Por deformación profesional, cada vez que me planteo un problema comienzo por ubicarlo en unas coordenadas (es decir, en un tiempo y un espacio) que me ayuden a comprenderlo de forma natural desde la perspectiva de quienes lo viven o ya lo vivieron, porque ninguna experiencia humana nos debe ser ajena. Por eso, si me planteo cómo vivir la Semana Santa (quede claro que desde la fe, pues en su ausencia no va más allá de aprovechar unos días de descanso de la mejor forma posible para recuperar fuerzas y amistades), lo que me pregunto es cómo la vivió Jesús de Nazaret con sus vecinas y vecinos de aquel tiempo. ¿Cómo vivió estas fechas Jesús en los días previos a su detención, juicio y ajusticiamiento?
En estos días recordamos que mataron a un hombre en el que, sólo desde la mirada de la fe, podemos comprender que su vida y su mensaje continúan actuando entre nosotros dándole plenitud a cada una de nuestras vidas. Pero yéndonos al acontecimiento histórico, Jesús, hace ahora casi dos milenios, se reunió con su grupo de amigos más íntimos para recordar lo que era común entre todos los israelitas (ojo: no confundir con israelíes): celebrar la liberación de su pueblo de la esclavitud. ¿Tenemos cada uno de nosotros, ahora, la sensación de estar celebrando alguna experiencia de liberación personal o colectiva? Pues en esa clave es en la que hay que ponerse: la de descubrir las experiencias (más allá de “las razones”) personales y colectivas que nos hacen creer que podemos y debemos ser personas libres. La cuestión no es baladí, porque ya sabemos cómo transcurrió toda aquella historia…
La experiencia de Jesús, históricamente, fue la de un completo fracaso: abandonado en la cruz y ajusticiado extramuros de la ciudad, como se hacía con los criminales de su tiempo, sólo tuvo a sus pies a su madre y a su discípulo fiel. El resto del grupo escapó despavorido: la mayoría, a buscar refugio escondidos en grupo; el más decidido a buscar la solución mediada con el poder, corrió a quitarse la vida a la vista del fracaso de su operación política. Sólo desde los ojos de la fe se puede comprender la verdadera dimensión de lo que supone que para vivir plenamente haya que morir de forma radical. Y es tan sencillo como el germinar de una semilla, después de haberse muerto y enterrado el grano en la tierra: eso sí, se nace de una manera completamente distinta, porque el fruto ya no es el mismo. Si todo esto se nos olvida, creeremos luego que “El Corpus” es, simplemente, otra fiesta que ocurrirá unos dos meses más adelante, inconscientes de que es el tiempo que necesitó aquella semilla, muerta y enterrada, para dar su fruto.
¿Y por qué condenaron a muerte a Jesús? Jesús “dio muchas vueltas” en su experiencia pública: no tuvo un recorrido lineal. De hecho, Jesús comienza su vida pública bautizándose con su primo Juan. Y tiene que vivir la pérdida del Bautista para una nueva etapa por Galilea y su entorno… donde nos que cuentan que, si bien tuvo su “primavera galilea”, vivió una más fuerte “crisis galilea”, cerrando una segunda etapa. Fue entonces cuando comprendió que tenía que ir a la raíz del asunto: era preciso llegar a Jerusalén, la capital. Y allí ocurrió lo que tenía que ocurrir: entrando como un cómico en Jerusalén, a lomos de una borriquilla (y no de un poderoso corcel), logró que la muchedumbre lo aclamara y lo siguiera. Y eso, el Poder no lo podía (ni lo puede) consentir: a un loco se le puede “dar cuartelillo”; pero ni hablar si consiste en “que nos quite la clientela”.
Este morir para poder resucitar, merece no descuidar ninguno de los dos momentos: cargar la experiencia en la muerte nos hará personas tristes, cristianos centrados en justificar el dolor y el sacrificio como lo más natural, sin trascenderlo dentro de un sentido que nos supera individualmente. Tampoco será plena una experiencia centrada en la inconsciencia del “como sabemos que resucita, ¡para qué nos vamos a preocupar!”. Porque en este caso tampoco estamos asumiendo la responsabilidad que tenemos individual y colectivamente con los problemas de este mundo: es imprescindible pasar por la muerte para comprender la vida plena. Seríamos personas inmaduras e inconscientes de que nuestra libertad pasa por nuestras manos: por asumir nuestras responsabilidades cotidianas. Quien no ha descubierto la grandeza de lo que hemos recibido, no puede valorar la importancia de todos y cada uno de los pequeños detalles que nos rodean, y que son esenciales para vivir.
Francisco nos recuerda en el n.3 de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium que “Él (Jesucristo) nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”. Por eso, desde la fe, viviremos estas fechas de múltiples maneras, revelando, también aquí, la pluralidad que habita entre los seguidores de Jesús de Nazaret, ahora ya el Cristo. Tendremos la posibilidad de vivirlo desde el retiro individual, hasta el seguimiento de todos y cada uno de los momentos en los que nuestras calles se inunden de la presencia de las manifestaciones del recuerdo de aquellas fechas, hace casi veinte siglos al otro extremo del Mediterráneo, pasando por quienes podamos mezclar ambas experiencias, centrados en el Triduo Pascual que culmina en la Vigilia Pascual, que es la expresión máxima de nuestra fe: celebrar el paso de la muerte a la resurrección en cada comunidad cristiana.
Ahora ya comprendemos que toda nuestra razón de ser se fundamenta en aquella experiencia pascual que rememoramos para actualizarla y, a nosotros, con ella.
Enrique de Amo
Delegado episcopal
Diario de Almería
01 Abril, 2023
(*) Nota: El título original es ¿Cómo vivir la Semana Santa en Almería? Entendemos que el contenido del artículo es válido para cualquier semana santa en cualquier parte del mundo.
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