FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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miércoles, 21 de diciembre de 2016

EL PAPA FRANCISCO QUIERE UN CAMBIO. ¿LA IGLESIA TAMBIÉN?

col strack

El papa Francisco ha transformado mucho la Iglesia católica. Desde su elección el 13 de marzo de 2013, prevalece una nueva, quizás tímida, apertura en el ambiente de la Iglesia. Pero quienquiera que haya experimentado la atmósfera sombría de años anteriores, puede apreciar, particularmente, la importancia de este cambio.
El papa proveniente del "fin del mundo" ha impulsado más de lo que en realidad ha terminado. No obstante, tras su primer año al frente de la Santa Sede, se podía ya percibir que él -en una manera muy jesuita- había formado un concepto personal claro acerca de muchos interrogantes: desde entonces ha destacado sus puntos principales, cambiado cosas y dado un ejemplo demostrativo. No todas sus palabras han tenido éxito, pero eso también pertenece a su apertura. Los historiadores de la Iglesia de las siguientes generaciones se podrán deleitar, en lo académico, con el actual papa.
Liberal, progresista y conservador al mismo tiempo
Quien quiera catalogar al latinoamericano como liberal, progresista o "conservador", en el buen sentido de la palabra, estaría equivocado. Francisco no puede describirse con tan solo una palabra. En estos ya casi 45 meses, el papa ha mostrado límites claros, en ambos lados. Por ejemplo, esta primavera, con una gran claridad, rechazó la posible ordenación de mujeres para ejercer el pleno sacerdocio, incluso a que den sermones durante la eucaristia; algo que su predecesor no había podido comunicar claramente. Por ejemplo: con la encíclica "Amoris Laetitia", Francisco establece un nuevo estándar de la responsabilidad de los curas en la formación del juicio y la acción éticamente responsable. Concretamente, trata de la participación en la eucaristía de los católicos que se volvieron a casar después del divorcio. La misericordia, concepto central del pensamiento franciscano, se convierte en una nueva medida de la actividad eclesiástica.
Así que no es casualidad que ahora cuatro representantes del "viejo estilo", como el arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, y el arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, se opongan a esta interpretación de la libertad. Hay un conflicto que gira en torno a la comprensión básica de la Iglesia. Y Francisco se centra en una Iglesia más cerca al pueblo y no solo orientada a los laicos de la élite. "Prefiero una Iglesia 'golpeada' que esté herida y sucia porque salió a las calles, en lugar de una Iglesia que esté enferma porque, debido a su introversión y comodidad, se aferró a sus propias seguridades". Ningún crítico se atreve a debatir tal aseveración.
¿Puede el papa contagiar a la Iglesia?
Sería falso mirar solo a Francisco y celebrarlo como motor de una renovación. Este papa sabe que de lo que se trata es del cambio de la Iglesia y de su imagen si se quiere nuevamente estar más cerca de las personas y volver a hacerle frente a las preguntas y problemas de la actualidad. Y analizando lo que dice, se puede entrever que Francisco seguirá siendo exigente y que ciertamente no se volverá más arbitrario. El papa cumple este 17 de diciembre de 2016 80 años. Y la pregunta apasionante es si, y cómo, la Iglesia está siendo contagiada por su valor y franqueza. Franqueza quiere decir apertura. No se trata de reformas hechas por Francisco. Se trata de reformas para la Iglesia. Y hay quienes demuestran no estar listos para el cambio.

