día, en nuestro país, harían falta tres capacidades: criticar interrogativamente, pensar hermenéuticamente y dialogar evangélicamente.
Con Caffarena aprendimos que puede ser más peligroso Hegel que Kant, según como se les lea, sobre todo cuando se usa a Hegel como vehículo de fascismos, autoritarismos y absolutismos de todo género.
La audacia de creer fue el título de un curso de introducción al cristianismo por Caffarena. con talante buscador, interrogador y hermeneutas –algo que tanta falta nos hace hoy día, para esquivar Scyllas de fundamentalismos y Caribdis de inquisiciones-. En Caffarena convivía la fe con la crítica: una fe que conlleva la tarea siempre inacabada de integrar y asumir en su propio interior la duda.
¿Se puede ser fiel, y cómo, tanto a la fe como a la modernidad?, se ha preguntado J. G. Caffarena a lo largo de su trayectoria intelectual. Y se lo ha preguntado desde la fidelidad a la entraña humanista, como él dice, del cristianismo, así como desde la apertura a la esperanza de otros humanismos, tanto religiosos como irreligiosos.
En hermenéutica se está siempre en camino, en proceso, empieza y acaba la reflexión con puntos suspensivos. Limitación y búsqueda, finitud y apertura, horizonte como límite y horizonte como finitud: he aquí los dos polos entre los que salta la chispa de la pregunta filosófica.
Tanto en filosofía como en espiritualidad necesitamos aprender a caminar por “la cuarta vía”. Así lo intuía Caffarena en sus obras Hacia el verdadero cristianismo (1966), La audacia de creer (1969) ¿Cristianos, hoy? (1971) La entraña humanista del cristianismo (1984). Con ese enfoque ayudaba Caffarena, en aquella década dif´cil de transición hacia la fe adulta, a muchas personas creyentes con honradez intelectual. Ayudaba a evitar tres escollos: la ingenuidad precrítica, el criticismo desarraigado y las vías medias de componendas timoratas bajo capa de prudencia. Ayudaba a encontrar la cuarta vía: la hermenéutica capaz de mantenerse siempre en búsqueda y a reinterpretar. A quienes confundían esta postura con un eclecticismo les respondía: “Como cristiano católico tengo adoptada una clara postura, hermenéutica y no ecléctica. La postura hermenéutica no envuelve ninguna disminución de la convicción de fe, sino más bien su reafirmación personalizada. Es una fuerte apuesta vital la del hermeneuta…”

JOSÉ ANTONIO PAGOLA 10 FEBRERO 2013

ERROR NEFASTO

Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que si Dios no existiera, desaparecería totalmente el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.
Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo hombre, como lo ha recordado con insistencia la filosofía moderna. Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.
Lo propio del creyente es que vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y liberador.
Pero, ¿cuál es la actitud real de Dios ante nuestro pecado? No es tan fácil responder a esta pregunta. En el Antiguo Testamento se da un largo proceso que, a veces, los creyentes no llegan a captar. «Todavía queda mucho camino hasta que comprendamos o adivinemos que la cólera de Dios es solamente la tristeza de su amor».
Pero resulta todavía más deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar con gozo al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando, después de Jesucristo, esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?
No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal del hombre. Y que el pecado es un mal para el hombre, y no para Dios. Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien. »
Quien, desde la culpa, sólo mira a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.
La escena que nos describe Lucas es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús, abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
La reacción de Jesús, encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres.»

RECONOCER EL PECADO

El relato de "la pesca milagrosa" en el lago de Galilea fue muy popular entre los primeros cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio, pero sólo Lucas culmina la narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Simón Pedro, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.
Pedro es un hombre de fe, seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en él: «Apoyado en tu palabra, echaré las redes».
Pedro es, al mismo tiempo, un hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, «se arroja a los pies de Jesús» y con una espontaneidad admirable le dice: «Apártate de mí, que soy pecador». Pedro reconoce ante todo su pecado y su absoluta indignidad para convivir de cerca con Jesús.
Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su mensaje de perdón para todos y su acogida a pecadores e indeseables. «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres». Jesús le quita el miedo a ser un discípulo pecador y lo asocia a su misión de reunir y convocar a hombres y mujeres de toda condición a entrar en el proyecto salvador de Dios.(LEER EVANGELIO)
¿Por qué la Iglesia se resiste tanto a reconocer sus pecados y confesar su necesidad de conversión? La Iglesia es de Jesucristo, pero ella no es Jesucristo. A nadie puede extrañar que en ella haya pecado. La Iglesia es "santa" porque vive animada por el Espíritu Santo de Jesús, pero es "pecadora" porque no pocas veces se resiste a ese Espíritu y se aleja del evangelio. El pecado está en los creyentes y en las instituciones; en la jerarquía y en el pueblo de Dios; en los pastores y en las comunidades cristianas. Todos necesitamos conversión.
Es muy grave habituarnos a ocultar la verdad pues nos impide comprometernos en una dinámica de conversión y renovación. Por otra parte, ¿no es más evangélica una Iglesia frágil y vulnerable que tiene el coraje de reconocer su pecado, que una institución empeñada inútilmente en ocultar al mundo sus miserias? ¿No son más creíbles nuestras comunidades cuando colaboran con Cristo en la tarea evangelizadora, reconociendo humildemente sus pecados y comprometiéndose a una vida cada vez más evangélica? ¿No tenemos mucho que aprender también hoy del gran apóstol Pedro reconociendo su pecado a los pies Jesús?

EL ENSUEÑO DEL PECADO ORIGINAL

ecleSALia 8 de febrero
de 2013
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
JOSÉ Mª RIVAS CONDE, CORIMAYO@telefonica.net
MADRID.

ECLESALIA08/02/13.- A veces da la sensación de subsistir aún ampliamente, la instrucción que se nos dio a los más, sobre la transmisión universal del pecado original. Esa, cuya explicación racional traté de anular en mi nota anterior. Lo hice por lo frecuente que es usarla como razonamiento de llegada, cuando sólo lo es de salida. Quiero decir que ella no prueba la existencia del pecado; sino que trata de explicar su transmisión, “tras haber supuesto que él se dio”.
“Supuesto”, porque carece por completo de base. Lo desvelan los hallazgos de los científicos, de los arqueólogos de las culturas y de los especialistas bíblicos, incluso católicos. Los primeros ponen al descubierto la imposibilidad de que las cosas sucedieran tal cual literalmente las narra la Biblia. Los demás destapan el trasfondo legendario de los relatos del Génesis. Unos y otros fuerzan a tenerlos a éstos por narraciones alegóricas. En particular a los de sus once capítulos primeros.
Serán pocos ―si es que aún queda alguno― los que todavía cometan la irracionabilidad de juzgar válidas las inferencias probadas de la ciencia, sólo cuando no afectan a la Biblia. Lo probado válido en sí, lo es para todo. Incluso para lo que se supone ser palabra de Dios. El ser real de las cosas, su realidad natural, es obvio que no puede estar en contradicción con ella. Salvo que las cosas no fueran tan de Dios, como su palabra.
Es igual de irracional calificar de mitos, sólo cuando no tocan a la Biblia, las narraciones que relatan, sin garantía de prueba, episodios o experiencias insólitas, fantásticas, intimistas. ¿Se reconocerá algún día abiertamente que eso es lo que sucede con los primeros relatos del Génesis? [...] (sigue en eclesalia.net).