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miércoles, 5 de junio de 2024

JESÚS FERNÁNDEZ: "EL INDIVIDUALISMO Y LA POLARIZACIÓN ESTÁN HACIENDO ESTRAGOS EN LA SOCIEDAD Y EN LA IGLESIA"


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Atentos a la realidad social, la palabra 'polarización' no podía faltar en el mensaje que la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social ha hecho público en su mensaje para el Día de la Caridad, que la Iglesia celebra este domingo 2 de junio, festividad del Corpus Christi.

"Es una de las palabras de moda y, lo que es más triste, es una de las realidades más actuales, especialmente en el ámbito político, y que más está enrareciendo el ambiente social", como señala en entrevista con Religión Digital Jesús Fernández González, obispo de Astorga y presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana.

Pero, junto a ese factor desestabilizador, el también obispo responsable de Cáritas Española, repasa otros tristemente presentes en nuestro país, como "la exclusión de personas que sufren un fuerte deterioro psicoemocional, la precariedad laboral, la problemática de la vivienda...". Y advierte sobre el impacto de la pobreza infantil en España, que "ostenta el lastimoso honor de ser líder en la Unión Europea".

Hablan los obispos en su mensaje para este Día de la Caridad de la realidad en España de una sociedad "desvinculada y fragmentada por el individualismo imperante y la polarización creciente". ¿Tan mal pintan las cosas?

El mensaje de la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social sencillamente se hace eco del diagnóstico que hizo el Informe FOESSA del año 2019. En él se hablaba efectivamente de que nos encontramos inmersos en una gran mutación social que tiene como causa profunda una sociedad desvinculada, desordenada e insegura en la que crece la desconfianza y el enfrentamiento.

Que la sociedad está desvinculada y fragmentada, parece evidente, como resulta también palmaria la facilidad con que se rompen los lazos que unen a las personas, a las familias, a las asociaciones y comunidades, a los mismos países. Y, sobre la polarización, qué le voy a decir. Es una de las palabras de moda y, lo que es más triste, es una de las realidades más actuales, especialmente en el ámbito político, y que más está enrareciendo el ambiente social.

Dicho esto, he de añadir que el individualismo y la polarización son dos poderosas corrientes de fondo que ciertamente están haciendo estragos en la sociedad y en la misma Iglesia. Y, si uno se fija solo en la presencia mediática de sus efectos, verá sólo fango (otra de las palabras de moda). Por otro lado, los que tenemos los pies en la tierra, pero a la vez, queremos mirar al cielo, junto a una catarata de nubes, vemos también colarse rayos de sol y de esperanza, gracias a las personas buenas e instituciones comprometidas con el bien común.

¿Cuáles diría que son esas “sombras que obstaculizan el desarrollo de una fraternidad universal” en el mundo?

El propio papa Francisco, en la Carta Encíclica Fratelli Tutti, habla de los conflictos y guerras como las de Ucrania y Gaza, del drama de las migraciones que nos interpela y pone en evidencia una globalización que genera desigualdades, de las mujeres que son “doblemente pobres” al sufrir situaciones de exclusión, maltrato y violencia, y de encontrarse frecuentemente con menores posibilidades de defender sus derechos; y, en fin, habla también del descuido de la Casa Común que nos hace víctimas de la crisis ecológica y el cambio climático.

Por si fuera poco, los informes de Cáritas y de la Fundación FOESSA añaden otros tristemente presentes en nuestro país: la exclusión de personas que sufren un fuerte deterioro psicoemocional, la precariedad laboral, la problemática de la vivienda por la escasez de oferta y el elevado coste, la enorme cantidad de personas que viven en situación irregular administrativa y, en fin, la desventaja social con que se están encontrando niños y jóvenes empobrecidos. 

Desde el Gobierno se dice que se están recuperando los índices económicos previos a la Gran Recesión de 2008. Sin embargo, según FOESSA, el umbral de la pobreza sigue en máximos… ¿Cómo se explica?

Es verdad que las grandes cifras están siendo positivas, sin embargo, efectivamente, el umbral de la pobreza sigue en máximos. Según informes fiables, aumenta el número de personas que están en riesgo de pobreza, que sufren carencias materiales severas o viven en hogares subempleados.

