La Semana Santa podría adquirir sentido incluso para quienes no comparten el mito cristiano si fuese la reivindicación, no de la muerte brutal de un solo hombre hace dos mil años, sino de la vulnerada dignidad de todos aquellos que entonces fueron víctimas de la sevicia del poder, incluyendo a los crucificados con Jesús a las afueras de Jerusalén. Quizás esa conmemoración incrementase aún su trascendencia si lo fuese de quienes hasta hoy siguen viendo destrozadas sus vidas por Estados criminales. Después de todo, las infamias y tropelías perpetradas por los déspotas que sueñan con viejos o nuevos imperios acaban siempre por volver –ahí se hallan ahora, nítidamente perceptibles, en la barbarie padecida al este de Europa– de forma tan insistente como retornan, año tras año, vigilias y procesiones.
(Fernando Bermejo Rubio, “La identidad de los crucificados en el Gólgota: lo que una investigación histórica descubre sobre la muerte de Jesús”, en EL PAÍS, 3 abril 2023. Es profesor del departamento de Historia Antigua de la UNED y autor de ‘La invención de Jesús de Nazaret’)
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