fe adulta
Parece claro que todo este texto es una construcción de aquellos primeros discípulos de Jesús, que necesitaban entender y dar razón de lo que había sucedido. En función de su propia creencia, hacen una relectura, más o menos sesgada, de la historia de su propio pueblo (judío); presentan a Jesús como el “hijo”, al que reconocen como la “piedra angular” del nuevo proyecto; y se consideran a sí mismos como el “nuevo pueblo” a quienes se entrega el proyecto del “Reino de Dios” con el compromiso de que fructifiquen.
Hasta aquí, la lectura que aquellas comunidades creyentes hicieron de la persona y la muerte de Jesús. Pero la descripción inicial que hace la parábola puede fácilmente extrapolarse a cualquier momento de la historia de nuestra humanidad. Porque no es difícil, al contemplar la situación de un mundo marcado por la desigualdad, la injusticia y el conflicto, sentir una enorme decepción. Los “labradores” -por utilizar el lenguaje de la parábola- siguen sin entregar frutos adecuados y se dedican a maltratarse entre sí.
¿Cómo vivir y qué hacer ante ese sentimiento de decepción? Más allá de lo que cada persona sienta que ha de aportar y de la forma de compromiso que haya de adoptar, me parece que la cuestión decisiva pasa por “crecer en consciencia” de lo que somos y vivir en coherencia con ello. Solo la comprensión profunda -no me refiero al mero entender mental- tendrá el poder transformador que haga posible otro modo de ver y otro modo de vivir.
Visto desde el plano profundo, el mundo de las formas se percibe como una gran representación o teatro: “el gran teatro del mundo”, del que hablara Calderón de la Barca. Pero, inmersos en él, podemos vivirlo desde la ignorancia que nos reduce a un papel en el mismo o desde la comprensión que nos muestra la profundidad plena más allá de las formas que se mueven. Esta es la comprensión que transforma.
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