Es un hecho que todos los papas, obispos y sacerdotes son diáconos. Puede dar la impresión de que el diaconado es un mero peldaño para el presbiterado, o que su función laical es menor dentro de la Iglesia. Pero lo cierto es que cualquier pastor es primeramente un servidor, que es lo que significa ¨diácono¨. La diaconía no debiera ser entendida como un peldaño para progresar en el ministerio.
En realidad, todas las responsabilidades de liderazgo en la iglesia deberían verse como posiciones de servicio, de diaconado. Que por algo este ministerio se remonta a la esencia del mensaje evangélico y a los primeros pasos de la Iglesia. En el ámbito católico, el Concilio Vaticano II restauró el ministerio diaconal con carácter permanente y distinto del presbiteral y episcopal. Esta restauración, unida a la posibilidad de admisión de candidatos casados supuso una profunda novedad que después de tanto tiempo todavía sigue buscando un lugar propio.
No podemos olvidar la fiebre de vestir alzacuellos para acercarse al presbiterado (los que hayan decidido serlo). Se olvidan de que el servicio no se manifiesta en semejante distintivo, sino en su compromiso diaconal con una actitud de servicio (ministerio) manifestada ante su obispo.
Como cualquier bautizado, el diácono es sacerdote en cuanto a su participación en el sacerdocio común de bautizados. El laico podría hacer casi lo mismo que un diacono: El obispo puede a su parecer, otorgar un nombramiento a un laico comprometido y formado para ser responsable de una Vicaría -si no hay diáconos-, y en dicho nombramiento puede autorizarle para presidir la celebración de la Palabra, de acuerdo a las normas litúrgicas, enseñar la catequesis familiar y sacramental; atender a los enfermos y ofrecerles, prepararles y darle la sagrada comunión, presidir el rito de los funerales y sepulturas, hacer la exposición del Santísimo Sacramento para su adoración, pero sin dar la bendición al pueblo (Código de Derecho Canónico, c. 943). Muchos laicos y laicas lo hacen con frecuencia en lugares en los que escasean los presbíteros.
Por tanto, el Derecho Canónico ni siquiera es un impedimento para acercar las competencias diaconales a las laicales de quienes no tienen el carisma oficial ante la necesidad de evangelizar por testigos de probada rectitud y ejemplo. Hay que evitar el clericalismo y el funcionalismo cuando se trata de entender al diaconado. A los ojos de muchos, existe la dificultad de captar la diferencia entre lo que hace un diácono y las mismas funciones ejercidas por un laico formado y comprometido.
En el caso de las mujeres, ¿qué impedimento teológico existe para que una mujer no pueda ser diaconisa, como lo puede ser un varón casado? En su acepción básica, serían servidoras con una encomienda especial al imponerles las manos el obispo. Esto no desvirtuaría lo esencial: el compromiso de servir a la comunidad de manera solemne, comprometida y reglada.
Mientras no se acometa el problema de fondo, que no es otro que el compromiso de servicio al margen de los sexos, es imposible que esta figura brille en todo su esplendor. En el caso de los varones, porque su estatus oscila entre un “cura de segunda” y un super monaguillo (dependiendo del presbítero que les toque en suerte). Y en el caso de la mujeres, porque es un talento espiritual desaprovechado por el mero hecho de ser mujeres. Creo que sería más lógico que el acceso a este servicio comprometido no tuviese el matiz clericalista; bastaría la preparación adecuada y el compromiso de servicio de gente probada en su ejemplo de fe. Vocaciones para ello no faltan, cuando la encomienda es pastoral y sacramental por encima de litúrgica y clerical. De hecho, el diácono no debería estar a las órdenes de un cura, pues están al servicio de la comunidad, a la que sirve, a través del obispo.
No quiero desautorizar al diaconado, lo que pretendo es la reflexión sobre el fondo normativo que prima por encima del carisma teológico cristiano del propio servicio, base necesaria para una eficaz evangelización.
El ministerio presbiteral ha acabado por absorber en él el cumplimiento de la mayor parte de las tareas indispensables para la construcción de la comunidad y la realización de la Misión. La consecuencia ha sido que la imagen de la Iglesia era prácticamente confundida con la del sacerdote, donde los diáconos son percibidos como un ministerio de suplencia presbiteral. Y el servicio comprometido por amor al Evangelio es mucho más que eso. Por lo cual otro diaconado es necesario. Y posible.
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