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jueves, 6 de abril de 2023

SEMANA SANTA 2023: GUERRA Y PAZ


col espeja

'Guerra y paz' es el título de la extensa novela escrita por León Tolstoi en el s. XIX. Un largo relato donde van juntos la guerra con su violencia y las escenas de amistad, las rupturas dolorosas y el amor que rejuvenece. Por eso la novela evoca la situación un poco esquizofrénica de esta humanidad donde se ansía la paz, pero al mismo tiempo montamos la guerra; donde firmamos pactos de amistad, pero sucumbimos a la lujuria del poder. Hacemos solemnes declaraciones sobre derechos humanos, pero en la práctica abusamos de las personas como trapos.

En nuestros días esta humanidad, a la que todos pertenecemos, está sufriendo la guerra de unos contra otros, cuando el anhelo más hondo en el corazón humano es la paz. Unos quieren dominar a otros mientras el proceso imparable de globalización sugiere que todos formamos la única familia humana. La dialéctica guerra-paz, que estamos viendo en el actual panorama  del mundo también  clava sus garras en el interior en la Iglesia. En el desmadre de la pareja hombre-mujer, en las mismas comunidades religiosas y en la intimidad de cada uno la guerra genera violencia y quita la paz. Bien merece la pena buscar luz en la celebración de la Semana Santa:  la guerra que mata es vencida por el amor que da vida.  

La procesión va por dentro 

Hace años tuve la oportunidad de ver procesiones de Semana Santa en Valladolid y me contagió la devoción de muchos ante los pasos con bellas esculturas sobrias, y expresivas de un más sentido y barruntado aunque no definido. Por eso mantengo gran respeto a las variadas procesiones que, según su propia cultura y su tradición, celebran muchos pueblos.

En personas que con habilidad y esmero preparan los pasos y organizan la manifestación por las calles. En muchos cofrades o hermanos que con signos penitenciales, muestran su devoción. En los costaleros que voluntariamente soportan el peso de los pasos ¿no hay una procesión interior?  Todos habitamos en esa Presencia de amor que nos constituye y todos tenemos la posibilidad de abrirnos y sumergirnos en ella. Jesucristo es el camino y luz que a todos ilumina.  Mientras haya fe cristiana, será normal la manifestación pública de la misma. Pero estas manifestaciones  deben expresar la procesión interior que  realiza cada uno  a su modo y con sus propias expresiones culturales.

Duelo entre guerra y paz. Domingo de Ramos 

Profeta itinerante por las aldeas de Galilea, Jesús de Nazaret, movido a compasión, pasó por el mundo habiendo el bien y curando heridas.  Su conducta escandalizó a las autoridades religiosas judías; no aceptaban  que Jesús comiera  con los pobres y pecadores, su cercanía y  trato con los leprosos legalmente impuros, su defensa de la mujer sorprendida en adulterio. Pero los sencillos percibieron en esa conducta un mensaje de liberación y un camino de paz. Una propuesta de vida en relación fraterna entre todos. Por eso Jesús como evangelio viviente despertó a la vez los anhelos de paz que pujan en de corazón humano y los sentimientos de dominación que también brotan, como mala hierba, en ese mismo corazón.

Viendo el conflicto que su Evangelio provoca en las autoridades religiosas y políticas instaladas en Jerusalén, el Profeta decide ir a la ciudad santa consciente del peligro que corre. A los evangelistas no interesa redactar una crónica de cómo entró Jesús en Jerusalén. Quieren más bien transmitirnos con lenguaje simbólico el significado de esa entrada como resumen o apretada síntesis de la propuesta hecha por Jesús, y de las dos reacciones ante la misma.

En el corto tiempo de su actividad pública y profética Jesús actuó como pobre y amigo de los pobres; no intentó imponer nada por la fuerza, sino más bien ofrecer un evangelio que seduce.  Por eso entra en Jerusalén no en un caballo signo de poder, sino en un borriquillo nada deslumbrante. Ser totalmente para los demás fue objetivo y talante de su conducta profética; curó a enfermos, abrió los ojos a ciegos y lamentó la cerrazón de los arrogantes, pero nunca busco una situación social o religiosa privilegiada para sí mismo. Su objetivo fue construir la paz o convivencia fraterna porque Dios es amor en cuya presencia todos habitamos.