CELEBRACIÓN FAMILIAR

col Dolores L Guzman

Ser familia de Dios. Esta es una de las grandes noticias que trae la Navidad. Que el Hijo se haya hecho hombre demuestra su cercanía e implicación con nosotros. Nuestra vida ha quedado injertada en la suya. El Altísimo se ha dejado ver, oír y tocar. No está en un mundo aparte, alejado y extraño a nuestra existencia. ¡No se le puede pedir más!
Sin embargo, las celebraciones de estos días suelen ir acompañadas de un sabor agridulce. Las luces externas, el bullicio en las calles y las comidas navideñas nos invitan a la fiesta, pero los conflictos del mundo, la ausencia de seres queridos, las tensiones no resueltas en nuestros entornos, el estrés para terminar las compras de última hora, y las filigranas que hay que hacer para colocar en la misma mesa a quienes no se llevan bien o no saben de qué hablar, acaban por impregnar el ambiente de una sensación de hartazgo y pesadez. Pasado el ecuador de este tiempo, es comentario común el anhelo de volver al ritmo cotidiano.
Para vivir la alegría que trae la Encarnación es necesario recuperar el sentido de lo que celebramos. Contamos con la ayuda de la liturgia de todo el día de navidad que, en cuatro Eucaristías que constituyen el ciclo del Nacimiento nos propone la contemplación del Misterio a través de la lectura y escucha orante de algunos textos del evangelio al hilo de las horas, siguiendo el símbolo de la noche y el día. Porque toda la Creación anuncia y acompaña el amor que se nos revela.
Así, en la misa de vigilia, en vísperas de Navidad, leemos primero el texto de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-25). Mateo nos recuerda de este modo que el nacimiento no es un hecho aislado, sino que el Señor queda arraigado en una tradición. Gracias a la figura de José, Jesús es descendiente, de pleno derecho, de David. Es heredero legítimo de las promesas que han ido pasando de generación en generación.
En la misa de medianoche (Nochebuena) brilla la figura de María que da a luz al Hijo en Belén (Lc 2,1-14). A través de ella el vínculo con el ser humano se hace carnal. Radical. Un paso más en la “inserción” de Dios en nuestra historia, que emparenta con la humanidad no solo por la adopción de José, sino por la carne de María.
¡Era verdad que Dios no nos iba a abandonar jamás! ¡Ha entrelazado su vida divina con la nuestra! Se ha hecho familiar de los hombres y que los hombres se conviertan en familia para Dios. No es fácil de comprender tal derroche de amor, ni de captar la profundidad de lo sucedido al contemplar simplemente a un niño. Por ello, en la misa de la aurora, cuando la luz asoma todavía tímida, se nos invita a unirnos al cántico de los pastores (Lc 2,15-20), es decir, de aquellos que han sido capaces de empezar a vislumbrar el amor escondido en esta escena.
A mediodía, cuando el sol está en lo alto, celebramos la misa de Navidad escuchando el comienzo del evangelio de Juan donde se hace una declaración solemne y vibrante del origen último de ese Niño que, aunque nacido de mujer, existía antes porque era Dios y siempre había estado junto a Él (Jn 1,1-18). Una proclamación “con todas las de la Ley”, hecha a plena luz del mediodía.
A través de estas narraciones asoma un Dios misterioso que ha realizado acciones propias de un “amor loco”, que le ha conducido a entrelazar su vida con la nuestra. En su árbol genealógico aparece definitivamente la humanidad: María, su madre, de quien toma los “genes”; José, el padre adoptivo, con quien mantiene una relación paternofilial con todas las consecuencias, aunque no haya consanguinidad. Ya nadie queda excluido; ni los que no han nacido de la sangre ni del amor carnal (Jn 1,13). Ahora nosotros formamos parte de su vida. La familia que ya somos con el Señor -gracias a su acción generosa- es una noticia que merece un gran titular. Ojalá que los desencuentros familiares y comunitarios no nos revienten esta gran exclusiva. Porque nadie sobra en esta mesa. Es Él quien la ha preparado y todos nosotros somos sus invitados, lo que Él ha unido, que no lo separe el hombre. Es motivo más que suficiente para celebrar y gozar.

Cristianismo y la Pobreza

Alonso Salinas García (Chile)


Reflexión sobre la justificación y lucha en contra de la pobreza desde la fe cristiana, la dificultad del cristianismo para enfrentar la Dialéctica del Amo y el Esclavo.
Jesús nace en un establo en Belén, come con pecadores y sana a los enfermos y marginados, muere en la cruz. Jesús eligió hacerse pobre y despojarse de algo que tenía, su forma de Dios. Existió en él una opción libre por la pobreza. Esta carencia fue considerada por Jesús como algo positivo, como algo querible, deseable. Más aún, Jesús pide hacerse pobre por el Reino como un requisito para seguirlo, para ser su discípulo (Mc 10,17-27). Los pobres y Jesús tienen una sintonía especial. ¿Pero qué significa esto?


