fe adulta
Mc 12, 28-34
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente…»
A Dios se le puede temer, se le puede adorar, pero… ¿realmente se le puede amar?...
Las religiones primitivas consideran a los dioses gente peligrosa, poco de fiar, a la que hay que mantener alejada y aplacada. El amor a Dios no tiene en ellas el menor significado.
El Antiguo Testamento es el que introduce la idea de amar a Dios. Lo hace en forma de mandamiento, y resulta chocante, porque la imagen que el pueblo de Israel tiene de Yahvé no invita a amarle. ¿Se puede acaso amar al Juez «que castiga de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos»? … ¿O al Señor que reparte bendiciones entre una minoría de justos y olvida que la gran mayoría del pueblo vive marginada y depauperada “a causa” de sus pecados?...
Jesús nos da una excelente razón para amar a Dios: Dios es Abbá, el padre que «tanto amó al mundo que le entregó a su hijo». Ésa es precisamente la buena Noticia que proclama el evangelio; que Dios es mucho mejor que lo que nadie había imaginado jamás; que no es el juez, que es Abbá. Pero Jesús no se limita a proclamarlo, sino que lo hace visible cuando se acerca al leproso, o defiende a la adúltera, o muere colgado del madero para que la buena Noticia llegue a nosotros. Dicho de otro modo, viendo y entendiendo a Jesús comprendemos a Dios…
¿Pero basta con comprenderle? …
Decimos que es cristiano “el que responde al amor de Dios amando a los demás”, pero si no sentimos el amor de Dios, es decir, si nos limitamos a aceptar intelectualmente que ese amor existe a través de un acto meramente racional, volitivo, será muy difícil que esa respuesta se produzca, pues habremos perdido la motivación primera y primordial para hacerlo; porque el corazón tiene una capacidad de motivar de la que carece la mente.
¿Pero cómo sentir el amor de Dios? … ¿Es algo reservado a los místicos contemplativos evadidos de la áspera realidad de la vida cotidiana?...
Probablemente no. Probablemente el contacto continuado con la Palabra en actitud receptiva y huyendo de la suficiencia de los sabios; su lectura sincera para empaparse de su mensaje y saborear las escenas que nos brinda… vaya poco a poco convirtiéndose en una íntima convicción que sobrepase lo intelectual para entrar en lo afectivo. Así lo vemos en algunas personas cercanas a nosotros que nos muestran, con su forma de estar en el mundo, que se puede sentir el amor de Dios; que ese sentimiento empuja a responder a ese amor de manera muy difícil de entender si no se siente de verdad.
En resumen, y como decía Ruiz de Galarreta: «El que se acerca al fuego se va calentando».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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