A las puertas de Jerusalén está la población con dos actitudes. Los sencillos se alegran y aclaman al Profeta que trae la liberación y la paz no con armas que matan sino con el amor que da vida. Otros, los soberbios que se creen superiores a los demás, ven un peligro en ese evangelio de la fraternidad, y optan por mantener su lógica de dominación y de guerra, condenando al Profeta. No soportan que los pobres lo aclamen como liberador a quien les pide que bajen de sus tronos. 

Los humanos respiramos sentimientos de compasión, anhelos de convivencia pacífica y fraterna. Pero la soberbia, la fiebre posesiva y la pretensión de ser absolutos olvidando nuestra condición de criaturas, sugieren y provocan la guerra para dominar a los otros. Una y otra vez en la historia de la humanidad intentamos traer la paz con la guerra; lo estamos viendo ahora en la invasión de Ucrania. La misma táctica funciona con frecuencia en el interior de la Iglesia y en las agrupaciones de personas. Pero el conflicto entre guerra y paz también se da dentro de la Iglesia y en la interioridad de cada uno.  Al iniciar la celebración de la Semana Santa, debemos decidir qué camino elegimos: la del amor que da vida o a de poder que aplasta. La elección no es solo teórica y de un momento. Si elegimos la primera, debemos ser consecuentes en la práctica de cada día, pues el instinto egoísta continuamente rebrota.

Jueves santo: Para construir la paz

Ya en vísperas de su muerte, Jesús celebró con sus discípulos la comida especial que hacían los judíos actualizando simbólicamente la liberación de la esclavitud gracias a la intervención compasiva y benevolente de Dios. Consciente de que su vida y su muerte se inscribían en ese proyecto liberador, Jesús quiso celebrar esa comida con sus discípulos para entregarles el significado de su vida y de su muerte. Lo hizo con dos gentos proféticos bien elocuentes.   

Primero, compartiendo la comida con todos ellos, incluido el traidor. Hacer el bien y compartir con los demás sin excluir a los mismos enemigos, había sido la conducta de Jesús en su actividad profética.  Expresó bien el proyecto en la parábola sobre el banquete de bodas: son invitados cuantos se hallan en el camino de la vida; incluso “lisiados, ciegos y cojos” que nunca  en aquella sociedad judía eran  invitados en comidas sociales de fiesta. Compartir siendo el hombre totalmente para los demás definió la conducta histórica de Jesús y era su voluntad al aceptar la muerte injusta.  Pan y vino, comida que se comparte como signo de fraternidad y amistad, son el símbolo de la vida de Jesús compartida por amor hasta entregarla por los demás en la muerte.  Es el estilo de vida que propone a sus discípulos: “tomad y comed”.  

El otro gesto profético en la comida pascua fue muy también muy significativo. En aquella sociedad judía era impensable que un maestro lavara los pies a sus discípulos; siempre el inferior debe servir al superior. Pero Jesús se quita el manto de señor, se pone el mandil y lava los pies a sus discípulos; después, no se quita el mandil pero se pone el manto; sigue siendo maestro y señor sirviendo a los demás. Había dicho y practicado su convicción: “el que quiera entre vosotros ser mayor, sea servidor de todos”.

Los dos gestos proféticos de Jesús en la última cena fueron símbolo de lo que había sido su conducta. Hombre totalmente para los demás, pasó por el mundo haciendo el bien, curando heridas, defendiendo la dignidad de las personas, incluyendo a los excluidos, y combatiendo a las fueras del mal   que dividen (dia-bolos) y tiran a las personas por los suelos.  Solo desde esa conducta los dos gestos proféticos de compartir  ir y de servir tienen  sentido. Los símbolos tienen garra cuando responden a una experiencia y una práctica de vida. 

Cuando celebra esta comida, Jesús ve próxima su condena y consciente de escándalo que sufrirán los discípulos ante su fracaso, en estos dos gestos les recomienda que actualicen en significado de los mismos: “Haced esto mismo en memoria de mí”. No les pide que hagan solo un rito. Sino que celebren la comida como expresión de una vida compartida y al servicio de los demás gratuitamente, de modo especial con los que nada puedan dar a cambio. 