Esta esencia de la humildad fue para pensadores como Nietzsche un acto nefasto de la fe cristiana contra la humanidad, y con justa razón, pues se inculco una forma de aceptar la miseria y la injusticia, de normalizar la diferencia entre clases y la relación de dominación de unos pocos sobre varios. “Bien aventurados aquellos que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lucas 6:17, 21), ¿de qué sirve pedir más pan al patrón si al final la eternidad será mía?, ¿de qué sirve pedir igualdad de derechos o reconocimiento como iguales si al final la eternidad será mía? Pues aquí la dificultad -surgida de la reducción del evangelio- que tuvieron que enfrentar los socialcristianos a lo largo del siglo XX, a diferencia de las otras corrientes de izquierda o centro-izquierda no podían enfrentar la Dialéctica del Amo y Esclavo, y solo fueron grupos que promovían un paternalismo, más no, una transformación profunda de las contradicciones de clase.
La humildad y la pobreza son dones sin duda, pero no de la forma en que se nos ha presentado tradicionalmente, no es despojarse de lo material, sino despojarse de lo moral, de los prejuicios y mentiras que dominan a la humanidad –machismo, homofobia, racismo, xenofobia, etc.-, no es pobreza material, sino pobreza espiritual. Los revolucionarios como Camilo Torres no buscaba que el pueblo fuera totalmente pobre en términos materiales –ya lo eran- sino que fueran pobres de espíritu; sin egoísmos, sin personalismos, sin individualismo, sin odio, livianos como una pluma. De aquello se olvidaron los socialcristianos. Estos últimos malinterpretaron el evangelio y vivieron experiencias de “abajismo” y no de revolución, creyeron que la pasión de Cristo era ser pobres, y no despojarse de prejuicios, creyeron que se trataba de dar pan al pueblo, cuando era conquistar la justicia, para que el pueblo pueda ganarse su pan sin el robo de su trabajo por las clases parasitarias.
La noción de pobreza establecida por la malinterpretación del Evangelio ha provocado que los jóvenes cristianos caigan en paternalismos no muy distintos a los regímenes nacional cooperativistas o socialistas reales, como también, ha perpetuado una praxis política que es incapaz de ser efectiva para romper la Dialéctica del Amo y el Esclavo pues el pobre no es sujeto político sino un ente del que Dios siente lastima y premia tras su muerte corporal. La incapacidad transformadora de la Democracia Cristiana y los socialcristianos alrededor del mundo yace en la malinterpretación del evangelio, en su incapacidad de ver al pobre como sujeto político y sus finalidades tibias que llevaban solo a ser paternalistas pero no cortar de raíz las diversas aristas de la Sociedad actual que oprimen a los pueblos.

La pobreza de espíritu, comparable con el “nuevo hombre” del Che Guevara o la Reforma Moral de Gramsci, es la pobreza que habla y llama a seguir Jesucristo, y su discurso “Bienaventurados” no es un acto de compasión ante los miserables sin esperanza, es un acto del porvenir, un llamado a la solidad y unidad entre oprimidos para romper sus cadenas.
Pero ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estéis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reis ahora!, porque tendréis aflicción y llanto” (Lucas 6:17, 24-25).

La solución a la imposibilidad de instaurar una praxis política transformadora, estaba justamente debajo de la falsa justificación a la tesis –la desigualdad y la explotación-. Entonces la síntesis es justamente el enfrentamiento del pobre, del miserable, del explotado –como un sujeto político y no objeto de lastima- al sistema que lo oprime y lo que lo sustenta, es que los mismos esclavos derroquen al amo. Los cristianos del siglo XXI deben rescatar las experiencias de las generaciones pasadas, para construir una vida personal pobre en espíritu y una praxis política revolucionaria que corrija la incapacidad histórica de los cristianos para enfrentar la dialéctica del Amo y el Esclavo. 

