fe adulta
Una sociedad rígidamente jerarquizada se basaba en una obediencia ciega, incuestionable, a la autoridad, fuera esta paterna, política o religiosa. Autoridad, que se dotaba a sí misma de un halo de infalibilidad o incluso se hacía aparecer como constituida por Dios. De este modo, se aseguraba la sumisión completa de aquellos que, con frecuencia sin advertirlo, terminaban alienados.
Aquel estilo de sociedad quebró formalmente. Sin embargo, parecen quedar todavía, en el inconsciente colectivo, rasgos que lo caracterizaban. Por lo que no es raro encontrar en la actualidad “pastores” que, en forma de líderes o de gurús, siguen manteniendo una postura de superioridad y exigiendo, más o menos veladamente, sumisión y seguimiento acrítico.
Su “éxito” viene asegurado por el hecho de que todavía muchas personas prefieren la seguridad a la autoindagación. Les resulta más gratificante y tranquilizador asentir a un planteamiento con promesas de contener la verdad que buscar por ellas mismas fiándose de su propia intuición o “maestro interior”. Prefieren quedarse con creencias de segunda mano que adentrarse en la incertidumbre del no saber. Prefieren la sumisión cómoda al coraje que requiere la soledad.
Frente a tanto equívoco, parece urgente afirmar que no existen “pastores” ni maestros a tiempo completo: todos y todas somos, sin excepción, maestros y discípulos, a veces incluso sin ser conscientes de ello. Quien se asienta en su saber y renuncia a abrirse a lo nuevo y aprender, ha dejado, por ello mismo, de ser maestro fiable. Nadie se halla ni puede hallarse en posesión de la verdad. Esta se nos regala y se nos va mostrando en la medida en que estamos abiertos, y juega a hacernos guiños a través de lo que percibimos en los demás.
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