Ateniéndonos a estos criterios, el índice de pobreza en España, en el año 2022, era del 26.0%, mientras que en el presente sube al 26.5%. Por otra parte, si nos fijamos en franjas de edad, la pobreza se está haciendo especialmente preocupante en la edad infantil; en esa franja, España ostenta el lastimoso honor de ser líder en la Unión Europea.

Desde ese mismo Gobierno de coalición se ha implementado el Ingreso Mínimo Vital, que algunas formaciones han tildado de ‘efecto llamada’. ¿Cómo lo valoran los obispos? ¿Es una medida eficaz? ¿Está dando resultados en la ayuda a las capas sociales más desfavorecidas?

La Iglesia, a través de Cáritas, ha jugado un papel importante en la implementación del Ingreso Mínimo Vital (IMV); la valoración, por tanto, es positiva. Estamos hablando de un ingreso decisivo para la vida de personas y familias, de una herramienta importante para combatir la pobreza y la exclusión social en nuestro país.

El IMV está siendo beneficioso en especial para hogares y familias monoparentales, ofrece una estabilidad económica a personas en situación de vulnerabilidad y es compatible con otros ingresos procedentes del trabajo. Sin embargo, consideramos que su puesta en marcha ha sido excesivamente lenta por la complejidad administrativa que supone el acceso a él. Además, aunque pretende incentivar la búsqueda de empleo, no siempre se cumplen estas expectativas.

Invitan en su mensaje episcopal a "salir al encuentro de las personas más desfavorecidas", pero con lo que nos encontramos es con un creciente recelo hacia los extranjeros y algunas formaciones políticas que dicen inspirarse en el humanismo cristiano hacen campaña contra ellos. ¿Está mudando la piel de la sociedad española y olvidando que hasta hace poco tuvo que emigrar?

El humanismo cristiano lo tiene claro: toda persona, por encima de cualquier cultura, raza o religión, es hija de Dios y posee una dignidad que ha de ser respetada siempre. Pero no podemos negar la existencia de personas, incluso de formaciones políticas, que explotan el miedo a que nos roben la cultura, el trabajo, la fe.

Por eso, en la reciente exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal Española titulada “Comunidades acogedoras y misioneras”, hemos querido salir al paso de estas opiniones, yendo más allá de su consideración como hijos de Dios, mostrando que los necesitamos para realizar trabajos que los nativos españoles no estamos dispuestos a realizar y para garantizar el futuro de las pensiones.

Su presencia, además, nos ofrece la oportunidad de crecer como personas, puesto que nos ayudan a redescubrir valores como la perseverancia, la austeridad, la alegría, en franco retroceso en nuestros ambientes. También hemos de registrar su aportación a la fe cristiana al actualizar términos teologales clásicos como liberación, éxodo, pobres, viudas, al dar testimonio de cómo Dios les ha dado impulso y esperanza en la vida y, en fin, al denunciar proféticamente una religión desencarnada y un sistema político y económico excluyente. Por si fuera poco, los inmigrantes también están haciendo crecer nuestras comunidades. 

Pero este virus del racismo también prende en las propias comunidades cristianas. ¿Cómo "tejer comunidad", como piden en el mensaje del Día de la Caridad, en estas circunstancias? ¿Cala también en la Iglesia el discurso del odio y la polarización con esta cuestión? ¿Les preocupa?

La Iglesia está formada por personas que viven en este mundo y que no son inmunes al miedo hacia el diferente ni a las ideologías que le dan visibilidad y operatividad. En este sentido, nos preocupa especialmente el racismo que ignora que, como decía san Juan Pablo II, existe una ciudadanía universal por estar todos los seres humanos unidos por el origen y el supremo destino común. Debemos subrayar también el carácter universal de la Iglesia y, por supuesto, educar en la hospitalidad en cuanto apertura al encuentro con el diferente, reconociendo su diferencia, dignidad y valor.

En definitiva, debemos conjugar los cuatro verbos que nos propone el papa Francisco respecto a los migrantes y refugiados. En primer lugar, acogerlos, ampliando las posibilidades de que entren en el país de destino de un modo seguro y legal. En segundo lugar, protegerlos defendiendo sus derechos y su dignidad. En tercer lugar, promoverlos creando las condiciones que les permitan un desarrollo integral. Finalmente, trabajando la integración y promoviendo la valoración de la cultura del país receptor y también del país de origen, construyendo de esta manera una sociedad intercultural y abierta donde todos podamos convivir en paz y colaborar en el desarrollo de ambos países.

 

José Lorenzo

Religión Digital

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