Entre el absolutismo, la tiranía y la trampa

Jaime Richart

Para analizar de España cualquier asunto, histórico o de actuali­dad, es conveniente partir de estas tres premisas: la pri­mera es que la península (y sus islas) es naturalmente maravi­llosa; la segunda es que sus gentes son un prodigio de afabili­dad, de vivacidad y de ingenio (prueba de ello es el número de españoles que han triun­fado y triunfan por el mundo por su mente despejada); y la tercera es que España está repleta de píca­ros, de tahúres y de tramposos. Este dato es crucial para en­tender su historia y su presente histó­rico de cuatro decenios…

Desde que se liquida formalmente la dictadura, empieza el en­gra­naje tramposo. Primera fase: un ministro del dictador, aten­diendo a la voluntad post mortem de éste, pone en marcha un proceso de democratización trucado. Siete personas elegidas se­cretamente por él urden la constitución y entronizan la monar­quía, de acuerdo a las previsiones del propio dictador y de la ley de sucesión (1947) que él había promulgado 31 años antes. Contaba para ello con una circunstancia psicológica fun­damental: el pueblo apro­baría cualquier documento político con tal de sacudirse de encima el temor a un ejército, que conser­vaba intacto, màs bien poten­ciado, el espíritu dictatorial. Segunda fase: otro montaje, el golpe de estado. Si la monarquía había sido introducida por la puerta tras­era de la política, había que robustecerla a cualquier precio. Y la mejor manera era con­vertir en héroe al propio monarca hacién­dole aparecer ante el pueblo como el salvador de los golpistas, que no podían ser si no cómplices, unos voluntarios y otros igno­rantes, de la propia trama. Tercera fase, tercera maquinación: asen­tada en el imagina­rio del pueblo la figura del rey que el dicta­dor había pre­parado al efecto durante prácticamente toda su sa­trapía, co­mienzan las clases superiores -aristocracia y clase alta- a ir re­adueñándose del poder político, del poder económico, del po­der judicial y del poder religioso que hasta entonces habían de­ten­tado y por tanto nunca habían perdido, dotàndole de legitimi­dad democrática. La clave estaba en ir dando entrada por vía política a figuras procedentes del pueblo llano, a través de los dos partidos políticos que representaban a una progresía amaestrada. Y hasta hoy.
Así las cosas, y como el mundo puede comprobar, el país en­tero sigue en manos virtuales y reales de los que siempre fue­ron sus due­ños. Para ello eran, y son, precisas incrustaciones de falsos o débiles “progres”, que facilitan los manejos del po­der de facto a cambio de unos cuantos platos de lentejas para otros tantos cabeci­llas de la política y de los sindicatos, de antes y de ahora le­gislatu­ras…
Y cuando llega un momento en que sus viejos dueños ven peli­grar ese poder, casi omní­modo, estos, para conservarlo, no tienen màs reme­dio que recurrir a la novedosa y al tiempo ve­tusta mani­pulación del escrutinio. Ahora mismo, habida cuenta la dificultad de los señores del país para seguir haciendo de su capa un sayo, se per­fila otro cercano avatar electoral, Y un nuevo recuento de vo­tos se perfila amenazado por el truco. Lo que acon­seja ir pen­sando en la presencia de observado­res internaciona­les…
Pues así, década tras década, centuria tras centuria, se escribe la historia de este país de devotos, de conversos y de píca­ros, siem­pre basculando entre el absolutismo, la tiranía y la trampa…

