fe adulta
Algo muy extraordinario debió ocurrir en aquella comida insólita y multitudinaria para que sea éste el único milagro que recogen los cuatro evangelios. Vemos que Juan se vale de este relato para exponer su teología del Pan de Vida, pero nosotros queremos centrarnos en otro aspecto, y es que este episodio supuso un punto de inflexión importante en la predicación de Jesús en Galilea.
Jesús y sus discípulos están agotados por el ritmo frenético que han adquirido sus vidas y deciden tomarse un día de descanso en algún lugar solitario. Pero cuando llegan a él, son recibidos por un gran gentío que ha adivinado su destino y se les ha adelantado corriendo por la costa. Jesús se conmueve y comienza a enseñarles. El tiempo vuela, y Felipe se da cuenta de que se ha hecho tarde y no han comido ni tienen nada para darles de comer. Jesús coge unos panes y unos peces, los bendice, comen todos y todavía sobra.
Tras la comida se desatan las euforias. La multitud cae en la cuenta de que Jesús (que se ocupa de ellos, sana sus males y les da de comer) es el mejor candidato para regir sus destinos… y tratan de proclamarle rey. Llama la atención que la primera medida que toma Jesús sea embarcar a sus discípulos camino de Cafarnaúm, lo que nos hace sospechar que eran ellos los que estaban a la cabeza de todo el movimiento. Hecho esto, despide a la gente y se retira solo al monte a orar.
Esta actitud insólita desconcierta a la muchedumbre y decepciona profundamente a los que le veían como el Mesías libertador de Israel: “Creíamos que era éste, pero…”. La decepción es tan seria que según nos dice Juan un poco más adelante: «A partir de ese momento, muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él». Otro dato de la magnitud de la desbandada es la pregunta de Jesús a sus amigos cuando se reúne de nuevo con ellos: «¿También vosotros queréis marcharos?» ...
Esta crisis (la crisis galilea), le obliga a replantear su “estrategia”, y a partir de entonces parece rehuir las multitudes y centrarse en el círculo íntimo que debe seguir su obra si él es detenido por las autoridades, encarcelado o ajusticiado por ellas.
Y no le falta razón al pensar así. Poco después, sube a Jerusalén para proclamar la buena Noticia, es prendido por los levitas, condenado por el sanedrín por blasfemo, acusado ante los romanos de sedicioso, torturado y ejecutado. Los profetas mueren lapidados, pero los sacerdotes ponen todo su empeño en que sea crucificado (como los esclavos y sediciosos) para acabar no sólo con él, sino también con su doctrina.
Pero fallan. Porque aquellos hombres y mujeres en los que Jesús había puesto sus esperanzas, alentados por el Espíritu, creen en él, abrazan su misión, continúan su obra y hoy, veinte siglos después, su legado sigue presente entre nosotros.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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