Hace unos meses Baldomero López, laico dominico, estudioso y publicista, redactó  un sugerente  libro  sobre ”La última Cena”. En el subtítulo ya indica su intención: “una comida con eucaristía, no una eucaristía sin comida”.  Sugiere que la celebración de la eucaristía no se debe reducir a un acto de culto religioso. La fotografía de portada es bien significativa:   Ramiro, fraile dominico, pobre de Yahvé, que lleva trabajando desde el año 1970 en el albergue “San Martín de Porres” casa para personas transeúntes y sin techo, está con un mandil sirviendo a los excluidos. La última cena de Jesús con sus discípulos tuvo sentido en continuidad de sus comidas con los pobres y con los religiosamente pecadores. Sus dos gestos proféticos en la última recomiendan esta conducta solidaria; desautorizan la guerra y abren camino para construir la paz

Viernes Santo: El amor vence a la guerra

Jesús de Nazaret proclamó y vivió apasionado por construir una sociedad de hermanos. Para defender la dignidad de todas las personas se puso al lado de las víctimas en la organización social y religiosa: pobres y pecadores. Se sintió ungido por el Espíritu para liberar a los esclavizados. Pero en seguida los potentados arrogantes religiosos y políticos le declararon la guerra y no pararon hasta eliminar al Profeta.

Jesús no buscó ja muerte ni fue un suicida. Según los relatos evangélicos, una y otra vez sus adversarios fueron a por él para condenarlo por blasfemo, pero Jesús huyó  consciente de que debía seguir  proclamando el Evangelio  hasta que llegara su hora. Murió porque lo mataron. 

Pero Jesús seducido por esa Presencia de amor que es el misterio de Dios, entendió que siendo fiel a su misión de transmitir un mensaje de amor y de paz, su muerte ya era inevitable. Con dolor pero con amor decidió ir a Jerusalén exponiéndose a la condena por parte de autoridades religiosas y políticas que vivían en la ciudad santa. Según cuenta el evangelista, sus discípulos “le seguían llenos de miedo”.

En Jerusalén las autoridades religiosas y políticas actuaron con la lógica del poder que se impone por la fuerza, y condenaron a Jesús. El Profeta del amor quedó silenciado. El viernes santo sigue siendo un día de dolor ante tantas víctimas indefensas que cada día nos dejan sin palabras. La guerra que funciona con esa lógica del poder, siembra el destrozo en las personas pobres que solo quieren vivir en paz.

En la muerte de Jesús como en la situación oscura y dolorosa que hoy sufrimos en el mundo por la codicia sin amor, hay una pregunta inevitable también para los creyentes: ¿Dónde estaba Dios mientras Jesús era condenado injustamente, y abandonado de todos moría en la cruz? ¿En su trono del cielo exigiendo la muerte del Inocente para reparar su honor ofendido? ¿Con los brazos cruzados aunque lamentando los atropellos cometidos contra el Justo? No. Dios, Presencia de amor, estaba dentro de Crucificado dándole fuerza y aliento para vencer por el amor al   poder que impunemente mata.

Viernes Santo es un día de dolor ante tantas víctimas inocentes e injustamente silenciadas: lo estamos sufriendo en esta guerra donde se pretende construir la paz a base de matar al otro. Pero el viernes santo celebramos también la Presencia de Dios, fuerza del amor, presente y activo en lo más íntimo de cada persona humana. Esa Presencia suscita en los creyentes una compasión dolorida viendo el injusto aplastamiento que sufren las personas; y una compasión indignada por la inhumanidad de quienes, trastornados por la droga del poder, pretenden acabar los conflictos con la guerra. En el viernes santo nos queda la confianza de que esa Presencia de amor que llamamos Dios, misericordia entrañable, nunca nos abandona.   

Resurrección: “La paz con vosotros”

En 1795 Manuel Kant escribió un estudio “Sobre la paz perpetua”: buscar una estructura universal donde cada pueblo pueda vivir su singularidad. Era el sueño que habían tenido ya otros pensadores. Sin embargo continuamente se montan nuevas guerras, se firman alianzas de paz, y otra vez volvemos a las mismas. Al final ¿prevalecerá la paz, o la guerra terminará con todo?

 

Jesús Espeja teólogo

Religión Digital

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