La Seguridad Social saca otros 936 millones de la hucha de las pensiones


Antonio Maqueda


Pensiones
Retira dinero del mermado fondo de reserva para liquidar el IRPF de la nómina de diciembre y la paga extra
do de Reserva, la llamada hucha de las pensiones. Esta retirada de recursos se ha llevado a cabo “para hacer frente a la liquidación del IRPF, correspondiente a las pagas ordinaria y extraordinaria de las pensiones de diciembre”. Se trata de la cuarta retirada que se realiza en un solo año. El 1 de julio se extrajeron 8.700 millones para financiar la extra de verano. El 20 de julio, otros 1.000 millones. El pasado 1 de diciembre, 9.500 millones para abonar la nómina y la paga extra en sí. Y ahora se toman otros 936 millones para abonar los impuestos de esos últimos pagos. ··· Ver noticia ···

Magisterio versus ministerio

Pepe Mallo


“¡Qué poco se ejerce para argumentar reformas que contradicen el Código de Derecho Canónico y protegen derecho y libertad humanos!”
“¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis apropiado la llave del saber…!” (Lc 11,52)
Yo lo llamaría “apropiación indebida” o “secuestro del conocimiento”. Se trata de un tema de profundo calado y, pienso, que de urgente empeño. En la jerarquía concurren dos entidades enfrentadas: magisterio y ministerio. Las califico de “enfrentadas” porque así me lo sugieren sus respectivas etimologías. El término magisterio deriva de “magíster” y este, a su vez, del adjetivo “magis” que significa “más o más que”. Al magíster lo podríamos definir como el que “destaca o está por encima del resto” por sus conocimientos. El término ministerio deriva de “minister” y este, a su vez, del adjetivo “minus” que significa “menos o menos que”. El minister era el “sirviente o el subordinado que apenas tenía conocimientos”. Sorprende, pues, que llamemos “ministros” a los “altos cargos” de la Iglesia, cuando la palabra en latín significa criado, servidor, alguien que está “en lo mínimo”.



Me refiero exclusivamente al magisterio ordinario
El magisterio eclesial es “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita”, la facultad de enseñar con autoridad, “bajo la autoridad de Cristo”, según el Catecismo (CIC, 85). En mi reflexión, me limito exclusivamente al magisterio ordinario desplegado en encíclicas, cartas pastorales, planes y programas de evangelización, homilías, catequesis… Desde este enfoque, la doctrina “verdadera” está reservada al Papa, a los obispos, a los presbíteros y a algún que otro clan religioso. La verdad es competencia exclusiva suya. Sólo ellos ostentan en la Iglesia el saber determinante, convincente, indiscutible. La norma suprema, su norma. De ahí que el magisterio revele un carácter autoritario y enseñe la sumisión total. Incluso en las altas esferas abundan los fanáticos recalcitrantes que se atrincheran a la defensiva detrás de una, para ellos, verdad absoluta. Se trata de personas que por ser “investidos de dignidad” adquieren poder. No han de ser más inteligentes ni perspicaces ni poseer más talento ni desde luego ser más sabios… Ni siquiera más prácticos. A menudo manifiestan una evidente carencia de conocimientos; pero la suerte los ha bendecido, los ha venido Dios a ver. Y es que, en general, los que podríamos apodar “telepredicadores” se comportan como “avasalladores”: “magíster dixit”.


El magisterio va por un lado, la práctica por otro
¿A qué se reduce el magisterio de los obispos y de los sacerdotes?
La Conferencia Episcopal Española ha presentado, tiempo ha, su Plan Pastoral para el período 2016-2020, con el título “Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo”. Los obispos manifiestan su deseo de orientar el trabajo de la Conferencia Episcopal a “favorecer la transformación misionera de las diócesis, parroquias y comunidades cristianas”. Y yo me pregunto y pregunto: ¿Cuántos sacerdotes, párrocos y cristianos de a pie o de a coche han leído tamaño mamotreto? ¿Están seguros los señores obispos de la CEE que el vocabulario que usan en tal documento está al alcance de cualquier cristiano? Dígase lo mismo de cartas pastorales o documentos episcopales. El magisterio de la Iglesia actual sigue manteniendo la misma estructura y hasta la misma terminología que en la Edad Media o hace tropecientos años. Lo demuestran el lenguaje leguleyo y erudito, los tecnicismos teológicos, las frecuentes e interminables citas… Se han retocado algunas expresiones y formas superficiales (puro maquillaje), pero el esquema doctrinal se mantiene invariable. En los documentos de la Iglesia abundan las exposiciones estrictamente doctrinales en las que se establecen con firmeza la tradición y las normas. Se diseña un marco teórico que generalmente no incide ni coincide con los problemas reales de las personas ni aborda situaciones específicas. El magisterio va por un lado, la práctica por otro. Se cambian formas, actos, estilos…, pero los contenidos de carácter teológico-moral permanecen inalterables.


