Mc 3, 20-35
Marcos relata un episodio en el que encontramos a Jesús viviendo una situación muy difícil. Después de un tiempo proclamando la Buena Noticia de Dios por las tierras de Galilea se ve confrontado no solo por escribas y fariseos sino por su propia familia. La experiencia de liberación que acompañaba a sus curaciones, sus enseñanzas sobre un Dios amor y perdón que solo quería acoger y salvar se veían cuestionadas por el miedo, la vergüenza y las actitudes rigoristas de aquellos/as que no podían entender que Dios iba más allá de lo que esperaban de él (Mc 1).
Los/as pobres, los/as heridos/as, los/as marginados/as lo buscaban porque en él encontraban lo que nadie les había ofrecido nunca. Junto a él encontraban nuevas posibilidades de ser y de vivir, descubrían que Dios no los/as había abandonado, aunque la sociedad y la religión si lo hicieran. Sabían que solo necesitaban confiar en aquel hombre, que los/as miraba con ternura, los defendía y los/as acogía, para recuperar el camino perdido, el espacio robado y su voz silenciada (Mc 2, 1-3, 12). Pero había quien no entendía que esa alegría y esperanza recuperada pudiese venir de Dios sino pasaba por las normas, doctrinas o valores instituidos (Mc 2, 23-3,6).
Lo acusaban de blasfemo
Para los que se consideraban fieles observantes de ritos y normas establecidos siglos atrás para cumplir con la voluntad de Dios y honrarlo adecuadamente, la conducta y el mensaje de Jesús eran blasfemas porque hablaban mal de Dios y por lo tanto, la autoridad para hablar así y el poder para actuar del modo en que lo hacía no podía venir de Dios, sino que era obra de Satanás (Mc 3, 22-23).
Lo que más les molestaba era que Jesús dijese que los seres humanos tenían a su alcance el perdón de Dios de forma gratuita y sin condenas, que podían reincorporarse a la comunidad si confiaban y se dejaban sanar por el amor de Dios que los acogía sin límites y sin esperas. Para ellos Jesús no tenía autoridad para afirmar tal cosa de parte de Dios. Con esa actitud se imposibilitaban para acoger ellos mismo ese perdón que Dios también les ofrecía a ellos.
Jesús les responde con contundencia: ellos son los que blasfeman porque están negando la acción que Dios está realizando. El Espíritu de Dios es el que está haciendo nuevas las cosas, es el que trae vida y vida en abundancia, es que el que pone en nosotros/as la fuerza para construirnos desde lo mejor de nosotros/as mismos/as. No hay nada más triste y desesperanzador, más limitante y destructor que negar esa acción de Dios en todo ser humano. Nadie es más ciego que quien pretende limitar la misericordia y la bondad de Dios creyendo que cumple su voluntad. (Mc 3, 28-30)
Pensaban que estaba fuera de sí
El relato recuerda también que s u madre y sus hermanos van a buscarle para vuelva a casa y reoriente una conducta que no solo le afecta a él sino a sus familiares pues las críticas que está recibiendo ponen en entredicho la honorabilidad familiar.
En el mundo antiguo la familia designaba a un grupo amplío de parentesco a través del cual se transmitía el honor, las propiedades y la condición social. En ella se ofrecía apoyo y sustento y, salvo excepciones, nadie consideraba honorable abandonarla porque suponía la perdida de la identidad y pertenencia. El hecho de que Jesús abandonase su casa dejando a su madre viuda era difícil de entender. Sin embargo, Jesús dio a esta decisión un profundo significado y le permitió construir una nueva familia, la familia del Reino. Una familia que cuestionaba muchos de los valores tradicionales y posibilitaba relaciones circulares e inclusivas.
Ante las demandas familiares Jesús responde señalando que la Buena Noticia del Reino de Dios incluía la propuesta audaz de una comunidad alternativa. Por eso, cuando proclama que su familia es quien cumple la voluntad del Padre, no está rechazando a su familia biológica, sino que está proponiendo un nuevo modo de relaciones, una nueva forma de encuentro y de vida compartida en la que la única jerarquía era la paternidad/maternidad de Dios y el único poder era el servicio. Y era así como de verdad se podía encarnar la Buena Noticia.
Cumplir la voluntad de Dios
La voluntad del Padre era para Jesús liberar y sanar, perdonar e incluir y por eso quien decide vivir haciendo vida la voluntad de Dios es su hermano, su hermana y su madre (Mc 3, 35). Su nueva familia, su comunidad. Una comunidad llamada a ser inclusiva, generadora de vínculos sanadores y de sueños compartidos. Una comunidad que discierne la voluntad de Dios desde lo que genera vida y potencia lo mejor de cada miembro.
Una comunidad que libera la memoria del perdón, la misericordia y la acción salvadora de Dios y la ofrece allí donde hay heridas, sufrimiento, impotencia o miedo. Una memoria que no quiere ser encerrada en los límites de nuestra justicia, de nuestras costumbres o ideas. Una memoria que reivindica la alegría, la pasión, la esperanza y el encuentro. Una memoria conflictiva y audaz. En definitiva, la memoria del Reino.
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