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jueves, 18 de abril de 2024

SEPULCROS BLANQUEADOS


col zapatero

 

Futbolista de raza negra que atesora un portentoso talento. Apenas diecisiete años. Todo por prometer y desarrollar, pero aún no es nadie. Faltan el trabajo, el compromiso, un poquito de suerte y no perder por el camino la ilusión de jugar; lo único que hace al ser humano capaz de la excepcionalidad. Al otro lado expectación, la mirada del mundo y comentaristas que parecen interpretar la mismísima palabra del Gran Hermano. El chico es perseguido por las cámaras durante el calentamiento previo a un partido importante. Ella se asombra de los destellos que sus pies son capaces de arrancar al balón multicolor. Él comenta en tono jocoso lo que pretende ser un subrayado del talento del joven futbolista, entre la algarabía coral de gente tan poco sospechosa como Jorge Valdano: “Ojo, que si no le va bien, siempre puede terminar haciendo sus malabares delante de un semáforo en rojo”

…Oh no… Germán Burgos cavó su tumba. Un arquero peculiar, histriónico cuando defendía su portería; de perfil roquero, maneras extrovertidas, vida apasionada, espíritu litigante e indiscutible personalidad. Se equivocó. Lo vuelvo a repetir: se equivocó. Tal vez se dio cuenta a los pocos segundos, o quizás al albur del primer comentario de las redes. Pero la maquinaria de lo políticamente correcto ya estaba en marcha. Con los colmillos afilados, el gruñido sordo y los inquisidores prendiendo la hoguera. Sociedad hipócrita, oiga; comentaristas deportivos y no deportivos, editorialistas “creadores de opinión”, guardianes de la moral y las buenas costumbres (otras), instituciones que toman partido para no caerse de la línea del poder, no sea que les pillen con el paso cambiado; redes implacables sentenciando desde el anonimato y los neomeapilas del nuevo orden “si no estás conmigo estás contra mí”. Le faltó tiempo a Burgos para pedir perdón a través del propio medio de comunicación y después desde las redes sociales. Catorce horas tardaron en despedirlo. Un suspiro en juicio sumarísimo y sin derecho a réplica. Y es que esta sociedad farisea también está incapacitada para el perdón, inválida para la misericordia. Condena sin rubor y ejecuta sin temblor.

Mensaje del padre de Lamine Yamal, el futbolista “ofendido”, en su cuenta de Instagram: “Buenos días al mundo, solo pido respeto para los hijos de los demás. Gracias”. Estimado papá de Lamine, no te confundas. El desprecio de Germán Burgos no iba contra tu chaval, tampoco contra su piel. Por el contrario, tu chico está tan protegido… Porque viven de él. Hablan de él, flipan de él, hacen pasta por él… Fíjate. Sí en el irreflexivo chascarrillo le hubieran enviado a hacer sus malabares al Cirque du Soleil, nadie hubiera dicho nada. Porque el Circo del Sol es el arte, la magia, la excelencia, la belleza. Pero lo juntaron con el que no tiene nombre, el nadie, el ninguno, el paria del semáforo. Para quien cruza sus bolos y sus bolas con paquetitos de pañuelos y el mugriento limpiaparabrisas. Para quien sólo busca salvar el día antes de dejarse morir. Lamine es el príncipe que han querido vestir de mendigo y resulta que el aprendiz de millonario es ahora el ofendido, el sufriente impostado. Ciertamente sus malabares no son demasiado diferentes de los del payaso del semáforo. Pero Yamal viste y esconde el opio del pueblo, las peleas tribales, los obscenos trapicheos financieros, la indecente estructura del poder, hasta la razón de ser de quienes ayer reían en un plató de un estudio de televisión y de quienes mueven sus hilos ocultos en el lado oscuro de las plataformas mediáticas. A esta sociedad le viene muy bien limpiar su copa y su plato con el paño del velo negro del futbolista luminoso, mientras mantiene y disimula la podredumbre de sus adentros. Es la misma sociedad que se para en el semáforo cada mañana y deja tres metros de margen con el coche de delante, por si se acercan los desechos de su fauna y poder maniobrar antes de que puedan tocarle su SUV impecable. Es la misma sociedad que asiste a la muerte de siete mil inmigrantes tratando de arribar a sus costas cada año y mira hacia el otro lado sin un solo susurro antirracista para no encontrarse con las pieles desflecadas (negras, por cierto) de tanto niño y tanta mujer huyendo de la miseria cuando no de la misma guerra. La sociedad cuyo parlamento (al que sigue votando sin el menor asomo de crítica) ha de sentirse obligado a admitir a trámite, sin iniciativa propia y sin atisbo de vergüenza, la limpia propuesta de grupos civiles defensores de los Derechos Humanos para regularizar la situación de medio millón de almas inmigrantes en nuestro país. La propia sociedad que en el desollamiento público de Germán Burgos sigue refiriéndose a él como el mono, apelativo sobre el que nunca le he oído quejarse ciertamente, pero sin cuestionarse irreflexivamente sobre los más que dudosos matices despectivos, peyorativos, racistas incluso. Misma sociedad que sostiene a una clase dirigente que, mientras cruza a diario sus cuchillos de muerte en su pelea por el poder y la exclusión del contrario, ignora (literalmente) a una comisión de enfermos de ELA que acude al Congreso de los Diputados simplemente pidiendo ayuda; o que ha resuelto en el último año apenas el 12% de las peticiones de asilo de refugiados, la inmensa mayoría latinoamericanos, sin nada para el África negra, nada para Siria, nada para Afganistán. Idéntica sociedad que a estas alturas se encuentra proponiendo y ratificando una directiva europea sobre cómo librarnos de los inmigrantes que “amenazan” nuestras fronteras.

Ninguna voz antirracista se levanta contra estas “pequeñeces”, pero ni una duda sobre el degüello en plaza pública para alguien que cometió un error con un mal chiste en una mala noche. Termino diciendo lo mismo con lo que comencé, antes de que vengan también a por mí. Burgos se equivocó, porque hay que tener mucho cuidado de herir sensibilidades cuando alguien tiene un micrófono a una voz y una mano. Seguramente aún arrastramos demasiados tics, demasiadas frases (mal)hechas, demasiadas ideas sin ventilar y algunos reflejos culturales sin controlar. Pero cuando algo se nos escapa y el error se dispara, resulta mucho más reparador, me parece, sosegarnos, dialogar, reconocer, alumbrar los interiores, comprender, pedir perdón y perdonar; antes que asesinar sin piedad. Más bien deberíamos tratar de erradicar este rancio puritanismo de distinto collar, el mismo que filtra el mosquito y se traga el camello; estos sepulcros encalados, blanqueados por fuera y putrefactos por dentro. La misma mojigatería que, sobre otros referentes, alimentó la sociedad victoriana inglesa, el macartismo y la caza de brujas en la postguerra mundial norteamericana, o la sociedad franquista tras nuestra guerra civil. Hoy trata de imponerse la dictadura de la corrección política. No es nada nuevo. Ya lo decía el príncipe Fabrizio Salina-Burt Lancaster en aquel añejo e inolvidable Gatopardo de Lampedusa-Visconti: “A veces hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual”.

 

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