¿Quién ha otorgado al clero la exclusiva del magisterio?
La respuesta es evidente: Ellos mismos, sus propias leyes. Ahí están el Código de Derecho Canónico y el Catecismo donde se eluden derechos humanos y sobran superfluas imposiciones esgrimiendo derechos divinos. ¿Y el Evangelio? Sólo para citar pasajes, frecuentemente sacados de contexto o manipulados en aras de ratificar una norma. En este magisterio, la ley sustituye a Jesús; se trata de una sutil manipulación del Evangelio. Los jerarcas se valen de su autoridad, supuestamente recibida de Cristo, para dictar leyes e imponer una moral a su medida. Es esa obsesión de obispos, sacerdotes y hombres de la religión en general que consiste en que ellos, y solo ellos tienen derecho a hablar con autoridad indiscutible de las cosas de Dios. Son desconsiderados y despectivos, no escuchan a quienes les señalan sus abusos y defectos. No suelen tener visión de futuro. No proponen, imponen. Usan la ley como pretexto para avasallar. No se privan de ofender, sojuzgar y humillar. Hace poco (06.10.2016), el papa Francisco reconocía en la homilía en Santa Marta: “El apego a la Ley hace que se ignore al Espíritu Santo”. El problema reside en que se imparte una doctrina muy limitada, restrictiva, moralizante y superficial, y enfocada principalmente a los sacramentos; una ciencia que no llega a la conciencia, que no lleva a vivir la fe en todas las circunstancias de la vida; una doctrina con la que, como mucho, se persigue “amansar” o “domesticar” a la gente, seguir las costumbres tradicionales; una doctrina que no ilumina sino que apaga las conciencias. Lamentablemente hay obispos y párrocos “Nini”: ni intuyen ni instruyen. Se cruzan de brazos y aguardan a que los demás les rindan pleitesía por sus inexistentes carismas y gracia.


El magisterio es un ministerio
¿Dónde acaba el “magisterio” del dominio y de la autoridad y empieza el “ministerio” de la comunidad? En muchos jerarcas subsiste cierta reticencia a pasar de los honores clericales a ser servidores de la comunidad, de entender el magisterio como un servicio e identificarse más con el Evangelio. Soplan aires (más bien brisas) de apertura desde el papado de Francisco. Se habla del “estilo Francisco”. Lo ha dejado bien claro hace unos días dirigiéndose a la Congregación del Clero: “En lugar de reducir la fe a un libro de recetas o a una colección de normas, podemos ayudar a la gente joven a preguntarse las cuestiones fundamentales.” En RD aparecen noticias optimistas. Obispos que pronuncian frases lapidarias: “una Iglesia a pie de calle”, “El poder en la Iglesia es servicio”, “La Iglesia es un trabajo de todos. No hay que personalizarlo tanto en la figura del obispo”, o se prometen “iniciar un proceso profundo de renovación y reestructuración de la Archidiócesis” (¡¡¡mons. Cañizares!!!). ¿Servirán estos buenos propósitos (de la enmienda) para abolir y/o cambiar leyes poco o nada evangélicas como la obligación del celibato para el clero, la consideración de los homosexuales y divorciados vueltos a casar, aceptar el diaconado para la mujer, cambiar las rígidas leyes litúrgicas por más participación de la comunidad…, o servirán como puro postureo para mirarse el ombligo? Porque si no sirven, no sirven para nada.


Cuestión de cambiar actitudes, no posturitas
El ansia de privilegios, poder y dominio en muchos casos excede con creces al deseo de servicio ministerial. Estar propuesto para ser magíster en la Iglesia no es una prerrogativa ni un honor, sino una misión, una encomienda, una diakonía. El magisterio es un ministerio. ¡Qué poco se ejerce para argumentar reformas que contradicen el Código de Derecho Canónico y protegen derecho y libertad humanos! Por desgracias el magisterio eclesiástico está siempre al servicio de la ley canónica, no del Evangelio y de los derechos humanos. Ahí se juega el magisterio su credibilidad.

(P.S.: Espero que, tras la lectura de mi exposición, no entreguen mi cuerpo a la hoguera y esparzan mis cenizas por esos mares de Dios. Cometerían un pecado y a mí me privarían de unas piadosas exequias cristianas).

Nacer en una realidad conflictiva

Rafael Luciani


En esta época no son pocos los que llevan una vida sobrecargada de insatisfacción, amargura y avaricia. No nos damos cuenta de cuánto nos hemos deshumanizado. La Navidad parece haber perdido su sentido festivo. Sin embargo, el verdadero nacimiento de Jesús acontece en medio de condiciones de deterioro sociopolítico, económico y religioso, similares a las nuestras. Por ello, entender el sentido de los relatos de la Natividad es motivo para recobrar la esperanza en medio de la tragedia actual que vivimos.
Jesús nace entre el año 6 y 4 a.C., entre marzo y abril, justo antes de la muerte de Herodes El Grande. El emperador era Augusto, sucedido luego por Tiberio. El prefecto en el año 15 d.C. era Valerio Grato, quien nombra a Caifás como sumo sacerdote en el año 18 d.C. Caifás hará una alianza con Pilato, el nuevo prefecto a partir del año 26 d.C. Luego de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una crisis religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba al César oprimiendo a los que se le oponían. El mismo Juan el Bautista describirá la situación de corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc 3,10-15).


Para la cultura mediterránea, la paz era lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era una paz que favorecía la abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la moneda romana para generar mecanis- mos cambiarios que producían inmensos beneficios económicos a las elites. Todo bajo una estricta censura política respecto de cualquier disidencia.

Las comunidades de Mateo y Lucas discernían esta realidad tratando de entender la «Buena noticia» que Jesús les había comunicado. Estaban convencidos que sí era posible construir un mundo más humano (Mt 5,9-10). Sin embargo, luego del año 70 d.C., tras la destrucción de Jerusalén, la desesperanza parecía ganar terrenos. Se hablaba de una paz que aún no llegaba. Seguían surgiendo nuevos movimientos violentos y la vida cotidiana se hacía cada vez más dura de sobrellevar.
En ese contexto, las comunidades judeocristianas renuevan su fe en Jesús como el único Mesías no violento ni revolucionario político, y se distancian de toda ideologización política y deificación de personas. Asumen la tarea de redactar los relatos de la Natividad para recordarnos que Jesús no ofreció nunca la paz del «pan y circo», sino una que nos hace libres y fraterniza, pero solo si cada uno lo quiere y asume sin temor (2 Tim 1,7) para hacerla realidad. Esto implica denunciar y rechazar todo aquello que deteriora nuestro bienestar humano y nos convierte en objetos y súbditos, antes que en sujetos libres.
Jesús había vivido situaciones similares. Había nacido en la pobreza, carente de símbolos de poder o estatus, y en medio de tantas penurias materiales. La gloria que se anunció esa noche fue la de un Dios que tomaba posición en esta historia, y no era a favor de los poderosos.

Este símbolo poderoso, el de la fragilidad de un niño, contrastará con el poder de César Augusto, a quien se le llamaba «el salvador del mundo». El niño mostrará que la paz sólo se logra entre personas de «buena voluntad», los capaces de alejarse de las ideologías que sacralizan a la política y sacrifican a los seres humanos con hambre y penurias. ¿Creemos nosotros en la paz que controla y ofrece dádivas? ¿la del pan y circo? ¿o en aquella por la que Jesús vive y muere?
Doctor en Teología rlteologiahoy@gmail.com @rafluciani